RITOS FÚNEBRES EN EL ÁREA RURAL DE LOS ANDES
Francisco Carranza
Romero
El fallecimiento de un ser humano es un
acontecimiento triste y doloroso no sólo para los familiares, es un hecho que
interrumpe todas las actividades de la comunidad, despierta el sentimiento
comunitario, convoca a la población dispersa en muchos caseríos, hace olvidar
las rivalidades, aunque sea temporalmente, y hace reflexionar a todos sobre el
principio Kayllam naani (Éste es el único
camino). Ante este suceso previsto o imprevisto, la familia y la comunidad
participan con mucha formalidad en la celebración de los ritos fúnebres: lavado
del cadáver, amortajamiento, velatorio, romería desde la casa hasta la tumba,
entierro y el rito de despedida al quinto día post mortem.
Este estudio se basa en las vivencias y
diálogos constantes con los pobladores de la comunidad andina quechuahablante
de Quitaracsa, mi pueblo natal, ubicada en el distrito de Yuramarca, provincia
de Huaylas, departamento de Áncash, Perú. Por eso, agradezco a mis familiares y
paisanos por haberme ayudado en la labor de la recopilación de datos.
La preferencia del estudio en el área rural es
porque en este espacio todavía se mantienen muchas expresiones culturales
nativas.
En las urbes, como sucede en otros países, la
muerte y sus ritos han sido comercializados y bastante desacralizados; sirven más
para demostrar la condición socioeconómica del difunto y sus familiares. Aquí
menciono algunos elementos diferenciadores por la condición económica: el local
del velatorio, el féretro y los arreglos del velatorio, la calidad de la mortaja,
los servicios religiosos como el responso y misa (pontifical, cocelebrada,
cantada o simplemente hablada. La participación del coro y de los que tocan los
instrumentos musicales como piano, órgano, etc. tienen sus costos), el lugar
del entierro (mausoleo, nicho común), la calidad y cantidad de los vehículos y
cargadores uniformados, y la frecuencia de los avisos y condolencias en los medios
de comunicación.
I. LA MUERTE DEL ADULTO
(YASHQA WAÑUY)
Cuando fallece un adulto los ritos fúnebres
tienen el proceso más estricto e implican mayores formalidades.
Sobre la definición de cuándo una persona es
considerada adulta no hay unidad de criterios porque el proceso de la vida
humana no sólo se mide con criterios de edad. A continuación, detallo las
etapas de la vida:
1. Wamra (niño). Se subdivide
en: llullu wamra (niño tierno, bebe), pishi
wamra (niño indefenso, menor), yashqa
wamra (niño mayor, que ya puede
defenderse). Sin embargo, muchos niños se hacen adultos pronto asumiendo las
responsabilidades de los mayores. Algunos pronuncian la palabra wamra
como wambra por la epéntesis de la
consonante labial sonora b entre dos sonoras (m, nasal labial; r, vibrante
alveolar). Es una realización fonética porque /b/ no es un fonema quechua en
Áncash.
2. Mallwa (inmaduro). Abarca la
adolescencia y juventud.
3. Yashqa
(adulto, con suficiente desarrollo físico y mental). Pero, unos se hacen
adultos antes que otros.
4. Chakwas
(anciana) / awkis, ruku (anciano). La
senectud es la etapa de mucho respeto porque es la madurez máxima; pero, al
mismo tiempo, es el proceso de acabarse física y mentalmente. Pero, también hay
personas que envejecen antes.
Después de la muerte de un adulto se cumplen
los ritos dirigidos por un mayor respetado por su experiencia, conducta y
sabiduría, un yachaq.
1. Lavado del cadáver (aya armatsiy).
Cuando el proceso de la enfermedad ya indica
el inevitable fallecimiento, el mismo paciente puede escoger a un familiar para
el último aseo de su cadáver; generalmente, es el familiar más cercano, de su
confianza y de su mismo género. El escogido para este rito se siente muy
honrado porque será la persona que guardará en su memoria el recuerdo de lo que
vio y tocó; y no comentará con nadie porque sería una deslealtad. Para esta
labor considerada como sagrada se puede aceptar, como máximo, la presencia de
un auxiliar muy discreto y allegado a la familia. Para alguna orientación
estará un yachaq.
Apenas se comprueba el fallecimiento, el
escogido para el lavado del cadáver se purifica mediante la ablución de su
cuerpo que se contactará con el cuerpo inerte. El auxiliar también debe
purificarse para poder participar, aunque sea pasando las cosas necesarias o
cumpliendo las órdenes del aseador oficial.
El lavado del cadáver tiene un proceso: 1. Aya wiqay
(vaciar el contenido del estómago e intestino del muerto) para la purificación
interna del cuerpo. Se entibia el agua hervida con plantas aromáticas, luego se
vierte el líquido limpio y tibio por la boca del cadáver para masajearle todo
el estómago hasta que el cuerpo expulse la hez y el líquido. Muchos que ignoran
el significado de este rito, por carecer de experiencia e información, creen
que se hace beber el líquido al difunto para que no tenga sed en el viaje.
2. Aya
armatsiy (lava de parte externa del cadáver). El agua tibia de las hojas y
flores de hierbasanta (lliqlli, Eriodictyon
californicum) es la preferida para refrescar y limpiar toda la parte externa
del cuerpo. Todo se hace a puerta cerrada, en silencio, con mucho respeto, con
sumo cuidado y con mucha confidencia. Así se cumple la purificación física para
que el cuerpo inicie la nueva jornada del viaje en la otra existencia.
Si el ser humano ingresa a la sociedad de los
vivos con el agua del socorro (yakuutsiy
en Áncash, unuchaku en Cusco),
oportunidad en que recibe un nombre; el lavado interno y externo del cuerpo
inerte es el último contacto con el agua. Después, su alma evitará cualquier
contacto con el agua; si tiene que cruzar un río lo hará sólo por donde hay
puente. Ayaqa yakuta yatantsu, mantsanmi.
Mayutapis tsakapa tsinpan (El
alma no toca el agua, la teme. Si tiene que cruzar el río, lo hace por el
puente).
El agua es el símbolo de la vida; por tanto,
sólo los vivos, los que tienen sombra, entran en contacto con ella.
Cuando el cuerpo ya está lavado y secado se
introduce algodón o lana limpios en todas las oquedades del cuerpo: boca, fosas
nasales, oídos, ano y sexo para evitar que la mosca ponga sus huevos; luego se
unta el cuerpo con ungüentos, sustancias aromáticas y algunos elementos para
acicalar.
Se cierra los ojos del cadáver para que ya no
vea el mundo de los vivos ni asuste a nadie. Los ojos abiertos, fuera de dar
miedo, son miradas acusadoras desde la otra dimensión o la búsqueda a quien le
ha de seguir en el camino.
2. Amortajamiento (aya shukutsiy).
El cadáver limpio y bien acicalado es vestido
con la mortaja liviana que depende de la economía de la familia. El manto de
algodón o la bayeta de lana deben ser livianos para no “cansar” al que lo
lleva.
Los pies son vendados para calzarlos con
zapatos o sandalias también livianos para que no “pesen” en el largo viaje. Los
pies vendados soportarán el largo viaje. Todo este rito es la última
oportunidad para acariciar el cuerpo recién fallecido; por eso, es una labor
considerada como un honor para quien la cumple.
Por respeto se cubre el rostro del difunto.
Sólo los familiares cercanos pueden descubrirlo y mirarlo para despedirse por
última vez.
Terminados estos ritos de aseo, acicalado y
amortajamiento, recién se expone el cuerpo ante la vista de otros familiares y
visitantes. Desde este momento comienza el rito fúnebre para todos con el
cadáver como el centro de la atención.
3. Velatorio (wallki).
Este rito también es conocido como velorio, no
sólo porque se encienden velas sino también porque se hace guardia al cadáver. (Carranza: 2004, El mundo de los muertos en la concepción quechua, Ciberayllu: www.andes.missouri.edu/andes). Se hace
en la casa del difunto o en la de un familiar cercano.
Dos días de velatorio, los más comunes, son
considerados como la fiesta de la reconciliación y purificación espiritual del
difunto y de los miembros de la comunidad. Es la última oportunidad del
encuentro comunitario del muerto con los familiares y los visitantes. Los vivos
tratan de dar paz al que se va: rezan y cantan, le piden perdón por las ofensas,
y le perdonan todos sus errores y deudas. La paz es muy necesaria en este
momento. Todos saben que el alma está presente cuidando el cuerpo yerto, está
mirando a los que lo visitan; por eso, todos colaboran para alegrar al alma. El
estado de la alegría es el estado de la salvación. Los quechuas saben del valor
de la solidaridad. Y también saben que el bautismo no es el salvoconducto
seguro para obtener la paz en la otra vida.
Este rito fúnebre es festivo por las
siguientes razones: 1. Es un acontecimiento que convoca a los familiares,
vecinos y a toda la comunidad dispersa en barrios y caseríos. Esta vez, el
ayllu no se reúne por la alegría sino por la tristeza. Todos comparten el dolor
por la pérdida de un miembro. Es la actitud de seriedad y del deseo de
compartir el dolor. Wallkimanqa, huk
patsallapis aywanantsikmi (Todos
debemos ir al velatorio, aunque sea por un instante).
2. Es una reunión de mucha seriedad y
solemnidad porque la muerte es el camino que todos, sin excepción, han de
transitar. Kayllam naani (Éste es el
único camino), es el principio que hace reflexionar a los que quedan en esta
existencia.
3. Todos pueden concurrir al velatorio. Las
horas de visita son libres desde que el cadáver queda expuesto ante todos. Lo
importante es no dejar solitario al cadáver porque su alma, que todavía lo
acompaña, se puede poner muy triste y sufrir mucho. Es que el ser humano no es
un ser solitario sino un ser solidario en la vida y en la muerte. Los adultos y
niños, las mujeres y varones participan en el velatorio.
4. Cada visitante dialoga con el alma del
difunto. El homo sapiens es también homo loquens. El diálogo puede ser en
silencio o hablando o cantando. Es la oportunidad para confesarle todo, por eso
este encuentro tiene la función catártica individual y colectiva. Es el momento
de hacer las paces con el difunto y con los familiares con el fin de colaborar
con la paz y tranquilidad.
5. Embriagados por el dolor o por los
efectos de la chicha y el aguardiente cada uno expresa su dolor en forma libre
llorando, repitiendo palabras que, dentro de ese ambiente sí tienen sentido,
gritando sonidos con vocoides y contoides (vocales y consonantes no realizados
como fonemas). A veces, esos gritos y gemidos no son más que la transformación
verbal de las voces de la naturaleza porque el viento también llora (wayrapis waqanmi), el perro también
aúlla (allqupis wauwauyanmi), la
paloma también llora diciendo paullu paullu (urpipis
pawllu pawllu nirmi waqan), etc.
6. El cadáver yace tendido sobre una mesa o
en el piso sobre alguna estera o manta. Si hay un ataúd, el cadáver reposa
dentro del ataúd destapado. Las velas encendidas alumbran el cadáver y el
ambiente.
Los pirománticos están atentos observando
el proceso de consumirse de las velas. Ellos interpretan el parpadeo y la forma
de las llamas, el chisporroteo y el humo. Luego avisan sobre el estado alegre o
triste del alma.
7. Los visitantes llegan al lugar portando
alguna cosa para cubrir las necesidades del velatorio. Es el momento del
cumplimiento del principio prehispano de la colaboración recíproca: rantin (Quechua I: Áncash, Lima, Pasco,
Huánuco), ayni (Quechua II: todas
otras áreas). Entre los objetos para colaborar en este momento, los más comunes
son: productos comestibles, bebidas alcohólicas (chicha, aguardiente), coca,
cigarrillos, leña, velas, flores, etc.
La coca sirve para abrigar el cuerpo, para
mantener la serenidad en el momento de dolor y para mantener despierto durante
la noche. En los velatorios peruanos, no sólo en el área andina, es muy común
masticar las hojas de la coca. Mama kuka
kaptinmi kallpantsik kutimun (Gracias
a la madre coca recuperamos la energía). Wallkichawqa
manam kuka pishinantsu (No
debe escasear la coca en el velatorio).
Algunos masticadores de coca y fumadores de
cigarrillos tienen las facultades de ver y sentir bajo los efectos de estas dos
plantas. Ellos son los catipadores, los seguidores de la suerte, los
reveladores de los secretos.
Los cocamánticos (catipadores con coca y el
polvo de cal) chacchan silenciosos. Si la coca no brincotea dentro de la boca,
el alma está serena. Si la coca se vuelve deliciosa y suave, el alma está muy
contenta. Pero, si la coca brincotea y amarga dentro de la boca; el alma está
descontenta y preocupada.
Los tabacománticos (catipadores con cigarrillo)
fuman silenciosos en un lugar no expuesto a las corrientes del viento
observando las chispas, la forma de consumirse y la forma de la ceniza. Están
atentos al proceso de consumirse del cigarrillo. Si el cigarrillo se quema
igual por todos los bordes, y si la ceniza no se dobla a un lado; el alma está
tranquila. Pero, si el cigarrillo chisporrotea o se quema sólo por un lado o se
dobla a un lado, el mensaje es que el alma está descontenta.
Si el alma está descontenta, los catipadores
piden a todos mayor colaboración: más cánticos fúnebres, mejor atención a los
visitantes, más muestras de colaboración en los servicios y ofrendas, que los
ofensores pidan perdón al difunto, y que los ofendidos perdonen al difunto.
8.
Los visitantes que no llevan ninguna cosa para colaborar se ofrecen para
cualquier labor y mandado. En esos momentos, se necesita gente dispuesta a
colaborar con sus servicios voluntarios: asear el ambiente, preparar la comida,
servir la comida y licor, llevar el mensaje a otros familiares en calidad de
“propios”, etc.
9. A la hora de la comida, los familiares
ofrecen la comida a todos los concurrentes. Pero a los adultos se les sirve,
además, licor, coca y cigarrillos, más o menos a cada tres horas. Así los
visitantes se sienten bien atendidos y sin ningún motivo de murmuración. Se
supone que el muerto se alegra si la atención a los visitantes es buena.
En el caso de que los familiares no
tuvieran recursos suficientes como para atender bien a los visitantes, los
vecinos y la comunidad deben colaborar. Es el momento de demostrar la
solidaridad para alegrar al alma del difunto. El alma agradecida intercederá
ante la divinidad por los que quedan.
10. En el velatorio la mente debe estar
dirigida al difunto que está presente y en proceso de ausentarse. Wallkiyta munarqa, ayata shumaq taaparay,
rimapay (Si quieres velar,
acompaña bien al difunto, convérsale bien). Durante el tiempo que dure la
visita nadie debe estar haciendo sus labores como hilar, tejer, labrar la
madera, etc.); sólo se permite colaborar en las labores en honor al difunto.
11. Los rezantes cantores rompen el
silencio. Los cánticos en quechua ya están en los cuadernos, y se van
transmitiendo de una generación a otra generación mediante la labor de los
copistas escolarizados de la comunidad. Los cánticos actuales, aunque fueron
compuestos por los antiguos catequistas, ya están arreglados y adecuados a las
realidades locales y temporales. (carranza Romero: Anhil santu, www.andes.missouri.edu/andes/).
Por ser el velatorio durante dos días, los
familiares y amigos se turnan para acompañar, cantar o simplemente rezar.
12. Color
del ataúd. La muerte de un adulto es la pérdida de un miembro de la familia
y de la comunidad que ha vivido participando en los momentos alegres y tristes.
Es, por tanto, un motivo de dolor y tristeza. Por eso, el ataúd del difunto
adulto es de color oscuro: negro, marrón, morado, gris.
13. Color
de la vestimenta. Los familiares y los visitantes visten ropas de color
oscuro: negro, gris, marrón y morado. Este color de vestido también se
recomienda para otros ritos fúnebres como la romería, el entierro, el rito al
quinto día y la misa de difuntos.
El sombrero, aunque sea blanco, debe tener una
cinta oscura: negra, gris, marrón, morado. El sacerdote también usa la casulla
y la estola de colores oscuros cuando celebra los ritos fúnebres: misa,
responso.
4. Cargar el cadáver desde la casa hasta la
tumba (aya katay).
Después de velar el cadáver en la casa durante
dos días los familiares y visitantes lo envuelven y lo amarran con la soguilla
hecha con las frescas hojas de llayaa
(paja que sirve para hacer sogas). Si el cadáver está en el ataúd, lo cierran
definitivamente.
Alzan el cuerpo con todo respeto y lo ponen
sobre una camilla (kirma), lo sujetan
con la soguilla de llayaa, que es la
naturaleza limpia. Se descartan las sogas de cuero o de material sintético. Si
hay el ataúd, la camilla no es necesaria.
Los músicos anuncian la partida de la romería tocando
los instrumentos. El conjunto musical más humilde consta de varios instrumentos
de viento y percusión: flauta roncadora, quena; tambor grande (wankar), tambor pequeño (tinya). El tipo de los instrumentos
musicales depende del lugar, porque si hay violines, arpas, mandolinas,
guitarras; éstos también lloran armonizando los sonidos agudos y graves. Si los
familiares están en condiciones económicas de hacer los gastos, también pueden
contratar una orquesta o una banda. Las melodías para este caso son solemnes y
tristes.
La salida de la casa. Los que sacan el cadáver de la casa son los familiares más cercanos y
queridos. El difunto sale de la casa con los pies hacia adelante porque es el
inicio del nuevo viaje. Es el momento desgarrador para los familiares porque el
difunto comienza el viaje sin retorno. Las expresiones espontáneas que más se
repiten, son:
Ima yarquymi yarqurinki: Qué triste es tu partida.
Quri waytallay, ima haqiymi haqimanki: Querida dama, cómo es que me
abandonas. (La traducción es ad sensum. Si alguien quiere ver los elementos que
conforman la primera frase: quri
wayta-lla-y (flor de oro, tiene dos morfemas de cortesía y afecto).
Mamallay, mamay, ama
haqimaytsu: Madre querida, mamacita, no me abandones.
Yayallay, yaya, ama
haqimaytsu: Querido
padre, papá, no me abandones.
La despedida de la casa. Los cargadores, apenas sacan el cadáver de la
casa, se detienen para que el difunto se despida de su morada. Frente a la
puerta principal de la casa bajan tres veces la parte de la camilla o del
féretro donde reposa la cabeza para que el difunto se despida de su morada con
tres venias profundas. Luego comienza el recorrido.
Como es un honor cargar al ser que se despide,
los familiares y los amigos se turnan durante el trayecto. Y los turnos se
respetan.
La procesión es acompañada por todos los que
tienen tiempo. En el trayecto también hay muchas despedidas de llanto porque de
las casas cercanas al camino salen todos a despedir al que se marcha. Con
llantos expresan los buenos deseos: Shumaqlla
aywakullay: Le deseo un bonito viaje. (El adjetivo shumaq que se refiere a lo bello, también sirve como una
advertencia de tener cuidado. Por eso, la expresión anterior también se puede
traducir: “Viaje con cuidado”, ya que en todo viaje hay percances). Ñawpakullay, kayllam naani: Vaya
adelante, éste es el único camino.
Los que, desde lejos, ven la romería, detienen
sus actividades, se quitan o ladean el sombrero y se despiden silenciosos
deseando un buen viaje al alma del difunto.
Visita a la plaza y capilla. Apenas
el cadáver y los acompañantes llegan a la plaza (rimaq pampa) las campanas suenan lastimerante con sonidos graves.
Hasta el metal expresa el dolor. Por esta razón, cualquiera no puede ser el
campanero. Toda la comitiva da una vuelta a la plaza. Es el último paseo por
ese ambiente común de las reuniones y fiestas comunales.
Como la capilla está en la plaza, el cadáver
entra con la cabeza dirigida hacia el altar que está en el fondo del templo,
con dirección al norte o al este. Ante la ausencia de un sacerdote en las áreas
rurales los rezantes dirigen el responso y los cánticos religiosos dejando el
cadáver sobre algo. Luego, los romeros salen de la capilla llevando el cadáver
con los pies hacia adelante. En el atrio se detienen y bajan tres veces la
parte donde reposa la cabeza para que se despida con tres venias de la capilla
y las imágenes.
Descansos en el camino a la tumba. En el camino al panteón hay “descansorios” (aya hamanan), lugares escogidos para que descansen los romeros y el que se
va definitivamente del pueblo. Este momento se aprovecha para el reparto de
licor, para el cambio de los cargadores, para entonar los cánticos y para
expresar espontáneamente los sentimientos de dolor y del deseo del buen viaje,
para tocar la camilla o el féretro para los que no hayan tenido la oportunidad
de hacerlo. Como los panteones de los pueblos del campo están en la parte alta
con relación al poblado, en el último “descansorio” antes de llegar al panteón
los acompañantes y cargadores se detienen y contemplan con el cadáver el
panorama del pueblo. Allí también ponen el féretro con la cabeza hacia el
pueblo. Con tres venias el difunto se despide de su comunidad. Los acompañantes
se imaginan cuando les toque también despedirse de su querido pueblo.
5. Entierro (aya
pampay).
Los que saben (yachaqkuna) dicen
que el panteón (aya marka)
debe estar en una parte alta desde donde se pueda contemplar el pueblo, el
camino de entrada y salida y el río. Así los muertos y los vivos pueden
contemplarse. Pero, no debe estar muy alejada ni alta que dificulte la llegada
de los que quieran visitar a sus difuntos. Lo importante es que el panteón no
esté expuesto a las inundación y derrumbe en la época de lluvia. Actualmente,
los panteones o cementerios están localizados en un solo lugar para evitar la
dispersión y la contaminación.
Durante los días del velatorio algunos
familiares, con la orientación de los expertos en la geomancia, se adelantan
para buscar en el panteón el lugar más adecuado para la tumba (aya wasi), el último espacio para el
reposo del cadáver. El criterio es buscar la dirección de la cabecera. El norte
y el este son los puntos cardinales recomendados para la cabecera.
Allí se escarba, generalmente, un metro y medio
de profundidad con dos metros de largo y un metro de ancho. Los escarbadores
son los familiares o amigos. Es la construcción de la casa para el difunto.
Todos lo hacen con buena voluntad, como una oración y ofrenda. Los que pueden
comprar cal o cemento hacen en dos días un pequeño mausoleo (chullpa). Antes del entierro se asperja
la tumba vacía con agua bendita. Al respecto, alguien puede preguntarse: ¿Cómo
hay agua bendita (willka yaku) si no
hay sacerdote? Un poblador mayor soluciona el problema: echa granos de sal al
depósito de agua fresca de las corrientes y luego con oraciones y cruces sobre
el líquido lo sacraliza. ¿Acaso el sacerdote no hace algo similar?
En el momento de inhumar el cadáver todos se
acercan. Apenas baja el cuerpo a la fosa, los familiares y luego los amigos
empuñan la tierra removida para verterla como una ofrenda o como un recado a la
otra vida. Mientras van vertiendo dicen: Mishki
puñuyta puñurillay: Duerma,
por favor, el dulce sueño. Kananqa, Patsa
Mamapa millqanchau, shuutarillay: Ahora,
por
favor, descanse en la falda de la Madre Tierra.
Terminado este rito los lamperos (palaneros) cubren de
tierra el cuerpo o el cajón. Sobre el morro que se forma sobre la fosa se
planta una cruz. El cadáver queda depositado y en descanso eterno en la tumba,
su última morada. El alma, en ese instante, se libera del
cuerpo.
Como las cruces de madera o metal, expuestas a
la intemperie, se acaban pronto. Allí se planta una piedra larga como
indicador. Después de unos años, son estas piedras las únicas referencias de
las tumbas.
6.
Rito al quinto día post mortem (pitsqay).
Es el rito al quinto día
después del fallecimiento. Durante los cinco días el
alma recoge las huellas del cuerpo vivo, y hasta hace algunas actividades
realizadas en vida. Por ejemplo: el alma del pastor, aprovechando la oscuridad,
puede arrear el rebaño sin que ningún animal se disperse ni sea presa del zorro
o del puma. En este caso hay que buscar el rebaño con mucho cuidado para no
enojar al alma que aún no se resigna a la otra existencia. Hay que calmarlo con
ruegos, rezos y hablarle que acepte su nueva realidad existencial.
En la mañana del quinto día las mujeres lavan las ropas
aún aprovechables del difunto para quitar todas sus huellas, y queman las que
ya no sirven. Al respecto, el cronista indígena Waman Puma escribe: “Después de
auer enterrado sus defuntos las biudas y parientas y ermanos, en los cinco días
se uan a lauar al tincoc yaco. Se laua ellas y todo su rropa”. (Guaman Poma: “El primer nueva corónica”, folio 290). Tinkuq yaku o tinkuq mayu es el lugar donde convergen dos ríos. No hay otro
lugar mejor para limpiar todos los rastros de esta vida para que el alma parta
a la nueva jornada sin las ataduras de este mundo. El tinkuq yaku simboliza el último encuentro del río de esta vida con
el río de la otra vida.
Y en la noche, esas ropas secas se colocan sobre la mesa o
manto, los familiares y amigos se
congregan para entonar la despedida
(aywallaachi) para el que se va a cumplir otra tarea. Los asistentes
comparten la comida, bebida, coca y cigarrillo.
Al finalizar el rito antes de la media noche, se deja las
ropas del difunto en una habitación, luego, el mayor de todos esparce ceniza
fina en el piso, cierra la puerta con llave y pide que todos se retiren del
lugar.
Esa misma noche el alma se libera de este mundo, inicia el
viaje, sube la cuesta hacia las montañas altas. En la curva desde donde se ve
el poblado, se sienta y contempla con tristeza. Ese lugar se llama aya hamanan (asiento del alma); y,
realmente, en dos caminos de la salida de Quitaracsa hay una piedra donde los
vivos también descansan al ir y volver al pueblo. En el cántico “Waktsa aya” se hace mención a la
despedida del alma desde este lugar:
¡Ay, wasillaa! ¡Ay chakrallaa! ¡Ay mi casita! ¡Ay mi chacrita!
¡Ay, ima haqiymi, haqirillaa! ¡Ay, qué triste inicio del abandono!
En el primer verso el binomio wasi, chakra (casa, chacra) se refiere a la propiedad personal, al
resultado de la labor humana en este mundo y en esta vida (hic et nunc). La casa es el refugio, el nido donde se nace, se
crece y se muere. La chacra es el terreno de cultivo, la tierra transformada por
la labor humana; el labrador la remueve, la cuida y la defiende con amor; por
eso ella también le ofrece sus frutos al labrador con amor maternal. El
siguiente pensamiento del campesino quechua explica su conducta de infatigable
defensor de su tierra: Aruyninnaq patsa,
ima llakikuypaq. Chakrannaq runa, ima wañukuypaq (Tierra sin cultivador,
qué tristeza. Hombre sin tierra, qué desgracia). (F. Carranza, 2006: El mundo da vueltas).
En el segundo verso aparece la repetición de la palabra haqiy (sustantivo: abandono; verbo:
abandonar) que literalmente es: ¡Ay, qué abandono, pero inicio este abandono!
Es la expresión triste de la ruptura con este mundo. Y esta expresión se repite
constantemente durante la vida, en cada momento de la despedida del pueblo; y,
de tanto repetir, la persona prepara su ánimo y mente
para la despedida postrera de su alma en la noche después del
rito del pitsqay.
En la mañana del sexto día post mortem, el familiar mayor
abre la puerta y muestra desde afuera las huellas en el piso. Los mayores
interpretan la situación del alma en la otra ladera de la existencia.
Desde
los primeros años de la colonia española los sacerdotes quisieron desaparecer
este rito. Sin embargo, los indígenas encontraron una buena justificación para
mantenerlo. Si el Nuevo Testamento habla de la resurrección de Jesús al tercer
día después de su entierro; el pitsqay
también coincide con el tercer día después del entierro. Sin embargo, el rito pitsqay (pitsqa-y) es la celebración del quinto día después de la muerte.
El número cinco, pitsqa, (Quechua I, pitsqa-y es la verbalización del
numeral), pisqa, pichka (Quechua II)
es la cantidad absoluta que aparece en muchos relatos y ritos andinos. Por
tanto, su uso no es arbitrario. En el drama quechua “Ollantay”
se informa al inca mediante el quipu la derrota total y la captura definitiva
del rebelde Ollanta:
Kay kipupim kan killimsa: En este
quipu hay carbón: verso
1234
ñam Ollanta rupasqana. ya Ollanta está reducido.
Kay kipupi taqma kimsa Y
también este quipu de tres transversales
pisqa kipu watasqana. tiene cinco nudos amarrados.
Ñam Antisuyu hapisqana; Ya Antisuyo
ha sido tomado;
ñam Inka, makiykipina,
pues, Inca, todo está en tus manos,
chaymi watakun chay pisqa... por eso se ha
amarrado este cinco...
Kimsa pisqam tukuy piñas. Tres cincos: todos prisioneros.
Además, un pachakuti
es el ciclo de 500 años, siendo inti wata
el ciclo de 1000 años.
Después del pitsqay
el alma se marcha hacia las montañas altas y nevados. El alma que ya no
necesita pagar ninguna culpa en este mundo penetra en alguna montaña para
confundirse con el espíritu de ella, ha cumplido su ciclo. Como hay cerros y
nevados preferidos por los vivos y los muertos, éstos reciben más espíritus y
se vuelven más poderosos. Por esta razón, ciertos cerros son más respetados y
venerados.
El
alma del perro guía al alma de su amo, por eso este animal no debe ser
maltratado sin ninguna justificación. En Quitaracsa, el 17 de diciembre (cuatro
días antes del Qapaq Raymi: Fiesta de la divinidad, el día solar más largo) es
el día de San Lázaro. Este día los dueños sirven a sus perros comidas especiales
y en platos especiales. Los del Callejón de Conchucos llaman San Lázaro al
perro, posiblemente por la influencia de la parábola que aparece en el
Evangelio de San Lucas (Cap 16, Versículos 19 – 31). San Lázaro también aparece
en los pueblos caribeños como referencia al texto bíblico y a Babalú Ayé,
deidad africana de la Regla de Ocha.
Garcilaso de la Vega nos informa de las
costumbres antiguas en el mundo andino: “Adoraban al perro por su lealtad y
nobleza”. ( De la Vega, G.: Libro I, Cap. IX, p. 78).
7. Ofrenda de
comida y bebida a las almas (ayata qaray).
En el siglo XVI el sacerdote jesuita
español José de Acosta escribió sobre los nativos del Perú: “Creen que las
ánimas de sus defuntos andan vagando, y que sienten frío y sed, y hambre y
trabajo, y por eso hacen sus aniversarios llevándoles comida y bebida y ropa”. (Acosta: “Historia Natural y Moral de las Indias”. Libro V, Cap. 7, p. 228). Y luego recomendó a los misioneros para que se dedicaran
a quitarles esas creencias idolátricas y paganas.
A pesar de la diligencia de los curas, a
pesar de la persecusión de los sacerdotes indígenas (willka uma), a pesar de la destrucción de los adoratorios, y de
todos los medios dominación cultural, el culto prehispánico a los muertos no ha
sido hasta ahora erradicado. Actualmente, los dos primeros días del mes de
noviembre los familiares ofrecen comida a sus difuntos, y los cementerios se
llenan de personas de toda edad con comida y bebida, los grupos musicales
previamente contratados interpretan las piezas musicales, y los presentes
bailan delante de las tumbas para alegrar a sus muertos. El amor a los difuntos
se expresa bailando, cantando y comiendo los platos especiales. El dolor no
derriba el ánimo de los vivos que bailan y cantan llorando. Todos se alegran
por pasar el día con sus difuntos.
II. LA MUERTE DEL NIÑO (WAMRA WAÑUY)
La niñez inocente (Wamra kay) abarca tres etapas de la vida: llullu wamra (infante), pishi wamra (niño menor, indefenso) y yashqa wamra (niño mayor).
En este capítulo, fuera de mi experiencia
personal en mi comunidad materna, utilizo dos encuestas realizadas en dos
universidades del Callejón de Huaylas: Universidad de San Pedro (USP, privada)
y Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo (UNASAM).
Encuesta en USP, campus en la ciudad andina de
Carás (capital de la provincia de Huaylas, Áncash), 3 de diciembre de 2008. Los
encuestados fueron 35: 32 estudiantes de Enfermería, 3 docentes (ingeniero,
enfermera y profesor de quechua).
Encuesta en UNASAM,
en Huarás (capital del departamento de Áncash), 6 de febrero de 2009. Los
encuestados fueron 31: 29 estudiantes de diferentes especialidades, 2
profesores.
Aquí hay algunos datos relevantes sobre la
lengua quechua y cultura. Ante la pregunta si saben el idioma quechua, las
respuestas son: En USP 29 declaran que sí; en UNASAM 20 declaran que sí.
Ante la pregunta: ¿Se debe estudiar la
cultura de nuestro pueblo de origen?, el 100% de los encuestados de USP y
UNASAM contesta que sí. Uno de USP declara: “Hay mucho que conocer acerca de
nuestras raíces; y nuestra cultura es rica en contraste al mundo occidental”.
Una estudiante de UNASAM: “Es muy importante conocer nuestro origen para
entender mejor nuestro presente”. A continuación, están los ritos en el orden
que se cumplen.
1. Agua del socorro (yakuutsi).
Este rito se celebra por el temor de que la
criatura se muera antes de recibir el sacramento del bautismo. Es el efecto de
la labor pastoral desde la época de la colonia que se sintetiza: Extra eclesiam nulla salus, o Extra eclesiam nulla salvatio (Fuera de
la iglesia no hay salvación).
El rito yakuutsiy
(Áncash) o unuchaku (Cusco),
literalmente significa: acción de dar el agua. Ante la ausencia del sacerdote
en el área rural, zona no rentable y lejos de las ventajas de la ciudad, lo
realiza una persona escogida por alguna cualidad de respeto: edad, vida
ejemplar, grado de instrucción, etc. Generalmente es un varón porque el
sacerdocio es oficio del varón. El sacerdote prehispano era el willka uma: cabeza sagrada.
El agua que se usa en el rito debe ser limpia,
de la corriente y no de agua estancada, no hervida; debe estar depositada en un
envase muy limpio. La sal debe estar en granos, se descarta la sal molida o
procesada.
Antes de iniciar el rito el oficiante se pone
de acuerdo con los padres y familiares sobre el nombre de la criatura, luego se
quita el sombrero, los asistentes también se quitan los sombreros o los ladean
tomándolos con la mano izquierda porque la persignación es con la derecha, y
evitan hacer cualquier ruido innecesario. Cuando el oficiante echa los granos
de sal en el agua, todos los asistentes hacen la señal de la cruz tocándose la
frente el pecho y los hombros. Todos rezan un Padre Nuestro y una Ave María,
luego el oficiante hace cruces sobre el líquido, así el agua queda bendita. A
continuación, mientras va orando, sumerge una flor en el envase, la saca
empapada y con ésta moja la frente de la criatura haciendo la cruz y
pronunciando el nombre escogido. La flor preferida es la rosa blanca. Si no
hay, puede usarse una ramita muy tierna. Pero se descarta la flor del geranio
que tampoco se lleva al altar, su nombre supaypa
waytan (flor del diablo) ya explica su historia (F. Carranza, 2000, Madre Tierra, Padre Sol). Terminado el
rito, todos pueden hablar y ponerse bien sus sombreros. Hay alegría porque la
criatura ya está libre de la condenación y de que el rayo le caiga.
El nombre da la identidad al niño y lo
incluye dentro de la comunidad (ayllu).
El agua es la vida, por eso es llamada madre agua (yaku mama). Las almas de los adultos no vadean los ríos, usan los
puentes como las personas. Ayaqa yakuta
yatantsu, mantsanmi. Mayutapis tsakapa tsinpan: El alma no toca el agua, la teme. Si tiene que cruzar el río,
lo hace por el puente.
El alma del niño no tiene problemas para
trasladarse de una banda a otra banda porque vuela como el pajarito, como la
mariposa. Es un angelito.
Ante la pregunta: ¿Para qué sirve el
agua del socorro?, hay las siguientes respuestas: En USP, hay opiniones
que, fuera de su uso religioso (objeto para cristianizar y salvar el alma),
sirve para curar el mal del susto (mantsakay,
4 personas), para la salud física y espiritual (3), para curar el mal sitio (patsa, 1). Así este rito es también
terapéutico. Está clara que las respuestas se refieren al agua bendita. Una
opinión me parece muy interesante: (el agua del socorro) “[…] dicen que quita
la memoria”. Es una referencia a la memoria histórica de algunos quechuas porque,
como los curas impusieron los nombres del calendario cristiano mediante el
bautismo, así se perdieron los nombres, las creencias y ritos indígenas.
En UNASAM, hay 19 respuestas: “sirve para
purificar” (cuerpo y alma); 3 dicen que es un “prebautismo”; 9 se abstienen de
responder. Aquí también hay un comentario interesante: “Para calmar la sed
durante su viaje al cielo […] El agua pura es como el alma del niño”.
Cuando hay la posibilidad de contar con los
servicios de un sacerdote (por la visita misional o porque los padres viajan
cargando la criatura hasta la parroquia más cercana) se celebra el bautismo (ulyu, quechuización del vocablo óleo)
que es rito y fiesta de mucha importancia porque hay padrinos, testigos e
invitados. En el bautismo también el agua es un elemento purificador.
2. La fiesta de la muerte (aya raymi).
El fallecimiento de un párvulo es un
acontecimiento triste porque es la interrupción de una vida inocente, es como el
arranque de una planta que apenas ha germinado, es el corte de un camino que
está en el inicio, es el ciclo vital interrumpido en el inicio, es la vida “cortada con tal premura”
como canta Violeta Parra.
Los ritos fúnebres con el cadáver presente
se realizan en orden como en el caso de los difuntos adultos; pero son
diferentes el ambiente y la actitud de los acompañantes; por esta razón no es
necesario repetir los detalles ya mencionados en el caso del difunto adulto.
1. Lavado del cadáver (aya armatsiy).
Cuando se comprueba el
fallecimiento de la criatura, la madre o un familiar muy cercano se purifica
lavándose bien las manos (ablución). Inmediatamente se clausura la entrada a la
habitación. Se hacen los ritos de aya
wiqay (vaciar el contenido del
estómago e intestino del muerto) que purifica la parte interna del cuerpo,
luego se hace el aya armatsiy (lavado
de la parte exterior del cadáver).
Se vierte el agua limpia y tibia por la
boca para luego masajear todo el estómago hasta que el cuerpo expulse la hez y
el líquido. Este rito se hace en silencio, con mucho cuidado y con mucha
confidencia. Para este rito se puede aceptar, como máximo, la presencia de un
auxiliar muy allegado a la familia.
2. Amortajamiento (aya shukutsiy). El cadáver limpio y fragante es vestido con
tela suave (tocuyo, pana, bayeta suave por haber sido cardada). La mortaja
infantil es de colores claros: blanco, amarillo, rosado, celeste, verde claro,
lila. Se cubre el rostro del difunto. Sólo los familiares pueden descubrirlo y
mirarlo para despedirse por última vez.
Terminado el proceso de aseo, acicalamiento
y amortajamiento del cadáver, se expone ante la vista de otros familiares y
visitantes sobre una mesa o dentro de un cajón. La fiesta fúnebre comienza para
todos. El cadáver del angelito es el centro de la atención.
3. Velatorio (wallki). El velatorio de los cadáveres de los adultos
dura dos días; pero, en el caso de niños se puede obviar, el entierro puede
hacerse después de una noche de velorio. Los vecinos y los familiares concurren
para consolar a los padres y hermanos. Llegan portando algo para colaborar con
la fiesta del angelito. Los niños que acompañan al difunto lloran, cantan,
danzan, le prestan o regalan juguetes. El alma del niño difunto, agradecida,
intercederá ante la divinidad por los que quedan. Se cumple el principio que
rige la vida de los andinos: La gloria se alcanza con actitud solidaria. La
palabra gloria es usada con el significado de alegría.
Por este rito los niños comienzan a
entender el principio que rige la vida: Kayllam
naani (Éste es el único camino). Y esta expresión la escucharán muchas
veces y reflexionarán sobre el contenido durante toda la existencia.
En el velatorio del niño no intervienen la
piromancia (adivinación mirando la llama de los cirios), la cocamancia
(adivinación con la coca), la tabacomancia (adivinación con el cigarrillo)
porque nadie duda que el alma del niño se va directo al cielo. Por algo llaman
angelito al niño.
Durante el velorio del niño también está
prohibido dedicarse a otras labores, sólo está permitida la actividad de
colaboración en las labores en honor al difunto.
Fuera de los cánticos y rezos de los
mayores, los niños pueden dedicarle sus canciones aprendidas o improvisadas;
también pueden jugar tratando de hacerlo participar.
El
color del ataúd del difunto niño (llullu aya) es de color claro: blanco,
crema, amarillo, celeste, rosado, lila.
El
color de la vestimenta de los familiares y visitantes es vivo (rojo, granate, celeste, amarillo,
verde, lila), porque se trata de la partida de un ser inocente que va al otro
mundo para interceder por los familiares y por la comunidad que quedan vivos.
Su muerte es motivo de llanto y resignación ya que el alma del inocente se va
directo al cielo.
4. Romería desde la casa
hasta la tumba (aya katay). Si no hay un ataúd para el niño
muerto, su cadáver es amarrado sobre una pequeña silla que es cargada por uno
de sus padres o por un familiar cercano (hermanos, abuelos, tíos) o un familiar
espiritual (padrino o madrina). El cargador sale bailando de la casa; pero,
inmediatamente se voltea y hace tres venias. Por todo el camino continúa
bailando. Al llegar a la puerta de la capilla también hace tres venias. Las
campanas despiden a la criatura con sus sonidos agudos. La gente que acompaña
también baila ocultando el dolor. El baile de dolor y alegría (llakikuy,
kushikuy tushu) se da en todo el
mundo andino. “El baile y la demostración formal de alegría en el entierro de
los infantes es algo muy presente en la sierra sur-central del Perú”. (Millones, 2007: “Todos los niños se van al cielo”, p. 55).
Sin
embargo, este baile no es de movimientos grotescos que causen risas, es un
baile solemne e inocente porque el niño muerto es un angelito inocente. Así
como se canta llorando, también se baila llorando.
Los músicos cambian tonadas según el
momento, así marcan el ritmo de la romería. El conjunto musical más humilde tiene
instrumentos de viento y percusión. El tipo de los instrumentos musicales
depende del lugar. Si hay violines, arpas, mandolinas, guitarras; éstos también
lloran armonizando los sonidos agudos y graves.
Todos los encuestados en USP y UNASAM dicen
“angelito” (diminutivo afectivo muy común en el castellano de los peruanos) al
referirse al niño y a su alma. Muchos andinos, hasta ahora, no han aceptado el
pecado original que predicaron y predican los sacerdotes.
Así como se canta llorando, también se
baila llorando. Aquí están los estribillos más repetidos:
Llullullay, llullu.
Urpillay, urpi: Tiernito querido, tierno. Palomita querida, paloma.
Llullullay, llullu: ima
aywakuymi, aywakunki: Bebito querido, bebe. Te vas en un viaje inexplicable.
Mamaykipaq, yayaykipaq alli mañakunki: Rogarás de todo corazón por tu madre y tu
padre.
Aylluykipaq, markaykipaq alli mañakunki: Rogarás de todo corazón por tu comunidad y tu pueblo.
Si hay un grupo de danzantes, ellos también
pueden participar desde la salida y durante la romería. Las danzas más comunes
son: huanquilla, huanca, shacsha e inca. En la zona de Huancavelica se
interpreta también la danza de las tijeras, etc. Las danzas deben ser de
movimientos solemnes y de mucho respeto. Se evitan los movimientos que den risa
o que sean falta de respeto. El homo
sapiens et loquens es también homo
ludens.
Los que ven la romería desde lejos,
detienen sus actividades, se quitan o ladean el sombrero y se despiden
silenciosos pidiéndole que el alma inocente ruegue por ellos.
El señor Alejandro Pereda, que vivió muchos
años en un puerto pesquero al norte del Perú, cuenta algo que vio y vivió: “En Catacaos existe la
tradición de sepultarlos con banda de músicos y hay un día en que reparten pan,
llamado pan de los angelitos, que los reparten entre los transeúntes”. El
primero de noviembre, Día de Todos los Santos, es el día del reparto de los
panes con figuras de niños. Los padres que han perdido a su criatura hacen
panes con figuras de niños que regalan a los niños que se parecen a su hijo
ausente. “Mi hijo(a) está en el cuerpo de este niño (a)”, es el pensamiento.
A la
pregunta de la encuesta: ¿Qué opina del baile y música en el entierro de una
criatura? En USP: 23 contestan que está bien. “Es una alegría de las
personas; lo entierran con un pensamiento positivo”. “Considero real al mundo
andino por cuanto el infante es puro y
libre de pecados. Tuve la oportunidad de vivenciar en Yurma y Llumpa”.
Los pueblos mencionados están en Áncash. 7 dicen que está mal. 5 no contestan.
En UNASAM: 20 contestan que está bien. 7 está
mal. 4 no contestan. Dos comentarios merecen ser citados: “Una forma de ocultar
el dolor. Dar luz a la oscuridad”. “Los
niños son angelitos […] rezarán por los suyos”.
5. Tumba (aya wasi). Los cuerpos muertos de los niños bautizados
pueden ser sepultados en un espacio del cementerio (Pabellón de los Niños),
alejado de los difuntos mayores. A la pregunta si los niños pueden ser
enterrados en los cementerios hay estas respuestas y comentarios. En USP todos
contestan que sí. “Donde están los muertos mayores hay más pecados. Y no se les
junta, en Yungay tienen un lugar separado”. (Los niños) “son ángeles sin ningún pecado”. En UNASAM 20 responden que los
niños muertos deben ser sepultados en el cementerio común. “El niño es puro, inocente, angelito”.
11 no contestan.
El problema es cuando los niños mueren sin
haber recibido siquiera el agua del socorro. Algunos creen que los cementerios
son sólo para los cristianos. Un campesino de Quitaracsa (Áncash) me informó:
“Algunos creen que a la tumba del niño no bautizado cae el rayo”. En este caso
el geomántico es el que escoge el lugar conveniente para sepultar al niño
difunto; además de sus conocimientos de la energía de la tierra, consulta a su
coca para no equivocarse. Por este criterio muchos niños no bautizados son
enterrados fuera del cementerio, en las cuevas y debajo de rocas grandes,
lugares protegidos del rayo (illapa).
Al respecto he preguntado a los sacerdotes
y civiles escolarizados. Nadie me ha referido alguna disposición eclesial;
todos dicen: “Sí pues, así es la costumbre”. A veces, ni siquiera reconocen el
valor del agua del socorro.
6. Entierro del niño (wawa pampay). Actualmente, los panteones o cementerios están localizados en un solo
lugar, en la parte más alta que el poblado. Allí escarban la fosa los
familiares y los niños.
En el momento del entierro, fuera de los
cánticos religiosos, los mayores y niños bailan. En el momento de bajar el
cadáver en la fosa los adultos y niños empuñan la tierra removida para verterla
como ofrenda.
Las cruces de madera o metal o una piedra
plantada sirven para indicar el lugar de la tumba.
3. Rito
al quinto día post mortem (pitsqay).
Se hace este rito más como
una formalidad y expresión de la despedida cariñosa porque el niño muerto,
algunas veces menos de un año, no tiene tantas huellas que recoger ni su
salvación está en duda. La muerte de un niño es una desgracia y alegría al
mismo tiempo. El rito sigue el mismo proceso en el caso de los adultos. Pero,
más es una reunión de familiares y vecinos para consolar a los padres y
hermanos.
Los niños
participan cantando la despedida (aywallaachi).
Al finalizar el rito, casi a media noche, se deja las
ropitas del niño difunto en una habitación, luego, el mayor de todos esparce
ceniza fina en el piso, cierra la puerta con llave.
En la mañana del sexto día post mortem, el familiar mayor
abre la puerta y muestra desde afuera las huellas en el piso. Generalmente
aparecen las huellas de los pajarillos. El alma ha volado al mundo de arriba
convertido en pajarillo.
4. El destino de las almas de los niños (mayman wamrapa ayan aywan).
1.
Las almas de los niños muertos van al mundo de arriba (hanaq patsa).
Aunque los cuerpos de los niños sean enterrados fuera del cementerio
oficial, aunque sus cuerpos yazgan en un sitio del cementerio, separados de los
adultos, ellos se van al cielo. “El alma de los niños asciende al paraíso de
modo diferente. Los bebés y párvulos, por ser puros, son angelitos y se van
volando; y en el paraíso son jardineros; por eso, para enterrarlos en muchos
lugares del ámbito rural, aún se les viste de ángeles”. (Yauri Montero, 2007: “Puerta de la Alegría”, pp. 84-85).
A la
pregunta: ¿A dónde se van las almas de los niños muertos? hay estas
respuestas y comentarios:
En USP 23
contestan que se van al cielo, a las alturas. “Hacia arriba como todos los
muertos”. “El niño que muere va al hanan
pacha o arriba”. “Al cielo o hanaq
patsa”. 2 opinan que las almas se
quedan en este mundo sin especificar el lugar: “A ningún lado”. “Se quedan en
la tierra”.
En UNASAM: 27 responden que se van al mundo
de arriba (hanaq patsa: 18; cielo:
10)
“Se van al cielo o hanan patsa”; 4 no contestan.
La
concepción prehispana del destino de las almas que han cumplido su ciclo y
merecen el reposo es la región alta, por eso las montañas son depositarias de
las ánimas del pueblo. Así se comprende que el apu (divinidad protectora) more en las partes altas (hanaq patsa o hanan patsa).
2.
Se convierten en pájaros (pishqu
tikrayan). Algunos pájaros como la
paloma (urpi) y el colibrí o picaflor
(winchus, qinti) son considerados como animales depositarios de las almas de
los niños.
A la
pregunta: ¿El alma del niño muerto se convierte en pájaro?
En USP: 12
dicen que sí: “Sí, porque es un ángel”. “Sí, porque es un angelito de dios”.
“En pájaro de espíritu”. “Sí, en una paloma”. “No sólo puede ser un pájaro,
también puede ser otro animal”. Esta última respuesta nos hace pensar en otro
animal como la mariposa (pillpash). 8
responden: No. Sin embargo, 2 añaden sus pareceres: “En soplido del viento”.
“En una estrella”. 9 contestan que no saben; y 6 no contestan nada.
En UNASAM: 18 dicen: en pájaro; pero
también en mariposa, flor (wayta),
estrella (quyllur). 9 dicen que no
saben a ciencia cierta. 1 no contesta. 1 niega con un NO. Sin embargo, una
opinión difiere de todos: “Se convierte en una voz que nos ayuda o nos
atormenta”.
Violeta Parra Sandoval
(1917 – 1967), cantante y estudiosa del folclore chileno, en su composición
“Rin del angelito” expresa con bello lirismo y profundidad el pensamiento
popular andino: El niño es un angelito que, cuando se muere, se transforma en
pajarito, flor, pez y lucero. Además, va derechito hacia la altura: cielo, luna
y lucerito. (El alma busca en la altura / la explicación de su vida / cortada
con tal premura).
I
Ya se va para los cielos
ese querido angelito,
a rogar por sus abuelos,
por sus padres y hermanitos.
Cuando se muere la carne
el alma busca su sitio
adentro de la amapola
o dentro de un pajarito.
II
La tierra lo está esperando
con su corazón abierto
por eso es que el angelito
parece que está despierto.
Cuando se muere la carne
El alma busca su centro
en el brillo de una rosa
o de un pececito nuevo.
III
En su cunita de tierra
lo arrullará una campana
mientras la lluvia le limpia
su carita en la mañana.
Cuando se muere la carne
el alma busca su diana
en el misterio del mundo
que le ha abierto su ventana.
IV
Las mariposas alegres
de ver el bello angelito
alrededor de su cuna
le caminan despacito.
Cuando se muere la carne
el alma va derechito
a saludar a la luna
y de paso al lucerito.
V
Adonde se fue su gracia
y a dónde su dulzura
porque se cae su cuerpo
como la fruta madura.
Cuando se muere la carne
El alma busca en la altura
la explicación de su vida
cortada con tal premura.
La explicación de su muerte
prisionera en una tumba.
Cuando se muere la carne
el alma se queda oscura.
5. Ofrenda de comida y bebida (mikuyta qaray). El 1º de noviembre, Día de
Todos los Santos, y el 2 de noviembre los familiares llevan dulces, frutas
frescas y refrescos a la tumba de los niños. Allí les dejan la ofrenda un
momento mientras rezan, cuentan sus cuitas, cantan canciones infantiles y luego
bailan para ellos. Se supone que las almas de los niños llegan volando para
recibir los testimonios de cariño de sus familiares.
III. CONSIDERACIONES FINALES
1. Los ritos fúnebres convertidos en actos festivos
evitan que la muerte se convierta en un trauma. Se acepta que la muerte
(tanatos) es la ruptura, la destrucción, el fin de un ciclo y el inicio de
otro; pero los que siguen viviendo en esta orilla de la existencia enfrentan
este hecho inevitable y natural con actos de amor (eros) que se expresan en la
solidaridad y en la participación. El dolor compartido es soportable y
transportable. Cada celebración de la muerte es la preparación para la propia
muerte.
2. Los ritos fúnebres mantienen y refuerzan la
relación entre el mundo de los vivos con el mundo de los muertos. Los ritos de
los vivos iluminan y alegran el camino del alma del difunto en ese mundo
liberado del tiempo y de las penurias.
3. Los ritos fúnebres alcanzan varios niveles: mágico,
religioso y social. El nivel mágico se da cuando los cocamánticos,
tabacománticos y pirománticos alcanzan los datos del otro mundo e informan
sobre el estado del alma del difunto. Los cánticos, las oraciones recitadas y
las repeticiones de palabras o expresiones claves sirven para agradar y calmar
al difunto. La activa participación de la comunidad hace solemne el ambiente triste
y tenso, y une a los miembros de la comunidad viva.
3. Algunos andinos no
aceptan hasta ahora que el ser humano nazca con pecado original, por eso dicen
que el niño es un angelito.
4. El estado de paz y
tranquilidad es la gloria, el cielo y el paraíso que predican los cristianos.
5. Las almas de los
difuntos son los mediadores entre la familia y la divinidad. Por esta razón, cuando
se tiene un problema difícil, antes de recurrir a los santos, primero se
recurre a las almas de los familiares difuntos porque ellos son más sensibles a
las peticiones y, además, porque ellos siguen compartiendo la historia. No
están muertos, están en otra dimensión de la existencia. Han cruzado el río que
separa la vida de la muerte, y desde la otra banda o ladera están contemplando
a los vivos.
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