LIMA ALARMADA
Francisco Carranza Romero
Alarmas que alarman
Cualquier viajero nacional o extranjero que se pasee por la ciudad de Lima puede tener variadas experiencias que le pueden ser sorpresivas o de rutina, según el lugar de su procedencia. Pero son experiencias inolvidables.
Los afiches de las compañías de seguridad sobre las puertas y paredes avisan que esas casas cuentan con sistemas de alarma; por tanto, están bajo el sistema de vigilancia. Esos mismos afiches también aparecen en las puertas de los bancos, centros comerciales, casinos, clínicas, hoteles, oficinas, restaurantes y en todo lugar donde hay algo robable. Los expertos en seguridad ciudadana dicen que hay muchas clases de aparatos: simples alarmas disuasorias con el sonido suficiente para alertar a los residentes y vigilantes, alarmas con cámaras, alarmas con cámaras y luces, alarmas con cercos eléctricos, etc. Por lógica, los robos deberían disminuir con tan avanzada tecnología de seguridad; sin embargo, los ladrones siguen burlándose de toda clase de seguridad demostrando estar al día con los avances de la tecnología. El sonido estridente de alguna alarma de la vecindad quita la tranquilidad de los que descansan; peor, si la alarma suena en las horas de la madrugada cuando el sueño es más profundo y rico. ¿A quién le agrada despertarse alarmado? Y las empresas de alarma y seguridad gozan de la bonanza económica gracias a los problemas de la inseguridad ciudadana.
Los vehículos estacionados en las áreas permitidas en ciertas calles son dejados, por precaución, con las alarmas encendidas. El ruido, resultado ante cualquier roce, quita la tranquilidad y hace rabiar a los vecinos. Esto no sólo ocurre en la calle sino también en los estacionamientos en donde se paga por cada hora. El dueño del vehículo piensa que la presencia y la labor de los vigilantes no son suficientes. Para el colmo, en los estacionamientos de los supermercados hay advertencias: El centro comercial no se responsabiliza de los daños que pueda sufrir el vehículo estacionado. Y el almacén cuenta con su defensa legal para responder ante cualquier queja por daño o robo. El confiado cliente es el desprotegido.
Además, algunas calles están cerradas con rejas y tranqueras; los guardianes piden los datos personales a los extraños que quieran pasar. Los muros que rodean las viviendas crecen hacia arriba.
Atracadores, arranchadores, cogoteadores y marcas
En esta Lima alarmada con tantos aparatos también hay, desgraciadamente, maleantes que, para robar, recurren al ingenio, a la fuerza y al uso de las armas blancas y de fuego. Para andar por la calle hay que estar en máxima alerta. Mirar al que viene en sentido contrario por la misma vereda, medir los pasos de los que se acercan por atrás, evitar los roces con los transeúntes, sujetar bien el maletín o el bolso porque un “arranchador” lo puede arrebatar de un tirón. Aun con todas las prevenciones defensivas, hay momentos en que los reflejos bajan, y es cuando se puede ser víctima de alguna violencia o timo. Una extranjera me contó que entró a un templo y prefirió las primeras bancas para estar más cerca del sagrario. Se arrodilló y cerró los ojos por unos minutos, como acostumbra orar en su pueblo natal, dejando su bolsa en la banca. Al terminar su oración miró hacia su asiento, su bolsa había desaparecido. “¡Dentro de la iglesia un ladrón me robó hasta mis documentos!”, me comentó afligida.
El “cogoteo” comienza cuando alguien atrapa a la víctima seleccionada con un abrazo fuerte por la espalda, inmediatamente aparece su cómplice para bolsiquear a la persona neutralizada. En breves segundos le rebuscan y arrebatan todo; luego, como si no hubiera pasado nada los cogoteadores caminan ante la mirada indiferente de otros transeúntes que no intervienen para no complicarse la vida.
Si alguien va a sacar dinero del banco o de un cajero automático debe tener mucho cuidado porque hay la posibilidad que unos “marcas” lo estén vigilando para seguirlo y arrebatarle el dinero a punta de cuchillos y pistolas.
¿Dónde y quiénes venden armas de fuego a los malhechores? Indudable, hay una mafia que les provee armas de fuego. Las instituciones de defensa civil son incapaces de controlar el tráfico de armas de fuego. Por eso, así como Lima se alarma, la ciudadanía también se arma para defenderse. De Lima alarmada a Lima armada no hay mucha distancia.
La inseguridad causa sufrimientos, dolores y llantos: los huérfanos lloran la muerte de sus padres, los padres lloran la muerte de sus hijos en la calle o en el estadio, las viudas y viudos nunca más verán el retorno de sus cónyuges, las familias sufren porque los delincuentes vaciaron sus cuentas bancarias, los sobrevivientes de los asaltos se recuperan con dificultad de los traumas físicos y mentales o quedan discapacitados para siempre. Así los pobladores desconfían de cualquier forastero que se acerca a sus casas.
Todas las escenas mencionadas no son partes de una obra teatral de terror, pertenecen a la vida real diaria. Es la consecuencia inmediata del fracaso de tres estamentos: El hogar y la sociedad no educan con principios buenos, pues enseñan a los menores sólo a ganar el dinero sin importar los medios. El poder judicial juzga a los delincuentes con leyes blandas, porque estos entran y salen libres de las cárceles por arte y maña de los abogados y jueces. O, quizás, las cárceles ya no pueden hospedar más clientes.
El ambiente de inseguridad arrebata la tranquilidad. Hay desconfianza general. Sin embargo, lo más indignante es cuando las investigaciones serias demuestran que, en algunos casos, los agentes o cómplices de los atracos son los miembros de las instituciones que tienen la obligación de cuidar la seguridad de la población.
Hacia una Lima segura
La inseguridad de Lima, por extensión de todo el Perú, no es un problema reciente, es la consecuencia del descuido e impotencia de muchas décadas. Es un cáncer que las autoridades no han enfrentado a tiempo.
La seguridad ciudadana debe ser resuelta con planificación seria por el gobierno central y los gobiernos locales. Todas las instituciones, sin excepción, deben participar en resolver el problema. Cuando el Perú demuestre la seguridad en las ciudades y campos podrá atraer más inversores y turistas de todo el mundo.
El Perú es reconocido mundialmente por muchos factores que ya quisieran tener otros países: Muchos vestigios arqueológicos prehispánicos que hasta ahora no son explicados totalmente y son enigmas que nos desafían.
Una naturaleza multicolor y multiforme, bella y variada por muchos microclimas en la selva, sierra y costa emociona y agrada a quien sabe apreciar y valorar.
Una población multicolor y multiforme por los aportes de los indígenas peruanos, americanos, europeos, africanos y asiáticos. Superando tantos prejuicios los peruanos aprenden a convivir en el mismo espacio y en el mismo proceso histórico.
Una rica diversidad cultural que se manifiesta en la comida, música, danza, vestimenta, rito, creencia, lengua, literatura oral y escrita, etc.
Esta convivencia de razas y culturas hay que experimentarla in situ siquiera una vez. Con esta riqueza para todos los gustos el Perú puede convertirse, con justicia, en una verdadera tierra para vivir en paz. Pero, para eso, necesitamos construir un ambiente de seguridad.
Cualquier viajero nacional o extranjero que se pasee por la ciudad de Lima puede tener variadas experiencias que le pueden ser sorpresivas o de rutina, según el lugar de su procedencia. Pero son experiencias inolvidables.
Los afiches de las compañías de seguridad sobre las puertas y paredes avisan que esas casas cuentan con sistemas de alarma; por tanto, están bajo el sistema de vigilancia. Esos mismos afiches también aparecen en las puertas de los bancos, centros comerciales, casinos, clínicas, hoteles, oficinas, restaurantes y en todo lugar donde hay algo robable. Los expertos en seguridad ciudadana dicen que hay muchas clases de aparatos: simples alarmas disuasorias con el sonido suficiente para alertar a los residentes y vigilantes, alarmas con cámaras, alarmas con cámaras y luces, alarmas con cercos eléctricos, etc. Por lógica, los robos deberían disminuir con tan avanzada tecnología de seguridad; sin embargo, los ladrones siguen burlándose de toda clase de seguridad demostrando estar al día con los avances de la tecnología. El sonido estridente de alguna alarma de la vecindad quita la tranquilidad de los que descansan; peor, si la alarma suena en las horas de la madrugada cuando el sueño es más profundo y rico. ¿A quién le agrada despertarse alarmado? Y las empresas de alarma y seguridad gozan de la bonanza económica gracias a los problemas de la inseguridad ciudadana.
Los vehículos estacionados en las áreas permitidas en ciertas calles son dejados, por precaución, con las alarmas encendidas. El ruido, resultado ante cualquier roce, quita la tranquilidad y hace rabiar a los vecinos. Esto no sólo ocurre en la calle sino también en los estacionamientos en donde se paga por cada hora. El dueño del vehículo piensa que la presencia y la labor de los vigilantes no son suficientes. Para el colmo, en los estacionamientos de los supermercados hay advertencias: El centro comercial no se responsabiliza de los daños que pueda sufrir el vehículo estacionado. Y el almacén cuenta con su defensa legal para responder ante cualquier queja por daño o robo. El confiado cliente es el desprotegido.
Además, algunas calles están cerradas con rejas y tranqueras; los guardianes piden los datos personales a los extraños que quieran pasar. Los muros que rodean las viviendas crecen hacia arriba.
Atracadores, arranchadores, cogoteadores y marcas
En esta Lima alarmada con tantos aparatos también hay, desgraciadamente, maleantes que, para robar, recurren al ingenio, a la fuerza y al uso de las armas blancas y de fuego. Para andar por la calle hay que estar en máxima alerta. Mirar al que viene en sentido contrario por la misma vereda, medir los pasos de los que se acercan por atrás, evitar los roces con los transeúntes, sujetar bien el maletín o el bolso porque un “arranchador” lo puede arrebatar de un tirón. Aun con todas las prevenciones defensivas, hay momentos en que los reflejos bajan, y es cuando se puede ser víctima de alguna violencia o timo. Una extranjera me contó que entró a un templo y prefirió las primeras bancas para estar más cerca del sagrario. Se arrodilló y cerró los ojos por unos minutos, como acostumbra orar en su pueblo natal, dejando su bolsa en la banca. Al terminar su oración miró hacia su asiento, su bolsa había desaparecido. “¡Dentro de la iglesia un ladrón me robó hasta mis documentos!”, me comentó afligida.
El “cogoteo” comienza cuando alguien atrapa a la víctima seleccionada con un abrazo fuerte por la espalda, inmediatamente aparece su cómplice para bolsiquear a la persona neutralizada. En breves segundos le rebuscan y arrebatan todo; luego, como si no hubiera pasado nada los cogoteadores caminan ante la mirada indiferente de otros transeúntes que no intervienen para no complicarse la vida.
Si alguien va a sacar dinero del banco o de un cajero automático debe tener mucho cuidado porque hay la posibilidad que unos “marcas” lo estén vigilando para seguirlo y arrebatarle el dinero a punta de cuchillos y pistolas.
¿Dónde y quiénes venden armas de fuego a los malhechores? Indudable, hay una mafia que les provee armas de fuego. Las instituciones de defensa civil son incapaces de controlar el tráfico de armas de fuego. Por eso, así como Lima se alarma, la ciudadanía también se arma para defenderse. De Lima alarmada a Lima armada no hay mucha distancia.
La inseguridad causa sufrimientos, dolores y llantos: los huérfanos lloran la muerte de sus padres, los padres lloran la muerte de sus hijos en la calle o en el estadio, las viudas y viudos nunca más verán el retorno de sus cónyuges, las familias sufren porque los delincuentes vaciaron sus cuentas bancarias, los sobrevivientes de los asaltos se recuperan con dificultad de los traumas físicos y mentales o quedan discapacitados para siempre. Así los pobladores desconfían de cualquier forastero que se acerca a sus casas.
Todas las escenas mencionadas no son partes de una obra teatral de terror, pertenecen a la vida real diaria. Es la consecuencia inmediata del fracaso de tres estamentos: El hogar y la sociedad no educan con principios buenos, pues enseñan a los menores sólo a ganar el dinero sin importar los medios. El poder judicial juzga a los delincuentes con leyes blandas, porque estos entran y salen libres de las cárceles por arte y maña de los abogados y jueces. O, quizás, las cárceles ya no pueden hospedar más clientes.
El ambiente de inseguridad arrebata la tranquilidad. Hay desconfianza general. Sin embargo, lo más indignante es cuando las investigaciones serias demuestran que, en algunos casos, los agentes o cómplices de los atracos son los miembros de las instituciones que tienen la obligación de cuidar la seguridad de la población.
Hacia una Lima segura
La inseguridad de Lima, por extensión de todo el Perú, no es un problema reciente, es la consecuencia del descuido e impotencia de muchas décadas. Es un cáncer que las autoridades no han enfrentado a tiempo.
La seguridad ciudadana debe ser resuelta con planificación seria por el gobierno central y los gobiernos locales. Todas las instituciones, sin excepción, deben participar en resolver el problema. Cuando el Perú demuestre la seguridad en las ciudades y campos podrá atraer más inversores y turistas de todo el mundo.
El Perú es reconocido mundialmente por muchos factores que ya quisieran tener otros países: Muchos vestigios arqueológicos prehispánicos que hasta ahora no son explicados totalmente y son enigmas que nos desafían.
Una naturaleza multicolor y multiforme, bella y variada por muchos microclimas en la selva, sierra y costa emociona y agrada a quien sabe apreciar y valorar.
Una población multicolor y multiforme por los aportes de los indígenas peruanos, americanos, europeos, africanos y asiáticos. Superando tantos prejuicios los peruanos aprenden a convivir en el mismo espacio y en el mismo proceso histórico.
Una rica diversidad cultural que se manifiesta en la comida, música, danza, vestimenta, rito, creencia, lengua, literatura oral y escrita, etc.
Esta convivencia de razas y culturas hay que experimentarla in situ siquiera una vez. Con esta riqueza para todos los gustos el Perú puede convertirse, con justicia, en una verdadera tierra para vivir en paz. Pero, para eso, necesitamos construir un ambiente de seguridad.
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