CIVILIZACIÓN Y VACUIDAD
Francisco Carranza Romero
En esta época de abismales diferencias en la economía y comodidad, los supuestos
“desarrollados” califican de “incivilizados” a los ciudadanos pobres que no gozan los
beneficios de la modernidad. Sin embargo, cuando comenzamos a dialogar con estos
supuestos civilizados nos topamos con palabras y frases vacías en sus enunciados. Y, para
no divagar voy a referirme sólo a los nombres propios de personas y lugares, que muy
pocos saben sus significados. Y, evitando la mera retórica, prefiero referir algunas
anécdotas esperando que los hechos demuestren mejor los argumentos.
Primera anécdota. En un viaje diurno de muchas horas en ómnibus me tocó como
compañero del asiento lateral a un hombre de negocios con quien comencé a conversar para
soportar varias horas dentro del vehículo. Después de un intercambio de saludos nos
presentamos declarando nuestros nombres. Así supe el nombre completo del señor: Ismail
Chata Rico. Al instante se me ocurrió una pregunta: ¿Qué significan su nombre y apellidos?
El señor me miró sorprendido, alzó los hombros casi hasta sus orejas, movió la cabeza de
izquierda a derecha varias veces como para mostrarme que mi pregunta era irrelevante.
Como persona “moderna y civilizada” no se preocupa por los significados de las palabras
que lo identifican. En el silencio, consecuencia de mi pregunta quizás imprudente, pensé en
la Antropononimia (nombres de personas): Ismail (forma árabe de Ismael, y significa: Dios
escucha).
Recordé a los musulmanes ismaelitas. Como también hablo quechua, lo relacioné con
ismay (excremento. Recordé en la oniromancia: soñar ismay es buena suerte porque el
dinero tiene el color de ismay). Chata (bacín plano, con borde entrante y mango hueco, por
donde se vacía. Se usa como orinal de cama para los enfermos que no pueden
incorporarse). Rico (usado tanto para el sabor como para la riqueza). Mi compañero de viaje
ni se percató nada de mis pensamientos ni sospechó de la coprolalia.
Entonces recordé al autor de la Aulularia, el romano Tito Maccio Plauto (254 a. C.–184 a
C.), a quien se le atribuye la expresión: Nomen est omen (El nombre es el destino). Para
algunos los nombres y apellidos son signos importantes porque marcan la identidad de una
persona. En el viaje evité cualquier comentario sobre el nombre. Pero, hasta ahora no olvido
su nombre.
Personas como Ismail son la gran mayoría. Y los que se interesan en saber los significados
de los nombres son considerados raros y supersticiosos. “El nombre no hace a la persona”
dicen los despreocupados; pero, saber su significado tampoco es malo ni negativo.
Personalmente, prefiero saber el significado de mi nombre para no dejarlo como un enigma.
Sin embargo, tanto en América como en Asia todavía hay gentes que, cuando nace una
criatura, tienen la costumbre de ponerle el nombre que haga la armonía semántica y fonética
con los apellidos; es decir, palabras que indiquen su razón de existir como un ser humano.
En Perú, algunos, por hablar el quechua, recurren a este idioma para buscar nombres que
armonicen en lo fonético y semántico con los apellidos: Ayra (encantamiento), Corihuayta
(quri wayta: flor de oro, trato de mucha cortesía a una dama), Cuyana (Kuyana: que merece
el amor), Imasumac (ima sumaq: qué belleza), Inti (sol), Janca (hanka: nieve), Jahuirrumi
(hawi rumi: piedra plantada o erguida), Jatuncay (hatun kay: ser grande), Jirca (hirka:
colina), Kusicoyllur (kusi quyllur: estrella alegre), Ñusta (princesa), Rumi (piedra), Shayhua
o Sayhua (shaywa: lindero), Yanachasca o Yanacoyllur (yana chaska, yana quyllur: estrella
negra), Yacu (yaku: agua), etc. También he comprobado que algunos recurren al latín para
hacer nuevos nombres como Deifilia (hija de dios), Bonanova (buena nueva).
Segunda anécdota: Un campesino de Quitaracsa, después de dos días de viaje, entró a la
oficina de la Municipalidad de Yuramarca (Áncash, Perú) para registrar a su hija con el
nombre Ayra. La funcionaria, apenas escuchando el nombre, le rechazó. “Ese nombre no
existe. Si quiere, le asiento la partida con el nombre Maira”. El sorprendido y cansado
campesino, prefirió concluir el caso lo más rápido posible porque ya pensaba en el retorno a
su casa.
La funcionaria distrital que registró el nombre Maira, transcrito con criterios de
fonosintaxis: /mái-ra/, estoy casi seguro, ignora su origen y significado. Este nombre es el
resultado de dos fenómenos fonéticos: 1. Cambio de ubicación de la vocal i del nombre
María /ma-rí-a/ a la primera sílaba que se convierte en diptongo y origina el nombre Maira.
2. Cambio del acento de intensidad: En el nombre María el acento está en la vocal i; en
Maira, el acento está en la vocal a. A estos cambios los lingüistas llaman metátesis. Sólo el
que estudia la historia y la lengua quechua sabe que el nombre rechazado Ayra significa
encanto, encantamiento. Con este nombre los quechuas resistieron y siguieron practicando
el rito “quyllur tushu” (danza estelar) o el “taki unquy” (melopatía) tan perseguido por los
sacerdotes extirpadores de idolatrías. “Cristóbal de Albornoz […] descubrió entre los
dichos naturales la seta e apostasía que entre ellos se guardaba del Taqui Ongo, que por
otro nombre se dice Aira” (Taki Ongoy: de la enfermedad del canto a la epidemia. Editor:
Luis Millones. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, Chile, 2007; pág.
124).
¿Desde cuándo las personas se olvidaron del significado de sus nombres? ¿Los padres se
despreocuparon de los nombres de sus hijos? ¿No les importó la combinación fonética y
semántica de los nombres y apellidos? ¿La excesiva ansiedad por ganar el dinero les habría
secado la creatividad, la investigación e imaginación?
Por mi experiencia vivencial sé que los coreanos, apenas nace la criatura, acuden a los que
saben sugerir los nombres tomando en cuenta los datos de la genealogía, la fecha y hora de
nacimiento y la relación del destino con el símbolo fónico y gráfico. Por el prestigio
histórico de la lengua china, generalmente relacionan la idea con el ideograma chino; por
eso, los nombres coreanos aparecen también en chino. Y lo importante, saben el significado
de sus nombres que, generalmente, no pasan de tres sílabas. Y, si en la vida tienen más
dificultades que éxitos, pueden cambiarse de nombre porque lo culpan de traerles la mala
suerte.
Tercera anécdota: Es un caso de hipocorístico (variación del nombre por el trato afectivo;
un cariñativo): Un técnico limeño llega a mi casa para auxiliarme porque mi computadora
tiene problemas. Dialogamos mientras resuelve el problema.
-Me llamo Guillermo, pero me dicen Memo -me extiende su tarjeta.
-Me llamo Guillermo, pero me dicen Memo -me extiende su tarjeta.
.
-Oiga, no permita que le digan Memo; preferible Guilli o Guillicho como decimos los que
-Oiga, no permita que le digan Memo; preferible Guilli o Guillicho como decimos los que
hablamos el quechua.
-¿Por qué?
Deja de manipular la máquina y me clava la mirada. Entonces tomo el DRAE (Diccionario
de la Real Academia Española) que lo tengo cerca de la máquina. Y le muestro: memo adj.:
tonto, simple, mentecato.
-¡Pucha! -Relee lo que dice el diccionario-. Recién me entero de esto. Pero…, no creo que
todos sepan.
..
Mientras él manipula las teclas y los programas en silencio, lo observo con respeto porque
Mientras él manipula las teclas y los programas en silencio, lo observo con respeto porque
sé que está herido por la evidencia.
- Pero, ahora ya lo sé -concluye-. Gracias.
-De nada. Muchos hablan sólo por hablar.
…
Trato de consolar al sorprendido señor Guillermo, quien, estoy seguro, evitará en adelante
Trato de consolar al sorprendido señor Guillermo, quien, estoy seguro, evitará en adelante
que lo llamen “cariñosamente” Memo.
Hasta hace poco los católicos se ponían los nombres de los santos mirando el calendario del
santoral; pues, cada día del año está dedicado a uno o varios santos. En esto intervenía con
mucha autoridad el sacerdote que aconsejaba a sus feligreses a ponerse el nombre del santo
del día para quedar bajo su protección. Y los obedientes católicos seguían las
recomendaciones del padrecito.
El modernísimo ciudadano del siglo XXI, generalmente, no puede explicar siquiera sus
nombres porque es el resultado de nuevos criterios para nombrar a los hijos: referencia
afectiva a los familiares mayores, a los personajes históricos, a los famosos de la política
deporte, arte y religión. Nuestra civilización “moderna y desarrollada” tiene una inmensa
vacuidad que se manifiesta hasta en los nombres propios.
Esta vacuidad o nominación errónea también aparece en las toponimias. El caso del nombre
del nevado peruano Alpamayo es un dato evidente. Allpamayu (allpa mayu: río terroso) es
el nombre del río que fluye en la parte baja del nevado piramidal (Shuyturrahu: nevado
piramidal, que según la ortografía castellana es: Shuyturraju). Y este río al llegar al río Santa
es llamado río Cedros por los árboles que fueron plantados durante la construcción de la
carretera y la Hidroeléctrica del Cañón del Pato. Un hidrónimo ha sido convertido en
glaciónimo por la ignorancia del quechua. Aunque los geógrafos y cartógrafos ya reconocen
este error, no corrigen porque este nevado ya está registrado erróneamente. Y, como
justificación, unos funcionarios que visitaron el caserío de Alpamayo les dijeron a los
pobladores: “Desde ahora este caserío se llama Calicanto porque Alpamayo es el nevado”. Y
les mostraron un mapa que ellos lo habrían hecho antes de la visita.
Los antropónimos y los topónimos migran libremente, para ellos no hay fronteras, ni
oficinas de migración. Tantos nombres extranjeros identifican a muchos campesinos y
citadinos del Perú (Jhon, Jhonny, Robert Jeremy, Iván, Vladimir, Olga, Tania, Omar, Emir,
Fátima, Ciro…). Y tantos topónimos españoles se repiten en Hispanoamérica. Los nombres
globalizan a la humanidad nominalmente aunque no sepan qué significan estos. Esta
vacuidad de contenidos la escuchamos en las entrevistas a los futbolistas nadando en las
naderías. Apenas después de algunas expresiones ya comienzan a repetir: “Pues, nada”
“Nada”. “Para nada”. “Pues, eso”. Evidencian que no tienen nada más para decir. Y,
después de un mal partido, casi todos repiten el mismo discurso: “Estoy con bronca”
“Estoy bronqueado”. Realmente no han roto todavía las broncas cadenas de su nivel
educativo.
Los políticos, fuera de falsear sus hojas de vida (curricula vitarum), nos muestran sus
discursos vacíos e imprecisos en contenido y uso gramatical de la lengua castellana. No los
juzguemos por la conjugación de los verbos irregulares; pues, solemnemente dicen:
“conducieron” por condujeron, “maldicieron” por “maldijeron”, “maldecido” por maldicho,
“satifisfací y satisfaceré” por satisfice y satisfaré, etc. Serán civilizados con dinero para
financiarse la campaña, pero están vacíos de formación lingüística.
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