EL MITO
DE ACHICAY Y LA COSMOVISIÓN ANDINA Francisco Carranza Romero I. La vieja Achicay (Chakwas Achikay)1 En las
tantas veces en que las pérfidas Usya (sequía) y Muchuy (hambruna)
visitaron nuestros pueblos, las gentes andaban trastabillando como
sonámbulas porque ellas les habían arrebatado las energías. Si no fuera por
la shitqa, ese nabo silvestre de hojas ásperas y flores amarillas
que destroncamos de nuestras chacras, todos habrían perecido. Ella fue la
única planta que verdeó. Las terribles visitantes se paseaban exhalando gases
secos y hediondos que provocaron la aparición de muchas pestes. Una de
sus inolvidables visitas fue a un pueblo de la tierra baja donde vivía una
familia con una niña y un niño. La familia había sobrevivido durante mucho
tiempo bajo un régimen estricto de un bocado de comida por día. Hasta que
llegó el día de tener que comerse la última mazorca de maíz guardada para la
semilla. Los padres se pusieron de acuerdo para tostar los granos a
medianoche cuando los niños estuvieran ya dormidos. La mujer comenzó a tostar
sigilosamente, pero los granos rompieron el silencio al reventar y zapatear
dentro del tiesto de barro. Y cuando ella quiso retirar el tiesto del fogón
necesitó un trapo para no quemarse las manos. —Busca
el trapo, rápido —susurró la mujer. El
hombre, alumbrado por la escasa luz del fogón, lo buscaba desesperado, los granos
ya comenzaban a quemarse y su olor llenaba toda la habitación. —¡Dónde
está el trapo! — la mujer alzó la voz. —Está
en el hueco de la esquina —intervino el niño que se había despertado por el
sonido y el olor de la cancha. Y la comedida niña alcanzó el trapo a su
madre. Los
padres, avergonzados y enojados de haber sido descubiertos, los metieron en
un costal. Y esa misma noche, por sugerencia de la madre, el padre los cargó
hacia una colina de donde los arrojó hacia el precipicio. Pero la soga que
amarraba la boca del costal se enredó en una rama de quenua que crecía en la
falda saliente del pecho del precipicio. Cuando
amaneció, los niños comprendieron el terrible peligro. Clamaron a todas las
fuerzas protectoras que recordaron, y con mucho cuidado hicieron un hueco
para pedir el auxilio. A cada cóndor que pasaba le pedían. —¡Kunturllay,
kuntur: Apakallaamay! (¡Tío cóndor, tío cóndor: Sáquenos de aquí!). —¡Jo!
Estoy apurado porque tengo que tocar en una fiesta —contestó el cóndor flautista
y se fue silbando. Otro
cóndor, después de oír el mismo clamor, respondió: —¡Jo! Debo bailar en
la fiesta, estoy apurado. No me quiten el tiempo —pasó raudo. El
tercer cóndor respondió: —¡Jo! Soy el servidor de comida. Y ya me he hecho
tarde —aleteó más rápido. El
cuarto cóndor tampoco les hizo caso: —¡Jo! Tengo que recibir la comida del
músico y del bailarín. No tengo tiempo —pasó con toda prosa como si fuera el
único para ese oficio. Y
cuando el sol ya estaba alto apareció el quinto cóndor de vuelo lento y
vacilante, daba la impresión de cansado,o muy viejo o muy enfermo. —¡Kunturllay,
kuntur: Apakallaamay! El
cóndor, sorprendido, afinó bien sus sentidos y movió su cabeza a uno y a otro
lado. Al localizar a los niños que clamaban llorando se compadeció y los sacó
a tierra segura. —Tío
cóndor, ¿a dónde estaba yendo? —le preguntó el niño. —¡Jo!
Estaba yendo a la fiesta que, según el mayordomo que me invitó, será la mejor
de todas. Pero, por mi edad, todos me dejaron atrás. El
cóndor, con el aspecto de un abuelo cariñoso, después de descansar un rato,
se fue balanceándose porque sus débiles alas ya no le ayudaban mucho para
surcar con facilidad el espacio. Los
niños erraron por cerros y quebradas hasta que vieron un gorrión con una flor
de papa en el pico. Siguiendo al pajarillo llegaron a un papal en plena
florescencia. Escarbaron y sacaron unas papas con que aplacaron el hambre. En
esos instantes apareció la dueña de la chacra, una anciana de edad
incalculable. —¡Pobrecitos
niños hambrientos! Si quieren comer bien, síganme, en mi casa abunda la
comida. Desde
los primeros días la anciana comenzó a mostrar sus extraños prodigios: de día
estaba ausente, en las noches sancochaba piedras, las partía y las comía como
papa. Los niños, naturalmente, no podían compartir esa comida. Después de
unos días separó a los hermanitos. El niño fue enjaulado para ser mejor
alimentado. La niña fue destinada a la cocina para ayudar y acompañar a la
hija.2 Desde
esa noche el niño comenzó a ser cebado y cuidado. Una noche el niño escuchó
en su sueño los consejos de un abuelo: La vieja te está cebando. En la noche
te va pedir que le muestres tu dedo para saber si ya estás gordo; pero tú no
se lo des; alcánzale la cola del ratón que te va acompañar en las noches. Efectivamente,
cada cinco días, a medianoche, llegaba puntual la vieja. —A ver,
hijito, ¿cómo estás? Dame un dedo. —Aquí
está, tía —le hacía tocar la cola del ratón. —¡Cómo!
¿Tan flaquito? Parece que no te dan de comer, voy a decir a tu hermana que te
dé más comida. La
vieja siguió con sus visitas, y el niño la siguió engañando. Pero una noche
el ratón no llegó puntual de su paseo; y el niño tuvo que presentar su dedo. —¡Qué
bien! Ahora sí estás gordito… Tu hermana te ha dado de comer. Sal de la jaula
para lavarte y despiojarte. —Tía,
¿qué le pasa a mi hermano? ¿Por qué llora? —No le
pasa nada. Tu hermano llora porque le saco los liendres y piojos. Es que
desde mañana ya va a vivir fuera de la jaula. En el
transcurso de la noche los lamentos se debilitaron y dejaron de ser continuos
hasta que llegó la madrugada silenciosa. Apenas la niña se despertó con la
primera luz del alba se acercó sigilosa al cuarto, abrió la puerta y vio sólo
a la anciana que dormía roncando como el puma después de devorar un animal
cebado. El piso estaba manchado de sangre, los huesos frescos estaban regados
y la ropa de su hermanito a un lado. Recién comprendió la niña que la vieja
era la temible Achicay. Recogió la ropa con la que envolvió los huesos y
escondió el bulto afuera. Y, para ocultar lo que sabía, volvió a su cama
fingiendo dormir despreocupada. Achicay,
apenas despertó, llamó a su hija para impartirle las órdenes del día. —Rosa,
atiéndeme bien: Esta mañana hervirán el agua en la olla grande. Cuando el
agua esté en plena ebullición soltarás este collar adentro y gritarás
emocionada: ¡Qué bonito collar! Y cuando la niña se agache para verlo, la
empujarás dentro de la olla. Así tendremos un rico almuerzo. Ahora voy a salir;
pero volveré a mediodía. La
niña, que simulaba dormir, había escuchado toda la conversación. Rosa y la
niña, obedientes, llenaron el agua en la olla grande, atizaron el fuego hasta
que el agua comenzó a borbotar a risotadas. En todos estos momentos la niña
se mantenía a cierta distancia de la olla, hasta que Rosa gritó desde el
fogón. —¡Añañaw! ¡Qué
bonito! ¡Qué bonito collar hay adentro! Ven, mira. La niña
corrió fingiendo curiosidad, pero se detuvo cerca de Rosa. —¿Dónde
está? Muéstrame. —Ven,
agáchate aquí. —A ver,
¿cómo? Rosa,
se agachó, en ese instante la niña la empujó dentro de la olla. Puso más
leñas en el fogón, cogió su bulto y salió huyendo cuesta arriba. A
mediodía Achicay volvió a su casa. Feliz devoró la carne sancochada y, cuando
se hartó, llamó a su hija. Después de un eructo algo se movió bruscamente en
su estómago, lo que le hizo pensar en algo fatal. —¡Rosaaa!
—la llamó conteniendo el llanto. —¿Mamita? Era la
voz de Rosa que salía desde su estómago. ¡He comido a mi propia hija! Se
lamentó desesperada. Inmediatamente se dirigió a una laja grande a ras del
suelo donde vomitó y defecó. Con esa masa tibia comenzó a recrear a su hija
mientras repetía: Wawa tukuy. Wawa tukuy (Transfórmate en
hija. Transfórmate en hija). La magia se estaba realizando hasta que un
entrometido, curioso y travieso zorzal escarbó una parte de la masa. —¡Maldito
pajarraco! ¡Fuera de aquí! Por travieso y por hacer las cosas al revés dios
te azotó hasta dejarte bubas en tu trasero. Achicay
volvió a su labor y la muñeca recobró la vida y hasta se sentó. En ese
instante el zorzal, que estaba observando todo desde el aliso cercano, voló
asustado y cagó sobre la muñeca que cayó desparramándose. —¡Maldito
zorzal de culo buboso! Algún día te atraparé. Colérica,
impotente y consciente de su fracaso, volvió a su casa para atrapar a la
niña. Al no hallarla, usando su fino olfato comenzó a subir la cuesta
empinada. La niña, fatigada, vio que la vieja se le acercaba. Por suerte vio
a un zorrillo que hociqueaba la entrada de su cueva. —¡Añasllay,
añas: pakaykallaamay! (Tío zorrillo, tío zorrillo: ¡Escóndame, por
favor!) Achicay ha comido a mi hermano. Ahora me persigue para comerme. El
zorrillo se compadeció de la niña y la escondió en su cueva. Luego continuó
hociqueando hasta que llegó la vieja. —Tío
zorrillo, ¿no has visto a una niña? —No,
señora. —¡Cómo
que no! Veo sus huellas y siento su olor. —Bueno,
si quiere que le avise hágame el favor de lavar esta piel de mi pariente
hasta que se blanquee todo. La
vieja corrió al arroyo cercano llevando el mazo y la piel. Aunque lavaba a
golpes y sobes no se blanqueaba la parte negra. Entonces comprendió el
engaño. Furiosa volvió a la cueva. —¡Zorrillo
apestoso y comegusano, apártate! Yo misma voy a sacar mi presa. Mientras
ella insultaba, el zorrillo ya le había dado la espalda y levantando su cola
le disparó con destreza y puntería un chorro pestilente y amargo a los ojos.
La vieja cayó revolcándose de dolor y vómitos. ¡Chui!, algo se movió en sus polleras.
La niña reinició su huida. El zorrillo, descontento del merecido castigo,
rabió y rechinó los dientes: ¡Winchichin! Achicay,
cuando apenas pudo abrir los ojos adoloridos, comenzó a subir la ladera. La
niña, asustada y desesperada al verla cerca, se metió en el bosque de
espinosos queshquis donde el oso negro estaba comiendo. —¡Ukumarillay,
ukumari: pakaykallaamay! (Tío oso, tío oso: ¡Escóndame, por favor!) El oso,
compadecido, la ocultó con troncos de queshqui. Allí llegó la vieja. —Tío
oso, ¿no has visto una niña por aquí? —Mmmm.
No, señora —continuó comiendo las hojas y resinas del queshqui. —¡Cómo
que no! —guiada por su olfato se acercó al montículo de hojas y troncos,
cuando el oso la detuvo de un brazo. —Señora,
si quiere que le avise, ruede estas piedras redondas hacia la cima porque el
cerro las necesita para su honda. La
vieja comenzó a tirar las piedras hacia arriba, pero éstas volvían rodando
sobre ella. Herida de tantos golpes, se enojó. —¡Maldito
oso de cabeza redonda como estas piedras! Por algo no llegaste a ser persona. El oso,
no acostumbrado a los insultos, le dio un puñetazo en la frente con el que la
desmayó. ¡Chui, chui!, algo se sacudió en las faldas. Fue otra ocasión para
que la niña continuara la subida. Achicay,
repuesta del desmayo, reinició la persecución. La niña corrió a pedir el
favor al venado que estaba labrando la tierra para sembrar la oca. —¡Lluytsullay,
lluytsu: pakaykallaamay! (Tío venado, tío venado: ¡escóndame, por
favor!) El
venado la tapó con hierbas y terrones en el borde de su chacra. Allí llegó la
vieja. —Tío
venado, ¿dónde está la niña que acaba de llegar? —No sé,
señora —siguió roturando la tierra con su chaquitaclla. —Es que
siento su olor. —Señora,
si quiere mi ayuda, ayúdeme también a remover la tierra —le señaló la parte
rocosa. La
vieja no sabía usar el arado de pie. Además, la tierra era muy dura. Se
enojó. —¡Venado
de pies y cabeza huesudos! Ni bien
terminó el insulto cuando el venado le golpeó la cabeza con su chaquitaclla.
¡Chui, chui, chui!, hubo quejas dentro de las faldas. La niña miró que la
cima estaba cerca, pero jadeaba de cansancio y soroche, sus pies pesaban más
que las rocas. Abajo, la vieja reptaba y saltaba para acortar la distancia.
La niña subió arrastrándose sobre un peñón de donde estaba decidida a saltar
para no ser atrapada y devorada. Cuando al levantar la vista vio al cóndor
viejo que la estaba observando serio. —¡Kunturllay,
kuntur: pakaykallaamay! (Tío cóndor, tío cóndor: ¡Escóndame, por
favor!) El
cóndor abrió sus alas y la abrigó paternalmente. Y mientras clavaba su mirada
a la anciana que ligera se acercaba al peñón, siguió meditando sobre el
hambre y el egoísmo en el mundo de los seres humanos. —Tío
cóndor, tú que todo lo ves, que todo lo oyes y que todo lo sabes, ¿puedes
decirme dónde está la niña que ha llegado a esta peña? —¡Jo!
Señora, mientras pienso en la respuesta, tráigame agua en este cedazo. Tengo
mucha sed. Sin
perder el tiempo, la vieja corrió al manantial cercano. Hizo muchos esfuerzos
vanos porque el agua se escurría en el camino. Otra vez entró en cólera,
destrozó el cedazo y fue a enfrentarse al cóndor. —¡Maldito
cóndor, ladrón de animales, devorador de carne cruda sin masticar, de pies
escamosos y sucios, mentiroso! - Una patada voladora en el pecho la calló. Y
cuando quiso erguirse con una piedra en la mano, un terrible aletazo en la
cabeza la dejó tendida. ¡Chui, chui, chui, chui!, hubo más alboroto dentro de
las polleras. La niña
agradeció al abuelo cóndor y con mucho ánimo llegó a la cima desde donde vio
una inmensa pampa de pajonales. En la mitad de la llanura halló una piedra
plantada y rodeada de montículos de pequeñas piedras, ofrendas de los
viajeros. Puso también su ofrenda. Entonces pidió ayuda a toda la naturaleza.
Achicay también llegó a la cima desde donde comenzó a correr y a volar. Del
mundo de arriba bajó una cadena amarilla y brillante como el sol de la tarde.
La niña se ató con esa cadena y comenzó a ascender ante los gritos de la
vieja. Achicay,
confiada en la magnanimidad divina, también pidió otra cadena. Como los oídos
del creador están atentos a todos los ruegos, otra cadena bajó para ella;
pero ésta era de la paja llayá. Tan pronto como pudo se amarró y comenzó a
subir. El mundo de abajo se iba volviendo pequeño. En esa ascensión oyó
¡ruprup!, ¡ruprup!, ¡ruprup! en la parte alta de la soga. Un ratón estaba
royendo la soga. —¡Trompudo
ratón!, ¿por qué muerdes la cuerda que mi dios me ha enviado? — Mamaa
millkapamanqan chukru tantatam mikukuykaa (Estoy comiendo el pan
duro que mi madre me ha dado de fiambre). ¡Chui, chui, chui, chui, chui! —se
rio y siguió royendo hebra por hebra. Era el
mismo ratón que prestaba su cola al niño, pero que esa noche fatal había
llegado muy tarde por estar cortejando a su novia. Impotente y prendido en la
pollera de Achicay, había presenciado cómo ésta devoraba al niño, cómo se
banqueteaba a su propia hija, y cómo había sido castigada por los animales.
Royó tanto hasta que trozó la cuerda. Achicay
no tenía miedo en los primeros momentos de la caída, parecía que iba a
descender suavemente sobre los mantos blancos tendidos en el cielo; sólo
cuando traspasó velozmente las alfombras de espuma vio que la tierra corría
con agresividad hacia ella y todo se agrandaba ante su vista. En ese momento
comenzó a repetir: —Pampallaman.
Pampallaman. Pampallaman… (A la pampa no más. A la pampa no más. A
la pampa no más…) Pero, al ver abajo las rocas planas, se asustó y
gritó: ¡Pararrallaman! (A la laja no más). ¡Plash! Se
estrelló sobre el vientre pétreo de la tierra. Ella había querido
decir: Pararrallaman, ama (A la laja no, por favor). Le
faltó el tiempo para decirlo todo. Achicay
se deshizo en miles de pedazos dando origen a muchas cosas más: Sus pelos se
convirtieron en espinas. Su sangre se convirtió en pantano maloliente. Sus
dientes y huesos se convirtieron en cascajos y guijarros. De su último fétido
aliento nació la nube de polvillo que quema las plantas. La niña
subió hasta un lugar de claridad y de eterna primavera donde encontró a un
anciano que le aconsejó: —Deja los
huesos de tu hermanito en la boca de aquella cueva. Regresa mañana, a la
misma hora. Allí encontrarás a tu hermanito. Recordando
que era el tiempo de pitsqay de su hermanito, o sea el rito
al quinto día después de la muerte, emocionada se dirigió a la cueva mucho
antes de la hora fijada. Vio a su hermanito que estaba levantándose con mucha
dificultad como si le faltaran las energías. Y cuando el hermanito comenzó a
fajarse, ella corrió emocionada para ayudarlo. Pero el niño, al verla de
sorpresa, se asustó y cayó desmoronándose como una frágil escultura de arena
o de nevada fina. En el suelo quedó un montón de ceniza. Recién ella recordó:
«Mañana, a la misma hora». Ella estaba totalmente confundida. ¿Cómo podía
haber el mañana cuando todo era claridad permanente? ¿Cuándo podía ser a la
misma hora cuando la claridad era igual? No podía pedir más, estaba sola para
siempre. Recogió la ceniza, fue a una colina de donde la arrojó al espacio
infinito. En ese momento apareció un río ceniciento que es llamado Mayu (Vía
Láctea). Y ella, sin esperar más consuelos se arrojó al espacio
convirtiéndose en Yana Quyllur (Estrella Negra). Y dicen que
ella cuida para que esas partículas brillantes del río ceniciento no se
desparramen y corran unidas para siempre. II. Cosmovisión andina: un
mundo de contrastes Todo el
relato de Achicay (Achacay, Achcay, Achiquee, Achquee) constituye la
expresión de la dicotomía: carencia de amor / presencia del amor. Este
contraste se presenta como una metáfora, y esta metáfora es la que nos
conduce a la realidad. La
carencia de amor causa el caos y el sufrimiento; mientras la presencia del
amor da la vida y la alegría. A continuación, estos contrastes aparecen en
orden del proceso narrativo. 1. La
sequía mata a la gente / Un árbol salva la vida de los niños. El
ambiente de sequía (usya) y hambruna (muchuy) por
la ausencia de lluvia y del agua, es la expresión de la carencia del amor de
la Madre Tierra. El
árbol quenua (Polylepis incana) en algunos relatos o el arbusto
queshqui en otros relatos, son los que atrapan providencialmente el costal
que contiene a dos niños hambrientos que están cayendo al profundo abismo. 2. Los
padres no aman a sus hijos / Los animales y la papa sí aman a los
desgraciados niños. Los
animales, algunos muy odiados por los seres humanos por ser depredadores de
sus ganados y cultivos, sí se compadecen y ayudan a los niños enfrentándose a
la temible Achicay. -El
cóndor (kuntur) devorador de los ganados atiende el llamado
de auxilio de los niños desde dentro del costal, y saca el costal de la
pendiente. En otro momento esconde debajo de sus alas a la niña perseguida, y
tras ser insultado patea y aletea a Achicay. -El
gorrión (pichusanka, pichuchanka, pichichanka, pichicha, pichusa,
parranchu), que come papas y cereales, guía a los niños hambrientos
hacia los cultivos de papa. -El ratón (ukush, ukucha), que
destruye los cereales y ropas, presta su cola al niño para que engañe a
Achicay cuando en las noches le pide que le extienda su dedo para saber si ya
está bien cebado como para comerlo. Este roedor también aparece en la cuerda
de paja que dios le ha enviado a la vieja para que también ascienda al mundo
de arriba persiguiendo a la niña que amarrada en una cadena de oro sube con
su canasta que contiene los huesos de su hermano. El ratón se defiende ante
los reclamos e insultos de la vieja: Mamaa millkapamanqan chukru
tantatam mikukuykaa (Estoy comiendo el pan duro que mi madre me ha
dado de fiambre). Y así troza la cuerda y observa cómo va cayendo la
vieja. -El zorzal (yukris, yukis, yuku),
que ataca los frutos de los árboles frutales, ayuda indirectamente a la niña.
Escarba la masa antropomorfa y defeca sobre la hija que está reviviendo. Su
excremento destruye definitivamente el poder mágico de Achicay. -El hediondo zorrillo (añas),
que destruye los papales y ocales, esconde a la niña que huye cuesta arriba
cargando los huesos de su hermanito. Se niega a colaborar con la vieja, y
tras ser insultada le orina con puntería a los ojos. -El oso (ukumari, ukuku, yana puma),
que mata los ganados, protege a la niña; y al no soportar los insultos
desmaya a la vieja de un puñetazo. -El
venado (lluytsu, lluychu), que come los cultivos tiernos, oculta
a la niña y castiga a la vieja con su chaquitaclla (chaki taklla: arado
de pie) al no soportar los insultos. -La
orfandad es una de las peores desgracias que le puede pasar a los seres
humanos; más aún, si son todavía niños, sin posibilidad de defenderse en esta
vida difícil. 3. Achicay
devora al niño / Qapaq ama a los niños. Achicay
devora al niño cebado; pero también, engañada por la niña, devora a su propia
hija. La
palabra qapaq es un palíndromo que se explica mediante el
siguiente proverbio: Qapaqqam, qallananpita, ushananpita, qapaq.
Qapaq es qapaq desde el principio y desde el fin. Y esto se comprueba en los
niveles fonético y escritural. Qapaq, denominación de la divinidad, se manifiesta
en muchos sucesos a través de otros seres. A través de los vegetales como el
árbol en el pecho de la roca que atrapa el costal que está cayendo al abismo.
La papa que calma el hambre de los niños. A
través de los animales: cóndor, gorrión, ratón, zorzal, zorrillo, oso y
venado. A
través del menhir a donde baja una cadena de oro para elevar a la niña al
mundo de arriba. La Vía
Láctea es la ceniza de los huesos del niño devorado por Achicay, y cada grano
es brillante por ser la ceniza de una criatura inocente. Su hermana,
convertida en una estrella negra, está junto al río ceniciento. Ellos nos
observan desde la inmensa lejanía. 4. El
individualismo egoísta / El colectivismo solidario. La
conducta de los padres es egoísta porque prefieren la muerte de sus hijos con
tal de que no les quiten la comida ni les creen problemas. Y Achicay también
demuestra la conducta egoísta. Frente al individualismo se aprecia la actitud
solidaria y fraternal de los niños y de la naturaleza (vegetales, animales y
cerros). Todas
las veces que escuchamos el relato de Achicay comprendemos que quienes
practicaron el colectivismo solidario fueron los que se elevaron al mundo de
arriba; mientras la practicante del egoísmo y de la antropofagia fue
rechazada por el mundo de arriba. Entonces, desde nuestra niñez, los
pobladores andinos comprendemos cuál es la mejor propuesta para superar
nuestros problemas. Es que el individualismo solitario no une a los humanos
con los humanos, ni a los humanos con la naturaleza. El colectivismo
solidario sí une a los humanos entre ellos; y a los humanos con la
naturaleza. III. Conclusiones Por ser
un relato oral siempre está cambiante como la vida; depende mucho del talento
del narrador: de su memoria, de su riqueza de imaginación y de su estética
verbal. Cuando hay un buen narrador nadie se aburre. Algunas veces el recurso
es comparar a los personajes del relato con los personajes de la actualidad,
comparar los escenarios del relato con los escenarios del lugar. La existencia de muchas versiones de un mismo relato explica su
expansión espacial y su proceso de adaptación a través del tiempo; por eso,
ninguna versión debe ser declarada apócrifa porque cada una responde a una realidad espacial y temporal.
Citemos algunas diferencias: Alejar a los
hijos para que no les quiten la escasa comida es la solución: en las
versiones andinas los niños son arrojados en el abismo; en las versiones de
la selva el padre lleva a sus hijos a un bosque lejano donde los abandona.
1. Los niños protagonistas del relato son
víctimas del hambre causada por la ausencia del agua. Sin este elemento vital
para los vegetales y animales la tierra no produce el alimento que sustenta
la vida. En esa situación de inminente muerte se derrumba hasta el principio
natural del amor de los procreadores hacia sus hijos. Los niños, para
salvarse de la muerte subieron a las montañas, y fue en las alturas que encontraron
comida que los hizo vivir, aunque sea dentro de otro peligro representado por
la vieja antropófaga Achicay. 2. La carencia de agua en las zonas bajas que
dependen de los ríos que bajan de los Andes no es solamente actual, fue desde
la antigüedad; y en el futuro puede ser más grave debido a la disminución del
caudal de los ríos debido a los deshielos. Los pobladores yungas, otra vez,
subirán hacia las regiones donde hay agua. Entonces, ¿quiénes los ayudarán? 3. Este
mito es una clara demostración de que las metáforas del amor, las reflexiones
del bien y el mal, y la relación familiar del ser humano con la naturaleza
comenzaron hace miles de años. La historia y la cultura peruanas,
innegablemente, se remontan a tiempos precristianos. Solamente nos falta superar
las nieblas de prejuicios e ignorancias que nublan nuestros ojos. Necesitamos
limpiarnos de las nieblas para tener una clara visión de nuestra vida, de
nuestra historia y de nuestro futuro común. * * * Notas 1 Este relato es la
reconstrucción basada en tantas versiones que oí de la boca de mis mayores en
la comunidad andina y quechuahablante de Quitaracsa (Áncash, Perú). En las
cuevas y chozas, durante la época de la majada, era el relato repetido por
diferentes narradores y con diferentes estilos. Está en la lengua castellana
porque el relato y el siguiente comentario van dirigidos a los
hispanohablantes. 2 Esta hija de Achicay es
conocida con los nombres de María o Rosa. Quizás por ser nombres muy comunes;
pero, no se descarta que pudiera ser la respuesta indirecta de los que no
aceptan totalmente la religión cristiana (María, madre de Jesús; Rosa, una
santa peruana). |
Cita
bibliográfica sugerida para este documento:
Carranza Romero, Francisco: «El mito de
Achicay y la cosmovisión andina» , en Ciberayllu [en
línea] , 10 de agosto del 2008.
<http://www.ciberayllu.org/Ensayos/FC_Achicay.html>
(Consulta: 7 de mayo del 2022).
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