ESTUDIOS DE LAS CULTURAS INDÍGENAS
-Esfuerzos poco comprendidos-
Francisco Carranza Romero
Shuyturraju (shuytu rahu: nevado piramidal. Mal llamado Alpamayo)
Los tiempos que vivimos es
del predominio del pensamiento materialista y monetarista; por tanto, no se da la
debida importancia a los estudios de las culturas indígenas en las que están
incluidas las lenguas. Por eso, quienes las estudian haciendo muchos esfuerzos no
sólo carecen de apoyo, sino también reciben muchos calificativos despectivos:
“idealistas, románticos, no realistas, desfasados…”.
El que se atreve a hablar
quechua en un barrio de los pitucos limeños (los que, por tener el poder
económico, se creen los peruanos especiales), se expone a que lo califiquen de “indio”,
“indígena” y lo discriminen. El usuario común del castellano no diferencia la etimología
y el campo semántico de estas dos palabras; simplemente las usa como sinónimas
y con intención despectiva.
La educación escolarizada
en todos sus niveles, desgraciadamente, tampoco ayuda a superar los prejuicios (juicios
a priori) contra las manifestaciones culturales de los amerígenas (los que han
nacido en el continente americano). En los textos y clases se siguen repitiendo
los pensamientos y actitudes colonialistas que vienen desde el siglo XVI. Pero,
si estas manifestaciones (restos arqueológicos, festividades tradicionales, interpretaciones
musicales, danzas, ritos, vestimentas, comidas, remedios, productos
artesanales, etc.) generan ganancias económicas, son publicitadas. Muchos extranjeros
que llegan a Perú aprecian estas manifestaciones. Y, el turismo es una
actividad que aporta bien al presupuesto nacional y da labor y ganancia a
muchos sectores formales e informales.
Muchos también confunden
las palabras: precio y valor. El precio es la medida cuantitativa y material de
algo o actividad. El valor es la medida cualitativa y supramaterial de alguna cosa
o actividad. Pero, lamentablemente, muchas veces estos vocablos son usados como
sinónimos por muchos; por eso, al comprar algo se pregunta: ¿Cuánto vale? En
vez de ¿cuánto cuesta?
A continuación, cito
algunos datos anecdóticos y de la labor de investigación:
Estrecho y erróneo concepto
de ciencia. Por la iniciativa del sacerdote Alberto Gonzales, representante
de Concytec (Consejo Nacional de
Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica) de Áncash, fuimos a la
oficina principal en Lima. El mencionado sacerdote ya había reservado una
audiencia con el director. Llegamos puntuales y entramos a la oficina del
director donde, después de unos saludos, le expusimos y pedimos el apoyo
económico para la edición del “Diccionario del quechua ancashino – castellano”,
elaborado por mí durante muchos años. Su respuesta inmediata fue lacónica y tajante:
“Concytec apoya sólo investigaciones científicas”. Salimos pronto de la oficina.
Después, afuera, comentamos sobre sobre el pensamiento y actitud del director, ingeniero
de profesión. Para él y otros técnicos, aunque con títulos universitarios, la
Lexicografía, una disciplina de la Lingüística, no es ciencia. Ignoran la etimología
de los vocablos “ciencia” y “científico” que son derivados del latín: verbo
scire (scio, scis, shii, shitum) y del sustantivo scientia. La
escena narrada no sólo muestra el mal uso de la palabra ciencia, sino también la
actitud despreciativa de mucha gente hacia los indígenas y sus manifestaciones
culturales.
Unos años después, la
editorial europea Iberoamericana Vervuert publicó mi diccionario. Con el apoyo de mi familia asumí
el costo porque deseaba aportar algo a mi cultura materna. Por suerte, el libro
ha tenido acogida y ya está como libro electrónico.
“¿Para qué sirve el
quechua?” En una reunión virtual promovida por una institución
de Huaraz (capital de Áncash, Perú) alguien intervino sorpresivamente: ¿Para
qué sirve el quechua? Una pregunta provocativa y con menosprecio a los que
estábamos intercambiando opiniones sobre algunos aspectos de nuestra cultura
andina. Luego, el irrespetuoso e imprudente cerró el micrófono y la pantalla. Estaría
sonriendo de su “gran hazaña” sin pensar en su magna y atrevida ignorancia.
Escuela castellanizante. En las comunidades campesinas donde se habla quechua los profesores enseñan en castellano. Los documentos de matrícula, las clases, los exámenes los textos certificados son castellano.
Como en mi pueblo natal, comunidad campesina de Quitaracsa (Áncash), la escuela era sólo hasta el Segundo Año de Primaria, mis padres y hermanos mayores me animaron a continuar los estudios y me convencieron diciéndome varias veces: “Waktsaqam alli yachakurlla pallarikan” (El pobre se supera sólo estudiando bien). Así me enviaron a Caraz (capital de la provincia de Huaylas, Áncash) para terminar la Primaria. Allí experimenté la realidad desventajosa para los que hablábamos el idioma quechua. En el aula, todo en castellano (texto, clase, examen y conversación). En la calle, actitud de desprecio hacia los que usábamos nuestro quechua por la necesidad de comunicarnos. Muchos compañeros quechuahablantes desertaron año tras año. Y yo, a pesar de todo, continué. ¿Cuánta fuerza tenía aquel niño fuera de su familia y de su realidad cultural? Ahora, ya septuagenario, después de muchos años cumpliendo el proceso de la educación escolarizada, doy toda la razón a mis mayores: Yachakuy naanillam waktsakunapaq pallarikaynin. (El estudio es el único camino de superación para los pobres). Más datos están en mis libros: “Madre Tierra, Padre Sol” y “El mundo da vueltas”.
Instituciones con doble
discurso. Ahora, un caso laboral. Las solicitudes y entrevistas
no se hacen en quechua en el concurso por un puesto laboral donde la población
rural habla quechua. Cuando una enfermera bilingüe quechua y castellano, que competía
por un puesto, se presentó a la entrevista ante los miembros del jurado, éstos le
hicieron la observación de que no tenía el certificado de conocimiento del
quechua. La postulante, superando el miedo del momento, se atrevió a decir: “Yo
soy quechuahablante”. Ninguno de los ilustres entrevistadores se atrevió a
comprobar hablando quechua con la postulante; al contrario, uno del jurado,
alzando y batiendo una hoja de papel, sentenció: “Eso lo debes demostrar con un
documento”. Sin embargo, a nadie se le pidió el certificado de la competencia
lingüística en castellano. Los funcionarios, cuando les conviene, usan la retórica
ilustrada y califican al quechua como idioma nativo, indígena, autóctono y
oriundo; en otras circunstancias, lo consideran como un idioma extranjero aun
dentro de las áreas donde se usa como lengua de comunicación general. Así
maltratan a los hablantes quechuas.
“Guía del quechua de
Corongo (llaqwash)” de Daniel Hintz con la colaboración de
Gudelia Medrano, Rosa Pinedo, Ábila Collantes y Diane Hintz. En la carátula se
indica: Volumen 1, Gramática pedagógica. Este volumen fue publicado gracias al
generoso aporte económico del médico peruano estadounidense Enrique Liñán (un respetable
mecenas en el siglo XXI).
Es un texto didáctico con
bellos dibujos y fotografías; además, tiene un disco para quien se interese
escuchar. Es el resultado de muchos días, meses y años de esfuerzo de gente que
labora sin pensar en el lucro. Los esposos Hintz son estadounidenses que han tenido
la actitud noble de acercarse a la gente de Áncash y, especialmente, a los de
Corongo (provincia de Áncash) para conocerlos y aprender la lengua quechua. El
libro es el resultado de muchas notas, fotos y grabaciones. Un valioso material
para los estudiosos de la cultura andina.
Este escrito no es sólo
de lamentación; es también de reconocimiento a las personas, aunque poquísimas,
que se acercan a la comunidad quechua con el deseo de aprender su lengua y sus
valores culturales. Cito dos casos de extranjeros: la pareja estadounidense
Hintz y el italiano Ivo Baldi (el fallecido obispo de Huari que visitó mi
comunidad dos veces) aprendieron el quechua con paciencia; por eso, merecen el respeto
y gratitud de los quechuas. Son esfuerzos y sacrificios sin pensar en la
ganancia económica. Estos esfuerzos y logros dan otro tipo de satisfacciones:
la alegría de ser la voz de los que no tienen voz, y el gozo espiritual de
haber llegado al otro con actitud fraterna.
Y yo, como un andino que
habla, estudia y fomenta el quechua, les reitero mi agradecimiento.
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