Francisco Carranza Romero∗
Este escrito no es sobre el proceso del poblamiento de América
hace miles de años, sobre el cual hay varias teorías. Por ejemplo, a
primera vista, los indígenas de Asia y América nos parecemos mucho
por los rasgos físicos. Pero, hablando con franqueza, faltan los
estudios culturales comparativos ameriasiáticos. Y esta labor debe ser
el reto para los americanos y asiáticos.
Después de leer el libro voluminoso de 555 páginas, “1421, el año en que China descubrió el Nuevo Mundo” de Gavin Menzies (2003, editorial Grijalbo, Madrid, traducido del inglés por Francisco Ramos) que, gracias a la generosidad de un exalumno coreano, llegó a mis manos. A decir la verdad, ya estaba
motivado por muchos comentarios periodísticos. Me
dediqué a leerlo con mucho cuidado porque el éxito comercial no siempre está relacionado con la calidad científica o estética de los
libros.
Innegable, el autor es un gran conocedor del mar: corrientes
marinas, orografía marina, vientos, referencias astronómicas, usos de
los instrumentos de navegación, cartografía y el léxico de los
marineros. Menzies es un inglés nacido en China, fue oficial de Royal
Navy, especializado en los submarinos y viajó por todo el mundo al
mando del HMS Rorqual (1959 - 1970). Además, según sus propias
versiones, recorrió por muchas bibliotecas, museos y archivos
privados buscando datos que en China son muy escasos. Como
investigador también está al tanto de los restos de los naufragios.
Desde el inicio Menzies muestra sus “evidencias” y argumentos
para señalar que fueron los chinos y portugueses –éstos usando los
mapas de los chinos- y no Cristóbal Colón, quienes primero
descubrieron el Nuevo Mundo.
Desde el siglo IX China había superado a los árabes porque ya
tenía sus propias flotas que viajaban hacia el occidente y hacia el sur
llevando sus productos y buscando las especias y materiales que
necesitaba.
Menzies afirma que los eunucos Zhen He, Zhou Man (explorador
de América del Sur), Hong Bao (explorador de Antártida) y Zhou Wen
(explorador del Caribe, Estados Unidos y Polo Norte) apoyaron y
protegieron a Zhu Di. Zhen He (el eunuco musulmán de grado
almirante) no sólo era un navegante, sino que tenía otra proyección cultural: “En 1407 Zhen He había creado una escuela de lenguas en
Nankín, la denominada Ssu-i-Quan (Si Yi Guan), destinada a la
formación de intérpretes, y dieciséis de sus mejores graduados
viajaban con las flotas, permitiendo a los almirantes comunicarse con
los gobernantes desde la India hasta África en árabe, persa, suahili,
hindi, tamil y muchas otras lenguas” (p. 65).
En aquella época, según el autor, había la práctica de la
tolerancia y convivencia: “Dado que la tolerancia religiosa constituía
una de las grandes virtudes de Zhu Di, habitualmente los juncos
[embarcaciones] llevaban también a sabios islámicos, hindúes y
budistas con el fin de que proporcionaran guía y consejo” (p. 65).
Históricamente, la obra está centrada en el período de Zhu Di (1360 – 1424, el Emperador a Caballo, el Hijo del Cielo), cuarto emperador de la dinastía Ming. Este emperador tenía la gran ambición de convertir a China en el faro de la ciencia, del comercio y en el eje del mundo. Éstas fueron algunas de sus proezas: cambió la capital de Nankín a Pekín (antigua Tatu), construyó la Ciudad Prohibida (su inauguración fue el 2 de febrero de 1421), reparó la Gran Muralla, derrotó y expulsó a los mongoles; pero, lo que más elogia el autor es que apoyó la empresa de ampliar su imperio marítimo cartografiando el mundo y sometiéndolo a su sistema tributario. Para ese fin comenzó a preparar una gran expedición de miles de barcos que en marzo de 1421 zarpó rumbo a nuevos horizontes.
Históricamente, la obra está centrada en el período de Zhu Di (1360 – 1424, el Emperador a Caballo, el Hijo del Cielo), cuarto emperador de la dinastía Ming. Este emperador tenía la gran ambición de convertir a China en el faro de la ciencia, del comercio y en el eje del mundo. Éstas fueron algunas de sus proezas: cambió la capital de Nankín a Pekín (antigua Tatu), construyó la Ciudad Prohibida (su inauguración fue el 2 de febrero de 1421), reparó la Gran Muralla, derrotó y expulsó a los mongoles; pero, lo que más elogia el autor es que apoyó la empresa de ampliar su imperio marítimo cartografiando el mundo y sometiéndolo a su sistema tributario. Para ese fin comenzó a preparar una gran expedición de miles de barcos que en marzo de 1421 zarpó rumbo a nuevos horizontes.
En aquellos años de grandes exploraciones científicas, según
Menzies, los chinos realizaron muchos viajes en que intercambiaron
las plantas y animales. Esto explicaría la presencia precolombina de
algunos productos como el café africano en Puerto Rico, el coco en
América y sur de Asia; el maíz en Filipinas; la existencia de gallinas
con huevos de cáscara verde o celeste en América y China. “Las
grandes flotas chinas realizaron expediciones científicas cuya
envergadura los europeos no pudieron siquiera empezar a igualar
hasta los viajes del capitán Cook, tres siglos y medio después” (p.
66).
Menzies expone el antiguo mapa sino-coreano, Kangnido, donde
aparece el Océano Índico, África oriental y occidental, el cabo de
Buena Esperanza.
Antes del viaje de Colón y Magallanes ya existían
los mapas de Pizzigano, Fra Mauro, Piri Reis, Cantino, Caverio,
Waldseemüller y Jean Rotz. Los mapas de los exploradores chinos
circularon copiados y mejorados.
Menzies describe también la política pragmática de los chinos.
“Los chinos preferían tratar de lograr sus objetivos a través del
comercio, la influencia y el soborno antes que por el conflicto abierto
y la colonización directa” (p. 59).
Los proyectos de Zhu Di ocasionaron muchos gastos que
empobrecieron al pueblo y destruyeron los bosques por la necesidad
de madera para la construcción de la Ciudad Prohibida y de las
grandes embarcaciones. Lo peor fue que un rayo incendió y destruyó
la Ciudad Prohibida poco después de su inauguración, hecho que los
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enemigos lo interpretaron como un castigo divino.
El sucesor Zhu Gaozhi, que gobernó desde 1424 hasta 1425,
tomó medidas extremas para superar la crisis: “Se deben interrumpir
todos los viajes de los barcos del tesoro [...] Se debe interrumpir
inmediatamente la construcción y reparación de todos los barcos del
tesoro” p. 79.
China, después de un esfuerzo de expansión, comenzó a
encerrarse y hasta se volvió xenofóbica. “Durante un tiempo, incluso
se prohibió aprender una lengua extranjera o enseñar chino a los
extranjeros” (p. 81).
Los documentos de los viajeros fueron quemados o
considerados “perdidos”. Los mandarines confucianos, antes
desplazados, se vengaron.
El autor se lamenta de estas medidas
desastrosas que atrasaron a China. “No sólo desapareció para
siempre el incalculable legado de las mayores expediciones marítimas
de todos los tiempos, sino que las tierras extranjeras permanecerían
desterradas de las mentes del pueblo chino. [...] Las colonias
establecidas en África, Australia y el norte y sur de América quedaron
abandonadas a su propia suerte” (p. 82).
Sin embargo, como en toda investigación, el autor debe revisar
y demostrar algunos datos para la nueva edición:
1. La presencia del maíz en 1404 en el norte de China. “En
el norte la época de cultivo era breve; se podía cultivar mijo, pero no
arroz, y el maíz y la cebada daban cosechas pobres” (pp.55-56). Al
respecto, ¿qué dicen los botánicos?
2. Algunos campesinos peruanos hablan chino.
Apoyándose en el autor peruano Pablo Padrón dice: “Hasta finales del
siglo XIX los habitantes de una aldea montañosa del Perú hablaban
en chino” (pp. 257, 447). ¡Una novedad lingüística! Sin embargo, no
da el nombre de la aldea andina ni del distrito ni de la provincia ni del
departamento. Posiblemente el citado autor y Menzies no
comprenden las expresiones peruanas: “Hablar en chino”, “Hablar
chino”, “No entender chino” que decimos cuando no entendemos al
interlocutor. Los costeños peruanos también dicen “Habla griego”
cuando no entienden a un quechuahablante. Pero esto no quiere decir
que los campesinos peruanos hablen chino y griego. Simplemente que no son entendidos.
A pesar de todo, el libro de Menzies cuestiona la versión oficial eurocéntrica de la historia universal que muchos historiadores y docentes la repiten y propagan en las escuelas. Si las “evidencias” de Menzies son demostradas, los textos escolares tienen que cambiar. De lo contrario, los escritos de Menzies también serán otros cuentos chinos.
∗ Lingüista y etnólogo. Instituto de Estudios de Asia y América de la Universidad Dankook de Seúl, Corea del Sur. Miembro Honorario del CEID.
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