lunes, 22 de febrero de 2016

ARMANDO VILLEGAS HA CRUZADO EL RÍO

ARMANDO VILLEGAS HA CRUZADO EL RÍO

PorFrancisco Carranza Romero 





Me conocí con el maestro Armando Villegas López en el mes de marzo de 1977, al ir a registrarme en la Embajada del Perú en Colombia. Cuando estaba esperando mi turno para ser atendido entró a la oficina un señor de casaca negra. Me puse de pie, lo saludé y él me respondió con sonrisa y amabilidad. 
Él, entonces, era el Agregado Cultural ad honorem del Perú en Colombia. Perú tenía un diplomático de lujo quien, en vez de cobrar el sueldo, colaboraba con su prestigio y sus buenas relaciones. Me invitó a pasar a su oficina después que terminara de registrarme como peruano residente en Colombia. Apenas supe que su pueblo natal era Chinchobamba (Pomabamba, Áncash), le hablé en quechua y él me respondió emocionado. Y yo también me identifiqué como hijo de una comunidad campesina de Áncash. Desde ese momento mantuvimos nuestra amistad. Nos sentimos muy cercanos en la vida. Inmediatamente tomó la actitud de un hermano mayor y me invitó a su casa a donde fui muchas veces durante el tiempo que duró mi estudio de maestría en el Instituto Caro y Cuervo.
El maestro Villegas era un artista o recreador que convertía en obra de arte cualquier cosa que la gente común la descartaba y botaba.  Con acierto dijo de él el poeta colombiano Gonzalo Márquez Cristo: “La aventura de Armando Villegas es la del astronauta que decide vivir en la Cueva de Altamira”.  Un hombre sencillo y en permanente búsqueda de las raíces de la cultura andina. Un artista del grupo de la élite colombiana. Un colibrí que, a pesar de su pequeñez, era grande en muchos aspectos.
Su madre y su padrastro Alejandro Martel residían en Lima. “Don Alejandro me amó como a su propio hijo”, palabras de sincera gratitud. El niño Armando nació en un humilde hogar andino en 1926. Su madre, en medio de tantos sufrimientos, prefirió buscar una nueva vida en Lima donde Armando realizó sus estudios en el Colegio Nacional Guadalupe, en la Escuela de Bellas Artes de Lima hasta viajar a Bogotá (1951) para continuar sus estudios  en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, postgrado en Pintura Mural. Allí también fue docente por muchos años.
Su creación artística abarca el realismo fantástico y el realismo mágico. Sus guerreros nos cuentan las historias de nuestra América mestiza. Sus santos cristianos con rostros indígenas nos parecen más cercanos. Los animales como el zorro, el picaflor, el zorzal, el sapo, el puma y la lagartija nos narran sucesos épicos, líricos y cómicos como en los relatos andinos. Los vegetales y toda la naturaleza también nos cuentan con códigos de colores y formas. El maestro Villegas era un pintor que había estudiado la historia, las teorías y técnicas de la pintura que se enseñan en las escuelas, tal como demostró en su libro “Pedagogía especial del dibujo” (Fundación Común Presencia, Bogotá,  2012); pero, consciente de sus orígenes y de su destino histórico, reflexionaba sobre nuestra cultura y la expresaba en sus pinturas y esculturas. 
Sus obras fueron expuestas en muchos países de América, Europa y Asia. En 1990, invitado por la Universidad Dankook, expuso en Seúl y después en Tokio. En Seúl dio una conferencia a los docentes y estudiantes coreanos quienes le preguntaron sobre la diferencia de la pintura occidental y oriental; entonces él les respondió que el arte sólo se diferencia por su calidad y no por el material utilizado o por la variedad de temas. Ante tal respuesta el público lo aplaudió. Un maestro universal sin dejar de ser un andino quechua.
En 1993, Armando Villegas recibió la nacionalidad colombiana del entonces primer mandatario, César Gaviria. En mayo de 2013, fue nominado al premio Príncipe de Asturias de las Artes, ganado por el cineasta austríaco Michael Haneke.
El 29 de diciembre de 2013 se fue al encuentro de los apus. Se marchó al encuentro del sol. Días antes, en nuestra conversación telefónica, sospechamos algo al decir: “Hasta luego”. Y el 29 de diciembre, mientras desayunaba en Huaraz un picaflor se acercó a la ventana anunciando algo. Era el mensajero de algo que estaba pasando en Bogotá.
 Los que lo conocieron, apenas supieron sobre su partida, escribieron. El senador Armando Benedetti: “Se nos fue un grande de la pintura latinoamericana. Armando Villegas era un historiador del arte”. Francisco Santos: “Lo conocí a través de mi esposa. Por encima de su inmenso valor como pintor está su alma generosa con Colombia y con sus estudiantes”… “Colombia con la muerte de Armando Villegas pierde un gran pintor, ser humano y profesor. Un abrazo inmenso a su familia y a sus alumnos”.
En Perú también sentimos su partida del viaje sin retorno; pero sus cuadros como Tupac Amaru y Santa Rosa están en el palacio del gobierno y en la cancillería respectivamente. Son las donaciones de un noble peruano.
El rito andino pitsqay o pichqay (quinto día post mortem) es la despedida definitiva, después se evitará pronunciar su nombre porque hacerlo significa invocarlo a nuestra ladera, a nuestra orilla. Entonces él se irá a pintar los lienzos celestiales con pinceles de colores infinitos. Y nosotros quedaremos recordándolo con afecto para siempre.

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