CONOCERNOS MEJOR
Francisco Carranza Romero (23/09/2012)
Maestro Yi Chong-Jun (como es más conocido: el apellido precediendo al nombre)
Este escrito tiene dos partes: La primera es sobre un escándalo deportivo
actual; la segunda es un recuerdo a un amigo coreano.
Indisciplina y violencia física
En la última semana de agosto de 2012 la prensa peruana se ha ocupado de la
denuncia de una atleta peruana de haber sido agredida físicamente por el
entrenador surcoreano Pedro Kim durante los Juegos Olímpicos de 2012 en
Londres. “No voy a permitir que un tipo extranjero venga a abusar aquí en mi
país […] Pelearé hasta que el profesor Kim sea despedido por el IPD (Instituto
Peruano de Deporte)”. Días después, 14 deportistas peruanos redactaron un
documento y lo enviaron a IPD lamentando la indisciplina y apoyando la
calidad profesional del señor Kim.
Estos hechos y comentarios me inducen a
juzgar los acontecimientos con mente fría y sin tanto nacionalismo ni
xenofobia. .
La atleta Tejeda quería ir a ver la carrera de su amigo peruano. El señor Kim la
prohibió porque ella necesitaba concentración porque tenía que competir
pronto. Ella desobedeció y se fue a hacer lo que le dio la gana. El intercambio
de palabras y hasta la denunciada violencia fueron las consecuencias.
El 15 de
septiembre el IPD destituyó al señor Kim de su puesto; la indisciplinada atleta
quedó satisfecha.
Como peruano que he laborado en una universidad coreana por más de un
cuarto de siglo conozco algo sobre los coreanos y su cultura, por eso me
atrevo a opinar con imparcialidad sobre este caso:
1. La indisciplina de algunos deportistas peruanos ya sea en deportes
individuales o de grupo, no es ninguna novedad. La misma prensa que
un día los idolatra, los destroza días después especulando y demostrando
las indisciplinas. Todo vale para el mundo del sensacionalismo
periodístico.
2. Tampoco es novedad la actitud prejuiciosa de algunos coreanos hacia
el extranjero, especialmente si no es de un país rico. Y si estos
prejuiciosos llegan al Perú, fuera de su actividad de comercio, cometerán
muchos errores de trato hacia los peruanos.
3. El apoyo de otros deportistas peruanos al señor Kim es elogiable
porque ellos no lo juzgan con criterio nacionalista y racista. Vale mucho
ser amigo de la verdad que del paisano.
Y, aprovechando esta
oportunidad, pregunto a los coreanos: Si este caso similar hubiera
ocurrido con un peruano en Corea, ¿cuántos coreanos lo habrían apoyado
públicamente?
Perú y la República de Corea (Corea del Sur) mantienen las relaciones
diplomáticas por más de cuatro décadas. Los dos países son firmantes de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (Artículo 2, inciso: 1. Toda
persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración,
sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento
o cualquier otra condición.).
Son miembros de APEC y han firmado el Tratado
de Libre Comercio. Durante el tiempo de las relaciones ha habido las visitas
recíprocas de los presidentes, ministros y otras autoridades para estrecharse
las manos, abrazarse efusivamente, hacerse venias, pronunciar bellos y
emotivos discursos y firmar los documentos de buenas intenciones. Sin
embargo, ¿cuánto se ha avanzado en el mutuo conocimiento de ambos
pueblos? Sin el mutuo conocimiento no se puede esperar el mutuo respeto.
Es de suma urgencia iniciar la investigación de los textos escolares peruanos
de primaria y secundaria para comprobar cuánto y qué se dice de Corea, que
no es China ni Japón aunque esté en el mismo continente. Asimismo, se debe
investigar los textos de primaria, Middle School y High School de Corea para
comprobar lo que se dice de Perú. Sólo después de esta investigación
opinaremos cuánto esfuerzo hemos hecho por conocernos.
Precisamente ahora
recuerdo al sacerdote Francisco Marroquín, quien, en el siglo XVI y desde
Guatemala, escribió al rey de España sugiriendo el trato que se debía dar a los
pobladores del Nuevo Mundo: “Conocerlos hemos. Conocernos han”. Y,
siguiendo ese consejo, la labor de los peruanos y coreanos del siglo XXI debe ser: Conocernos hemos. Por no conocernos bien nos faltamos el respeto y nos
miramos como seres muy diferentes siendo del mismo grupo zoológico
humano.
Maestro Chongjun Yi en el Recuerdo
Ni bien terminaba el mes de julio de 2008, en Lima me enteré de la muerte del
maestro Chongjun Yi. En el mes de marzo de 2008 cuando estuve en Corea, a
pesar de su avanzada enfermedad, me llamó para decirme con mucho esfuerzo
unas palabras de amistad. Fueron suficientes pocas palabras para expresar los
sentimientos. El verdadero amor no necesita muchas palabras. Al despedirnos
sentimos y sospechamos algo fatal. Nuestro silencio, en los dos extremos del
fono, lo expresó todo. Desde entonces siento su ausencia, aunque sus palabras
pausadas, casi cantadas y graves siguen resonando en mis oídos: “Profesor
Carranza, Corea también es su patria, y yo me siento su hermano mayor”.
Aunque desde el 2007 yo ya estaba enterado de la grave enfermedad del
maestro Yi, la noticia del mes de julio de 2008 me estremeció. Desde entonces
he recordado con más cariño nuestra relación de largos años recorriendo
Corea: montañas, lagos, ríos, playas, templos budistas, parques y los
restaurantes de comida típica.
Durante el proceso de la traducción “El paraíso cercado” (Trotta, Madrid, 2003)
y “Canto del oeste coreano” (Trotta, 2004) “La fiesta” (en prensa) fui
conociendo y admirando a este autor que escarbaba, reflexionaba y exponía
muy bien la cultura coreana. Por este motivo tuvimos varios encuentros en un
ambiente de sincera relación. Así fuimos cultivando la amistad personal y
familiar. En cada encuentro intercambiamos nuestras experiencias de hombres
nacidos en el campo y que vivíamos en la ciudad añorando nuestras infancias
entre montañas, ríos, mares y en un ambiente de un colectivismo solidario. Y
los dos estuvimos de acuerdo en calificar que la ciudad moderna, aunque nos
daba la comodidad, nos convertía en individualistas y solitarios.
Por la traducción de la novela “El paraíso cercado” tuve la oportunidad de
conocerlo como un escritor comprometido con su pueblo y su historia en los
difíciles tiempos de la dictadura militar. Cuando, por la sugerencia de la
editorial Trotta, cambiamos el título original (El paraíso de ustedes) por “El
paraíso cercado”, el maestro Yi se emocionó y dijo: “¡Exacto! Este título
interpreta muy bien el contenido y la verdadera intención de mi libro; por algo
utilizo la palabra ´cercado’ al final de cada capítulo. Al fin, por este título en
castellano siento que mi libro ha sido comprendido”. Es que esta novela
expone que el pueblo tiene el derecho de ser consultado para elegir y construir
su propio camino, y que nadie tiene el derecho de imponerle el camino porque
ni la divinidad impone el paraíso. La libertad es un derecho que debe ser
respetado.
La isla de los leprosos, escenario de la novela, es un microcosmos
de Corea bajo la dictadura militar: Los leprosos rechazan la comodidad y
modernidad que el “humanitario” director les impone sin consultarles.
“La fiesta”, una novela motivada por el fallecimiento de su propia madre, relata
la concepción del acto de morir, la muerte y el rito funerario coreano. Esta obra también me emocionó. Es que los ritos fúnebres de Corea se parecen
mucho a los ritos andinos. Cuando le conté sobre los ritos de mi pueblito
andino, él se puso serio y habló con mucha seguridad: “En los mitos y en los
ritos están las raíces más profundas de la humanidad. Y sólo con la reflexión
profunda y seria llegamos a comprender que todos somos hermanos”. El
maestro Yi no sólo era un artista, también era un antropólogo serio. Entonces,
espontáneamente, nos levantamos de nuestros asientos, nos estrechamos las
manos y nos abrazamos. Saboreando la deliciosa ensalada quimchi brindamos
el licor makoli (la chicha coreana) con el deseo de que el amor universal
supere las discriminaciones entre los seres humanos. Es que él ya estaba
enterado de la política segregacionista hacia los extranjeros en muchas
instituciones coreanas. Gracias a él y a otros amigos coreanos llegué a amar al
pueblo coreano.
Después de conocer la Península de Yucatán el maestro Yi nos comenzó a
relatar pedazos de un relato que estaba madurándolo. Sólo después de siete
años de reflexión, de pelea con las palabras, imágenes y de aproximación a los
escenarios y personajes nos mostró el relato concluido: Un viejo inmigrante
coreano descubrió en una pequeña isla de Yucatán una flor coreana, desde
entonces el abuelo se ausentaba por días porque se iba a visitarla y a
contemplarla soñando en la lejana isla Cheju, ubicada al sur de la península
coreana. Ese anciano señor Corona, adecuación del apellido Ko a la realidad
mexicana, vivía añorando su pueblo natal. Es que el maestro Yi había
comprendido el sufrimiento interminable y silencioso de los extranjeros en
tierras ajenas, especialmente cuando no son incluidos.
Aunque pasen los años no olvido al hermano mayor coreano, y sigo diciendo
mi despedida final en el último diálogo por teléfono: “Hasta luego maestro Yi”.
Estoy seguro que él, desde la otra dimensión cercana, me sigue contemplando
como a un hermano. “Coreano” o “peruano”, son simples marcas del lugar de
nacimiento y del contexto sociocultural. Ahora prefiero el silencio, las palabras
sobran. Frater Yi, requiesca in pace.
Maestro Yi Chong-Jun (como es más conocido: el apellido precediendo al nombre)
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