LA GENERACIÓN VIRTUAL,
RESPONSABLE DEL FUTURO
Francisco Carranza Romero
Los menores
Los niños, adolescentes y
jóvenes de la etapa escolar, que viven con mascarillas o tapabocas y con el
celular o laptop en las manos, reciben sus clases virtuales a través de esos maravillosos
aparatitos, y ya se han acostumbrado a la nueva modalidad educativa. Además,
han adquirido nuevos hábitos que generan problemas personales, familiares y
sociales. Es que, con el pretexto de las clases virtuales, ya no se desprenden
de esos aparatos porque allí han descubierto muchos programas maravillosos: redes
sociales, juegos personales y en grupo, videos con imágenes de todo color y sabor
con escenas que no sólo enriquecen la imaginación también la perturban. Los
menores de hoy prefieren el chateo en vez de la conversación oral, aunque estén
muy cercanos; no sólo chatean con los amigos sino hasta con los desconocidos que
aparecen amables o amenazadores en la pantalla. Es que, si no están conectados,
se sienten muy solos, y así no se sienten vivos. Ante un problema, no preguntan
a los mayores, tampoco reflexionan buscando la respuesta personal; prefieren
hallar la orientación y solución en el aparatito. Pertenecen a la generación de
las redes sociales.
En el lenguaje de ellos
es muy común el uso del verbo “matar” porque en los juegos que practican
diariamente se ganan matando o eliminando a otro u otros. El objetivo es ganar
el juego.
En ese mundo virtual de ansiedad
hay mucha presión de otros con quienes comparten las plataformas que hasta
pueden inducir al asesinato y suicidio.
Estos escolares virtuales,
guiados por su exacerbada emotividad y curiosidad, se suscriben a nuevos
programas o los descargan mecánicamente sin ninguna preocupación de que pueden afectar
las cuentas bancarias de sus padres. Los nuevos videoaficionados y ludópatas ya
están drogados y enfermos, son los nuevos y seguros clientes para las empresas que
comercializan los programas, y son también los nuevos pacientes para los
psicólogos y psiquiatras.
Los adultos
Muchos padres de familia,
que antes poco se preocupaban de la educación de sus engendros porque confiaban
que las escuelas formaran a sus hijos, ahora tienen que asumir esa labor sin
estar bien preparados para los nuevos tiempos. Antes, cuando los menores creaban
problemas durante las vacaciones, los padres decían como amenaza y deseo de
liberación: Ya pronto se irán a la escuela.
Ahora, los que creen que
su deber termina con darles las herramientas para las clases virtuales,
enfrentan nuevos y serios problemas: los menores ya no dialogan con los adultos
ni siquiera entre ellos, prefieren pasar el tiempo con sus aparatitos, porque han
descubierto que el mundo virtual es más distraído y variado, y de menos
responsabilidades visibles.
Muchos adultos, que
carecen de la destreza en el uso de los nuevos aparatos de comunicación, no
pueden orientar ni controlar a los menores. En muchos casos, para mala suerte,
dependen de los menores para usar y solucionar los problemas de las nuevas y
sofisticadas máquinas de comunicación.
La pandemia no sólo ha causado
el caos en el mundo; también ha dado la felicidad a las industrias que producen
y venden celulares, tabletas y programas; a los laboratorios y clínicas
relacionadas con Covid-19; a las funerarias y cementerios. Los comerciantes valoran
la vida por las ganancias económicas; ellos no se preocupan de las
consecuencias por más negativas que sean. Ellos están drogados por el dinero.
A pesar de todo lo
expuesto, si queremos vivir con optimismo, es el tiempo de aprovechar los avances
de la tecnología y prepararnos para los nuevos retos del proceso de la
virtualización del mundo. Nos guste o no, este fenómeno es irreversible. Comencemos
a cuestionar los valores de la vida desde el hogar, la escuela, la sociedad y
las instituciones.
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