lunes, 28 de agosto de 2017

INTERCAMBIO DE ENFERMEDADES DEL VIEJO Y NUEVO MUNDO EN SIGLO XVI

INTERCAMBIO DE ENFERMEDADES DEL VIEJO 
Y NUEVO MUNDO  EN SIGLO XVI
Francisco Carranza Romero 

Resumen 
Desde 1492, los primeros contactos de los indígenas de Europa y América crearon muchos problemas de convivencia. La conquista de América no fue solo el resultado de la superioridad de armas ni por los designios divinos, tal como han explicado algunos historiadores providencialistas. Hubo un factor muy importante: los europeos fueron portadores de nuevas enfermedades que en pocos días desolaron poblaciones enteras en el Caribe y en el continente. La viruela llegó a los territorios del sur antes que los mismos conquistadores. Pero también los españoles adquirieron una buba rara que luego llevaron a Europa. El siglo XI fue un intercambio de morbos.   

0. Introducción 

El intercambio de productos vegetales y animales, de concepciones, de objetos, de razas y de sistemas de vida se inició cuando los españoles llegaron a una isla del Mar Caribe el 12 de octubre de 1492. Pero, desde ese momento también estuvieron presentes los morbos propios de cada grupo humano.

Si los españoles llevaron las enfermedades del Viejo Mundo al Nuevo Mundo donde mataron a muchos indígenas, también se llevaron los males del Nuevo Mundo. En este trabajo nos ocupamos solamente de dos enfermedades de intercambio que se convirtieron en terribles pestes en cada lado del Atlántico.

Para esta investigación hemos consultado los siguientes autores y obras:

Francisco Delicado: “Retrato de la Lozana Andaluza”. Este libro fue publicado en Venecia en 1524 y consta de 66 mamotretos (capítulos) que aquí los mencionamos con el número romano sin tener que repetir la palabra mamotreto, que significa una mezcolanza de muchos temas, tal como es la obra. El autor nació en Córdoba (España), vivió en Roma, sufrió un mal nuevo que era vergonzoso, y aun más  por ser él un clérigo, pero se curó gracias al “palo santo” procedente del Nuevo Mundo. Y, como resultado de su curación, escribió: “Il modo de adoperare el legno de India Occidentale”. 

Hernán Cortés: “Cartas de relación”. El libro consta de cinco cartas escritas en diferentes fechas: desde el 10 de julio de 1519 hasta  el 9 de marzo de 1532. Cortés nació en Medellín (Badajoz) en 1485, hizo dos años de estudios en la Universidad de Salamanca. En 1504 (con sus diecinueve años) se embarcó hacia las Indias Occidentales. “El primero de febrero de 1519, a los treinta y cuatro años de su edad, Cortés zarpa de Cuba para ir a la cita con su destino”[1]. Es el viaje de conquista del continente americano. En 1521 conquistó México. En 1540 volvió a España acusado de muchos delitos. Sus grandes hazañas le acarrearon muchos enemigos. El 2 de diciembre de 1547 (a los sesenta y tres años) murió en Castilleja de Cuesta (Sevilla). 

Francisco López de Gómara: “Historia general de las Indias”. El libro fue publicado en Zaragoza en 1552 y tiene 122 capítulos. El autor nació en Gómara, un pueblo de Castilla la Vieja. Su ciclo vital: nació en 1511, nunca viajó al Nuevo Mundo pero obtuvo los datos de los soldados Andrés Tapia, Gonzalo de Umbría, y del mismo conquistador Hernán Cortés, de quien escribió una biografía. Murió en 1564.

Bernal Díaz del Castillo: “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”.  Finalizó la redacción de las crónicas en Guatemala en 1568. Consta de  214 capítulos, cuya primera edición se publicó en 1632 en Madrid. El objetivo del autor fue rebatir y corregir las crónicas erróneas como la de Francisco López de Gómara. No hay datos cronológicos exactos de Bernal Díaz. Posiblemente nació en 1496 en Medina del Campo (Cádiz). Cuando en 1563 Bernal Díaz se presentó en Guatemala como testigo a favor de doña Leonor de Alvarado, hija del adelantado Pedro de Alvarado, “[…] dijo que era de edad de sesenta y siete años” (Probanza de de Méritos de doña Leonor de Alvarado)[2]. En 1514 se embarcó hacia el Nuevo Mundo en la expedición de Pedro Arias de Ávila. Participó en la expedición de Hernán Cortés y fue uno de los protagonistas de la conquista de México. Falleció en Guatemala, probablemente en enero de 1584 a los 88 años. Este libro es rico en testimonios tempranos de México y de los países cercanos. Él mismo reconoce el valor histórico de sus datos y de la limitación literaria de su escrito: “[…] y yo como no soy latino, no me atrevo a hacer preámbulo ni prólogo […] para poderlo escribir tan sublimadamente como es digno fuera menester otra elocuencia y retórica mejor que no la mía; mas lo que yo vi y me hallé en ello peleando como buen testigo de vista yo lo escribiré” (palabras preliminares de la obra).

De los cuatro, sólo Hernán Cortés y Bernal Díaz viajaron al Nuevo Mundo; los otros dos, sin salir del Viejo Mundo, conocieron muchas cosas del ultramar gracias a sus informantes viajeros.


I. El mal del viejo mundo

 La enfermedad de la viruela que causó estragos en Europa pasó al Nuevo Mundo donde, en pocos días, desoló muchos pueblos. Los quechuas la denominaron yana muru (granos negros) diferenciando de puka muru (granos colorados, sarampión). El descubrimiento de la vacuna por Jenner en 1796 fue fundamental para la curación de este mal.

Los cronistas testimonian sobre los terribles estragos en el Nuevo Mundo.

 Hernán Cortés da tres referencias de la enfermedad: Primera: A mediados de diciembre de 1520: “[…] me partí de la Villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, […] y yo con veinte de caballo me fui aquel día a dormir a la ciudad de Cholula, porque los naturales de allí deseaban mi venida; porque a causa de la enfermedad de las viruelas, que también comprendió a los de estas tierras”[3]. (Tercera Relación, redactada el 15 de mayo de 1522 en Coyoacán, dirigida al emperador Carlos V).

Segunda, otro caso en Tlaxcala: “Y otro día, todos los señores de esta ciudad y provincia me vinieron a hablar y me decir cómo Magiscacin, que era el principal señor de todos ellos, había fallecido de aquella enfermedad de las viruelas, y bien sabían que por ser tan mi amigo me pesaría mucho”[4]. (Tercera relación).

Tercera: Refiere la muerte del enviado real a México: “…y en este tiempo el dicho Luis Ponce, juez de residencia, adoleció, y todos cuantos en el armada que él vino vinieron; de la cual enfermedad quiso Nuestro Señor que muriese él y más de treinta otros de los que en la armada vinieron; entre los cuales murieron dos frailes de la Orden de Santo Domingo que con él vinieron, y hasta hoy hay muchas personas enfermas y de mucho peligro de muerte, porque ha parecido casi pestilencia la que trajeron consigo”[5].  (Quinta Relación redactada el 15 de octubre de 1524 en Tenuxtitan (sic).

Francisco López de Gómara: Hablando del poblamiento de la isla La Española por los españoles, dice: “Más fuéles dañoso venir a poblarlo con españoles, porque les dieron viruelas, mal a ellos nuevo, y que mató a infinitos” (XXXII).

Bernal Díaz del Castillo menciona esta enfermedad seis veces: “Y volvamos ahora a Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra de ellas, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad de ellos. Por manera que negra la ventura de Narváez, y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos” (CXXIV).

“Ya en aquella sazón habían alzado en México otro señor, porque el señor que nos echó de México era fallecido de viruelas, y el señor que hicieron era un sobrino o pariente muy cercano de Montezuma” (CXXX).

“Como en aquel tiempo anduvo la viruela tan común en la Nueva España, fallecían muchos caciques” (CXXXIV).

“[…] cuando llegamos a Tlaxcala ya era fallecido de viruelas nuestro gran amigo, y muy leal vasallo de Su Majestad, Maseecaci” (CXXXVI).

Hablando de por qué los de Tezcuco y México no los atacaran, refiere: “[…] según pareció entre los mexicanos y los de Tezcuco tenían diferencias y bandos, y también como aún no estaban muy sanos de las viruelas, que fue dolencia que en toda la tierra dio y cundió” (CXXXVII).

“[…] otro día dijo Sandoval que se quería volver a Tezcuco, y los de Chalco le dijeron que querían ir con él para ver y hablar a Malinche y llevar consigo dos hijos del señor de aquella provincia que era fallecido de viruelas (CXL). El calificativo que los indígenas dan a Cortés es Malinche que significa: “capitán de Marina” (LXXIV, LXXV).

II. El mal del nuevo mundo

 Aunque los científicos dicen que han demostrado que el mal denominado treponema pallidum ya existía en el Viejo Mundo desde antes de 1492; pero este mal fue una novedad para los europeos. Por esta razón los escritores pensaron que había aparecido en 1494 en Nápoles con la llegada del ejército francés de Carlos VIII,  y fue conocido como morbo gálico, mal francés, mal napolitano. Si los científicos tienen razón, el caso narrado por los escritores sería el recrudecimiento de un mal muy antiguo. Los síntomas y nombres que dieron al mal fueron novedosos.

Francisco Delicado.
Reitero que el presente trabajo se basa en citas literarias. Y, como se podrá comprobar, Francisco Delicado es quien da más detalles del mal porque él mismo y la protagonista de su obra fueron también víctimas. El mismo autor dice que escribió “La Lozana Andaluza” para calmar su dolor: “así daré olvido al dolor” (Dedicatoria).  

1.       Síntomas.
1.1.  Una estrella en la frente, greñimón, picadura de mosca, incordio, buba.
Francisco Delicado: síntomas del mal que padece Lozana, una famosa prostituta española que vive en Roma.

En el mamotreto cuarto, al hablar del itinerario de Lozana antes de llegar a Roma, después de mencionar muchos pueblos bereberes, hay una rápida mención de Flandes. Quizás un juego evasivo del autor para no precisar el lugar donde Lozana se habría ganado la estrella en la frente.

En Marsella Lozana quedó pobre, triste, ultrajada y abandonada a su suerte. “Y sobre todo se daba de cabezadas, de modo que se le siguió una gran aljaqueca, que fue causa que le viniese a la frente una estrella, como abajo diremos” (IV). El autor avisa lo que se va a decir de la estrella en los mamotretos posteriores. Al final del mamotreto cuarto hay un dibujo de una estrella irregular de diez puntas.

En el mamotreto sexto relaciona la estrella con greñimón que también lo escribe griñimón, nombre antiguo de la enfermedad bubosa. Y la toca genovesa de Lozana sirve para ocultar o disimular el mal. Ella cuenta a su amiga Sevillana lo que una vieja prostituta “barbuda, estrellera, mundaria” había dicho de ella: “¿No veis que tiene greñimón? […] pensó que porque yo traigo la toca baja y ligada a la ginovesa, y son tantas las cabezadas que me he dado yo misma, de un enojo que he habido, que me maravillo cómo so viva; que como en la nao no tenía médico ni bien ninguno, me ha tocado entre ceja y ceja, y creo que me quedará señal.

Sevillana: No será nada, por mi vida. Llamaremos aquí un médico que la vea, que parece una estrellica (VI).

Aunque Lozana disimule su “estrella entre ceja y ceja”, la Sevillana la descubre y le da ánimo porque se buscará su curación.

Al final del mamotreto sexto también hay una estrella de diez puntas:

El judío Trigo también se da cuenta de la estrellita, aunque él la llama “picadura de mosca”: “Todo os dice bien; si no fuese por esa picadura de mosca (XVI).

El judío Valijero ya le había informado que en Roma había enfermas de greñimón: “Hay putas de botón de griñimón noturnas” (XX).

Lozana, en sus años ya de retiro de su oficio de puta, reconoce que su mal es incurable: “No hay tan asno médico como el que quiere sanar el griñimón (LIX).

El cliente enfermo Camerino entrega algo para que Lozana les compre remedio para el incordio que tienen: “Señora Lozana, ensalmános estos encordios, y veis aquí esta espada  y estos estafiles; vendedlos vos para melecinas” (LXIV). Está evidente que el mal del cliente se manifiesta con incordio que es tumor y buba. Estafiles son piezas del estribo.  

 Francisco López de Gómara: Al referir la conducta de los primeros españoles en Ciguaya, dice: “Desde aquella fortaleza (Santo Tomé de Cibao) salían a tomar vitualla y arrebataban mujeres, que les pegaron las bubas (XXII). En capítulo posterior explica sobre este mal: “Los de aquesta isla Española (Santo Domingo) son todos bubosos, y como los españoles dormían con las indias, hinchiéronse luego de bubas, enfermedad pegajosísima y que atormenta con recios dolores” (XXIX).

Bernal Díaz del Castillo: Sin especificar ni describir el mal, hace mención de algunos soldados españoles bubosos. “Y pasó un Rodrigo Rancel, que fue una persona prominente y estaba muy tullido de bubas; no fue en la guerra para que de él se hiciese memoria, y de dolores murió. Y pasó un Francisco de Orozco, que también estaba malo de bubas y había sido soldado en Italia […] Y vino un fulano Peinado, que se tulló del mal de bubas después de ganado México; murió en la Veracruz” (CCV). ¿El soldado Orozco se contagió en de bubas en Italia? Es que dos veces se menciona sus servicios en ese país: capítulos XXVI y CCV.

“Andrés de Monjaraz fue capitán cuando la guerra de México […] y como estaba muy malo de bubas, y a esta causa no hizo cosa que de contar sea […]; murió de dolor de las bubas (CCVI).

1. 2. Tabique nasal hundido. Boca hundida.
Francisco Delicado: Dos prostitutas hablan de Lozana recién llegada a Roma.
Beatriz: Hermana, ¿vistes tal hermosura de cara y tez? ¡Si tuviese asiento para los antojos! Mas creo que si se cura que sanará.
Teresa Hernández: ¡Andá ya, por vuestra vida, no digáis! Súbele más de mitad de la frente; quedará señalada para cuanto viviere. ¿Sabéis qué podía ella hacer? Que aquí hay en Campo de Flor munchos d’aquellos charlatanes, que sabrían medicarla por debajo de la banda izquierda (VII).

Es una clara lamentación al tabique hundido donde no se podrían asentar los anteojos o gafas; y que esa huella quedará para siempre. La expresión “banda izquierda” se refiere al bazo.

La española Lavandera también tiene la boca hundida y escaso pelo.
Lavandera: Ay señora! La humildad d’esta casa me ha hecho pelar la cabeza…
Lozana: ¿Y la humildad os hace hundir tanto la boca? (XII).

El autor refiriéndose a Lozana: “Ésta comprará oficio en Roma, que beneficio ya me parece que lo tiene curado, pues no tiene chimenea, ni tiene do poner antojos (XXIV). Clara alusión al mal que está visible en su nariz (chimenea) y en el tabique hundido que no puede soportar los anteojos.

El comendador alaba la locuacidad de Lozana: “¡Dóla a todos los diablos, y qué labia tiene! ¡Si tuviera chimenea!” (XXVII).

Lozana describe al personaje Trujillo, pero se refiere a la relación de nariz grande con sexo grande: “¿Qué señas daré d’él salvo que a él le sobra en la cara lo que a mí me falta?” (LI).  A ella le falta la nariz por la enfermedad que padece.

1. 3. Pérdida de pelos.
La alopecia hace caer los pelos de la cabeza y de las cejas (corona de Venus); pero ella, en los primeros días de su llegada a Roma aún conserva los cabellos y cejas.
Sevillana: Los cabellos os sé decir que tiene buenos. (VII).

Lavandera también sufre de alopecia: “La humildad d’esta casa me ha hecho pelar la cabeza (XII).
    
Divicia le increpa a Lozana de por qué no se ha podido curar la caída de cejas por la enfermedad: “¿Y vos los pelos de las cejas?” (LIV). A estas alturas, Lozana ya muestra la corona de Venus.

Lozana habla a uno de los cuatro palafreneros: “Vení vos, ¡oh qué tenéis de pelos en esta forma! Dios os bendiga; vería si tuviese cejas (LXIV). 

2.       Nombres del nuevo mal.
2.1. Mal de Francia.

 Francisco Delicado: 
Lozana: Decíme, ¿cuánto ha que estáis en Roma?
Lavandera: Cuando vino el mal de Francia. (XII).

La respuesta de Lavandera hay que completar con el siguiente dato histórico: En 1495 llegó el rey francés Carlos VIII con su ejército a Nápoles, entre los soldados ya había enfermos del extraño mal.  

En el diálogo del Auctor con Rampín, éste menciona el mal.
Auctor: ¿Qué ensalmo te dirá?
Rampín: El mal francorum. (XVII). El mal de los franceses, ya que usa el genitivo plural latino.

Lozana, en los primeros días de su estadía y trabajo en Roma, se informa por el valijero de las clases de putas, de sus procedencias y problemas.
Lozana: ¿Todas tienen sus amigos de su nación?
Valijero: Señora, al principio y al medio, cada una le toma como le viene; al último, al francés, porque no las deja hasta la muerte (XXI). Una clara alusión al mal francés que entonces aún no tenía remedio.  
  
Silvano habla de las putas ya enfermas: “Que como se hacen francesas o grimanas, es necesario que, en muerte o en vida, vayan a Santiago de las Carretas” (XLV). El hospital Santiago de las Carretas estaba lleno de enfermas del mal de Francia, grimana o greñimón.

En el siguiente diálogo de dos putas matreras hay datos de cómo y en dónde comenzó el mal. Divicia relaciona el mal con la lepra, pero sugiere su aparición en el puerto.
Lozana: No viene ninguna puta, que deben jabonar el bien de Francia. Dime, Divicia, ¿dónde comenzó o fue el principio del mal francés?
Divicia: En Rapalo, una villa de Génova, y es puerto de mar, porque allí mataron los pobres de San Lázaro, y dieron a saco los soldados del rey Carlo cristianísimo de Francia aquella tierra y las casas de San Lázaro, y uno (de los soldados) que vendió un colchón por un ducado, como se lo pusieron en la mano, le salió una buba ansí redonda como el ducado […] Después, aquél lo pegó a cuantos tocó con aquella mano […] Que por eso se dice: el Señor te guarde de su ira, que es esta plaga, que el sexto ángel derramó sobre casi la meatad de la tierra” (LIV). En los discursos anteriores hay mucha polisemia conceptista. “Bien de Francia” es eufemia del “mal de Francia”. El topónimo Rapalo tiene relación con el verbo “rapar” y la palabra “palo”. “Mano” tiene el sentido sexual masculino. “Sexto ángel” se refiere al diablo; y, como anota el editor: “Seis es número simbólico (el sexo, el demonio, el mal)[6].

Lozana piensa que el mal no tiene cura porque todavía no conoce el remedio llegado del ultramar: “Di que sanarás el mal francés, y te judicarán por loco del todo, que ésta es la mayor locura que uno puede decir, salvo quél leño salutífero” (LV).

Francisco López de Gómara: Relata cómo llamaron al mal los que no sabían sus orígenes: “Los otros llamáronle mal francés, creyendo habérselo pegado franceses” (XXIX).  

 2.2. Mal de Nápoles.
 Francisco Delicado:
Lozana: ¡Mira si son sesenta años éstos!
Divicia: Por cierto, que paso, que cuando vino el rey Carlo a Nápoles, que comenzó el mal incurable el año del 1488, vine yo a Italia (LIII). Aquí hay un error cronológico porque Carlos VIII, rey de Francia, entró en Nápoles el 22 de febrero de 1495. 

El compañero explica al autor: “Esta Lozana es sagaz, y bien mirado ha de todo lo que pasan las mujeres en esta tierra, que son sujetas a tres cosas: a la pensión de la casa, y a la gola, y al mal que después les viene de Nápoles (XXIV).

Lozana y Divicia hablan de la procedencia de la plaga, y la hipótesis es que habían echado sangre de perros y leprosos en vino y en agua que la gente bebía y se infectaba, y hasta hablan desde cuándo.
Lozana: ¿Y las plagas?
Divicia: En Nápoles comenzaron… Munchos murieron, y como allí se declaró y se pegó, la gente que después vino d’España llamábanlo mal de Nápoles, y éste fue su principio, y este año de veinte y cuatro (1524) son treinta y seis años que comenzó (LIV). Según esta cuenta habría comenzado en 1488; pero otro dato de la llegada del rey francés Carlos VIII a Nápoles fue en 1495. Hay un error de 7 años. Pero ya hay cierta alusión a España como origen del mal.

Francisco López de Gómara: Habla de los soldados españoles enfermos de bubas en la isla Española: “Sintiéndose atormentar y no mejorando, se volvieron muchos de ellos a España por sanar, y otros a negocios, los cuales pegaron su encubierta dolencia a muchas mujeres cortesanas, y ellas a muchos hombres que pasaron a Italia a la guerra de Nápoles a favor del rey don Fernando el Segundo contra franceses, y pegaron allá aquél su mal. En fin se les pegó a los franceses; y como fue a un mismo tiempo, pensaron ellos que se les pegó de italianos, y llamáronle mal napolitano (XXIX). 

Carreta
Francisco Delicado:
Valerián: […] a ellos doman ellas, y a ellas doma la carreta (XXX). Según el editor se refiere al mal que ya padece Lozana.

En la “Historia general de las Indias” (Franciso López de Gómara), escrita 28 años después de el “Retrato de Lozano Andaluza” (Francisco Delicado), ya hay un breve reconocimiento de que los españoles fueron los portadores del mal. “Empero también hubo quien le llamó sarna española (XXIX). El cronista cita a autoridades que estudiaron el mal: “Hacen mención de este mal Joanes de Vigo, médico, y Antonio Sabelico, historiador, y otros diciendo que se comenzó a sentir y divulgar en Italia el año de 1494 y 95” (XXIX). Los datos cronológicos son los más cercanos a los primero viajes de los españoles al Nuevo Mundo. Este mismo cronista escribe de que el mal no se quedó en Europa sino que fue llevado a India: “[…] y Luis Bertomán, que en Calicut por entonces pegaron a los indios este mal de bubas en viruelas, dolencia que no tenían ellos y que mató infinitos” (XXIX).


III. La medicina procedente del nuevo mundo

Leño o leña de Indias Occidentales, palo santo.

Francisco Delicado:
Lozana habla de la planta medicinal llegada desde el Nuevo Mundo: “Ya comienza a aplacarse (el mal) con el leño de las Indias Occidentales. Cuando sean sesenta años que comenzó, alora cesará” (LIV). Pronostica que el mal será superado a los sesenta años de su aparición, en 1548 según sus cálculos. El uso de seis décadas, otra vez, tiene la connotación sexual por el número seis, que en latín es sex.

Sin embargo, Lozana no conoce por tratamiento propio el remedio venido del Nuevo Mundo: “Di que sanarás el mal francés, y te judicarán por loco del todo, que ésta es la mayor locura que uno puede decir, salvo quél leño salutífero (LV).

Sobre el palo guayaco, Delicado escribió un tratado como él mismo lo declara en su “Cómo se escusa el autor”, que aparece después de los 66 mamotretos del Retrato de La Lozana Andaluza: “Y en el tratado que hice del leño de India, sabréis el remedio mediante el cual me fue contribuida la sanidad”. Por ser un enfermo del mal de Francia es que pudo describir con detalles los síntomas de esta enfermedad. 

 Francisco López de Gómara:
“Así como vino el mal de las Indias, vino el remedio, que también es otra razón para creer que trajo de allá origen, el cual es el palo y árbol dicho guayacán, de cuyo género hay grandísimos montes. También curan la misma dolencia con palo de la China, que debe ser el mismo guayacán o palo santo, que todo es uno. Era este mal a los principios muy recio, hediondo e infame; ahora no tiene tanto rigor ni tanta infamia” (XXIX). Al hablar de la isla Boriquén (Puerto Rico) agrega: “Hay también mucho guayacán, que llaman palo santo, para curar de bubas y otras dolencias” (XLIV).

Las medicinas como el guayacán (siglos XV y XVI), el salvarsán y el neosalvarsán (inicios del s. XX) no fueron tan eficientes en todos los casos; sólo después del descubrimiento de la penicilina es que la terrible enfermedad venérea ha llegado a tener curación.

 IV. Comentario final


La rápida conquista de América no se debió sólo por la superioridad de armas de los españoles; también hubo un factor muy importante que poco se ha tomado en cuenta en las historias: la llegada de nueva enfermedad que en poco tiempo mató más indígenas que los conquistadores. Los indígenas, al ver que los forasteros no morían de la peste que los estaba matando, los llamaron teules considerándolos poderosos y con naturaleza divina. Y los españoles, conocedores de este trato espcial, hicieron todo lo posibles para no perder esa calificación. “Y a esta causa, […] nos llamaron teules, qu es, como he dicho, o dioses o demonios”[7]. [...] y enterramos el muerto en una de aquellas casas que tenían hechas en los soterraños, porque no lo viesen los indios que éramos mortales, sino que creyesen que éramos teules como ellos decían”[8].

En las primeras relaciones de grupos humanos diferentes, naturalmente, hay intercambios de morbos que se convierten en pestes por no haber defensa ante nuevos microorganismos. Si la viruela fue la causa de la muerte de muchos americanos; la sífilis también causó estragos en la población europea.

El novelista Mario Vargas Llosa al narrar la vida del pintor francés Paul Gauguin (París 1848 – Atuona, Islas Marquesas, 1903) en su novela “El paraíso en la otra esquina”, no menciona ni una vez la palabra sífilis, prefiere llamarla “la enfermedad impronunciable” 17 veces; y una vez la llama “la maldita”. Aquí están algunas citas de la novela: “[…] traías dentro de ti la enfermedad impronunciable, Paul. Una marca infamante, pero, también, tu credencial de hombre sin frenos”. ¿Quién le había contagiado este mal? ¿Dónde? Refiriéndose a una prostituta conocida como vagina dentata, dice: “¿Te había contagiado ella la enfermedad impronunciable? […] ¿A esa negra panameña debías que se te hubiera debilitado la vista, que te fallara el corazón, que las piernas se te hubieran llenado de pústulas?”  p. 246. Paul Gauguin, como los españoles del Siglo XV, se contagió en América.
 


[1] Manuel Alcalá: Nota preliminar de “Cartas de Relación” de Hernán Cortés, p. XI
[2] Bernal Díaz del Castillo: “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, pp. 656-7.
[3] Hernán Cortés: “Cartas de Relación”, pp.104-105.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem: Nota 8. Mamotreto LIV, p. 429.
[7] Bernal Días de castillo, cap. XLVII, p. 80.
[8] Ibid. Cap. LXV, p. 113.

Bibliografía
 
 Carranza Romero, Francisco: “Diccionario quechua ancashino – castellano”. Edit.
Vervuert, Madrid, 2003.
Cortés, Hernán: “Cartas de Relación”. Edit. Porrúa, México, 1979.
Delicado, Francisco: “Retrato de la Lozana Andaluza”. Edit. Cátedra, Madrid, 1985.
Díaz del Castillo, Bernal: “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Edit.
Porrúa,México D.F., 2002.
Fernández, Adela: “Diccionario ritual de voces nahuas”. Edit. Panorama, México D.F.,                1985.
Gómez de Silva, Guido: “Breve diccionario de la lengua española”. FCE, México D. F.,             1985.
López de Gómara, Francisco: “Historia general de las Indias”. Biblioteca Ayacucho,                  Caracas, 1979.    
Vargas Llosa, Mario: “El paraíso en la otra esquina”. Edit. Alfaguara, Bogotá, 2003.







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