PISHTACO, DEGOLLADOR DESALMADO
Francisco Carranza Romero
¡Pishtakuwantaq
tinkunkiman! ¡Cuidado de encontrarte con el pishtaco!
Es la advertencia muy común de la gente andina del área rural cuando alguien
viaja solo a la ciudad.
Retablo ayacuchano - Wikipedia
¿Quién y cómo es el temible pishtaco?
El léxico peruano
“pishtaco” proviene de la lengua quechua pishtakuq (pishta-ku-q): el
que degüella con crueldad, degollador sin sentimiento. (Explicación: pishta
es el tema verbal de pishtay: degollar; -ku: morfema verbal
enfático; -q: morfema del
participio presente). Así el pishtaco es el cruel degollador de gente y que se
enriquece vendiendo la “grasa humana” (runa wira). La palabra wira
significa grasa, vitalidad, salud.
Por las referencias
históricas se sabe que los orígenes de esta creencia y relato se remontan a la
época de la colonia española cuando la grasa humana servía para fundir las
campanas de los templos cristianos; porque decían que una campana fundida con
la grasa humana, cuando la tañían, emitía mejores sonidos porque los espíritus
de las víctimas gemían desde el interior del metal frío y pesado.
Por los relatos, dibujos y
esculturas deducimos que este personaje es un blanco muy poderoso por sus armas
de fuego, por su daga de largo alcance, por su dinero e influencias, y que captura
al solitario e indefenso campesino que va a la ciudad o vuelve de ella. Es la alusión
del insensible personaje explotador y traficante de gentes: encomendero,
gamonal, militar, ingeniero, empresario, minero, cura extirpador de las
idolatrías... Después de decapitar a su víctima, la cuelga sobre un perol, y a
fuego lento extrae gota tras gota la grasa humana, un excelente lubricante para
el buen funcionamiento de muchas máquinas. Los obrajes, los ingenios de azúcar,
las minas y otras industrias necesitaban la sangre y grasa de los indígenas
para funcionar y tener buenos resultados económicos.
En el siglo XX, la grasa
del pobre campesino siguió haciendo funcionar barcos, tanques, aviones, misiles,
cohetes espaciales, etc. Los pishtacos de entonces fueron los hacendados, empresarios
abusivos, militares defensores del poder, leguleyos y políticos que se juntaron
en la complicidad. Era el precio del desarrollo.
En el siglo XXI, tiempo
de la tecnocracia y de la pishtaquería cibernética, el desarrollo sigue gracias
al sudor y sufrimiento humanos. Las víctimas, ahora “decapitadas virtualmente”,
siguen siendo gentes inocentes como los niños y adultos ignorantes de las
trampas virtuales. ¡Qué clase de virtud! Lo que se gana sirve para pagar los
intereses de las deudas del estado, para abrir o aumentar las cuentas en los bancos
extranjeros, para comprar nuevas armas que maten más gente y en menos tiempo;
poco es lo que se invierte en los servicios de la educación y salud públicas
porque el pishtaco no se preocupa del pueblo.
El indígena peruano, en
su silencio preñado de creatividad y por su memoria histórica y colectiva de
varios siglos, describe a este personaje temido y odiado, dándole las
características según la época. Así previene a sus descendientes para que se
cuiden de caer en las manos asesinas del pishtaquismo nacional e internacional.
Por eso, cuando se dice que el pishtaco quita la grasa de sus víctimas, es una
acusación contra los responsables de las injusticias y genocidios cometidos no
sólo en el mundo andino. Los cuadros pintados, los mates burilados y los
retablos también narran y describen con sus códigos (colores, formas y relieves)
la figura y el modus operandi del pishtaco. Y, lo más curioso, en todos los
relatos el temible personaje siempre ataca desde lejos, de sorpresa y a la
traición, evade la lucha cuerpo a cuerpo. Por eso, el andino sabe que, para
defenderse, necesita vivir en un ambiente de solidaridad y ayuda mutua que se
expresa con el verbo yanapanakuy (El morfema -naku expresa la
reciprocidad).
Para los ajenos al mundo
andino, el tema del pishtaco es sólo creencia y cuento de los serranos. En la
novela “Lituma en los Andes” del escritor peruano Mario Vargas Llosa, el
protagonista Lituma, un policía costeño, se siente totalmente ajeno en el mundo
donde se habla del pishtaco. El autor narra la actitud de Lituma al escuchar a
una mujer hablando quechua: “La india repitió esos sonidos indiferenciables que
a Lituma le hacían el efecto de una música bárbara”. Para muchos peruanos de
formación eurocéntrica los fonemas del quechua y de otras lenguas nativas son
sonidos de los bárbaros gentiles, de los incivilizados… En Perú,
innegablemente, hay muchos Litumas.
Sin embargo, para los que
asumimos la peruanidad multiétnica y multicultural, el pishtaco no es sólo
creencia y cuento, tampoco es sólo un trauma; es la denuncia y advertencia para
vivir prevenidos ante los modernos pishtacos que andan disfrazados con atuendos
según las modas y que ahora se esconden detrás de las modernas computadoras.
El pishtaco, como tema, ya
es tratado desde diferentes disciplinas por muchos pishtaquistas que analizan
el fenómeno del pishtaquismo no sólo del Perú. Como vemos, los neologismos también
se asoman provocadores, ¿verdad?
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