LA PESTE COVID-19 RETA A LA HUMANIDAD
(Texto escrito en los días de cuarentena en Lima, abril de 2020)
Francisco Carranza Romero
En estos días la prensa
mundial centra su atención a corona virus o covid-19 que comenzó en Wuhan,
capital de la provincia de Hubei (China), y que ahora es pandemia. Es recordado
un médico chino honesto y valiente quien informó y alertó sobre la gravedad del
mal; la respuesta de las autoridades fue silenciarlo en vez de tomar en cuenta el
informe médico. Cuando el mal se hizo notar con muchas muertes, recién se tomó
la medida: aislar al pueblo. Sin embargo, la enfermedad llegó a otros países
porque ahora es fácil viajar gracias a los modernos medios de transporte.
Entonces, algunos gobiernos del mundo tomaron en serio el problema; mientras
otros negaron y se burlaron, hasta que vieron aumentar el número de infectados
y muertos.
Con la nueva enfermedad mortal
surgió, inmediatamente, el virus del egoísmo que existía desde siempre, en unas
sociedades más, en otras menos.
Al principio, en muchos
países del mundo hubo insultos y maltratos a los ciudadanos del este de Asia
como si todos fueran pestíferos. La prensa de Europa y América, sin saber el
origen y la naturaleza exacta del virus, aprovechó la oportunidad para criticar
la cultura gastronómica de China.
Ahora, que el mal es
pandemia, siguen las conductas intolerantes con los ciudadanos de los países
donde hay más infectados y fallecidos. El turismo, antes una industria muy
lucrativa, ahora es víctima porque ya no hay viajes por los aeropuertos
cerrados y el pánico de los contagios.
Ante las medidas de
control como la cuarentena y el distanciamiento social, la respuesta de algunos
es brutal: acaparar todo lo que se pueda para revenderlo cuando escasee el
producto. Esos están infectados por el virus del egoísmo. Gente de ojos
brillosos por la ansiedad compra grandes cantidades de papel higiénico,
mascarillas, guantes descartables, desinfectantes, agua embotellada, cereales,
etc. Los que no pueden adquirir esos productos son las víctimas del egoísmo y Covid-19.
La humanidad, durante
toda su historia ha sobrevivido sacando lecciones de las catástrofes
(terremotos, maremotos, sequías, incendios, aluviones, friajes, pestes,
guerras, etc.). Ante la actual pandemia también tiene que reflexionar y buscar
soluciones en los cambios del modus vivendi y no estar sólo esperanzado en la
elaboración de la vacuna. Por mi experiencia de haber vivido varias décadas en Corea
del Sur y en el área rural de los Andes, cito lo que se puede aprender:
1. La venia leve o
profunda. Es suficiente este gesto de saludo cortés en el
encuentro y despedida. Ahora debemos evitar el contacto físico en los saludos: apretón
de manos, besos (uno o dos en algunos lugares; tres en otros: en las dos
mejillas y en la boca).
2. Práctica
de más higiene. Abarca muchos aspectos de la vida:
-Quitarse los zapatos en
la entrada de la casa. Cuando caminamos la base del calzado está en contacto
con el polvo, basura, escupitajo, orina de mascotas, estiércol de aves, etc. Así
el zapato es portador de gérmenes infecciosos que pueden llegar hasta el
interior de la casa. Algunos hasta ponen sus pies con calzado sobre la mesa
para descansar. En Asia es muy común quitarse los zapatos para entrar a la casa.
Esto implica que hay que tener los pies limpios y las medias en buenas
condiciones.
En mi casa en Lima y en
las casas de mis hijas (en Toronto y Baltimore) se cumple esta costumbre que
aprendimos en Seúl. Algunos visitantes se incomodan y hasta murmuran por esta
exigencia. Las chancletas para el interior de la casa mantienen bien el piso y
la alfombra.
-No compartir el mismo
vaso al beber. Esto sí debemos cambiar todos, porque los asiáticos y los
americanos bebemos, muchas veces, compartiendo el mismo vaso como muestra de la
amistad. Cuando no hay vaso y se comparte el contenido de la botella, que puede
ser gaseosa o agua, hay que abrir la boca y verter con cuidado el contenido.
Así hacen los coreanos. Evitar tomar el contenido de la botella poniendo en
contacto los labios.
-Lavarse las manos con
mayor frecuencia. Barrer la casa, patio y escaleras con mayor frecuencia.
Recuerdo a mi abuelo materno, quien nos narró varias veces: “Retornaba de la
chacra cuando escuché ruido atrás, volteé y vi a un varón greñudo, barbudo y
casi desnudo que corría bufando y chillando delante del torbellino. Apoyando mi
espalda en una roca lo esperé con el bastón listo para defenderme si me atacaba
el loco desconocido; pero éste, al verme, salió del camino desviando el curso
del viento loco”. Al oírlo muchos dijeron que los perros habían ladrado
mientras pasaba el torbellino. “Ahora: limpiemos la casa, el patio y el camino;
y quememos la basura para borrar la huella del puriqishyay” -aconsejó-. Después
de unos días muchos niños de las casas no aseadas se enfermaron y murieron con
chiraqya (tos convulsiva). La palabra quechua puriqishyay se refiere a la
enfermedad contagiosa (puriq qishyay: enfermedad viajera). La figura del extraño
hombre barbudo es la memoria histórica de que muchas enfermedades (sarampión,
viruela, gripe…) llegaron con los barbudos conquistadores.
3. Uso de la mascarilla.
En Corea se usa la mascarilla cuando uno está resfriado o para no inhalar el
aire frío en los días frígidos del invierno. Así el enfermo no contagia a otros
ni aspira el aire helado.
4. La incineración de los
cadáveres. En India y en algunos países asiáticos con la
influencia del budismo, los muertos son quemados. Cuando se toca este tema, algunos
cristianos objetan por la creencia de “la resurrección de los muertos”. Con
todo respeto a la religión, mi padre fue incinerado en Trujillo porque allí le
tocó la hora de la muerte, y yo pude llevar su ceniza a mi pueblo natal
cumpliendo su deseo y mi compromiso. El sacerdote Wenceslao Calderón también
fue incinerado en Trujillo ante la contrariedad de algunos de sus colegas; y su
urna con cenizas está empotrada en la pared del local parroquial que con
esfuerzo construyó.
La incineración sirve para
no depositar las enfermedades en las tumbas bajo tierra o en los nichos. Las
cenizas ya no contaminan y pueden guardarse o verterse al río o debajo de un
árbol. En Perú, desgraciadamente, hay pocas ciudades con crematorios. Es el
momento de fomentar los hornos de incineración.
5. La solidaridad en la
vida.
La sociedad colectivista o comunitaria sabe ayudarse mejor. La lengua quechua
tiene el sufijo de reciprocidad -naku que se pone antes del morfema del infinitivo
(-y). Esto es posible con los verbos transitivos, aquí van tres ejemplos:
kuyanakuy (amarse recíprocamente), hampinakuy (curarse), yanapanakuy (ayudarse).
Si practicamos la solidaridad comunitaria en vez del individualismo podremos superar
cualquier catástrofe.
6. Disciplina.
Es un valor que se debe inculcar en el hogar y en la sociedad. El disciplinado
sabe escuchar y reflexionar antes de actuar. Si la cuarentena y el
distanciamiento social son por la salud personal y de los demás, hay que
respetarlos.
La peste reta a la
humanidad, ésta debe responder bien para sobrevivir.
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