SER INDÍGENA EN PERÚ
FRANCISCO CARRANZA ROMERO
Acabo de leer el libro de Luis Millones "Perú indígena" (Fondo Editorial de Congreso del Perú, Lima,
2008). El autor expone con argumentos claros
y con datos precisos la política y la actitud de las autoridades
gubernamentales frente a la población indígena que desde
1532 defiende sus tierras comunales ante la ambición de los
conquistadores españoles, criollos, mestizos, clérigos, militares,
empresarios, etcétera.
Referencias históricas
Desde que Cristóbal Colón llamara erróneamente “indios” a
los pobladores de las islas del Caribe porque pensó que había
llegado a las Indias, esta palabra fue mal usada. Más tarde,
cuando comprobaron que ese territorio no eran las Indias, llamaron
Indias Occidentales a todo el continente.
Por esa avidez
de enriquecerse con el trabajo y las riquezas de los nuevos
conquistados recurrieron a los intelectuales de entonces para
que justificaran la conquista y la colonización. En 1550 los
dominicos Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas (obispo
de Chiapas) polemizaron sobre la legitimidad de la conquista
y colonización.
Sepúlveda defendió la legitimidad de la dominación de los civilizados cristianos sobre los incivilizados por ser éstos bárbaros, incultos, inhumanos, paganos, gentiles e infieles.
Las Casas, que compartía la vida con los indígenas americanos por décadas, los defendió valientemente bajo el principio de la igualdad del género humano. Pero, como los poderes político y religioso estaban en santa alianza, su voz crítica fue desechada y calificada de “leyenda negra”. Para la corona española los indígenas significaron: nuevos tributarios y nueva mano de obra. Para la iglesia católica los indígenas significaron: nuevos creyentes y nueva mano de obra para las parroquias.
Sepúlveda defendió la legitimidad de la dominación de los civilizados cristianos sobre los incivilizados por ser éstos bárbaros, incultos, inhumanos, paganos, gentiles e infieles.
Las Casas, que compartía la vida con los indígenas americanos por décadas, los defendió valientemente bajo el principio de la igualdad del género humano. Pero, como los poderes político y religioso estaban en santa alianza, su voz crítica fue desechada y calificada de “leyenda negra”. Para la corona española los indígenas significaron: nuevos tributarios y nueva mano de obra. Para la iglesia católica los indígenas significaron: nuevos creyentes y nueva mano de obra para las parroquias.
Luis Millones también opina que la rápida despoblación de
América no fue sólo el resultado de la sobreexplotación de los
indígenas en las minas, cultivos y obrajes; fue también por la
carencia de antígenos ante las nuevas enfermedades como
sarampión, viruela, peste bubónica, influenza, etcétera.
Decretos de buena voluntad
El decreto del libertador José de San Martín en 1821: “En
adelante no se denominarán aborígenes, indios o naturales:
ellos son hijos y ciudadanos del Perú y con el nombre de
PERUANOS deben ser reconocidos”, es un gesto de muy buena
voluntad.
Sin embargo, la independencia del Perú no mejoró la
situación del indígena.
En 1823 se reconoció que el sufragio es
universal, pero en 1828 se estableció que el derecho de sufragio
es para los que tienen el ingreso anual superior a 800
pesos, una indirecta forma de descartar a la población pobre
de indígenas.
En 1854 Ramón Castilla declaró la libertad de los esclavos
afroperuanos.
A los indígenas, después de la Guerra del Pacífico, se les aumentó el tributo y el trabajo obligatorio para
mejorar la economía del gobierno. Por eso, en 1885 estalló la
rebelión indígena en el Callejón de Huaylas (Áncash). El gobernante
Miguel Iglesias mandó al ejército para que acabara con
los rebeldes. Pedro Pablo Atusparia y Pedro Cochachín Celestino,
líderes indígenas muertos en desigual lucha, sobreviven
en la memoria histórica de los pueblos andinos.
“A los ojos de los limeños del XIX, los indígenas eran la
causa del retraso de la nación y cuyo proceso de integración
tenía que pasar por la destrucción de su modo de vida, o bien
por su reemplazo por “razas mejores”. Lo que dice el historiador
y antropólogo Millones no es ninguna novedad. Para muchos
racistas, la “mancha india” era la causa del atraso.
En el
siglo XX, siguiendo este criterio los hacendados arrebataron
tierras y ganados a los indígenas y los convirtieron en siervos.
El gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, propulsor
de la reforma agraria, (1970), prefirió llamarlos “campesinos”.
Sin embargo, esta denominación sólo hace contraste con la
urbe, evade el asunto cultural.
En 1993 el gobierno hizo referencia del respeto a la
comunidad campesina.
En 1994 el gobierno hizo el convenio con la Organización
Internacional de Trabajo, y creó la Unidad de Asuntos Indígenas,
y lo ubicó dentro del Ministerio de Trabajo. Se creó una institución
sin autonomía y que depende de la burocracia estatal.
En 1995 se habló de la inversión privada en las tierras comunales.
Pero, el acuerdo de la inversión sin la participación de
las comunidades campesinas crea problemas.
En el siglo XXI: En 2000 sale la Resolución Ministerial No. 159: “Directiva
para promover y asegurar el respeto a la identidad étnica y cultural
de los pueblos indígenas, comunidades campesinas y
nativas a nivel nacional” (Ministerio de la Mujer y del Desarrollo
Humano). Los indígenas y discapacitados pasan al Ministerio
de la Mujer.
En 2001 se promulga la Ley 27425 que “oficializa los festivales
rituales de identidad nacional”. Los legisladores apoyan
los festivales indígenas porque atraen a los turistas extranjeros.
Y las grandes agencias de turismo son prósperos negocios que
venden la imagen indígena del Perú.
Tantas leyes imprecisas y sin una planificación real convierten
a los indígenas en partes del paisaje turístico, en entes
sin voz ni representación en el congreso. Y la legislación del
Perú del Siglo XXI no sabe cómo llamar a los indígenas; y esto
demuestra la incapacidad o la falta de voluntad para resolver el
problema siquiera en el plano lingüístico. Por último, no se
sabe en dónde ubicar el asunto.
Los indígenas demuestran su existencia real cuando
defienden la propiedad comunal (tierra, agua) y la práctica de
su cultura, y se enfrentan a la oficialidad que los ignora. Los
inmigrantes pueden quejarse y pedir apoyo acercándose a sus
embajadas; pero los indígenas, ¿ante quién pueden expresar
sus quejas?
Las universidades, que deberían de responder
ante este problema nacional, forman profesionales que no
pueden comprender su realidad porque viven con la mirada
puesta en el extranjero.
La rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
en Chiapas (México) y la muerte de miles de indígenas quechuas,
víctimas de los guerrilleros y del ejército peruano, son
claras muestras que desde el siglo XVI hasta el XXI muchos
siguen repitiendo la teoría de Ginés de Sepúlveda: la civilización
debe imponerse a la barbarie.
Todos somos indígenas
Hace algunos años escribí el artículo “Todos somos indígenas”,
publicado en una revista de México (Universo de El Búho) como
respuesta a una revista peruana que calificaba de “indio” al
presidente Alejandro Toledo. En el artículo demostré, lingüísticamente,
que todos somos indígenas de algún lugar porque
esta palabra compuesta significa: originario, natural del
lugar (inde: del lugar, de allí; gena: originario), por eso hay:
terrígena (natural de la Tierra), alienígena (natural del territorio
ajeno a la Tierra). Con este criterio decimos indígenas
de Europa, indígenas de Asia, indígenas de África, indígenas de
Oceanía, indígenas de América. Sin embargo, muy pocos usuarios
de la lengua castellana tienen conocimientos sincrónicos
y diacrónicos de la lengua que usan.
Por esta ignorancia hablan
despectiva y prejuiciosamente cuando se refieren a los hablantes
de lenguas nativas o a los que tienen manifestaciones culturales
diferentes de los europeos.
Ante esa actitud despectiva, los mismos indígenas prefieren
calificarse de quechuas, aymaras, campas, huitotos, cashinahuas,
boras, etcétera. No aceptan los adjetivos indígena,
amerindio, indoamericano, aborigen, nativo.
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