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Francisco Carranza Romero
La intolerancia y la
exclusión de otros son muestras de que la especie humana sigue siendo gregaria
sólo entre sus supuestos semejantes (próximos, prójimos). Y la Historia nos
muestra datos suficientes de que esta convivencia gregaria dura hasta que los
intereses económicos les motivan a disputarse hasta llegar a intentos de eliminarse
unos a otros.
Por miles de años los habitantes
de Eurasia convivieron bien o mal porque el inmenso espacio de su hábitat no tiene
fronteras insuperables como los océanos. Por esta realidad geográfica, los
euroasiáticos se “visitaron” buscando la supervivencia, se invadieron, se
rechazaron y volvieron a aceptarse, aunque sea soportándose.
Los indígenas de América también
fueron víctimas
Después del siglo XVI los
europeos invadieron América, África y Oceanía y comenzaron a repartirse las tierras
y gentes con la justificación de darles la buena civilización y la santa religión.
Los poderes políticos y religiosos se aliaron en esta empresa. Sin embargo,
debemos reconocer que hubo algunos clérigos valientes como Luis Jerónimo Oré y
Bartolomé de las Casas que denunciaron ante los reyes y papas los abusos de los
conquistadores.
Luis Jerónimo de Oré
(1554 -1630), franciscano de Huamanga, escribió: “Las rencillas entre los
religiosos y administradores coloniales marcaron las relaciones entre los ‘dos
cuchillos’ -Iglesia y Estado, como los llamó el obispo Gaspar Villarroel- en
las Indias Españolas, y en la Florida no fue excepción” (Luis Jerónimo de Oré:
“Relación de los mártires de la Florida”, p. 35. PUCP, Lima, 2014. Edición de
Raquel Chang-Rodríguez).
El obispo Francisco
Marroquín Hurtado (1499 - 1563) envió desde Guatemala un sabio consejo a Carlos
V: “Conocerlos hemos. Conocernos han”. ¡Cuánta razón tenía ese clérigo!
La Junta de Valladolid,
1550-1551, es famosa por la polémica entre dos clérigos de ideas y actitudes
opuestas: Juan Ginés de Sepúlveda, basado sólo en los informes de los viajeros
y en sus reflexiones teológicas, defendió la conquista con el argumento de que
los pobladores del Nuevo Mundo no tenían alma; ergo, no eran seres humanos.
Bartolomé de las Casas, quien sí conocía las islas del Caribe y la tierra
firme, defendió los derechos de los pobladores del Nuevo Mundo. ¿A quién le
hicieron caso?
Entonces, la gente que
tenía los rasgos físicos y culturales diferentes del europeo era vista y juzgada
con menosprecio. Perder la tierra y la esperanza de una vida mejor era peor que
la peste. Y en pleno siglo XXI, con el cuento del progreso y la civilización,
cuántos vejámenes se siguen cometiendo contra los indígenas de América que no
sólo defienden sus vidas sino también de la naturaleza con la que viven en
contacto diario.
Odio a los asiáticos
Desde el año 2020, por la
aparición y propagación del Covid-19, convertido ahora en pandemia, ha habido muchas
y variadas opiniones. La prensa y las redes sociales han difundido muchas noticias
y declaraciones imprudentes confundiendo al público. Mientras tanto, se
realizan las investigaciones superando muchas dificultades en los lugares de
posibles orígenes del virus. Ojalá se encuentren los datos suficientes para conocer
la naturaleza del virus para desarrollar las vacunas y los métodos de curación porque
el número de muertos en el mundo ya ha superado a los tres millones.
Algunos políticos
irresponsables, sin hacer caso a los epidemiólogos, se han despreocupado de la
salud del pueblo y hasta han negado el peligro que significaba el nuevo virus. Como
se vive la competencia por la hegemonía económica y política esos líderes han repetido
y difundido tantas veces las expresiones: “virus chino”, “virus asiático”, hasta
que algunos estadounidenses y europeos han generalizado sus fobias contra todos
los asiáticos parecidos físicamente a los chinos. “Una mentira, repetida tantas
veces, se vuelve una verdad”, dice el refrán. Así hicieron los nazis contra los
judíos hasta que trataron de exterminarlos. La prensa nos informa casi diariamente
sobre las frecuentes agresiones que sufren muchos asiáticos.
Todos sabemos que la
gente de piel oscura ha sido víctima de la gente de piel blanca. Pero ahora,
los que atacan a los asiáticos no son sólo los de la piel clara, también los de
la piel oscura; y estos agresores no se ponen las mascarillas ni cumplen los
protocolos de bioseguridad. En realidad, son los frustrados que se desfogan con
los asiáticos señalándolos como los causantes de sus fracasos. Desgraciadamente,
no sólo la pandemia de Covid-19 mata a la gente.
Los estadounidenses de
ascendencia asiática, con sus documentos en regla, y los visitantes asiáticos son
víctimas de los racistas y nacionalistas que les gritan. “¡Fuera!” “¡Vuelve a tu
país!” “¡Llévate tu virus!”. Muchas veces, los gritos rabiosos van acompañados de
golpes, puñaladas, vertimiento de gases tóxicos a los rostros y disparos a
quemarropa. Esos nacionalistas de hoy ignoran o no quieren recordar que sus
antepasados, hace apenas unos siglos, también llegaron a las tierras de Abya
Yala dispuestos a arrebatar a los nativos milenarios sus tierras y productos.
Los agresores racistas y
nacionalistas ignoran o pretenden ignorar el Artículo 2 de La Declaración
Universal de los Derechos Humanos (documento adoptado por la Asamblea General
de Las Naciones Unidas, París, 10 de diciembre de 1948): “Toda persona tiene
todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción
alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier
otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o
cualquier otra condición”.
Es el momento también para
preguntar a los países asiáticos, cuyos ciudadanos son agredidos en Estados
Unidos y Europa: ¿Sus leyes y su sociedad son incluyentes o excluyentes con los
extranjeros que residen en sus espacios? ¿Dan el trato respetuoso a los
extranjeros?
La lucha entre el
altruismo y el egoísmo es de siempre. La grandiosidad humana no consiste en tratar
bien sólo al que nos es próximo. La magnanimidad se demuestra en el buen trato
también al que nos es lejano por su nacionalidad y por sus diferencias físicas
y culturales. En la estructura más profunda todos pertenecemos al mismo “grupo
zoológico humano” (Teilhard de Chardin), aunque los brutos discriminadores y
propagadores del odio ignoren o no les guste aceptar esta realidad.
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