EL LENGUAJE DELATA EL PROBLEMA SOCIAL
Francisco Carranza Romero
Foto Agencia Andina El Peruano
Rechazo del nombre indígena y patrones
Para iniciar narro y comento tres experiencias de los que se atrevieron
poner nombres quechuas a sus descendientes.
Un campesino, aprovechando la llegada del sacerdote para la fiesta del
pueblo cercano, viajó a pie con su esposa cargando al hijito para bautizarlo. El
cura, en el momento de hacer la lista de los bautizantes, rechazó el nombre quechua Hawi Rumi porque no era un nombre cristiano y pronunció el principio: Todo cristiano debe
tener su santo patrón. Y, al instante miró la fecha de nacimiento del niño: 3 de diciembre,
luego el calendario litúrgico cristiano donde cada día está dedicado a uno o
más santos patrones. Con su autoridad de celebrante del rito sagrado impuso el
nombre según el calendario. ¿Acaso un campesino podía discutir al ministro de
la divinidad? La criatura fue bautizada. Ya podía tener la partida de bautismo,
un documento que sirve para cualquier gestión.
Los pueblos, como las gentes, también tienen su santo patrón o santa patrona
a quienes no sólo les invocan ayuda, sino que les celebran fiestas para
alegrarlos. Los santos protectores y devotos son fiesteros.
Ahora, hablemos sobre la etimología de la palabra “patrón”. Procede de la
lengua latina: pater (nominativo), patris (genitivo); quitando la desinencia -is
queda la raíz patr-. Agregada a ésta el sufijo -onus, nace la nueva palabra: “patronus”.
De allí viene el castellano “patrón” cuyo femenino es “patrona”. El sufijo aumentativo
-on no sólo indica más tamaño; también magnifica la cualidad. En este caso,
patrón significa: padre superior, padre más importante que el papá sanguíneo.
Aunque continúa el discurso recurrente sobre el santo patrón también son
impuestos otros nombres relacionados con el calendario litúrgico como:
Adviento, Ascensión, Asunción, Circuncisión, Concepción, Corpus, Cuaresma,
Epifanía, Inmaculada, Purificación, etc.
Si la palabra patrón se hubiera quedado sólo en el ámbito religioso no
merecería el comentario crítico; pero, se ha extendido solapadamente al ámbito
social como algo muy normal. Así el hacendado es patrón, y su esposa es
patrona. En la ciudad, a donde llegan los de la zona rural buscando trabajo, el
empleador y su esposa son “patrón” y “patrona” respectivamente. El uso de los
mismos calificativos sacraliza y justifica la estructura social en que vivimos.
Así los poderes temporales y religiosos fueron y son cómplices conscientes o
inconscientes del tipo de la estructura social.
Los calificativos “patrón, patrona” son usados por la servidumbre, quizás
sin cuestionar, porque el colonialismo se ha internalizado en la mente e institucionalizado
en la sociedad como algo muy normal. Los pensadores antiguos antes de nuestra
era, para justificar la monarquía y la situación de los subalternos, ya decían
que unos hombres nacen para servir y otros para ser servidos. Era el destino del
ser humano. Muchos cristianos poco recordamos la enseñanza del rebelde
crucificado: Todos los seres humanos son hijos de dios.
Otro campesino, después de dos días de viaje, llegó a la capital del
distrito para registrar a su hija dentro del plazo establecido. Esperó su turno
y, cuando le tocó, se acercó a la secretaria para declarar el nacimiento de su
hija.
¿Nombre? -preguntó la secretaria abriendo un cuaderno grande, con la pluma
en la mano y dispuesta a abreviar la visita y conversación.
Ayra, señorita -contestó el campesino recordando que la hija de su tío se
llama así, como la mujer de la mitología andina que ayuda a la gente buena, y
cuya morada es la laguna, catarata y encañada.
¿Aira? Ese nombre no existe -negó con toda autoridad la funcionaria-. Maira
sí existe. Y voy a poner Maira.
Así será, señorita. -El campesino ya estaba pensando en pagar por el
registro y hacer sus compras para iniciar el camino de retorno. No tenía tiempo
ni valor para contradecir.
Ni el sacerdote ni la secretaria explicaron los significados de los nombres
que imponían porque en Perú, desde hace casi cinco siglos, ya no se preocupan
por los significados de los nombres. En el antiguo mundo andino y en los
pueblos asiáticos los nombres no eran ni son arbitrariedades.
El nombre Maira, impuesto por la secretaria, explicado con criterios
lingüísticos: Es el resultado de la metátesis de la palabra María o Maria. La
vocal i se cambia de lugar de la segunda sílaba a la primera saltando sobre el
sonido vibrante simple. Este fenómeno del cambio fonético intralexical se da en
muchas palabras y en todas las lenguas.
Ahora es muy común encontrar en la zona rural a gente con nombres
procedentes de otros idiomas; muchas veces, nombres mal escritos. También hay
nombres de productos y marcas. Es el efecto de los medios de comunicación y del
mayor contacto con la ciudad. Y lo más común, no saben de qué lengua proceden esos
nombres ni qué hablar de sus significados. Tanto es el peso del prejuicio y la
discriminación de la cultura indígena que los campesinos quieren
desindigenizarse con los nombres. Es el resultado de que ninguna institución (familia,
escuela, sociedad) fomenta el orgullo de la cultura nacional que tiene sus
raíces de siglos y milenios.
Ahora relato una experiencia personal: En el consulado peruano registré a
mis hijas con nombres quechuas sin ningún problema. Pero, en una reunión
organizada por la embajada, un peruano, al oír nombrar a mis hijas, me hizo oír
su comentario prejuicioso: ¿Son apodos?
Como conocía a ese técnico le respondí: Son nombres quechuas. Y, ¿cómo se
llama su hijo?
Mateo -fue su respuesta inmediata como demostrándome que su hijo sí tenía
un buen nombre.
¿Sabe qué significa el nombre Mateo?
No. No sé. Así se llama mi papá -me contestó sonriente, muy fresco, alzando
sus hombros hacia sus orejas y sin ninguna curiosidad.
Yo sí sé qué significan los nombres de mis hijas y cómo sus nombres se
relacionan con sus apellidos -dije con la sonrisa irónica y me retiré porque no
era posible un diálogo cómodo; aunque peruanos por el país de nacimiento, no teníamos
la misma formación.
Y mis hijas con nombres quechuas fueron bautizadas por el sacerdote Wenceslao Calderón (persona de mente abierta), crecieron y se profesionalizaron sabiendo el significado de las palabras que las identifican. Creo que de algo les sirvieron sus nombres en el camino de la vida. Y ellas, ya mayores, dicen que gracias a sus nombres no las confunden en los consulados peruanos. Cito dos proverbios: En quechua: Shutipis naanim (El nombre también es el camino). Y en latín: Nomen omen est (El nombre es el destino).
Expreso mis respetos a los valientes padres que, superando el ambiente
interno de prejuicios y discriminaciones, pusieron nombres quechuas a sus
hijos. Y también mis respetos a los hijos que no sienten vergüenza por sus
nombres. Una demostración de la peruanidad multicultural y multiétnica. Esta
actitud es la resistencia frente a la tendencia general: parecer en vez de ser.
Los modernos peruanos del del siglo XXI tenemos tantas cosas que mejorar comenzando
por el cuestionamiento del uso adecuado del léxico común y propio; y asumir
nuestra realidad histórica y cultural sin sentir vergüenza de nuestra cultura
nativa.
Sólo la reflexión crítica nos ayuda a ver en qué tipo de sociedad vivimos:
sociedad que fomenta el supremacismo y la discriminación.
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