viernes, 5 de agosto de 2016

SER INDÍGENA EN PERÚ


SER INDÍGENA EN PERÚ

FRANCISCO CARRANZA ROMERO

Acabo de leer el libro de Luis Millones "Perú indígena" (Fondo Editorial de Congreso del Perú, Lima, 2008). El autor expone con argumentos claros y con datos precisos la política y la actitud de las autoridades gubernamentales frente a la población indígena que desde 1532 defiende sus tierras comunales ante la ambición de los conquistadores españoles, criollos, mestizos, clérigos, militares, empresarios, etcétera. 

Referencias históricas 

Desde que Cristóbal Colón llamara erróneamente “indios” a los pobladores de las islas del Caribe porque pensó que había llegado a las Indias, esta palabra fue mal usada. Más tarde, cuando comprobaron que ese territorio no eran las Indias, llamaron Indias Occidentales a todo el continente. 

Por esa avidez de enriquecerse con el trabajo y las riquezas de los nuevos conquistados recurrieron a los intelectuales de entonces para que justificaran la conquista y la colonización. En 1550 los dominicos Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas (obispo de Chiapas) polemizaron sobre la legitimidad de la conquista y colonización.

Sepúlveda defendió la legitimidad de la dominación de los civilizados cristianos sobre los incivilizados por ser éstos bárbaros, incultos, inhumanos, paganos, gentiles e infieles.

Las Casas, que compartía la vida con los indígenas americanos por décadas, los defendió valientemente bajo el principio de la igualdad del género humano. Pero, como los poderes político y religioso estaban en santa alianza, su voz crítica fue desechada y calificada de “leyenda negra”. Para la corona española los indígenas significaron: nuevos tributarios y nueva mano de obra. Para la iglesia católica los indígenas significaron: nuevos creyentes y nueva mano de obra para las parroquias.

Luis Millones también opina que la rápida despoblación de América no fue sólo el resultado de la sobreexplotación de los indígenas en las minas, cultivos y obrajes; fue también por la carencia de antígenos ante las nuevas enfermedades como sarampión, viruela, peste bubónica, influenza, etcétera. 

Decretos de buena voluntad

El decreto del libertador José de San Martín en 1821: “En adelante no se denominarán aborígenes, indios o naturales: ellos son hijos y ciudadanos del Perú y con el nombre de PERUANOS deben ser reconocidos”, es un gesto de muy buena voluntad. Sin embargo, la independencia del Perú no mejoró la situación del indígena.

En 1823 se reconoció que el sufragio es universal, pero en 1828 se estableció que el derecho de sufragio es para los que tienen el ingreso anual superior a 800 pesos, una indirecta forma de descartar a la población pobre de indígenas.

En 1854 Ramón Castilla declaró la libertad de los esclavos afroperuanos.

A los indígenas, después de la Guerra del Pacífico, se les aumentó el tributo y el trabajo obligatorio para mejorar la economía del gobierno. Por eso, en 1885 estalló la rebelión indígena en el Callejón de Huaylas (Áncash). El gobernante Miguel Iglesias mandó al ejército para que acabara con los rebeldes. Pedro Pablo Atusparia y Pedro Cochachín Celestino, líderes indígenas muertos en desigual lucha, sobreviven en la memoria histórica de los pueblos andinos. “A los ojos de los limeños del XIX, los indígenas eran la causa del retraso de la nación y cuyo proceso de integración tenía que pasar por la destrucción de su modo de vida, o bien por su reemplazo por “razas mejores”. Lo que dice el historiador y antropólogo Millones no es ninguna novedad. Para muchos racistas, la “mancha india” era la causa del atraso.

En el siglo XX, siguiendo este criterio los hacendados arrebataron tierras y ganados a los indígenas y los convirtieron en siervos. El gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, propulsor de la reforma agraria, (1970), prefirió llamarlos “campesinos”. Sin embargo, esta denominación sólo hace contraste con la urbe, evade el asunto cultural.

En 1993 el gobierno hizo referencia del respeto a la comunidad campesina.

En 1994 el gobierno hizo el convenio con la Organización Internacional de Trabajo, y creó la Unidad de Asuntos Indígenas, y lo ubicó dentro del Ministerio de Trabajo. Se creó una institución sin autonomía y que depende de la burocracia estatal.

En 1995 se habló de la inversión privada en las tierras comunales. Pero, el acuerdo de la inversión sin la participación de las comunidades campesinas crea problemas.

En el siglo XXI: En 2000 sale la Resolución Ministerial No. 159: “Directiva para promover y asegurar el respeto a la identidad étnica y cultural de los pueblos indígenas, comunidades campesinas y nativas a nivel nacional” (Ministerio de la Mujer y del Desarrollo Humano). Los indígenas y discapacitados pasan al Ministerio de la Mujer.

En 2001 se promulga la Ley 27425 que “oficializa los festivales rituales de identidad nacional”. Los legisladores apoyan los festivales indígenas porque atraen a los turistas extranjeros. Y las grandes agencias de turismo son prósperos negocios que venden la imagen indígena del Perú.

Tantas leyes imprecisas y sin una planificación real convierten a los indígenas en partes del paisaje turístico, en entes sin voz ni representación en el congreso. Y la legislación del Perú del Siglo XXI no sabe cómo llamar a los indígenas; y esto demuestra la incapacidad o la falta de voluntad para resolver el problema siquiera en el plano lingüístico. Por último, no se sabe en dónde ubicar el asunto.

Los indígenas demuestran su existencia real cuando defienden la propiedad comunal (tierra, agua) y la práctica de su cultura, y se enfrentan a la oficialidad que los ignora. Los inmigrantes pueden quejarse y pedir apoyo acercándose a sus embajadas; pero los indígenas, ¿ante quién pueden expresar sus quejas?

Las universidades, que deberían de responder ante este problema nacional, forman profesionales que no pueden comprender su realidad porque viven con la mirada puesta en el extranjero. La rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas (México) y la muerte de miles de indígenas quechuas, víctimas de los guerrilleros y del ejército peruano, son claras muestras que desde el siglo XVI hasta el XXI muchos siguen repitiendo la teoría de Ginés de Sepúlveda: la civilización debe imponerse a la barbarie. 

Todos somos indígenas

Hace algunos años escribí el artículo “Todos somos indígenas”, publicado en una revista de México (Universo de El Búho) como respuesta a una revista peruana que calificaba de “indio” al presidente Alejandro Toledo. En el artículo demostré, lingüísticamente, que todos somos indígenas de algún lugar porque esta palabra compuesta significa: originario, natural del lugar (inde: del lugar, de allí; gena: originario), por eso hay: terrígena (natural de la Tierra), alienígena (natural del territorio ajeno a la Tierra). Con este criterio decimos indígenas de Europa, indígenas de Asia, indígenas de África, indígenas de Oceanía, indígenas de América. Sin embargo, muy pocos usuarios de la lengua castellana tienen conocimientos sincrónicos y diacrónicos de la lengua que usan.

Por esta ignorancia hablan despectiva y prejuiciosamente cuando se refieren a los hablantes de lenguas nativas o a los que tienen manifestaciones culturales diferentes de los europeos. Ante esa actitud despectiva, los mismos indígenas prefieren calificarse de quechuas, aymaras, campas, huitotos, cashinahuas, boras, etcétera. No aceptan los adjetivos indígena, amerindio, indoamericano, aborigen, nativo.


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