EL MUSEO DE LA MEMORIA
Francisco Carranza Romero
15-06-2009
15-06-2009
En las últimas dos décadas del siglo XX en Perú hubo muchos desaparecidos y muertos, cuyo número llega casi a 70,000. Según el informe muy bien documentado de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) que investigó esos casos durante muchos años, la mayoría de las víctimas es la población campesina quechua que no tuvo los recursos para defenderse ni para denunciar los crímenes por las siguientes situaciones reales que no hemos superado: Muchos pueblos rurales están lejos de las ciudades. No hay autoridades que tengan la voluntad ni la capacidad para transcribir las denuncias hechas en el idioma quechua porque las autoridades y sus subalternos son productos de las escuelas hispanizantes. La vigencia del prejuicio criollo que menosprecia a los indígenas y a sus manifestaciones culturales; por eso los asuntos indígenas están en el Ministerio de la Mujer junto a los discapacitados.
Los agentes de esas desapariciones y muertes, según CVR, fueron dos: las fuerzas subversivas y las fuerzas oficiales (policías y militares). Los guerrilleros intentaron crear el caos y el terror para construir sobre las ruinas su paraíso. Los uniformados y los paramilitares, cumpliendo las órdenes superiores, respondieron con las mismas armas del terror eliminando a los sospechosos y a las poblaciones donde supuestamente se escondían los guerrilleros. Los campesinos, en medio del fuego cruzado, huyeron los que pudieron; pero, los que ya no pudieron salir, fueron asesinados y desaparecidos. Hasta ahora siguen desenterrando los cadáveres de los civiles desaparecidos. En estas excavaciones con la presencia de los organismos que defienden los derechos humanos no se descubren los huacos antiguos, se encuentran los restos humanos recientes (desde 1980 hasta 2000) que no se autoeliminaron sino que fueron víctimas.
Los militares implicados se defienden diciendo que obraron para defender la patria, la democracia y el orden. Con tan buenas intenciones mataron a gente indefensa. ¿Quién los entiende?
Las autoridades peruanas, comenzando por el presidente del país, claman al mundo entero para que inviertan en el Perú. Pero, cuando la República de Alemania ofreció con generosidad la donación de dos millones de euros para la construcción del Museo de la Memoria, la respuesta inmediata del coro gubernamental fue de rechazo. ¿Desde cuándo el gobierno peruano estaba en la actitud de rechazar las donaciones? ¿Se trataba de salvar a algunas instituciones y personas implicadas en los crímenes?
No queremos el olvido; tampoco el perdón al que no tiene el propósito de enmienda
El señor Ministro de Defensa, al principio, se opuso tajantemente a la construcción del museo siguiendo la consigna del gobierno. Con su rechazo, ¿a quiénes estaba defendiendo? Pero, cuando el gobierno, presionado por la opinión pública, cedió a su terquedad; el obediente ministro, con la justificación que nunca le falta, aceptó la bendita donación para la construcción del museo. El cardenal, que durante las muertes y desapariciones de los campesinos ayacuchanos estaba silencioso en Ayacucho, también se opuso. Esta vez habló cuando debió callarse siquiera por el respeto que merecen las almas de las pobres víctimas.
Queremos el Museo de la Memoria
Mario Vargas Llosa y otros intelectuales peruanos agradecieron el gesto generoso del gobierno alemán, y apoyaron la inmediata construcción del museo para que quede la memoria de lo que sucedió en Perú. Al final, apoyados por la prensa nacional e internacional, han logrado que el gobierno peruano autorice la construcción del Museo de la Memoria aceptando la donación alemana. Esas dos décadas de terror no deben ser enterradas ni destinadas al olvido. ¿La intención? Recoger experiencias y testimonios para no tropezar dos veces con la misma piedra. El Perú tiene que enfrentarse a su pasado para no volver a repetir los errores. Sólo la ignorancia y la cobardía inducen a actuar como la avestruz que mete la cabeza dentro de la arena creyendo así estar oculta. Entre los documentos de CVR están las fotografías, videos, grabaciones de los testimonios en quechua, en castellano y en tacutacu (mezcla del quechua y castellano) de los familiares y sobrevivientes contando los tristes casos y denunciando a los asesinos, las armas usadas para matar, etc. Y estos materiales, antes de que desaparezcan como suceden con los archivos comprometedores, merecen estar en un lugar seguro para que las generaciones actuales y posteriores vean los horrores, y reflexionen sobre los terribles errores.
El Museo de la Memoria ayudará con datos objetivos para que no se repitan los horrores y errores. “Para recordar” es el título de los materiales que muestran esos crímenes. En quechua se llama: Yarpaanapaq (Quechua I) o Yuyanapaq (Quechua II). Pero, algunos peruanos no quieren recordar en ninguna lengua. Cuando los turistas extranjeros llegan a Perú traen sus cámaras preparadas para fotografiar y documentar el paisaje natural y el paisaje humano que les parecen interesantes o diferentes de sus pueblos de procedencia. Allí los indígenas de rostros trigueños como los desaparecidos y los que ahora aparecen muertos en las fosas comunes son los protagonistas con sus manifestaciones culturales: lengua, música, baile, rito, vestido, comida... Y las agencias de viaje exponen ante los turistas esos materiales exóticos como si fueran productos de su creatividad. Y el gobierno peruano recibe los impuestos por todos los gastos que hacen los turistas; pero poco hace por los indígenas, a quienes los trata como a los discapacitados.
Y como el Perú es un país de museos cerrados y abiertos, pronto tendrá uno nuevo para mostrar los resultados de la guerra fratricida. Ojalá que este museo sirva para educar a las generaciones posteriores para no repetir la violencia destructora de los valores humanos. Y que sirva para juzgar con severidad a los responsables inmediatos y mediatos de tantas muertes injustas.
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