LA VEJEZ ENTRE LA COMPRENSIÓN
E INCOMPRENSIÓN
Francisco Carranza Romero
Se atribuye a Sidarta Gautama (Siddhartha Gautama o Sakyamuni, el último Buda, siglo V antes de Cristo) este pensamiento: El ser humano tiene cuatro sufrimientos: nacimiento, enfermedad, vejez y muerte. Todos, sin excepción, cumplimos los procesos de nacer, enfermarnos y morir; pero muchos, desgraciadamente, mueren antes de llegar a la vejez.
Bendita vejez
Juzgando con otra óptica, la vida no es sólo
una continuidad de sufrimientos. Cada cumpleaños lo celebramos con alegría. Después
de 50 años, cada década es motivo de fiesta y reunión familiar. Y el
aniversario de los 100 años es un gran acontecimiento porque es el encuentro
hasta de cinco generaciones.
La senectud es la resistencia y superación a enfermedades y problemas. En muchas familias los abuelos conviven con los nietos compartiendo la vida, aunque sea en un espacio reducido e incómodo. La convivencia con los menores también da vida. Es la demostración de que la familia está unida y en pleno diálogo de las generaciones. Los longevos que viven con sabiduría y práctica de las virtudes tienen momentos de alegría por los éxitos de los menores porque los consideran sus proyecciones. Así se merecen el respeto.
Por suerte, hay países donde hay atención preferencial a los adultos mayores. Los programas de atención a los ancianos es una buena ayuda. Así, la longevidad es bendición.
En Corea del Sur, fuera de las casas de retiro, en cada barrio hay un local para los adultos mayores donde ellos se reúnen, conversan, juegan, leen periódicos, ven la televisión y programan fiestas y paseos. Ahora oigamos el canto del poeta coreano Jeong Cheol (1536-1594) “Cantos didácticos para el pueblo”:
Anciano, deme sus bultos de cabeza
y espalda.
Como soy joven, para mí, ni las
piedras pesan.
Es triste envejecer y todavía
cargar bultos.
(Kim Cheon-Taek, canto 54, p. 55)
Triste vejez
Sin embargo, algunos menores
evaden la responsabilidad de cuidar a sus padres y abuelos cuando éstos tienen
achaques de enfermedades al quedar solos por la viudez, y ya no pueden ayudarles
en el cuidado de la casa y nietos ni aportan económicamente. Prefieren
recluirlos en “casas de retiro”.
Así la alegría de longa vida se
convierte en tristeza y soledad interna.
Ahora relato una experiencia que viví en 2017 (texto completo en mi blog: francisco carranza romero, universo quechua, la longevidad es bendición, pero también problema). Antes de viajar a la ciudad de Seúl (Corea), mi esposa y yo buscamos por internet un hospedaje. Una propaganda mostraba Jarden in Palace, un local con muchas comodidades: habitación con cocina y refrigeradora; gimnasio, sauna, comedor, juegos de mesa y cerca de una biblioteca. Hicimos la reservación. En la cálida noche lluviosa del mes de julio llegamos cansados al alojamiento después de muchas horas de vuelo y una hora y media por tierra desde el aeropuerto. Esa noche descansamos sacando sólo lo necesario de las maletas.
Al día siguiente, a las 6.30 am, al bajar a la
sauna vimos a ancianos de rostros inexpresivos sentados ante la puerta del comedor
aun viendo la hora de atención: 7.20 am. Nuestros saludos con palabras y
venias, para nuestra sorpresa, no tuvieron respuesta. Sospechamos que nos
habíamos alojado en una residencia de ancianos que, como es negocio lucrativo para laicos y
religiosos, se presenta con nombres encantadores: silver town, casa de retiro, casa
de reposo, casa de paz… Es el local a donde los hijos muy modernos y ocupados
llevan a sus padres cuando ellos necesitan más ayuda y comprensión por sus
limitaciones físicas y mentales. “Los mayores están mejor con los de su edad,
no están abandonados”, justificación de los hijos que se liberan de sus padres
considerados como cargas. Pagando la mensualidad creen que están cumpliendo su
deber de hijos. Estos ancianos, aun con comida y habitación, habían sido
excluidos por sus familiares.
El domingo aparecieron los hijos y nietos con
carros de marcas y modelos caros para sacar al anciano o anciana por unas horas
para luego devolverlos. Otros ancianos seguían mirando hacia el exterior sin
localizar un familiar o conocido. Después de la vana espera, cada uno sacaría su
conclusión: “Estoy abandonado y olvidado”. Con suspiros largos y profundos se
marchaban a sus cuartos con o sin bastón arrastrando los pies, silenciosos y
cabizbajos. “No hay dolor más grande que la soledad”, verso de un
canto andino.
“Qué lección a los menores. Los años pasarán; estos
nietos también enviarán a sus padres a los depósitos de ancianos”, comentamos contrariados
y decididos a salir del lugar.
Recordamos la tradición coreana
koryochang de la época de Koryo (918 – 1392): Cuando uno de los progenitores llegaba
a la vejez con degradación física y mental y en estado de viudez, el hijo lo
llevaba a la montaña o isla lejanas donde lo dejaba con la ración de comida
para unos días. Luego se marchaba sin tornar la mirada atrás. El abandonado se
quedaba mirando la espalda del hijo que se alejaba hasta perderse de su vista.
Era la forma de acabar la vida en aquellos tiempos y lugares. Después del
tiempo calculado de sobrevivencia del solitario abandonado, el hijo volvía a
recoger y envolver el cadáver para cargarlo en la espalda y entrar al pueblo
llorando a gritos como expresión de su amor filial.
En la cultura asiática el cuervo es el símbolo de la piedad filial. Cuando sus padres envejecen, les lleva la comida. Un buen ejemplo frente a tantos pajarracos vanidosos y egoístas que se olvidan de sus padres ancianos y hasta los botan del nido para dejarlos a sus suertes.
Otro canto coreano de autor anónimo:
Jóvenes,
no os burléis de los viejos canosos.
Bajo
el justo cielo, ¿creéis que siempre estaréis jóvenes?
Parece
ayer nuestra alegría de la juventud.
(Kim Cheon-taek, canto 354, p.
142)
Comentario
final
Lo que se siembra, se cosecha. Murunqantsikta
pallantsik (en quechua). Proverbio universal de los agricultores. La gente
de negocios dice algo similar: Tal como se invierte, se gana.
Los que invierten bien en los menores, gozan la ancianidad. Porque los hijos educados con los principios y la práctica del amor filial y gratitud tratan bien a sus padres ancianos. Pero, quienes viven sólo mirando los logros materiales, que no se quejen de los menores por el mal trato en la ancianidad. Ya el peruano Manuel González Prada había lanzado su proclama de joven imprudente: “Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra”.
Referencia
Kim Cheon-Taek: 2021, “Antología del canto coreano Sijo”, Verbum, Madrid, (traducción de Hyesun Ko, Francisco Carranza Romero)
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