sábado, 31 de diciembre de 2016

MI VIDA EN COREA

MI VIDA EN COREA 
Francisco Carranza Romero




MIS PRIMEROS CONTACTOS CON COREA

En la Universidad Nacional de Trujillo, Perú

Desde que en 1964 inicié mis estudios universitarios en la Universidad Nacional de Trujillo (UNT), entonces la única universidad en la ciudad norteña de Trujillo, Perú, comencé a informarme sobre Corea porque el Centro Federado de Estudiantes de la Facultad de Letras tenía revistas y libros donados por la República Popular Democrática de Corea, más conocida como Corea del Norte. Además, el Centro Federado auspiciaba la proyección de películas coreanas y exhibición del arte marcial tecondo con tecondistas norcoreanos.

 En el Primer Año de Letras conocí de vista a un profesor del curso de Japonés que era un surcoreano. Su manera de caminar abriendo los pies a cada paso como si siquiera poner la zancadilla al que venía en sentido contrario, me llamó mucho la atención. El delgado profesor asiático también enseñaba inglés; pero, por su manera de caminar, podría haber sido también un buen balletista.

Supe, además, que por razones políticas algunos peruanos viajaban a Cuba, Moscú, Pekín y Pyongyang. Algunos viajeros, por convicción ideológica o por gratitud, escribieron artículos y libros que leí con mucho interés. Y en Trujillo fue donde se fundó la Asociación de Amistad de Corea del Norte y Perú cuyo presidente era el abogado Sigifredo Orbegoso, docente de la universidad.

Cuando comencé a enseñar Latín y Quechua en UNT conocí mejor al profesor coreano porque pertenecíamos al Departamento de Idiomas y Lingüística. Después de muchos saludos y encuentros él se dio cuenta de mi trato respetuoso a los mayores; conducta muy natural para mí, porque en la cultura andina y quechua la edad es un factor muy importante que marca la jerarquía, y ésta se manifiesta en la lengua y en la conducta. El profesor Lee Keesang, así se llamaba, era mi mayor por veinte años. Cuando llegamos a tenernos confianza comencé a hacerle muchas preguntas.
-¿Cómo se decidió venir desde tan lejos?
-Vine para enseñar japonés, pues.
-¿Un coreano para enseñar japonés?
Sin ningún recelo continué preguntando e informándome sobre las historias nacionales y personales. De primera fuente supe que la península de Corea había sido colonia de los japoneses desde 1905 hasta 1945 cuando éstos fueron derrotados por Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Por esta razón el curso del idioma Japonés había sido obligatorio en todos los niveles de la escuela coreana. Entonces, el profesor japonés llamaba pagayaro al estudiante coreano que no aprendía rápido el idioma japonés.

-Como el español en Perú, pues. Yo estudié japonés desde niño, pues –fue su respuesta.
Entonces recordé lo que había dicho Antonio de Nebrija en 1492, al escribir la primera gramática de la lengua castellana: “La lengua es compañera de la conquista”. Cuando el profesor Lee estuvo en Japón por razones de estudio y trabajo se informó de que una universidad peruana necesitaba un profesor del idioma japonés. “Al toque me decidí, pues”. Con esposa y tres hijos menores subió al buque rumbo al Callao.
-¿Cuándo llegó a Perú?
-Yo llego en 1965, mes de julio, contratado por la Universidad de Trujillo, pues. Perú, entonces, estaba muuucho mejor que Corea –alza la mano para expresar la alta ubicación del Perú comparada con Corea del Sur-.

 Entonces, la República de Corea recién se estaba recuperando de la guerra fratricida entre el norte y el sur. El primer año en Trujillo, fue muy difícil para el profesor Lee, porque tenía que cubrir los gastos de vivienda, comida y educación de los hijos. Por suerte, la comunidad japonesa de Trujillo le brindó mucha ayuda; y la universidad le dio las clases de inglés.
-¿También sabe inglés?
-Claro, pues. Como soldado en la guerra coreana yo estaba con soldados gringos para ayudar en todo. Con libros y gringos, todo fácil.
De verdad, él hablaba mejor inglés que algunos colegas peruanos que enseñaban ese curso.

En una oportunidad tuvimos una actividad académica en Tarapoto, una ciudad norteña en la selva alta. A medio día estuvimos en el aeropuerto esperando el aviso para subir al avión que volaría a Trujillo. El profesor Lee y yo salimos de la sala sin un ventilador, convertida en horno, teníamos hambre, queríamos comer los deliciosos juanes que habíamos visto en una carretilla afuera. Después de saciar nuestra hambre con yuca y guiso de pescado seco envueltos en hojas de plátanos, volvimos a la sala y nos sorprendimos al no hallar a nuestros colegas. El avión ya estaba en movimiento para partir. Reclamamos a los uniformados del aeropuerto y ellos nos dijeron que habían anunciado por el altoparlante para que los pasajeros subieran al avión. Habíamos perdido el vuelo. Después de dos horas tomamos otro avión que llegaba de Iquitos con destino a Lima y que hacía escalas en Tarapoto y Trujillo.
-¿Por qué nuestros colegas no nos avisaron ni notaron nuestra ausencia? –me quejé en el avión mientras cruzábamos las crestas de los Andes-.
El profesor Lee, sentado junto a la ventana, me miró sonriente y me palmeó el hombro izquierdo para calmarme.
-Otros profes no son como tú, pues.
Luego me hizo ver la diferencia de los peruanos de la ciudad y del campo. Gracias a su acertada observación comprendí que el ciudadano de origen campesino es solidario; el citadino es individualista.

Al día siguiente, en la reunión de los colegas, les reclamé a todos.
-¿Por qué nos dejaron en Tarapoto?
-¿Qué? ¿Les dejó el avión? Ni nos dimos cuenta -se sorprendieron y se rieron con ganas-.
-¿Ni al llegar a Trujillo?
-Hasta ahora que nos avisas, no sabíamos -siguieron riéndose-.
-¿No ves, Pancho? ¿No te dije?

Él tenía toda la razón. Desde entonces fuimos más amigos; nos bromeábamos y nos íbamos de pesca y de paseo con frecuencia.

Como coreano, el profesor Lee siempre estaba cantando las melodías de su tierra y fumando en todo lugar. Tenía mucha habilidad comercial, le gustaba hablar de las actividades lucrativas seguras. Algunas noches trabajaba de taxista hasta que abrió su “Ferretería Ariran”. Compraba carros viejos para arreglarlos en un taller, y luego los vendía ganando. Y hasta que tuvo un accidente: Por darse de mecánico, se echó debajo de su automóvil para repararlo en la calle; en esos afanes sacó el pie hacia la calle de tránsito de carros, y un auto lo atropelló. Vivió 14 años en Perú.

Como todo asiático de ojos rasgados fue llamado “chino”; pero en la universidad no fue discriminado por ser extranjero, era un profesor con todos los derechos y deberes como los peruanos. Tenía el derecho de votar en las elecciones para elegir al jefe del departamento, decano y rector. Y, por su antigüedad, algunas veces fue encargado de la jefatura del Departamento de Idiomas y Lingüística y también de la decanatura de la Facultad de Letras. Solamente no podía ser candidato para la rectoría.

Cuando jugábamos fulbito él nos acompañaba y, a pesar de no haber practicado nunca este deporte, hasta se daba de director con sus criterios de un buen observador. Gritaba eufórico por cada gol nuestro. Si perdíamos, se ponía colérico, nos gritaba y nos amenazaba que ya no iba a acompañarnos ni comprar los refrescos. Colérico encendía uno y otro cigarrillo, fumaba que fumaba absorbiendo y arrojando humo con mucha frecuencia. Y, antes de que terminara de quemarse el cigarrillo, lo arrojaba para pisotearlo con furia.
-¡Ya! ¡Inútiles, malos, pues! Ya no vengo. En vez de fútbol, mejor practicar la timba. 
Es que él timbeaba en las noches con algunos profesores.

En la UNT había profesores extranjeros de muchos países: Corea, Rusia, Polonia, Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Brasil... Entonces yo creía que el problema del racismo interno del Perú, en que los blaquiñosos miran con menosprecio a los trigueños y morenos era un defecto nacional. Rabié contra la discriminación racial en Estados Unidos y Sudáfrica. Y creí que Alemania había superado el racismo después de la Segunda Guerra Mundial.

El profesor Lee laboró en UNT desde 1965 hasta 1979. Emigró a Canadá por la educación y el porvenir de los hijos. Cuando nos veíamos en Canadá o en Corea él recordaba a Trujillo y Perú con mucho cariño. “Mi vida en Trujillo, era vida, pues... Los patas me escriben. Mis hijos prefieren visitar Perú y no Corea”.

-¿Por qué se fue a Canadá con toda su familia?
Se mantiene en silencio antes de contestarme. Se rasca la cabeza. Hasta que, al fin, suelta la verdadera causa.
-Yo no quería ver a mis hijos casados con peruanos.
Ha soltado el prejuicio común de los coreanos. 

El hijo mayor José, ingeniero egresado de la Pontificia Universidad Católica del Perú, viajó de Canadá a Corea varias veces para entrevistarse con las solteras coreanas que sus familiares coreanos ya habían escogido y le hacían esperar. Él obedecía a su padre por ser el mayor; por tanto, responsable del linaje familiar. Así logró casarse con una coreana, pero terminó divorciándose. En el segundo intento se casó y se fue a vivir lejos de los padres. 

La hija Lucy estaba descontenta por haber tenido que abandonar sus estudios de Medicina en UNT. En Canadá estudió Biología y llegó a ser docente en una universidad. Se enamoró de un colega de la universidad. En un acto de rebeldía y valentía manifestó a sus padres que quería casarse con un profesor canadiense blanco. El señor Lee se enojó, gritó y expresó su total desacuerdo; pero no pudo evitar la boda.
-Yo no fui a la boda –me cuenta justificando su actitud.
-¡Qué mal! ¿Y usted me lo dice a mí sabiendo que soy un peruano casado con una coreana?
-Tu caso es diferente, pues… -Se da cuenta de mi discrepancia, trata de suavizar el ambiente, me da palmada en la espalda-. Pero, cuando aviso que voy a viajar, mi hija y su esposo me dan mil dólares; otros hijos me dan sólo quinientos.
Como la hija Lucy tuvo tres hijos, le dijo a su padre que ya tenía descendientes varones que tanto él quería. La respuesta paterna fue muy coreana: Los hijos de las hijas no sirven para el linaje familiar.

Carlos, el tercer hijo, se casó con la hija de los inmigrantes japoneses. Y Edmundo, el último hijo,  se casó con una estadounidense blanca. 
-¡Qué vida, Pancho! Pero soy coreano.

Cuando el profesor Lee quedó en la viudez, su hija dejó el estado de Ontario y se trasladó a Vancouver para estar cerca del padre anciano. ¡Cómo no tuve dos hijas!, fue su exclamación como pidiendo perdón y expresando la gratitud. Falleció en Vancouver en 2015, a dos años de viudez.

Como un dato anecdótico sobre otro coreano: En 1967 llegó a Perú un tal Lee para estudiar en la actual Universidad Nacional Agraria La Molina. Él mismo se hacía la propaganda de ser un especialista en saber el sexo de los pollos tocando sólo los huevos. Con su conocimiento hermético seleccionaba los huevos hembras para la granja; huevos machos para el mercado. Estuvo pocos años en Perú. No sé si tuvo éxito en la selección de huevos; e ignoro a dónde se fue. 


En el Instituto Caro y Cuervo, Bogotá

Cuando en 1977 llegué a Bogotá para estudiar la maestría en Lingüística Hispánica en el Instituto Caro y Cuervo me encontré con compañeros becarios de ICETEX (Instituto Colombiano de Crédito y Estudios Técnicos en el Exterior) de Colombia y otros países. Todos docentes: Ecuador, Chile, Brasil, Paraguay, Venezuela, Estados Unidos, Francia, Rumanía, Yugoslavia, Bulgaria, Austria, Rusia, Japón y Corea del Sur. En la primera reunión convocada por el decano, doctor Darío Abreu, nos presentamos, nos miramos con recelo y declaramos nuestro estado civil. Él, mirándonos a la coreana y a mí, nos dijo entre broma y seriedad: “Yo no sé qué relaciones ocultas tienen los peruanos y los asiáticos. María y Francisco: Les informo que aquí, hace dos años, un peruano y una japonesa se conocieron y se casaron”. Los compañeros se rieron mirándonos. La coreana y yo nos miramos sonrientes. 

Después de algunos meses compartiendo las experiencias en las clases, fiestas y deportes, ya conocía mejor a los compañeros. Había estudiantes de toda clase: los que copiaban en el examen, los que pedían respuestas en voz baja, los que hablaban mucho pero con poco contenido, los que recibían mucho dinero de sus países, los que bebían mucho, los que buscaban aventuras amorosas, los que buscaban pareja temporal, los que llamaban la atención con cualquier payasada, los serios y prudentes... 

Desde el mes de agosto ya teníamos un pequeño grupo de tres que nos sentábamos y caminábamos juntos: el japonés Mikio Urawa (profesor de la Universidad de Takushoku), la coreana Hyesun Ko y yo, el peruano. Es que los tres estábamos de acuerdo en algunos puntos: Si uno no sabe, debe estudiar más; no engañar. No es bueno buscar la figuración con lo que sea; si otros reconocen tus méritos, bien. No es bueno hablar mucho teniendo poco que decir. Pedro, el gracioso compañero ecuatoriano, nos calificó: “grupo oriental”. No le hice caso porque para mí, un indígena americano, Asia es el occidente de América.

La coreana y yo llegamos a ser muy buenos amigos, nos ayudamos en muchas oportunidades. El compañero japonés era nuestro mayor, casado y con dos hijos. “Son mis cachorros”, nos mostró las fotos de sus dos hijos; pero no la de su esposa; tampoco se lo exigimos. En octubre, la coreana y yo pasamos de amigos a enamorados. En diciembre ya éramos novios y nos preocupamos del futuro común. No hicimos mucho caso a las críticas de los coreanos endogámicos residentes en Bogotá. Después de la última clase de Fonética y Fonología que nos enseñaba el profesor Darío Abreu, le contamos sobre nuestra relación y la decisión de casarnos. Él nos felicitó y nos hizo recordar su advertencia en la primera reunión.

El 4 de marzo de 1978 nos casamos en una iglesia católica internacional del barrio Chapinero, Bogotá. El monseñor Valencia, capellán del expresidente colombiano Alfonso López, ofició la misa. Es que mi esposa lo había conocido en Corea porque le sirvió de intérprete en su visita. En su homilía habló del amor que rompe las distancias geográficas, raciales y culturales. En la ceremonia estuvieron presentes algunos compañeros de clase, dos profesores del Instituto Caro y Cuervo (Darío Abreu y Cándido Aráus), algunos peruanos como el maestro Armando Villegas y la señora Margarita Esparza quien me trató como a un hijo, y algunos coreanos. El señor Dokyoung Lee nos ofreció su casa para la recepción después de nuestra boda. “Gracias, señor Lee, por su generosidad de ofrecernos su casa para la reunión de agradecimiento a los amigos que nos acompañaron en la boda” se lo hemos repetido varias veces en Corea, Colombia y Perú. Y él siempre nos responde: “Qué va. No era nada. Je, je. je”.

En esa reunión, los coreanos pidieron una canción a mi esposa. Ella cantó “La novia”; pero los coreanos, aun sabiendo que la lengua española era la lingua franca en aquella reunión, querían una canción en coreano. Ella les satisfizo con una canción coreana. Luego, los coreanos dirigieron la mirada hacia mí y me pidieron una canción. ¿Cómo podía negarme estando en su ambiente? Les canté en quechua. 
Kuyashqallaata yarpaptii,
shunqu nanaymi tsarikaykaman.
Kanan patsa rikaykuu
manyaa, ñawpaachaw kaykaqta.

Maychaw tsaychawpis tarinqach,
pita maytapis riqinqach.
Nuqallaatawqa tarinqatsu;
chunkata tarirpis kuyanqatsu.
(Cuando recuerdo a mi amada, / me duele el corazón. / En este momento la veo / muy cerquita y a mi lado. // En donde sea encontrará, / a mucha gente conocerá. / Aunque encuentre por decenas; / imposible igual que yo).

El maestro Villegas, un quechuahablante como yo, nuestro padrino de la boda, gozó con la canción y por mi atrevimiento.

Así iniciamos una vida con sueños comunes. Sin habernos propuesto, nos convertimos en el primer matrimonio peruano-coreano: Mi esposa, la primera rebelde surcoreana que se casó con un peruano; y yo, el primer peruano casado con una coreana. 

Poco a poco comencé a conocer mejor la cultura de mi esposa, fui informándome de que los coreanos tienen mucho prejuicio por el matrimonio internacional. Sin embargo, algunos coreanos a quienes los conocimos en Bogotá y que nos acompañaron en la boda son nuestros buenos amigos; nos escribimos, nos visitamos, nos ayudamos y nos hacemos bromas. Supongo que no les habremos defraudado con nuestro matrimonio ni con nuestras hijas. Fuera de la actitud prejuiciosa y xenófoba de algunos coreanos, a quienes los miro de lejos para no incomodarlos ni incomodarme; he ganado muy buenos amigos. ¿Por qué algunos coreanos piensan que el matrimonio de un coreano o coreana con alguien de otro color y nacionalidad es una degradación? Que ellos resuelvan sus traumas.

Por el amor aprendí a usar los palitos para comer, ahora los prefiero en vez del tenedor. Como los peruanos sazonamos nuestras comidas con picante y ajo, no tuve ningún problema para acostumbrarme a la comida coreana. Me gusta el quimchi (verdura fermentada con ajo, ají y aceite de pescado) y otras comidas como kalbi, kalbitan, twenjang chige, pyok hejankuk, ugochitan, poshintan, etc.

En el mismo mes de marzo de 1978 mi esposa y yo viajamos a Perú por tierra desde Bogotá. Descansamos en Quito en un hotel del centro a donde llegó la policía para indagar el contenido del bulto que llevábamos. Al ver que eran libros de Lingüística y Literatura se retiró. Luego nos visitó un familiar del compañero ecuatoriano Pedro Reino Garcés avisándonos que nos invitaba al pueblo de Ceballos. Aceptamos, viajamos a Ceballos y nos quedamos dos días en la casa del amigo Pedro.

Continuamos el viaje. En Aguas Verdes, frontera de Perú y Ecuador, los funcionarios peruanos obligaron a mi esposa que comprara un pasaje de salida del Perú de una empresa de transportes que nos recomendaron, pasaje de Tumbes a Santa Rosa. Cumplido el requisito viajamos a Tumbes donde nos esperaba el sacerdote Andrés Ulises Calderón quien estaba de Director de Proyección Social de la Universidad Nacional de Piura.

Después de un descanso de tres días continuamos el viaje hasta llegar a la ciudad de Trujillo donde reanudé mi labor de docente.

Como yo había sido docente por horas en el Colegio La Inmaculada, la hermana Amparo Haro Haro, directora entonces, nos preparó la bienvenida con vino y pasteles en una reunión de docentes donde ofreció unas clases de inglés a mi esposa. Después, el señor Ferry, director del Instituto Peruano Norteamericano, docente de la Universidad Nacional de Trujillo, también le ofreció las clases.

El profesor español Antonio González Villaverde, quien había sido mi profesor, le permitió asistir a sus clases de Morfosintaxis de la Lengua Española.

Los sábados en la noche nos reuníamos en la casa del profesor Lee Keesang. Él, su esposa e hijos nos trataron como a sus propios familiares. Por eso nos hemos visitado en donde sea. Mantenemos una relación familiar.

Así mi esposa estuvo muy ocupada en Trujillo.


COREA, PAÍS DE CONTRASTES

 La Península Coreana es un territorio adornado de montañas medianas y multiformes que recorren de sur a norte hasta perderse en las tundras de Siberia. Son vértebras dentadas de los dragones reptando. Su clima es de grandes contrastes. Las estaciones tan diferenciadas cambian bruscamente y, últimamente, la primavera y el otoño se van acortando.

Invierno. Es frío y seco, supera los diez grados centígrados bajo cero durante muchos días. La península se cubre del frígido manto blanco. Las primeras nevadas emocionan a los coreanos volviéndolos muy románticos; a mí me estremecen porque anuncian días fríos y caminos resbaladizos. Es el tiempo de tomar los caldos calientes de huesos, de carnes y de productos marinos. Las casas se abrigan gracias a las tuberías de agua caliente (ondol) instaladas debajo del piso. Por eso, en Corea mi familia duerme sobre el piso tendiendo una colchoneta y tapándose con una cobija. Para salir de la casa hay que ponerse ropa gruesa y una mascarilla para no inhalar el aire frío. La mandarina y las frutas secas abundan en las tiendas. En esta estación se celebran dos grandes fiestas: El Año Nuevo Lunar (últimamente se celebra también el Año Nuevo Solar que siempre es en la misma fecha) y la Fiesta de la Luna Resplandeciente (Taeborum).

En el Año Nuevo Lunar los familiares se reúnen en la casa del familiar mayor. Primero se hace el saludo a los retratos de los antepasados que están colocados en la mesa llena de comida y bebida con velas encendidas e incienso humeante. Los antepasados, desde la otra dimensión, contemplan y pasan la lista a los que se han reunido para saludarlos. Tres venias profundas con las rodillas en el piso expresan el profundo respeto. El familiar mayor sirve la comida y la bebida a los antepasados, mueve tres veces el plato y la copa hacia la izquierda. Después del saludo los participantes dejan el recinto por un momento para que las almas degusten las ofrendas. Luego, sacan las ofrendas y se sirven con unción. Terminada la comida, los mayores se sientan en el piso para recibir la venia de los menores, quienes ya saben que por cada saludo van a recibir la propina. Si hay tiempo, se juega el yud (cuatro fichas largas con una cara plana y el reverso romo). Estas piezas son tiradas al aire que, por la forma de caer sobre algo suave, indican el valor numérico. Para competir se dibuja una especie de cuadro que debe ser recorrido moviendo las cuatro pequeñas fichas desde el punto de partida hasta la meta. En el trayecto se puede ir eliminando las fichas de los contrincantes. Gana el que hace llegar a la meta las cuatro fichas. Todos se esfuerzan por ganar porque es el pronóstico de cómo les va a ir la suerte durante el año.   

Primavera. Despierta hasta a los batracios y plantas que han dormido durante el frío invierno, pinta la naturaleza con los colores de las campanillas de oro (kenari), azaleas y magnolias. Es la época de la siembra y de dejar en el ropero los abrigos que cubrían los cuerpos. El área no urbana se colorea coqueta y encantadora. Los coreanos dicen que es la estación de las mujeres porque tiene un clima caprichoso con cambios bruscos; y ellas se visten ropas de colores vivos como las flores, y comienzan a mostrar sus encantos. Las tiernas hojas de ajenjo y las frescas fresas abren el apetito. En esta estación se celebra el natalicio de Buda (Sidarta Gautama) con ritos y procesiones de faroles.

Verano. Es cálido y húmedo con temperatura que supera los 30 grados centígrados. La naturaleza se viste del manto verde. Es el tiempo de comer fideo frío y el caldo de la carne de perro. Los melocotones, melones y sandías deleitan los paladares. Las playas de los ríos y mares se llenan de bañistas. Los coreanos, generalmente, sufren por el calor como si  se derritieran. A fines de esta estación llegan los tifones procedentes del oriente y del sur que mojan y zamaquean a la naturaleza y a las construcciones.

Otoño. Se refresca con los vientos fríos. Es la época de la cosecha. Las hojas de los árboles se encienden de fuego rojo o anaranjado para luego amarillarse y volverse pardo. Las hojas verdes de los gincos se amarillan y, cuando caen forman alfombras doradas. Todas las hojas secas caen y se convierten en alfombras sonoras que bailan con el viento. Al deshojarse, los árboles quedan tiritando desnudos. El paisaje cambia de colores y formas. Estos cambios hacen reflexionar sobre la condición efímera de la vida. Es la estación de los varones. En esta estación se celebra la importante fiesta de Chusok (la fiesta de la cosecha) que congrega a las familias para rendir el culto a los antepasados ofreciéndoles comida y bebida.

Lo que sorprende a un forastero es experimentar en un solo día varios cambios climáticos: amanece nublado, luego se aclara y solea hasta quemar, luego vuelve a nublarse hasta terminar en una lluvia torrencial con viento. Supongo que estos cambios climáticos influyen mucho en el carácter de la gente, porque el coreano rápidamente pasa de la alegría a la tristeza; de la amabilidad al rechazo; de la sociabilidad al aislamiento; de la locuacidad al laconismo. El coreano se porta según su kibun (estado anímico) del momento. Y, cuando les digo: “Ustedes son quibuneros”, se sonríen porque saben que la observación del extranjero no está lejos de la realidad.

MI PRIMERA VISITA A COREA

Confundido con los coreanos

Mi esposa, apenas supo sobre el derrame cerebral de su padre, viajó presurosa en abril de 1979 desde Perú a Corea. Mi suegro, a quien no pude conocerlo, se murió en abril primaveral de 1980. Mi esposa me comunicó la triste noticia y me convocó para el rito de los cien días post mortem. En el verano de 1980 visité, por primera vez, el país del que tanto me había hablado mi esposa y que me había imaginado y visto ya en los sueños. Aunque me había casado con una coreana sin el consentimiento de los suegros coreanos, tenía la obligación de estar presente en el rito para que me conocieran y comprobaran que yo era tan humano como los coreanos.

En el aeropuerto de Los Ángeles, buscando la mesa de Branif International, me orienté más por el olfato que por la vista. El grupo de los asiáticos con olor a ajo fue mi mejor referencia de que estaba en la línea acertada de los pasajeros hacia Corea. Alguien de la cola me hizo una afectuosa venia como si me conociera. Me confundiría con alguien y no pensaría que yo era un extranjero. Yo también le respondí con otra venia y sonrisa amical. Este intercambio de gestos me tranquilizó en mi primer viaje a Corea.

¡Qué suerte la mía! Me senté al lado de un coreano que volvía de Paraguay, él estaba comenzando la venta de telas en algunos países de Hispanoamérica. Por tanto, ya hablaba algo de castellano. En Hawai el avión hizo una escala técnica. El coreano Cristóbal y yo no nos separamos; como dos viejos amigos nos intercambiamos algunos datos de nuestras vidas mientras tomábamos el delicioso jugo de guayaba mirando a las bailarinas hawayanas.

Durante todo el viaje el sol no se ocultó, me acompañó como un padre responsable y cariñoso. Qam kallarchi, inti yaya (Gracias, padre sol) –le agradecí desde lo más recóndito de mis genes andinos-.

Llegué al aeropuerto coreano Kimpo en un día soleado. Cuando estaba haciendo la cola para pasar la Inmigración, un funcionario me llamó: ¡Chinese, come in! Le sonreí y le mostré mi pasaporte. Y él también sonrió, continuó haciéndome señas con la mano y me atendió con mucha amabilidad. Yo estaba muy emocionado. Al fin, estaba en la patria de mi esposa.

Cuando salí del aeropuerto me encontré con mi esposa y mi suegra, quien –según me comentó mi esposa-, apenas viéndome, había dicho sorprendida: ¡Se parece coreano! Este comentario me alegró porque mi omoñi (querida mamá) me había visto como a alguien de su grupo étnico y no como a un ser raro.

Desde entonces, en Corea he experimentado muchas emociones de toda clase, de todo sabor, y de todo calibre. Los momentos alegres superan y me hacen vivir con amor a la gente coreana.

Rito fúnebre

El ofrecimiento de comida y bebida a mi difunto suegro sobre su fresca tumba me hizo recordar el rito en el Día de los Difuntos en los pueblos andinos del Perú. En ese momento se agolparon los pensamientos y sentimientos: “Corea no está lejos de mi lugar de nacimiento; o quizás yo, ausente por miles de años, he vuelto a la casa casi olvidada. Los coreanos y los peruanos no somos tan diferentes”. Los mayores movieron en el aire y hacia la izquierda los depósitos de comida y licor servidos para el difunto. En los Andes también, el lado izquierdo está relacionado con el espíritu y la muerte.

Por ese rito en que los varones son los protagonistas pude conocer a la numerosa familia de mi esposa. Desde entonces, mantengo muy buena relación con el clan Ko (familia de mi suegro) y con el clan Kim (familia de mi suegra). Mi suegra, a quien siempre la traté de omoñi, comenzó a tratarme como a un hijo. Y hasta gimoteó en el aeropuerto el día del mismo verano cuando retorné a Colombia donde estaba haciendo una investigación lingüística.

Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros

En esa breve estadía, verano de 1980, visité la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros, alma mater de mi esposa y donde ella laboraba como profesora de tiempo parcial. Entonces, era la única universidad coreana con el Departamento de Español. En la entrada al campus universitario había muchos militares en uniforme verde y con armas, uno de ellos me pidió mi documento de identidad. La universidad me pareció un cuartel. Adentro conocí a los profesores de la lengua española. Ellos se quejaron de que los extranjeros no soportaban la situación inestable de Corea y que se marchaban antes de cumplir el contrato firmado, y me pidieron que me quedara para colaborarles con las Clases de Conversación.

-Profesor Carranza, ya que usted está casado con una coreana, colabore con la patria de su esposa –el profesor Kim Ibae fue amable conmigo desde los primeros momentos.

Precisamente, durante esos días me encontré con una joven española de nombre Paloma que ya estaba por volar fuera de Corea apenas concluido el primer semestre. Ella era una corresponsal de la agencia de noticias EFE, la docencia era una labor adicional y ocasional. Prefería irse a India que quedarse en Corea que vivía bajo la tensión de guerra. Comprendí la verdadera preocupación de los colegas coreanos Chang Sunion, Kim Hyunchang, Min
Yongtae y Min Manshik; pero, en ese momento no pude comprometerme. Primero, tenía que terminar la investigación que estaba realizando en Colombia; luego, tenía que pedir la licencia a la Universidad Nacional de Trujillo (Perú) donde era profesor en la categoría de asociado, pues en Colombia estaba con licencia. Sin embargo, en mi interior, ya estaba dispuesto a colaborar con el alma mater de mi esposa. Corea comenzó a atraerme.


DOCENTE PERUANO EN COREA

Desde fines de octubre de 1980 comencé a hacer todos los trámites legales para que la Universidad Nacional de Trujillo me concediera la licencia sin salario por dos años. Cuando lo logré, comuniqué inmediatamente a los colegas coreanos. Y ellos, hicieron también los trámites en Corea y luego enviaron el contrato de trabajo a la embajada de la República de Corea en Lima, Av. Arequipa, Edificio El Dorado. Por mi salud un poco delicada, por la brevedad del tiempo y pensando que mi madre viviría muchos años más, no tuve tiempo para ir a mi pueblo natal para despedirme de ella.

En febrero de 1981 llegué a Corea para colaborar en la enseñanza del español como segunda lengua. Los colegas de la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros me recibieron con mucha amabilidad. El profesor Woo Dukyoung, jefe del Departamento de Español, me trató como a un hermano menor. El frío invernal con mucha nieve no me asustó, yo estaba muy emocionado por iniciar una nueva etapa de mi vida con estudiantes y colegas diferentes. Un gran reto para el primer peruano que iba a laborar como docente universitario en Corea.

Para mi buena suerte, los estudiantes del español (turnos diurno, nocturno y los destinados a Yong In) organizaron el campeonato de fútbol, y los empleados de la universidad también comenzaron a practicar fútbol; entonces, como un pez en el agua, participé en los partidos y hasta salí con la frente rota por un cabezazo que recibí cuando bajaba después de cabecear el balón. Creyendo que el sudor me bañaba la cara seguí corriendo hasta que los compañeros del juego me detuvieron a la fuerza cuando corría ya cerca del arco contrario con la mirada atenta al balón y al arquero contrario. 

Combinando la labor con el deporte descubrí el calor humano de los coreanos. Sentí que era tratado como un hermano menor o como un hermano mayor, según el caso.

No sé si fue por la deliciosa comida coreana o por la cariñosa atención de mi esposa y de mi suegra; a lo mejor, por ambas causas, comencé a subir de peso. Pero, como seguía siendo un loco del fútbol, me convertí en un gordito ágil. 

A fines de agosto de 1982 recibí la noticia de que mi octogenaria madre estaba muy enferma y 
había sido transportada en camilla durante diez horas desde Quitaracsa hasta la carretera más cercana. En el hospital de Carás un médico avisó a los familiares que la paciente Petronila Romero Príncipe tenía todos los síntomas de cáncer en el estómago. En octubre me avisaron que mi madre estaba mejor. Preocupado programé mi viaje para la Navidad, después de terminar el año académico. Sin embargo, en la madrugada del 4 de noviembre (hora coreana) mi hermano menor me llamó con voz trémula: Wawqi, mamantsik wañushqanam. (Hermano, ya se murió nuestra madre). Por estar en plenas clases del segundo semestre no me atreví a solicitar el permiso. “El trabajo no se mezcla con los asuntos familiares”, palabras de mis mayores de mi pueblo resonaron en mi interior. Este acontecimiento me golpeó fuerte porque no me había despedido de ella al dejar Perú para viajar a Corea ni había estado presente en los días de su enfermedad, muerte y entierro. La montañita cercana a la vivienda que me ofreció la universidad recibió mis lágrimas vespertinas cuando el frío entró hasta mi interior. Me quedé huérfano de madre. La orfandad es una desgracia. En enero de 1983 fui a visitar su tumba fresca.


Asociación Coreana de Hispanistas







A principios de marzo de 1981 nos reunimos en mi casa Kim Hyungchang y Min Yongtae y yo, los tres locos, para soñar con el primer simposio de nuestro Departamento de Español. Estábamos con ganas de hacer sentir la cultura hispana en Corea. En abril del mismo año organizamos con entusiasmo el Primer Simposio del Español con la participación de los profesores y estudiantes del postgrado. Éramos muy pocos hispanistas, pero nos creíamos suficientes para soñar y hacernos oír en toda Corea. ¡Cómo poder olvidar los rostros emocionados de los participantes! Y ese día nos reunimos en el Edificio 2 (Edificio de Audiovisuales), Aula 402, campus de Imundong, Seúl. El profesor Kim Ibae, el mayor de todos, fue elegido por unanimidad Presidente de la recién fundada Asociación Coreana de Hispanistas. Estábamos contagiando nuestras locuras.   

Por sentirme útil y por recibir el afecto y respeto en las aulas y fuera de las aulas, los dos años programados se iban a alargar. A mediados de 1982 comuniqué a la Universidad Nacional de Trujillo mi intención de prolongar mi permanencia. Con esta comunicación comencé a desvincularme como docente de mi alma mater. Entonces, pensé que yo podría ser un buen puente entre Perú y Corea en el fomento de los intercambios culturales e institucionales.

Basado en los valores prehispanos programé mi vida dentro y fuera de la universidad: Dedicación a la labor (ama qila: no seas ocioso). La honradez (ama suwa: no seas ladrón). La veracidad en todo (ama llulla: no mentir). Así cumplí mi labor docente en Corea durante muchos años.

Asociación Asiática de Hispanistas

Otra tarde llegaron a mi casa los colegas Kim Hyungchang y Min Yongtae para conversar sobre los proyectos del hispanismo en Corea y Asia. Era otra reunión de los tres locos del hispanismo. Después de unas copas, en un ambiente de mucho entusiasmo decidimos localizar a los hispanistas de Asia para convocarlos a Seúl con el fin de intercambiar nuestras experiencias académicas y para fundar la Asociación Asiática de Hispanistas. Desde aquel día comenzamos a enviar cartas y a pedir la ayuda a las embajadas de los países hispanos para que nos relacionaran con las universidades asiáticas con departamentos de español.

El profesor Kim Ibae, cuando se lo comentamos, estuvo dubitativo ante nuestro proyecto. "Yo soy más realista, quizás por la edad". Aun así, ante la sugerencia del embajador español de la necesidad de la visita de un hispanista coreano a España para hablar del proyecto con las autoridades del Ministerio de Cultura, Real Academia de la Lengua Española y Ministerio de Asuntos Exteriores, viajó y volvió loco del hispanismo. Ya éramos cuatro locos. Había recibido promesas de ayuda y hasta se había fotografiado con el rey Juan Carlos. En Corea también se consiguió el apoyo. Nuestra locura era contagiosa.  

Una vez nos enteramos que unos hispanos procedentes de Hong Kong habían llegado a Seúl por asuntos de negocios. Después de terminar nuestra labor, a las 5 pm, el profesor Kim Hyunchang y yo tomamos el metro rumbo a la Estación de Seúl. De allí subimos por una callejuela donde unas mujeres de bocas pintadas y en minifalda nos jalonearon. Esquivando cualquier tentación y forcejeo llegamos al hotel Hilton donde nos reunimos con dos españoles, el señor Rego y otro. Les contamos nuestro proyecto, y ellos nos animaron y prometieron asistir al congreso. Para volver a casa teníamos que llegar a la Estación de Seúl.
-Vamos por la calle grande. Allá –señalando la entrada de la callejuela- hay locas.
El profesor Kim Hyunchang tenía toda la razón porque una mujer decidida a conseguir un cliente casi le había roto su gabardina de color caqui.
-Profesor, ellas no son locas, son putas.
-¡Jajajaja!
Mi aclaración le provocó la risa. Yo también me contagié de su risa. Nuestro proyecto del hispanismo en Asia estaba construyéndose dentro del frío nocturno de noviembre. 

En el verano de 1985, del 26 al 28 de agosto, organizamos el Primer Congreso de Hispanistas de Asia en los ambientes de Hankuk University of Foreign Studies. El señor Rego y su amigo asistieron tal como nos habían prometido. Y, tal como habíamos soñado, fundamos la Asociación Asiática de Hispanistas con sede en Seúl. Participaron los colegas de India, Tailandia, Taiwán, Japón, Filipinas, Mongolia y las autoridades de España. En la Asamblea General el  profesor Kim Ibae fue nombrado presidente de AAH.

En la clausura del congreso, Ramiro Pérez Maura, Duque de Maura, embajador de España en Corea, dijo: “A lo largo del día de ayer, cuando se desarrollaban cada una de las sesiones especializadas parecía que aquella chispa que un día estalló en la casa del profesor Carranza y que hizo que pudiera crearse en Corea el camino abierto y esperanzador hacia la reunión de los hispanistas del Continente Asiático, iba consumiendo a través de cada ponencia toda una amplia variedad de títulos y temas...” (Actas del Primer Congreso de Hispanistas de Asia, Seúl, p. 17).  

El II Congreso de Hispanistas de Asia se celebró en 1988, en Manila (Filipinas). En ese evento se aprobó el Estatuto de la Asociación Asiática de Hispanistas elaborado por los colegas Edmundo Herrera (Colombia), Fernando Torres (México) y Santiago de Miguel López (España). El profesor Kim Ibae fue reelegido presidente de AAH. La profesora Rosario Valdez Lamug se esforzó tanto por el buen resultado del congreso que se enfermó y falleció después de la impresión de las actas. La noticia nos entristeció.

El III Congreso de Hispanistas de Asia se celebró en Tokyo (Japón) en 1991. En la sesión de la directiva de la Asociación Asiática de Hispanistas fui nombrado oficialmente Secretario de AAH como reconocimiento a mi entusiasmo y labor. Y el profesor Kim Ibae fue, otra vez, reelegido presidente de AAH. Los colegas chinos de Pekín nos ofrecieron organizar el IV Congreso de AAH. 

Una semana después del congreso, ya en Seúl, el profesor Kim Ibae me convocó a su oficina para comunicarme: Es que… Es que, cómo le digo..., algunos hispanistas coreanos no están de acuerdo que un extranjero sea el Secretario de la Asociación Asiática de Hispanistas… -No prosiguió porque comenzó a carraspear ante mi mirada fija con sonrisa irónica.
-Profesor Kim, yo no aspiré ningún cargo. Fueron los colegas extranjeros quienes me propusieron y eligieron. Sin ningún cargo, usted lo sabe, colaboré con nuestra asociación  pensando en el hispanismo.
-Profesor Carranza, yo lo conozco. De verdad, me siento muy incómodo, muy incómodo; pero el profesor Yun quiere el cargo, y otros coreanos lo apoyan.

Me imaginé en el argumento ambicioso del profesor Yun, unos años mayor que yo. El sentimiento uriquirista, como yo lo llamo, es muy común en los coreanos ultranacionalistas.       
-Bien, profesor Kim. Usted proceda según la realidad coreana. Yo soy un extranjero en Corea y Asia.

Muy desilusionado, me retiré haciendo la venia de cortesía porque no había nada más que hablar en una sociedad excluyente de los extranjeros.

Dos semanas después el profesor Kim me llamó para pedirme que, por favor, redactara las actas de la Asamblea General y de la Directiva del III Congreso de AAH porque el nuevo secretario no había tomado ninguna nota. “Profesor, algunos colegas quieren el cargo sólo para figurar”, fueron sus palabras críticas. 

El profesor Rihoi Uritani, Presdiente del Comité Organizador de III Congreso de AAH, también falleció después de terminar la publicación y envío de las actas. Otra víctima de nuestro hispanismo con muchas ilusiones.

Pasaron dos años y los colegas chinos todavía no nos respondían ninguna carta. En 1994 enviaron una carta al presidente de AAH: Si nos envía 50,000 dólares comenzaremos los preparativos del congreso.

Los cuatro locos hispanistas nos reunimos varias veces porque estábamos muy preocupados del futuro de la Asociación Asiática de Hispanistas. Sentimos como por un hijo muy enfermo. Nuestra respuesta a los colegas chinos fue que cada país organizador debe buscar la financiación, así habían hecho Corea, Filipinas y Japón.
“El oso baila y el chino cobra” –fue el proverbio que nos hizo recordar la historia y la cultura del extremo oriente de Asia-. ¿Qué hacer? Pasados los cinco años la Asociación Coreana de Hispanistas comenzó a preparar el IV Congreso de AAH en Seúl.

En este evento el colega Vasant Gadre de India, apenas nos reencontramos, nos prometió organizar el V Congreso de AAH; luego nos presentó su boleto de avión porque se le había prometido pagarle el pasaje India-Corea-India. Pero el boleto de Gadre era: India-Estados Unidos-Corea-India. Aunque el profesor Kim Ibae estaba por estallar de cólera ante la estafa, tuvimos que aguantarnos por ser los anfitriones.
Un año después, en el Aeropuerto de Barajas (Madrid) me encontré con el colega indio que iba a Estados Unidos donde estudiaba su hijo. Entonces relacioné el boleto que nos había hecho pagar en Seúl. Enviamos muchas cartas al colega Gadre quien no respondió ninguna. Visitamos la embajada de India en Seúl donde parecía que conocían la fama del colega indio: prometer para ser bien atendido; luego no cumplir. El congreso en India tampoco fue posible. 

El profesor Kim Hyunchang y yo participamos en el XI Congreso de la Federación Internacional de Estudios sobre América Latina y El Caribe en Osaka, y allí pedimos a los colegas de Taiwán para que organizaran el congreso. Nos aceptaron.

Después de cinco años del anterior, Taiwán celebró el V Congreso de AAH (8 - 9 de enero de 2005). En esa oportunidad yo había programado conocer el campus universitario mientras los directivos de AAH sesionaban; y, cuando ya me dirigía hacia el área verde con los estudiantes, llegó corriendo un joven profesor coreano.
-Profesor Carranza, es urgente: El profesor Kim Ibae le pide que asista a la reunión de los directivos.
-Pero yo no soy directivo.
-El profesor Kim Ibae le pide su presencia. Es urgente. Rápido, por favor, porque lo espera para abrir la sesión.
Me disculpé de los alumnos taiwaneses. Apresuré los pasos y entré apurado a la sala donde realmente era esperado porque había una silla desocupada junto al presidente. Fui recibido con cordialidad.
-Es que el profesor Carranza es nuestro asesor. Él conoce nuestra Asociación desde el comienzo. –El presidente Kim Ibae, algo sonriente, trató de justificar mi presencia ante los representantes de otros países que me conocían desde hacía años.
-Él es nuestro consejero. –Intervino Kim Hyunchang, vicepresidente de AAH.
-Carranza es todo. –Añadió Min Yongtae con tono de broma y seriedad.

Todos se rieron con todas las ganas. En la sesión intervine sólo cuando fue necesario y tomé las notas porque el secretario nominal Yun salía a cada rato disculpándose que estaba mal de estómago.

Fueron las últimas actas que redacté sin ser el Secretario de AAH. Todo lo hice por el hispanismo que crecía no sólo en Corea sino en toda Asia.

               La graduación de 
Yoo Suwa. Profesores Moisés Stancovich y Carranza


Mi familia grande

Tantas horas, tantos días, tantos meses y tantos años viviendo con los estudiantes coreanos me he sentido como un miembro más de la gran familia que formamos en la vida académica. Algunas alumnas volvían de sus casas con sorpresas agradables.
-Profesor, coma esto, yo he preparado.
Una alumna al volver de la fiesta de cosecha Chusok (el plenilunio más grande del año) que pasó en su casa, saca el pastel de arroz de un envase. Alza el pastel hasta la altura de mi boca; yo abro la boca y saboreo el delicioso manjar. Estas escenas se han repetido muchas veces.

Un día, a eso de las doce y media, al salir del comedor universitario, me encuentro con mi estudiante Joaquín Murieta quien me saluda y me mira sonriente.
-¿Ya comiste? –le pregunto.
-No profesor. No tenemos dinero –señala a su amigo que también me mira.
Le extiendo un billete que es suficiente para el almuerzo de los dos.
-¡Vayan a comer!
Sin ningún reparo extiende sus dos manos, recibe el billete y hace la venia de gratitud. Los miro como a mis hijos o como a mis hermanitos. Me acuerdo de mi época de estudiante universitario, lejos de mi familia y de mi pueblo.
-¡Gracias! –me hace una profunda venia; su amigo también. Entran corriendo al comedor. 
El estudiante a quien lo menciono como Joaquín Murieta tiene su nombre coreano; pero, como hay tantos Kim, Yi, Park, Chong, Chang..., los docentes extranjeros preferimos sus nombres hispanos que ellos eligen para la clase de Conversación. Es un acuerdo; no una imposición.  

Cuando jugando fútbol caigo por un calambre o por un golpe accidental, si están mis estudiantes varones y mujeres, inmediatamente me atienden y masajean. Y cuando los estudiantes hacen deporte, si tenemos tiempo, el colega mexicano Eduardo Ramírez y yo los alentamos saltando y gritando junto a los de la barra del Departamento de Español. Estoy con mis estudiantes, mis futuros jueces y abogados. Ellos, donde sea, me buscan, me miran y hablan con afecto. Así lo siento, y no me equivoco.

Cuando el Teatro del Departamento de Español (TUDE) prepara alguna obra teatral también estoy cerca de los alumnos para ayudarlos en la pronunciación y la comprensión del tema. Juntos sudamos el calor del verano y preparamos el programa. Al final, después de la presentación, festejamos el resultado, ¿Cómo olvidar aquellos momentos de lucha y alegría?

También he tenido dos casos que me hicieron sufrir por querer ser justo: El hijo de un generalísimo sureño no ha asistido regularmente a las clases ni se ha presentado para el examen. Naturalmente, queda desaprobado. Pero el hombre de poder llama a las autoridades de las altas esferas: ¡Qué hace ese extranjero que no conoce nuestra cultura coreana!
Su protesta baja hasta la jefatura del departamento. La jefa, muy cortés, me pregunta sobre el asunto, y yo le informo y concluyo: Si apruebo a este estudiante que no ha cumplido sus obligaciones tendría que salvar a otros desaprobados.
La jefa, por suerte, me comprende y apoya. Muchas gracias, profesora Chong.

El hijo de un decano del Departamento de Italiano es mi alumno. En el primer semestre, por salvar a ese recomendado de su padre no desapruebo a nadie de ese salón. Pero, en el segundo semestre también aparece en mi lista el nombre de ese hijo de su padre. Asiste cuando le da la gana, no hace las tareas, me mira sonriente cuando no sabe responder, no da el examen... Esta vez, sí me atrevo y lo desapruebo. El decano, indignado, llama a varios profesores del Departamento de Español: ¡Boten a ese extranjero de mierda! Ha desaprobado a mi hijo.
Otra profesora que está en la jefatura me llama preocupada. Informada del caso me apoya también. Muchas gracias, profesora Min. 

Fueron dos casos en que recibí el respaldo de dos colegas con falda. Pero esos alumnos “perjudicados” por el “extranjero que no conoce la cultura coreana” se graduaron como sus compañeros.
   
Durante mi permanencia en Corea por más de un cuarto de siglo representé muchas veces a la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros en los eventos académicos internacionales de ALFAL, ICA, FIEALC (Asociación de Lingüística y Filología de América Latina, Congreso Internacional de Americanistas, Federación Internacional de Estudios de América Latina y El Caribe), Coloquio Mauricio Swadesh, etc. Por mi condición de docente extranjero nunca recibí ningún reconocimiento ni ayuda de la universidad por participar en los eventos académicos ni por publicar libros y artículos en el extranjero. A pesar de escuchar que me llamaban wegugin kyosu (profesor extranjero; con el adjetivo explicativo "extranjero" antes del sustantivo profesor), y al coreano lo llaman simplemente kyosu (profesor), no me quejé de la diferenciación del trato hasta en el lenguaje. ¡Qué se hace, así es la realidad coreana! Era nuestro comentario entre los extranjeros.

MIS HIJAS NACIERON EN COREA Y NO SON COREANAS

 El 31 de marzo de 1982 nació mi primera hija Ayra Carranza Ko (ayra, palabra quechua, significa: encanto, encantamiento, resistencia por haber servido para la sobrevivencia del rito taki unquy tan odiado por los evangelizadores cristianos, destructores de las idolatrías. Ayra es la antropomorfización de Yaku Mama, Madre Agua). Entonces supe por mi propia experiencia que en Corea regía el jus sanguinis patrilineal (la ley coreana hojuje). Si el papá es extranjero, los hijos tienen que ser extranjeros. La nacionalidad de su mamá y el lugar de nacimiento no valían ante la ley de "raza" (¡Qué tal raza!) y linaje patrilineal. Por suerte, los diplomáticos de la embajada peruana, comprendieron mi problema, me ayudaron a solucionar el caso incluyendo la foto de mi hija en mi pasaporte, así les mostré a los de la Oficina de Inmigración, quienes registraron a mi hija como extranjera residente. Así la Piedra Encantada de las Alturas, significado de su nombre, Ayra Carranza Ko, comenzó su vida en Corea.

El 3 de noviembre de 2003 nació mi segunda hija, Ñusta Carranza Ko. (ñusta, palabra quechua, significa: princesa. Ella es Piedra Princesa de las Alturas). Entonces, sí saboreé el amargo sabor de la ley excluyente coreana.

-Si no me trae el pasaporte de su hija en noventa días, su hija será expulsada de Corea.
Habló con mucha arrogancia el funcionario de la Oficina de Inmigración. Luego bajó los ojos para mirar sus papeles amontonados en el escritorio. Mi problema no era su problema. Funcionarios como él, hay en muchos países, pensé, al ver cómo alargaba sus labios hacia adelante. Por suerte, gracias a la influencia del sacerdote amigo Felipe Mac Gregor (rector de Pontificia Universidad Católica del Perú), llegó de Lima el documento de peruana nacida en el extranjero dos días antes del límite. En la embajada peruana me extendieron el pasaporte inmediatamente. Así ya no mendigué el favor en La Inmigración Coreana.  

Un poco antes del Mundial de Fútbol de 2002 con sede en Corea y Japón  hubo cierto cambio en esta ley: La madre coreana ya puede dar la nacionalidad a su hijo. El criterio del lugar de nacimiento aún no se aplica en Corea. Rige el jus sanguinis tanto patrilineal como matrilineal; pero no es retroactivo. El criterio sanguíneo o de linaje sigue prevaleciendo.

Mis hijas, al informarse del cambio de la ley, sonrieron y comentaron: Aunque la ley fuera retroactiva, nos quedaríamos con la nacionalidad peruana. Desde nuestro nacimiento y en la Primaria y Secundaria en Corea ya hemos experimentado nuestra situación de extranjeras nacidas en Corea.


CIUDADANO HONORÍFICO DE SEÚL

Comencé el siglo XXI con mucho entusiasmo y orando al qapaq -energía universal que mora en el ser y en el no ser, en la naturaleza y en el mundo metanatural-, para que el mundo tuviera amor, paz y esperanza. A principios de otoño la embajada peruana me comunicó que me iba a presentar como candidato extranjero para ser reconocido ciudadano honorífico de la ciudad de Seúl. Aun dudando, acepté la propuesta. Es que que la labor de un docente no es muy visible ni valorada como la de los hombres de negocios. Los miembros del jurado juzgaron mi labor de difusor de la cultura coreana en el mundo hispano con las traducciones (mi esposa y yo dedicamos buena parte de nuestro tiempo a traducir las obras coreanas), mi labor de difusor de la cultura hispana en Corea, y por mi participación en los eventos internacionales representando a la universidad coreana.

El 28 de octubre de 2000, dentro de las festividades de la ciudad de Seúl, recibí ese reconocimiento de las manos del alcalde Ko Un. Conmigo fueron condecorados un empresario chino, un pastor protestante inglés, un empresario árabe, una docente y religiosa italiana y un sacerdote ortodoxo griego. Me sentí muy contento porque era el primer peruano que recibía esta distinción.




En esos días recordé mi experiencia onírica de 1980, cuando estaba de visita familiar y ya pensando en la posibilidad de colaborar con el hispanismo en Corea. En mi sueño vi que un anciano con ropa tradicional coreana de color blanco y con el sombrero negro de los nobles entró a la habitación donde dormía. Se agachó para decirme: Chusu es el tiempo. Luego se salió de la habitación. Al instante me desperté, salí detrás del personaje de mi sueño. Todos estaban durmiendo, la puerta de la casa estaba cerrada y asegurada. Todo estaba en silencio. Al día siguiente le conté mi sueño a mi esposa. Ella se asombró: El anciano te ha dicho que es el tiempo de la cosecha.

Octavo mes, noticias del otoño, ofertorio de la cosecha.


COSTUMBRES COREANAS

Un proverbio coreano dice: "Durante diez años hasta las montañas se cambian". Y yo, que viví más de tres décadas en Corea, también he cambiado algo. Y algunos amigos del Perú, con razón, algunas veces me califican de asiático.

Las venias

La venia es necesaria para expresar la cortesía en los encuentros y despedidas. Cuando un peruano ignorante y pituco comentó burlón en mi presencia: “Mira, esos pájaros se hacen venias como los coreanos”, yo me sentí ofendido porque yo también hago desde mi infancia las venias en mis saludos del encuentro y la despedida. Preferible practicar y aprender las cortesías que las descortesías, me justifico.

Claro, no todos los gestos coreanos son formales; entre los amigos e íntimos son diferentes. Los saludos informales consisten en fuertes palmadas en la espalda, fuertes apretones de manos y abrazos con sacudones.

Servirse el licor

El hecho de servirse recíprocamente las bebidas alcohólicas es un acto ritual que aprecié mucho desde los primeros días de mi estadía en Corea. Primero se alcanza a otro la copa o el vaso. Entonces se vierte el licor tomando el depósito con las dos manos. El receptor también, con la misma cortesía, sostiene la copa o el vaso con las dos manos. Considero que esta costumbre es la supervivencia del rito de la reciprocidad colectivista que en la lengua coreana se expresa con la palabra soro.      

Cuando el mayor bebe el licor puede expresar su satisfacción emitiendo un ¡aaaaj! gutural y sonoro porque el licor le está quemando la garganta. El aguardiente coreano soju, realmente, quema la garganta. El mayor, después de beber, le ofrece la copa al menor. Éste, recibe con las dos manos y se mantiene cabizbajo mientras se llena su copa; luego, se voltea para beber. Y no se atreve a emitir el ¡aaaj!, porque no quiere ser un descortés.

Aunque nunca me senté a beber licor de igual a igual con los coreanos, pero sí compartí muchas horas acompañándolos con unas copas como para no aburrirme. Algunas veces hasta tenía que transportarlos a sus viviendas.

Maneras de socializarse

Terminada la jornada diaria, los coreanos se reúnen en los bares para compartir la conversación y para hacerse más amigos. Si están emocionados visitan otro bar para hacer el segundo cha que puede alargarse al tercero. Así, cuando vuelven a la casa a altas horas de la noche, huelen a licor, tabaco y hasta a perfume de las que atienden en los bares. Volver muy temprano a la casa no es propio de un macho coreano. La noche está llena de agradables sorpresas. 

Sin embargo, la socialización sin tapaderas ni tapujos es la más curiosa y limpia porque se hace en las saunas que abundan en cada barrio.


Sauna

Los baños públicos son de diferentes comodidades y precios. Sin embargo, en cualquier lugar es fácil hallar una sauna para pasar el tiempo paseando por diferentes ambientes: sauna de vapor, sauna seca, sauna de rayos ultravioletas y hasta un cuarto helado; poza tibia, poza caliente, poza muy caliente y poza muy fría; yacusi, duchas calientes y heladas, habitaciones de descanso, habitaciones de televisión, espacios de masaje, peluquería, áreas para fumar y comer, servicios higiénicos, etc. La sauna es un lugar para limpiarse y relajarse. Y las saunas están separadas: para varones y para mujeres. Yo no he visto saunas mixtas.

Dentro de la sauna todos pueden mirarse en absoluta desnudez. Los coreanos, cuando se dan cuenta de la presencia del extranjero, lo miran y examinan con mucha curiosidad. La abundancia de los vellos y el color de la piel son los elementos más diferenciadores. Después de mirarlo de reojo hacen sus comparaciones y sacan sus conclusiones dimensionales; luego, para disimular su conducta, carraspean y caminan abriendo las piernas para demostrar lo que tienen...

Sin embargo, en más de tres décadas de mi vida en Corea, tengo dos anécdotas inolvidables: Cuando el yacusi está reposando entro para hacer la limpieza porque veo muchas espumas, pelos y unas láminas delgadas y oscuras flotando que parecen ser las algas kim que comemos. Aunque en la entrada hay un aviso que dice que todos deben ducharse antes de entrar a las pozas, algunos no hacen caso y entran sin haberse duchado ni lavado esa grieta por donde evacuamos las heces. Me paro muy cerca del ángulo en donde el agua que sale masajea bien y comienzo a botar con un envase pequeño todo lo que me parece sucio. De repente, siento un empujón lateral, y me doy cuenta que alguien voluminoso se sienta en masa en esa esquina que estaba reservando y haciendo limpieza. Es de mi edad, más de cincuenta años, o quizás mi menor por unos años.

-Señor, yo estoy limpiando el lugar para sentarme. -Señalo el lugar para ser mejor entendido y esperando una reacción de disculpa.

La respuesta es de gestos múltiples: abre las piernas como para mostrarme lo que tiene entre las piernas. Farfulla algo incomprensible, apenas mueve los labios. Cierra los ojos, gruñe y carraspea para demostrarme que es muy macho.

Ante esta respuesta inesperada de un tipejo egoísta me retiro de la fosa. Otro joven que entró, también se retira pronto, es que las piernas y brazos abiertos totalmente quitan el espacio en el yacusi pequeño.

Después del disgusto momentáneo se me ocurre la idea de que debo escribir esta rara experiencia. Entonces me pongo a observar al macho desnudo, no quiero perder ni un detalle. Cuando el yacusi termina de funcionar el tipo sale, camina balanceándose y abriendo las piernas, toma un envase donde llena muchos objetos para bañarse: champú, tela áspera para sobarse, afeitador descartable y suavizador de pelo (rinse). Sentado comienza a enjabonarse, se lava la cabeza con champú, se soba ferozmente con las dos manos y bufa de vez en cuando. Está cubierto de masa blanca, sigue sobándose y sobándose. Se enjuaga casi por cinco minutos. Luego, va hacia una tumbona donde se tiende masajeándose el sexo. Lo dejo tendido y con las piernas abiertas. Dejándolo sigo gozando de muchos ambientes. Casi una hora después salgo para secarme. Cuando ya estoy vistiéndome aparece el tipo. Para secarse usa cuatro toallas que ofrece la sauna, se echa loción a la cara, muy natural; pero esa misma loción la pasa por los brazos, piernas, ingles, sexo, pelos y todo el cuerpo. Es un tipo que abusa de los materiales que ofrece la sauna.

Mi paciencia de observador termina porque esas escenas no me parecen naturales de todos los coreanos. Este señor debe ser alguien especial. Salgo de Sauna Tema con el deseo de no volver a ver a ese señor (9-nov.-2003).

Repito: En la sauna todos los varones andan desnudos. Los extranjeros, naturalmente, son objetos de observación: con los ojos les miden y pesan. Por esta razón, algunos extranjeros no se atreven ir solos a las saunas.

Una vez, cuando estuve sentado recibiendo el hidromasaje en el yacusi, -otra vez en el yacusi- un coreano delgado, posiblemente un cuadragenario, entró y se sentó a mi lado. Sorpresivamente extendió su brazo y me acarició el sexo. Rechacé su mano y le dije que acariciara lo suyo. Y él, al momento de levantarse, me respondió muy fresco: Es que el mío no es bonito.

Me puse de pie para ver si realmente se iba, entonces vi que se juntó con otro coreano que habría estado observando el resultado de la provocación al extranjero.

Era la primera vez que me pasaba esto después de más de dos décadas en Corea. Comprendí, recién, que en las saunas también hay homosexuales que buscan a sus clientes. Por varios meses evité ir a esa sauna. Además, desde ese momento evité cualquier contacto corporal.

A pesar de todo, me gustan las saunas coreanas.

Las mujeres manejan la economía

Las esposas controlan la economía del hogar; supongo que es por la vida disipada de los esposos después del trabajo diario. El varón, fuera de recibir una suma asignada a sus gastos, tiene que ingeniarse en buscar los ingresos que no deben aparecer en su sueldo oficial para solucionar los gastos extras.

Las coreanas, desde los primeros años de la escuela, estudian la Economía del Hogar. La sociedad las prepara para que sepan administrar el dinero familiar en los gastos de comida, mantenimiento de la casa, ropas, educación de los hijos, ahorro y un porcentaje para los infaltables imprevistos. Si las mujeres no tienen un empleo fuera de la casa, ellas averiguan todos los movimientos económicos en los bancos, seguros y entidades de ahorro; recogen minuciosamente los datos para hacer las inversiones precisas. Es que, si la mujer manejara mal la economía, podría dar un motivo para el divorcio. Las mujeres preparadas, laboriosas y responsables son las que, realmente, han movido la economía coreana. Sin embargo, pocos historiadores y economistas las nombran como las agentes del desarrollo económico.

Después del matrimonio, mi esposa y yo vivimos en la ciudad de Trujillo, al norte de Lima, donde yo era profesor en la Universidad Nacional de Trujillo. Cuando le mostré a mi esposa el sobre íntegro de mi sueldo, ella no se sorprendió, lo recibió, tomó un cuaderno y comenzó a hacer todas las operaciones matemáticas para vivir con ese dinero. Semanas después se enteró de que un peruano común no entrega el salario a su esposa sino que él da a la mujer el dinero según las necesidades del hogar. “Tú no eres peruano, pareces coreano”, me bromeaba cada fin de mes.

Yo, que había nacido en la zona rural de los Andes, había visto a mi padre que, después de vender algún animal o algún producto de la chacra, entregaba el dinero a mi madre que se encargaba de guardarlo muy seguro. Esa experiencia familiar le conté a mi esposa que me refirió la costumbre coreana similar. Con esa costumbre común, ya no me preocupé del manejo de nuestra economía familiar; además, mi esposa estaba mejor preparada que yo para los cálculos económicos.

No sonarse la nariz y el estornudo

En Europa y América hay personas que, durante la comida, agarran un pañuelo, se llevan a la nariz y se suenan sonoramente como si emularan a las trompetas de Jericó; luego, extienden visiblemente el pañuelo para limpiarse la nariz. Esta costumbre en Corea es descortesía y da asco.

Un estornudo sorpresivo puede atacar a cualquiera; y eso es comprensible donde sea. A la persona que estornuda le decimos: ¡Salud! o ¡Jesús! En Corea se quedan callados; por eso, si no es un coreano con conocimiento de las costumbres extranjeras, no responderá aunque se le diga la exclamación cortés en castellano o en inglés.

Los menores no fuman delante de los mayores

El mayor puede fumar delante de los menores hasta en el momento de la comida. Claro, esto de fumar en la mesa mientras otros están comiendo no es nada cortés por más que el fumador sea un mayor. Además, fumar al mismo tiempo de ingerir los alimentos, más que descortesía, y teniendo acompañantes en la misma mesa, es ya una brutalidad.

Los menores, generalmente, se retiran para fumar. Algunos menores, que fuman cerca con la venia de sus mayores, tratan de evitar hacerlo frontalmente. El tabaquismo es un problema social; pero, al mismo tiempo, un negocio próspero en Corea.

Compartir las comidas

En las casas y restaurantes colocan en el centro de la mesa las sopas picantes y saladas para que compartan todos los comensales. Entonces las cucharas entran en el mismo depósito de sopa y salen con algo. Es que el arroz sin sal necesita acompañante. Otros platos pequeños con verduras, con macerados y con pedazos de carne y de queso de soya también son para todos los comensales. Es el momento de saber compartir.

Últimamente he visto que ya ponen en la mesa el depósito de sopa con un cucharón, y a los comensales les dan platos individuales para que se sirvan. De esta forma ya no hay el cuchareo de la misma olla o depósito. Me parece más higiénico y que evita los contagios.

Quitarse los zapatos al entrar a la casa

El piso de la casa coreana está cubierto con lámina plástica o es de madera barnizada. Por eso, para hacer la limpieza, primero se aspira o se barre con una escoba muy fina como cepillo, luego se limpia con trapo húmedo. Y ese piso limpio y suave hay que cuidarlo. A la entrada de la casa coreana hay un espacio para quitarse los zapatos que son portadores de bacterias, virus, tierra y arenilla que fácilmente pueden infectar la casa y destruir el material del piso delicado rayando o punzando.

Esta buena costumbre, fuera de la higiene y protección del piso, hace descansar los pies que sufren dentro de los zapatos. Por tanto, conviene tener las medias en buen estado y los pies limpios para que no den la mala imagen ni emitan el mal olor. En algunas casas hay chancletas para el uso dentro de la casa. Esta costumbre incomoda a los extranjeros en los primeros momentos.

Las damas se ríen tapándose la boca

Las coreanas, cuando están a punto de reír, alzan una mano para colocar la palma abierta como un telón sobre los labios. Así que, al momento de reír, evitan mostrar la cavidad bucal, los dientes y no botan la saliva. Aprecié mucho este gesto porque en América y Europa había visto las carcajadas mostrando el color y el tamaño del paladar y la úvula, las dentaduras y el color de la lengua. Entonces relacioné con la estética. Por algo los pintores y escultores no representan a sus personajes con la boca abierta. La oquedad, en verdad, es antiestética.

Sin embargo, en los inicios del siglo XXI he visto en la televisión coreana a mujeres riéndose con la boca abierta.  

El quimchi

Prefiero castellanizar la palabra coreana kimchi porque podría entrar en la dieta de algunos hispanos que gustan comer verduras con ajo y picante.

El qumichi es la verdura fermentada con ajo, picante, sal y un elemento marino fermentador. Es el complemento infaltable en la comida coreana. Hay muchas clases de quimchi: de col china, de nabo, de pepino, de repollo… Los sabores son según la calidad y cantidad de los materiales, tiempo de fermentación, según el gusto regional y familiar.

Actualmente, el quimchi sale en grandes cantidades de las fábricas. Y, como Corea ya no se autoabastece con las verduras, importa de China. Pero el sabor del producto de fábrica no se puede comparar con lo hecho manualmente en la casa. Mi suegra preparaba un delicioso quimchi; mi esposa ha heredado ese arte y conocimiento. Mis hijas siguen la misma escuela.
El olor del quimchi se siente en el avión que parte desde Corea, se siente en la calle, en el metro, en los buses, en las aulas de clase, en el teatro, en cada casa coreana, en el aliento de cada consumidor. El quimchi está omnipresente en Corea.

Una mañana lluviosa y fría un joven profesor español salió apresurado del aula en la hora del intermedio, y entró corriendo a la Sala de Profesores para beber el agua sacando del filtro.

-¡Ostras! ¡Me ahogo! ¡Me ahogo!
Estaba  colorado y escandalizado por el fuerte olor a quimchi en el salón con ventanas cerradas por el frío exterior y por la calefacción que abrigaba. Tanto rabió y habló mal de los estudiantes que tuve que intervenir porque yo también soy un quimchívoro en el almuerzo y cena, aunque no en el desayuno.
-Paciencia, hombre. Cada pueblo huele según su comida.
-¡Pero esto es ya demasiado! ¡Desde la mañana! ¡Ostras! ¡Huelen a mierda! –Explotó. No aceptó mis palabras.
-No esperes que los coreanos huelan a queso, jamón y chorizo. Además, estos alumnos que huelen a quimchi son los que pagan para que nosotros tengamos trabajo.
Con este comentario se calló y me miró con odio; desde entonces se me alejó para siempre. Me habría calificado de coreanófilo. Pero, recuerdo que Sancho Panza también había callado al criticón Quijote, ¡qué hijote!: En cada tierra su uso (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Vol. II, Cap. IX).

Después de unos días fuera de Corea también comienzo a extrañar el sabor picante y provocador del quimchi; por esta razón, cuando viajo con mi esposa, ella prepara el quimchi en donde sea: Estados Unidos, Canadá, México, Perú, Colombia… Hablando con sinceridad, me gusta mucho el quimchi.

Calefacción por debajo del piso

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Las viviendas coreanas tienen una red de tuberías debajo del piso por donde circula el agua caliente. Esta calefacción se lama ondol en coreano. Por esta razón se usa la colchoneta para tender en el piso y dormir sobre ella. Aunque muchos coreanos, por imitar a los extranjeros, ya usen las camas sobre cuatro patas, en mi casa preferimos seguir usando la cama tradicional coreana por las siguientes razones: El calor del piso está en relación directa con la colchoneta. El piso duro ayuda a mantener los huesos en forma vertical. Como la cama que se tiende en la noche se recoge en la mañana, durante el día la habitación tiene un espacio libre para hacer el aseo y hasta para moverse con más libertad.

Las antiguas casas de Corea tienen el piso de madera, debajo de ella hay un espacio a donde entra el calor procedente desde la cocina lateral. 


Aprovechamiento de hojas y raíces

 Las hojas y tallos suaves de las plantas de tierra y agua, si no intoxican, son comestibles. Las raíces suaves también son comestibles. Es el resultado de muchos experimentos para calmar el hambre. ¡Cuántas hambrunas habrían pasado! Comparé este aprovechamiento de hojas y raíces con la dieta culinaria de mi pueblo andino del Perú. Así fue superada la hambruna.

En Corea comí, por primera vez, la ensalada de las hojas de ají. También comí variedad de algas marinas; entonces recordé las variedades de algas que comí en mi pueblo andino: kushuru (alga que se parece a cabello crespo), mullmuntu (redonda como la uva) que las sacábamos de las lagunas. Y de la costa nos llegaban el alga seca, cochayuyo (qucha yuyu: verdura del mar) y el pescado salado y seco. Mi madre, cuando comíamos pescado, nos decía que juntáramos los huesos porque atoraba a los perros. Todos, obedientes, juntábamos los huesos de pescados en un mismo depósito; después, ella los enjuagaba con agua muy caliente, los ponía en una canasta y los secaba en un lugar seguro. Después, cuando los huesos estaban totalmente secos, los molía y nos servía como pasta mezclada con ají y cebolla. En mi hogar nadie se enfermó de bocio. ¿Quién enseñó a mi madre el aprovechamiento de la harina de huesos de pescado? Por algo ella era la hija del mejor curandero de la zona.



PREFIERO IRME DE ESTA UNIVERSIDAD

El 26 de abril de 2006 a las 9 pm, hora que acostumbraba revisar mis cartas, encendí la computadora, entré a mi correo electrónico y encontré la carta que el jefe del Departamento de Español de Hankuk University of Foreign Studies nos había enviado en la madrugada a todos los profesores extranjeros del departamento. La copia es fiel y demuestra el nivel del conocimiento del español del que redactó el comunicado, el doctor Chong Kisun y sus claras intenciones.


De: 
<kisun1201@paran.com>
Responder a: 
<kisun1201@paran.com>
Enviado el: 
Wednesday, April 26, 2006 5:14:14 AM
Para
<carranzako@hotmail.com>, <kalosmi@gmail.com>, <laura.serrano@gmail.com>, <seguinphil@yahoo.com.mx>, <alicia.franco@gmail.com>, <victor.hugo.cortes@gmail.com>
Asunto: 
jefe de departamento




“Estimados profesores extranjeros,
 Actualmente el ambiente de nuestra universidad se esta cambiando con grand velocidad. La Ejecutiva de la Nueva Rectoria esta planificando y reformando los factores y las formas del sistema anterior. Uno de estos cambios tiene relacion con los profesores extranjeros. Unos dias antes. me llego el aviso de este asunto, pues se lo aviso. Ls condiciones cambiadas de contrato:
                                                                         antes                        despues
   1. las horas obligatorias semanales:            8 horas                      12 horas
  2. el subsidio de familia                               se paga                      no se paga
  3. el plazo de residir fuera de Corea            no regla                     menos de un mes
        (si mas de un mes, no se paga ese plazo) Estas nuevas condiciones van a ponerse en marcha a partir del ano 2007. Como jefe de departamento, les aviso estas nuevas condiciones, si tengan otras opiniones, envienmelas por favor.  Gracias”


Leí y releí el sorpresivo comunicado, luego se lo mostré a mi esposa que suspiró de ira, pero prefirió no hacer ningún comentario inmediato. Las nuevas autoridades dirigidas por el flamante rector Pak Chul, ebrias del poder porque habían ganado las elecciones, querían demostrar a todos los profesores extranjeros que el trato de colega de los años anteriores había terminado, pues ellos estaban dispuestos a diferenciar a los nacionales -que tienen derecho de voto para elegir las autoridades- de los extranjeros que no tienen ese derecho. Para demostrar su poder habían escogido a los extranjeros porque eran los débiles y desprotegidos ante la ley coreana. Los más débiles y desgraciados de la tierra, indudablemente, son los huérfanos, viudos y extranjeros.

Esa semana los profesores extranjeros comentamos sobre estas nuevas medidas que olían a xenofobia. Entonces, recién me informé que tres colegas estadounidenses, de mayor antigüedad que yo, que habían llegado a Corea como miembros del Cuerpo de Paz y se habían casado con coreanas, no habían recibido sus contratos en el mes de febrero. Generalmente firmábamos el contrato en el mes de diciembre; pero en 2005, por la elección del nuevo rector, no salieron los contratos en este mes. “La firma del contrato será en febrero de 2006” nos informaron en la Dirección del Personal. Los extranjeros salieron tranquilos de Corea para pasar sus vacaciones con sus familias. 

Un profesor estadounidense del Departamento de Inglés, con Licenciatura y Maestría de Standford University, volvió a Corea en febrero y se acercó a la oficina de la Dirección del Personal para firmar el contrato. “No hay contrato para usted”, fue la fría respuesta. Este hecho fue un terrible golpe. No había contrato y tampoco se habían iniciado los trámites del retiro. ¡Pobre Thomas! Durante una semana sufrió la humillación bebiendo licor. Otros dos profesores estadounidenses (Jeremy y Griever) también habrían sufrido mucho. 

Dos profesores estadounidenses que recibieron el contrato tomaron actitudes distintas: Uno, que antes había sido coronel del ejército estadounidense, también casado con coreana, al saber el maltrato a sus tres colegas, recibió el contrato y les tiró el papel expresando su renuncia. ¡Shipal! ¡Fuck you! Otro, también exmilitar, me buscó y pidió que negociáramos con el rector, ya que era del Departamento de Español. Para un yanqui hasta los derechos humanos son negociables, pensé. No le hice caso.

Un colega alemán, casado con coreana y con una hija menor, fue muy sincero al decirnos en una reunión que, de todas maneras, iba a firmar el nuevo contrato: “I have no chance”, exclamó con los ojos llenos de lágrimas y el rostro enrojecido. 

Y con tantos hechos no gratos llegamos a una conclusión: Los docentes no coreanos estamos totalmente desprotegidos porque la Legislación Laboral de la República de Corea no nos toma en cuenta. Antes de 1988 (año de las Olimpíadas de Verano en Seúl) los extranjeros no teníamos seguro médico. Cada institución hacía y hace lo que le da la gana con el extranjero. 

¿Qué hacer?, era la pregunta latente entre los extranjeros. Comentamos sobre la Declaración Universal de los Derechos Humanos (promulgado por la Organización de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948), cuyo Artículo 2 dice: Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Corea había firmado aceptando esta declaración; pero, en la práctica, había mucho incumplimiento. 

Las nuevas autoridades, indudablemente, querían profesores extranjeros baratos sin importar sus grados académicos ni sus experiencias. La universidad era considerada como una empresa mercantil. Para suerte de la institución coreana, muchos egresados de las universidades extranjeras estaban dispuestos a aceptar con tal de tener trabajo. La Embajada de España en Seúl ofrecía a las universidades coreanas muchos candidatos jóvenes que querían laborar en Corea.


Consigna: No aprobar a la doctoranda Kim

Y, precisamente en el mes de marzo de 2006, una doctoranda que años antes me había pedido la orientación para hacer su tesis, apenas llegando de Australia donde residía, me pidió la ayuda en la final esquematización y redacción de su tesis doctoral sobre el yopara (lengua mixta del guaraní y castellano). Como la doctoranda Kim había sido mi alumna en el pregrado y en el postgrado, la ayudé con todo gusto. Y la directora de la tesis, incluyó mi nombre entre los miembros del jurado. El jefe del departamento cuestionó, de inmediato, por mi condición de extranjero; luego, como en toda Corea no había otro docente con título de doctor que supiera sobre el bilingüismo de lengua indígena americana y el castellano, aceptó mi nombre de mala gana. Desde el primer día de la defensa de la tesis en el mes de mayo un miembro del jurado acusó de plagio y de muchos defectos a la tesis. Ese cuestionador de apellido que puede escribirse Lee, Li, Yi, I no sabía quién era Augusto Roa Bastos ni había leído “Yo el supremo” del cual había varias citas. Para mantener la calma postergamos la defensa para la otra semana y fuimos en grupo a almorzar. En el camino, el cuestionador nos dijo que él tenía otro compromiso; pero, llamándome aparte comenzó a hablarme en voz baja y cabizbajo mirando el piso o mis zapatos:
-Profesor, el departamento ha decidido no aprobar a ella.
Después de haberme hecho saber el encargo o el acuerdo, alzó la cabeza para preguntarme clavándome su mirada en mi rostro.
-Ahora, ¿qué va a hacer?
Él quería ver mi reacción y escuchar mi respuesta. En breves segundos supuse que éste estaba cumpliendo las órdenes de “yo el supremo”.
-Ella es mi alumna.
Fue mi lacónica respuesta. Este tipejo, Yi canguro, se equivocó.

Me despedí porque no tenía que dar ninguna explicación sobre mi actitud. Pensé que, al fin, me había llegado el momento de dar el examen de Ética.

Después del almuerzo donde hablé poco, volví meditabundo manejando mi auto. En el trayecto desde Imundong (Seúl) hasta Bundang (Kionggido) recordé al anciano profesor coreano de infaltable gorro que el año pasado había andado con su rollo de título de doctor debajo de su brazo. Chang Suniong y yo compartíamos la misma oficina. Me encontré en el pasadizo del segundo piso del edificio principal. Después del saludo le pregunté señalando el rollo que lo sostenía con las manos temblorosas:
-Profesor, ¿qué es esto?
-¿Usted cree que yo soy doctor? –me preguntó mirándome como un niño asustado o miedoso-.
-¡Claro que sí! Además, usted tradujo el Quijote antes de 1980.
-Es que… Es que hay unos malvados... Unos malvados dicen que no tengo título de doctor.
Para demostrar a todos hago andar mi título. –Él anciano docente estaba muy nervioso, asustado y enojado; tenía los labios resecos y la voz cansada como su edad-.

Entonces recordé el dazibao en el campus de Yong-in donde se mencionaba al profesor Chang con burla: "Se dice que no es doctor. ¿Quién sabe?" Los estudiantes de ese campus boicotearon las clases de Chang, siguieron sacando más pancartas en su contra. Indudablemente, alguien movía a los docentes menores arribistas y a los alumnos. El viejo profesor no tenía defensor. Días después anduvo portando dentro de su maletín una copia de su voluminosa tesis doctoral que un exalumno bueno se lo había enviado desde Madrid. ¡Pobre profesor anciano que caminaba arrastrando los pies! En su último año de labor, pues estaba en sus 65 años, sufría maltratos de sus menores. 
En esos días el profesor Chang era el decano en el campus de Imundong. Se opuso al candidato para el puesto de docente a un egresado del campus de Yong-in porque en esta oportunidad le tocaba a uno egresado de Imundong. El Jefe del Departamento de Español de Yong-in, exalumno de Chang, le alzó la voz y hasta le dijo por teléfono: ¡Incompetente! El viejo profesor colgó el teléfono enojado porque un menor y, además, su exalumno y exasistente le había faltado el respeto. 
  
Si así maltratan a un coreano, ¿qué no harán con un extranjero? Me dio mucha lástima y miedo. Me estremecí  como el árbol cuando ve a la gente con el hacha en la mano. Los poderosos ignoran un principio de la vida: El poder y la salud son frágiles y breves como la flor de magnolia. El profesor Chang se retiró sin ninguna ceremonia ni reconocimiento. Los profesores coreanos mayores se quedaron callados por tener rabos de paja. Temían a los menores envalentonados. 

Cuando llegué a casa, mi esposa me preguntó por qué estaba pálido y parco. Le conté sobre el suceso que acababa de vivir y sobre mi actitud decidida de defender a la alumna. ¡Bien hecho!, fue su comentario lacónico.      
   
Y en la segunda reunión, el títere de “yo el supremo” no pudo demostrar que la tesis era copia. Sin embargo, repitió como en la primera vez su gran preocupación.
-¡No debemos permitir vergüenza para nuestra universidad!

Citamos para otra fecha definitiva. En las tres oportunidades repitió las mismas acusaciones de copia sin lograr convencernos para desaprobar a la doctoranda en la tercera vez. En mi condición de mayor de todos y como profesor extranjero por más de un cuarto de siglo en Corea, tuve que intervenir: 
-He preguntado a un colega de Alemania que estudia el guaraní, y a una colega de UCLA que ha hecho estudios sobre el bilingüismo en Paraguay. Ellos no conocen un estudio similar sobre las lenguas en contacto en Paraguay. Además, debemos considerar que la doctoranda Kim estudió guaraní en la primaria y secundaria en Paraguay donde viven sus padres. El cuestionario que ella ha usado para las entrevistas lo elaboramos ella y yo hace tres años. Conozco esta tesis desde sus inicios porque, con el visto bueno de la asesora, ella me consultó muchas veces.

Ni bien terminé de hablar, el acusador Lee se levantó bruscamente, caminó como un toro chúcaro o como un onagro, abrió la puerta con violencia y salió jalándola con fuerza. La madera sonó con estruendo seco y quejoso, y tembló como enferma de susto. 

Una profesora del tribunal, egresada de HUFS y docente en la Universidad de Seúl, gritó airada y con razón: ¡Bruto! ¡Bruto!

-¡Cinco mil años de historia coreana! ¿Para esto? -Comenté airado ante otros miembros del jurado que también estaban sorprendidos y enojados-.

El tipejo malcriado olvidó la tesis en el cajón del pupitre donde había estado sentado. Tomé y mostré a todos. No había leído, sólo una equis grande crucificada y sorprendida en la primera página donde estaban el título de la tesis y el nombre de la doctoranda. Transcurrieron más de cuarenta minutos; y el iracundo Lee no volvió. Entonces, el presidente del tribunal fue a la oficina del postgrado para avisar la ausencia y el suceso bochornoso. Después de unos minutos retornó serio y nos informó que ese tipejo había presentado en la oficina del postgrado, situada en el piso debajo donde estábamos, su renuncia al tribunal mediante una carta extensa y de varias páginas que la habría llevado ya redactada. 

Se habría largado para informar su hazaña al “yo el supremo” quien le prometió el cargo de vicedecano por el momento; luego podría darle alguna dirección. Se merecía por su "lealtad, valentía y sacrificio".

Yo, que había sido profesor de este tipejo en el pregrado y en la maestría, y que estaba cumpliendo mis sesenta años, me sentí muy ofendido y humillado. Recordé la enseñanza de Confucio: respeto al maestro, respeto al mayor, lealtad. Esta vez, la doctrina confuciana había sido tirada al bote de basura. El profesor Chang se jubiló sin reconocimiento ni ceremonia de despedida. Y el profesor mexicano Eduardo Ramírez también se jubiló sin ningún gesto de agradecimiento. 

Un colega de otra universidad sustituyó al renunciante miembro del jurado. Unos días después nos reunimos y aprobamos a la doctoranda Kim. Al final, al salir del aula, la hallamos sentada preocupada y demacrada. Me acerqué y le hablé en voz alta y afectiva: ¡Doctora Kim! Abrí mis brazos para abrazarla. Ella se levantó, se me acercó y se pegó a mi pecho como una hija, y empezó a sollozar. Presentí que quizás este momento afectivo podría ser la despedida porque ella se volvería a Australia donde residía su familia; y yo, quizás me iría de Corea. Al vernos tan emotivos, otros colegas intervinieron y trataron de animar el ambiente. Los miembros del jurado también habían aprobado el examen de Ética. ¡Sí, habíamos aprobado!

Los tiempos, indudablemente, no eran buenos como para mantener la calma.

 ¿Qué debo hacer? La pregunta interior me consumía de día y noche. Como andino que soy, pregunté a la montaña, al agua, al sol, al viento y a mis suegros en sus tumbas. Entonces me di cuenta que yo amaba a Corea como a mi patria. Había firmado ya veintiséis contratos; pero el vigésimo séptimo contrato anunciado sería muy diferente de los anteriores. Después de más de dos meses de silencio llegué a la conclusión mientras volvía a casa después de hacer maratón por más de una hora: "Prefiero irme de la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros gobernada por gente mezquina. Prefiero alejarme de Corea para no odiarla. ¡Tipejos, mátenme, si pueden!; pero no me pisoteen. Soy una planta de las alturas y no una planta de  llantén que todos pisotean aunque sepan su virtud medicinal". El viento fresco me acarició y calmó; también estaba de acuerdo con mi decisión.

Mis hijas que estudiaban en las universidades canadienses me apoyaron y prometieron ganar becas y estudiar el postgrado. Ayra me pidió 5 años de espera para dar la patada a los tipejos ultranacionalistas. Ñusta pidió 10 años porque quería estudiar el doctorado para ser docente. Ellas, de verdad, estudiaron y laboraron mientras pasaban los años.     

 El citado comunicado era una clara advertencia del maltrato para todos los profesores extranjeros.
1. La labor del extranjero no es valorada como la del coreano. Deben trabajar el 50% más como carga semanal lectiva (antes tenían 8 horas mínimas semanales igual que los coreanos). 

2. No hay subsidio familiar que antes recibían igual que los coreanos. En todos los países se subsidia y se ayuda al trabajador por tener hijo. En Corea el extranjero queda a su suerte.

3. En las vacaciones de verano e invierno no deben permanecer más de un mes en el extranjero; de lo contrario, la universidad no les pagará el tiempo de permanencia fuera de Corea. 
Antes, los coreanos y extranjeros gozaban sus vacaciones hasta los días previos al inicio de las clases. En el Departamento de Español veíamos que dos profesores coreanos volaban a Estados Unidos unos días antes del inicio de las vacaciones y regresaban exactamente al fin de las vacaciones. Es que tenían sus hijos y esposas allá. Y estos docentes eran las autoridades con el nuevo rector.

Las nuevas autoridades habían preparado un paquete chulo de medidas discriminatorias. ¡Unos chulos!

¿Qué dirían estas autoridades coreanas si los coreanos que laboran en las universidades extranjeras fueran tratados con igual discriminación?

Pasaron las estaciones, sufrí mi vía crucis en silencio; pero mi familia me apoyó porque no quería verme maltratado después de mi entrega total por 26 años a la enseñanza de la cultura hispana en Corea y Asia, y después de mi participación activa en la difusión de la cultura coreana en el mundo hispano. Había compartido con los coreanos los tiempos difíciles de la dictadura y de la crisis económica. Además, ya estaba en mis 60 años. 

Llegó la fiesta de la cosecha, Chusok, del plenilunio más grande del año, un motivo de la reunión familiar para rendir el culto a los antepasados. Durante estos días redacté mi respuesta que la venía pensando por muchos meses. La envié al jefe y a todos los profesores coreanos del Departamento de Español quienes habían aprobado las medidas, ya que eran muy allegados al nuevo rector también docente del Departamento de Español. Los coreanos, con esas medidas contra los extranjeros, habían marcado sus distancias y habían dejado de ser nuestros colegas.

Ésta es la carta que redacté y envié al Jefe del Departamento de Español:

GRACIAS Y ADIÓS (octubre de 2006)
   Señor Jefe del Departamento de Español:
    En 1981 llegué a Corea con la ilusión y la buena voluntad de colaborar en la enseñanza del español a los estudiantes coreanos de Hankuk University of Foreign Studies. Desde entonces he realizado mi ilusión en las clases y en la investigación. Los que estudiaron en el Departamento de Español pueden juzgar mi labor.
    Los trabajos publicados en Corea y en muchos países extranjeros son testimonios de la calidad de mi investigación.
    He representado a HUFS en los eventos académicos nacionales e internacionales.
  Sin embargo, ante las nuevas condiciones laborales de los profesores extranjeros he decidido retirarme y no firmar el nuevo contrato.
    Me voy de Corea con la conciencia del deber cumplido.
Francisco Carranza Romero  
      
El jefe del Departamento de Español me convocó para decirme: “Es un acuerdo, y acuerdo no se cambia”. Y, hasta me previno: “Extranjeros no están considerados en Ley Coreana”. Una clara advertencia para que no me quejara en el fuero laboral. ¡Qué error! No había pensado quejarme ante las autoridades coreanas por tener la familia coreana. Al final, mi queja habría sido considerada contra la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros que es también mi alma mater. Allí había enseñado; pero también había aprendido muchas cosas; allí había encontrado cariño de muchos.

El flamante Rector Park y el Director de Asuntos Académicos Chong G W evitaron darme la cara durante esos meses. Fue mi suposición, quizás errónea porque podrían haber estado muy ocupados tratando asuntos mucho más importantes. Y también estarían sacando la cuenta del ahorro que iban a hacer porque yo era un profesor principal (catedrático, como llaman en España); con mi salario podrían contratar a dos extranjeros novatos en el cargo más bajo, instructor.

Los profesores Kim Hyungchang y Min Yongtae, enterados de mi decisión, pidieron a los directivos de la Asociación Asiática de Hispanistas y de la Asociación Coreana de Hispanistas, instituciones en que había participado como miembro fundador y colaborador, que convocaran para una cena de despedida en diciembre de 2006.

La reunión fue muy emotiva. Allí estuvieron mis colegas Kim Hyungchang y Min Yongtae. También estuvieron mis exalumnos a quienes los cito por sus nombres en español para no perjudicarlos ante los omnipotentes y omnisapientes coreanos: Cecilia, Micaela, Kwanji, Manuel con su esposa, Raúl, Lluvia, Mario, Daniel... Era el gesto de la amistad. Los profesores de HUFS -ya por vergüenza o por complicidad o por arrogancia o por no despertar la ira de “yo el supremo”- no se presentaron. A excepción de la profesora Chong, quien me llamó por teléfono y me escribió una carta a mi correo electrónico, todos se quedaron en silencio cumpliendo la orden. La retirada de un profesor extranjero era irrelevante para los coreanos.

Los diplomáticos de los países hispanos en Corea me invitaron para entregarme una placa de agradecimiento por mi labor como difusor de la cultura hispana. A algunos que me pidieron ver el comunicado del Jefe del Departamento, se los envié por correo electrónico. Cuando me tocó hablar para agradecerles por la reunión, repetí las palabras de Quijote: De gente bien nacida es agradecer (Vol. I, Cap. XII). Algunos, después de leer el comunicado, comentaron sobre el contenido y la deficiente redacción.
-Y ese jefe del departamento, ¿es doctor?
-Sí. Pero muchos doctores no son doctos; ni todos los doctos tienen el título de doctor –les contesté.

En diciembre, por mi cumpleaños y por solidaridad, los amigos coreanos (escritores, antropólogos y docentes de otras universidades) organizaron un almuerzo en Tower Hotel. La reunión fue agradable y una clara demostración de que mi vida en Corea no había sido en vano.

A los amigos y exalumnos que me llamaron averiguando el motivo de mi retiro, les envié el documento mal redactado del Jefe del Departamento de Español y mi respuesta. Ellos mismos habrían sacado sus conclusiones.

En mi ausencia algunos amigos y exalumnos preguntaron a las autoridades de la universidad el motivo de mi retiro antes de cumplir los 65 años. Ellos, para salir del apuro, inventaron muchas versiones: Se retiró por problema de salud. Se fue porque quería estar con su padre (Mi padre se murió el 4 de octubre de 2004. No pude ir a su entierro porque “el trabajo no se mezcla con los asuntos familiares”). Se fue porque ya no quería estar en Corea. Se fue por nueva política de la universidad...

En 2007 y 2008 aparecí en Corea varias veces: para recibir el premio nacional de traducción (Korea Literature Translation Institute), para el simposio de KLTI con la ponencia: “Los problemas de traducción del coreano al castellano”; para el simposio del Instituto de Estudios de Asia y América (Universidad Dankook) con la ponencia: “El hombre oso en el mito fundacional de Corea y Perú”; para el simposio de la isla Chindo con la ponencia: “La muerte en la cultura andina”. En cada oportunidad me encontré con algunos amigos y exalumnos, y les aclaré las “versiones oficiales” sobre mi retiro de la universidad.

Una noche que dormía en Lima soñé lo siguiente: Al salir de la universidad en el campus de Imundong me encontré con el profesor Kim Ibae quien también estaba saliendo; me acerqué para despedirme.
-Profesor, no se vaya, Corea también es su patria –me dijo el anciano profesor.
-Yo también así lo creía.
Nos despedimos con un fuerte abrazo y soltamos algunos sollozos. Al despertar lacrimoso llamé a Corea que ya estaba en las horas nocturnas y conté mi sueño a mi esposa. Ella me dijo que iba a averiguar sobre la salud del profesor Kim. Después de unos minuto me llamó para decirme: ¡Brujo! Me acaban de avisar que él ha muerto. Mañana voy a ir a su velatorio.

Qué cosas tiene la vida. Después de dos años de mi retiro me encontré con el profesor Chong GW de HUFS a quien había enseñado en la maestría y por quien había abogado ante los colegas de la Universidad Nacional Autónoma de México donde hizo su doctorado para que fuera bien tratado y le dieran una manito en la defensa de su tesis. Como el lugar del reencuentro era la residencia del embajador de Chile en Corea, no pudo rehuir de vernos cara a cara. Estaba sorprendido y en un espacio neutral.
-Profesor, quiero pedir disculpa. Yo no sabía... –me dijo con su voz nasalizada después de la venia como saludo.
-No es necesario, profesor Chong. El perdón de un extranjero no tiene ningún valor. El que atenta contra los derechos humanos debe pedir perdón a dios.

Le corté su discurso y teatro vacíos de remordimiento. Digo teatro, porque cuando salió ese comunicado xenófobo él era el flamante Director de Asuntos Académicos. Imposible que no hubiera participado en la toma del “acuerdo” y que no hubiera conocido el contenido del comunicado. Si alguien, después de golpearte, te pide perdón, se está riendo en su interior de su hazaña. El anfitrión que oyó todo batió la cabeza afirmativamente.   

En 2010 la Oficina de Inmigración de Corea, al fin, me dio la visa de residencia permanente por estar casado con una ciudadana coreana. Mis hijas, que habían solicitado visa cada año cuando vivían en Corea, me felicitaron y festejaron con bromas el gran acontecimiento.

Después de cinco años de mi retiro de la docencia en Corea, Ayra nos llamó a Perú porque había entrado a laborar en Royal Bank of Canada, Toronto, como analista de inversiones. 
-Papá, ya le di la patada en el culo al malvado coreano.
-¿Cómo sonó la patada?
-Sonó: ¡
bar, bak,  pak!
Nos alegramos, reímos y celebramos el éxito de la hija tanto en el hogar y ante el mausoleo de nuestros antepasados en Caraz. 

En Perú, a fines del siglo XX, un hijo de inmigrantes japoneses había llegado a la presidencia del país. Y en las elecciones municipales de 2010, un coreano nacionalizado peruano, fue elegido alcalde de Chanchamayo. ¿Qué les pasa a los peruanos? ¿Muy abiertos? ¿Muy generosos? ¿Muy fraternos? ¿Muy tontos?

Ñusta terminó su maestría y doctorado. En 2016 obtuvo una cátedra en una universidad estadounidense. Entonces me comunicó: Papá, yo también le di otra patada al malvado coreano y sonó: ¡chur!, ¡chul!, ¡chus!
-Se está desinflando. Y, ¡de qué manera! -Fue mi comentario. Después reímos con ganas. Nuestro orgullo familiar estaba sano.       

En invierno de 2015, cuando retornaba corriendo de hacer maratón por el riachuelo cercano, encontré en la vereda, debajo de un árbol sin hojas, a un grupo de urracas bullangueras que picoteaban a una paloma 
moribunda que apenas aleteaba. Comprendí el terrible espectáculo, espanté a las aves asesinas. En ese momento me sentí como esa pobre paloma atacada por un montón de pajarracos. La levanté y vi que la espantada paloma me miraba con gratitud. Como tenía que marcharme de Corea dentro de unos días, la puse en el macetero frente a un restaurante. Al día siguiente, cuando visité el lugar, encontré el cadáver de la paloma. Había muerto por los efectos de los picotazos; pero no había sido devorada. ¿De algo sirvió mi intervención?

A continuación, un hecho anecdótico de 2018: La ciudadana peruana Ñusta Pitushca Carranza Ko, docente de Ohio Northern University, se acercó en junio de 2018 al consulado de la República de Corea en Chicago para solicitar la visa de trabajo porque iba a dar clases en International Summer School de Dankook University, Corea. Desde que entró a la oficina se comunicó en la lengua coreana porque estaba en un consulado coreano. El sorprendido funcionario recibió el pasaporte peruano que en la tapa dice: Comunidad Andina, República del Perú. Hojeó y ojeó el documento, luego tornó la mirada a ella, dudó sobre la nacionalidad y de su condición de docente en Estados Unidos aun viendo la constancia de la universidad. Sacó sus conclusiones simplonas: le pidió una copia del pasaporte de su padre, y otra copia de su título de PhD. 

El funcionario dudaba que una extranjera hablara bien el coreano. La solicitante de la visa de trabajo había nacido en un Seoul Adventist Hospital (Hwigiondong) en 1983, estudió la Primaria en una escuela pública coreana porque sus padres pensaron que ella y su hermana debían aprender bien la lengua coreana, conocer la historia y cultura de Corea porque eran coreanígenas (originarias de Corea), la Secundaria en Seoul International School. Los estudios superiores los realizó en Canadá y Estados Unidos. Eran los años en que la nacionalidad de la madre coreana era irrelevante para la nacionalidad de los hijos si el padre era extranjero. Por esta razón, Ñusta fue registrada como peruana nacida en el extranjero. Y, cada año su padre tenía que solicitar la visa de Corea para Ñusta y Ayra, peruanas nacidas en Corea, que tenían la lengua y cultura maternas de Corea. 

Escaneé mi pasaporte y se lo envié a mi hija. Sólo me faltó enviar la constancia de nacimiento del hospital de Seúl. Con todos los requisitos cumplidos le otorgaron la visa solicitada; Ñusta pudo tener la labor docente en Dankook University, programa del Curso Internacional de Verano.

  
COREA EN SÍNTESIS  

Viviendo más de tres décadas en Corea del Sur, mientras desarrollaba la adquisición de la lengua y mi inmersión en la cultura coreana, aprendí a callar y a observar mi entorno social. Y, gracias a ese ese proceso paciente y silencioso, pude comprobar los siguientes modelos conductuales de los coreanos:

Uriquirismo

Cuando hay una reunión de comida de los profesores del Departamento de Español, los coreanos incluyen a los extranjeros para que éstos no se sientan ninguneados. Se usa, en lo posible, el español para el mejor entendimiento de coreanos y extranjeros. Sin embargo, apenas terminada la comida, un coreano alza la voz y lanza el santo y seña: Chigumputo, urikiriman, “Desde ahora, solamente entre nosotros”. Algunos extranjeros, por comprender esa expresión, se levantan y se disponen alejarse rápido de los exclusivistas uriquiristas. Los coreanos se quedan despidiéndose de los extranjeros.

Algunas veces ese uriquirismo (solamente nosotros) es comprensible porque no todos los extranjeros están dispuestos a participar gustosamente en los paseos de cantina en cantina tomando el aguardiente y manoseando a las meseras hasta las altas horas de la noche.

El uriquirismo también se aplica en el reparto de ciertos beneficios: las bonificaciones, el año sabático (descanso cada 7 años), los ascensos puntuales, el derecho de tener la oficina propia, invitación para comer en alguna fecha festiva de la universidad, el subsidio por participar en un evento académico internacional, el reconocimiento por la publicación de un trabajo en el exterior, etc. Los extranjeros no se benefician con esas ventajas, siempre son extras.

Fuera de la vigencia del uriquirismo en las actividades laborales, ésta se impone con mucha fuerza en los matrimonios. “Los coreanos deben casarse entre coreanos para mantener la pureza de la sangre”, es un principio que se repite mucho. Por esta razón, los coreanos residentes en el extranjero, cuando sus hijos llegan a la edad de escoger la pareja, los envían a Corea para que los familiares y los casamenteros les busquen sus parejas correspondientes. Sólo algunos rebeldes rompen ese esquema y buscan sus parejas según sus sentimientos; pero, por ser muy rebeldes, muchas veces no tienen la alegría de que sus padres participen en sus matrimonios.

Weguknom

Si un coreano se enoja con un extranjero, la primera expresión que lanza como palabra contenida y flecha envenenada es: ¡Weguknom!, (Extranjero de mierda). El sufijo –nom se usa cuando el ofendido es varón; pero si se trata de mujer, también hay la expresión: Wegukñion o changñion (Extranjera de mierda, puta extranjera). Esas palabras salen acompañadas de salivas voladoras y de demostración de los dientes con ganas de morder. Es la oportunidad de la manifestación oral y gesticular de la endogamia y racismo que se promueve silenciosamente.

Esta conducta es fomentada indirectamente en todo momento: en el hogar, en los medios de comunicación, en las oficinas y en la calle. En un periódico en inglés se hacía la diferenciación de los coreanos de padres coreanos (pure blood korean) frente a los hijos de padre o madre no coreana; por lógica, lo opuesto a la expresión anterior es: impure blood. Por esta razón, no es fácil que superen el prejuicio y el complejo sin la madurez mental y espiritual, y sin la presión internacional.


MARCAS

Yo vivo en Corea del Sur, un país de matiz diferente que consiste en inventar llamativas marcas que cosifican y comercializan hasta a los seres abstractos e ideales. Prefiero presentar solamente algunas marcas relacionadas con lenguas romances resaltándolas con letras oscuras. Aparecen en orden alfabético, con la excepción de Matiz, marca de un pequeño coche, que ya irrumpió en la primera línea del primer párrafo; muy veloz el carrito.

Avante. Aparece en la parte posterior de algunos coches. No es ninguna indicación de que el que está atrás siga adelante hasta golpearlo. 
Capital. No es el vehículo más caro, tampoco es el único ni el máximo capital del usuario. Es de precio moderado, y ya está desapareciendo.
Carens. Alguien con los estudios elementales de la lengua latina cuando ve un carro carens, se pregunta ipso facto: ¿De qué carece este vehículo? Es que esta palabra es el participio presente del verbo carere (carecer).
Carnival. No es una fiesta ni la abstención de la carne (carnem levare: quitar la carne), es un carro un poco grande que puede servir hasta para cargar la carne.
Cielo. Está al alcance de todos porque es un automóvil barato; por tanto, no es el coche preferido por los ricos. Los sacerdotes católicos, los pastores protestantes y los monjes budistas, generalmente, no usan ni recomiendan este cielo barato.
Credos. No son creencias, son vehículos manejados hasta por los agnósticos.
Dios. Es un artefacto electrodoméstico que se fabrica, se vende, se usa, se repara y se bota para el reciclaje cuando ya no tiene arreglo o porque ya pasó de moda. En mi casa tenemos una refrigeradora de esta marca que tiene dos puertas y una ventana.
Damas. Son camionetas destinadas al transporte de las mercaderías. No sugieren el prestigio social ni la cortesía, las manejan los comerciantes y obreros. Las damas coreanas no usan este carro.
Dinasty. La nobleza se demuestra con un carro dinasty, generalmente es de color negro o azul oscuro. Sin embargo, no es raro comprobar que el conductor de un dinasty vaya también botando la ceniza mientras conduce fumando. 
Equus. No es un caballo, es un automóvil que cuesta caro. Ya en la antigüedad coreana un equus (caballo) era la demostración del status socioeconómico de su cabalgante.
Grandeur. La grandeza de la vida consiste en tener un automóvil grandeur que cuesta mucho. Hasta los policías de tránsito hacen la venia cuando pasa un grandeur.
Maestro. No es ningún docente, es una ropa cara. Los que usan esta ropa no siempre demuestran la formación académica ni el desarrollo cognoscitivo.
Magnus. No es grandeza ni magnificencia, es un automóvil mediano. A sus dueños poco les importa que su vehículo sea grande o magnífico.
Óptima. Es un vehículo cuya condición depende de los talleres mecánicos. No es el superlativo de buena como en el idioma latino.
Potencia. Es un automóvil cuya potentia no está en relación directa con la potencia de su conductor.
Presto. Es un automóvil que, haciendo honor a su nombre, desapareció presto del mercado.
Rezzo. Corre por la vía, y el que lo conduce o los pasajeros no siempre se acuerdan de un rezo. Esta doble zeta de la marca del automóvil, los coreanos la pronuncian como fonema alveolar, sibilante y sonoro; a veces como africado sonoro como el motor o el sonido que emiten los abejorros al volar. 
Río. Es un automóvil terrestre, no es acuático, y para cruzar el río necesita un puente.
Santa Fe. Es un carro que desafía planicies, baches y montañas por ser un cuatro por cuatro y no por su santa fe. Como todo vehículo, depende del combustible y de la buena reparación continua. Como todo vehículo, el Santa Fe coreano depende de buenas reparaciones y combustibles.
Sonata. No es ninguna composición musical, es un automóvil que también suena según la condición del carburador.
Spectra.  Plural de spectrum (imagen). Es un marca de carro que no ofrece más que una sola imagen.
Stellar. Hace referencia a stella (estrella). Es un automóvil que rueda sin llegar a volar.
Tico. Es un carrito, diminuto como su nombre, y hace recordar a muchas regiones hispanas en donde el sufijo -ico reemplaza al diminutivo –ito. Y, como calificativo regional, un tico es un costarricense.
La vita. No es un carro muy caro ni muy barato, es accesible como la vita nostra.
Visto. Es un pequeño automóvil que puede estacionarse en áreas reducidas; por eso, lo hemos dejado para el final.

¿Y valdría la pena hablar más? Mientras conduzco el coche Click por las calles de Seúl veo interesantes espectáculos. Unos van galopando en un Galloper, otros van corriendo en un Korando, los dos son vehículos cuatro por cuatro. Ruge un Tiburón pasando por la sauna Amigo y hotel Amiga. Los edificios de viviendas multifamiliares Bestia, Pantheon, Bobos están cerca de los moteles Novios y Amante; y hasta hay letreros con la palabra Laputa, nombre de restaurante y café. Viajar por Corea no es nada aburrido; al contrario, interesante y lleno de sorpresas.

Después de ver estas marcas el viajero saca su propia conclusión: A los hombres de negocio poco les importa el significado de cada marca, para ellos lo más importante es que la marca ayude a vender más, les importa más la forma: el efecto acústico y las formas de las letras cuando se escriban para la imagen visual en las propagandas.

El profesor Chang se fue solitario

En 2018 visité otra vez Seúl. Enterado de que el profesor coreano Chang Sunion está en un hospital yoyangwon, voy para verlo y despedirme porque mi visita a Corea es sólo una vez al año y por un mes. Haciendo varios cambios del tren subterráneo llego al hospital acompañado de un exembajador coreano con quien mantengo la amistad por décadas. Y él, al entrar a un cuarto con 6 camas, es quien me señala a un paciente de cabeza rapada. Mi recuerdo era: un hombre calvo pero con abundante cabellera en los parietales y en el occipital. Ahora, para mí está desconocido. Me acerco a su lecho porque él está tendido.
-¡Profesor Chang, aquí estoy!
-¡Omona! ¡Omona! (¡Madre mía!¡Madre mía!) ¿Carranza? -Estira sus brazos y trata de levantar su cabeza-.
-Sí, hermano mayor. Vengo desde Perú para verlo.
-Mis lentes, por favor. ¿Estoy soñando o estoy despierto? -Se pone los gruesos lentes con torpeza.

Me toma una mano, la estrecha y no la suelta. Sonríe, pide a un auxiliar que le alce la cama donde reposa su cabeza. Él está lúcido, no ha olvidado el español. Yo recuerdo que él mismo me contó en 1980, en mi primera visita a Corea, que había traducido y publicado “El Quijote” en lengua coreana. Ahora me cuenta que sus dos hijas se han casado: una con un francés, la otra con un español de Valencia -enfatiza la pronunciación ceceante en la última sílaba-; por eso viven en el extranjero. 



Hablamos recordando muchos acontecimientos. Bromeamos como en los tiempos cuando éramos colegas del Departamento de Español en la Universidad Hankuk de Estudios Extranjeros donde laboré por 26 años. Hasta que, recordando a los colegas menores (sus exalumnos) del Departamento, se enfurece y exclama: ¡Esos malditos! Es que ellos, olvidándose la enseñanza de Confucio "respeto al maestro", lo maltrataron en los dos últimos años antes de su jubilación. Cumpliendo la ley, él se retiró de la labor docente a los 65 años. Pero se retiró muy resentido, desilusionado y enfermo.
-Profesor, quien no respeta los derechos humanos paga por cinco generaciones comenzando con el ofensor hasta el tataranieto. 
-¿Verdad?  Entonces, que paguen los malvados. -Sonríe y junta sus manos orando-.

Como todo reencuentro en el hospital, éste también se hace breve. Nos abrazamos, nos despedimos emotivos porque pensamos en muchas cosas: Quizás ésta podría ser la última oportunidad para los que vivimos en lugares muy distantes: Perú y Corea. La vida está llena de sorpresas. Nadie puede comprar la vida. Nuestra vida es frágil. Nuestras lágrimas premonitorias rompen las barreras de ultranacionalismos y etnocentrismos. Los humanos tenemos los mismos sentimientos.

En 2019, por estar yo en Perú, no pude participar en el rito fúnebre de la despedida del profesor Chang. Los amigos que fueron al rito me contaron que vieron a aquellos menores que lo maltrataron en vida. Aparecieron en grupo y con rostros muy compungidos. Hicieron el rito fúnebre coreano con toda solemnidad ante la fotografía del finado Chang Suniong. ¿Remordimiento? ¿Re-mordimiento? ¿Remordi-miento? ¿Teatro de farsa? El difunto no podía espantar las moscas ni seleccionar a los visitantes que llegaban en las horas de su despedida.


MUSEO DE ÁFRICA EN COREA



Superando el ambiente de restricciones y miedo, efecto de la pandemia de Covid-19, mi esposa y yo retornamos a Corea después de cuatro años de nuestra ausencia. Después de estar unos días en Seúl, el 8 de agosto de 2022 partimos hacia el este para visitar el pueblo de Danyang, provincia de Gangwon, donde pernoctamos. Al día siguiente nos decidimos conocer Kosi Tonggul (Caverna del Linaje Ko). En realidad, yo era el más deseoso de conocer esta caverna porque mi esposa tiene el apellido Ko. 

Guiados por el programa del navegador el vehículo nos llevó hasta el pueblito de Yeongwol, enfrente de la caverna; pero, para ingresar allí, teníamos que cruzar el puente peatonal sobre el río Han. Apenas subimos la escalera que da acceso al puente vimos una construcción diferente de otras por tener el techo cónico y alto como las viviendas típicas de África. Aguzando la mirada supimos que era el Museo de África. Sorprendidos, asociamos el local con un conocido nuestro que había sido miembro del cuerpo diplomático de la República de Corea en Argentina, Chile y algunos países de África. Además, había sido vicepresidente del Consejo de América Latina.

Después de recorrer la larga, zigzagueante, fría y estrecha garganta de la caverna con el casco en la cabeza para protegernos, nos dirigimos hacia el museo. Cuando terminamos de ver las piezas y fotografías de muchos países africanos, aparecieron el embajador en retiro, Cho Myong Haing (el apellido precede al nombre) y su esposa. Entonces, felices por el reencuentro después de muchos años, nos sentamos alrededor de una mesa, para conversar sobre los años idos y actualizarnos con muchos datos nuevos tomando café, aporte africano que todo el mundo lo degusta. Es cuando surgieron muchas inquietudes y reflexiones.

Según los estudios de la Paleontología, los fósiles más antiguos de los antepasados de la especie humana están en África. Por ejemplo, los fósiles de Lucy (Australopithecus afarensis) es de casi cuatro millones de años y están en Etiopía. Este dato nos hace mirar a África con respeto, seriedad y como parte de nuestra historia.

Una obra quijotesca

El embajador Cho, en su condición de diplomático de la República de Corea, recorrió muchos países de África y se documentó todo lo que pudo. Día tras día, año tras año, fue conociendo lugares, gentes y las manifestaciones culturales hasta que terminó enamorado. El diplomático había dado el paso decisivo para comprender la africanidad. En cada viaje a Corea fue transportando los materiales que iba adquiriendo, pensando en exhibirlos algún día para que los coreanos pudieran conocerlos y hacer el viaje de la imaginación.

Cuando se retiró del servicio diplomático buscó un lugar donde exponer todos los materiales adquiridos en África y transportados a Corea. En esos momentos de inquietudes y afanes se contactó con las autoridades del condado de Yeongwol, quienes, comprendiendo la importancia del proyecto cultural, le cedieron un local donde antes había funcionado una escuela. Entonces, el embajador Cho, muy emocionado, invirtió dinero, tiempo y mucha labor en la remodelación del local hasta convertirlo en un museo dedicado a África en un pueblo pequeño y alejado de la capital del país y de otras ciudades importantes. Y su labor continúa porque muchas veces, él mismo se encarga del cuidado del césped, flores y árboles.

El museo es un ambiente de dos pisos donde están las muestras según los países. Los materiales en exhibición permanente son tallados de madera, cerámicas de variedad de arcillas, adornos de marfil y de semillas de plantas, telas de lana y de fibras vegetales, objetos de cuero, dibujos desde temas reales hasta abstractos, objetos de metal y muchas fotografías. Todos estos materiales narran mejor que muchas palabras.

El Museo de Artes de África en Yeongwol, así es su nombre oficial, está en la ribera del río Han, en un valle rodeado de muchas montañas como las gibas de los camellos. En la estación de verano, las montañas y valles son de color verde. El museo tiene amplio espacio en su alrededor que sirve para acampar; además, buenos servicios de alojamiento con agua y desagüe que dan comodidad a los visitantes. Antes de la pandemia los estudiantes solían hacer las visitas, levantaban sus tiendas y pasaban bonitos días.

En Corea hay dos museos fundados por dos embajadores retirados de la labor diplomática: Museo de Latinoamérica y el Museo de África. Son muestras de que algunos diplomáticos, más allá de sus labores en las relaciones internacionales y protocolares, también demuestran su sensibilidad artística y dan el paso de acercamiento fraterno hacia otras culturas.  

Esperamos que los coreanos reconozcan el esfuerzo quijotesco del embajador Cho que ha puesto al continente africano al alcance de ellos. El viaje desde Seúl es más de dos horas; esto, gracias a la vía bien pavimentada con interminables túneles y puentes que acortan las distancias y evitan las curvas.

Y, ojalá (voz árabe) que los países africanos con sedes diplomáticas en la República de Corea colaboren con más materiales de sus pueblos y realicen sus actividades culturales en el museo donde aparecen los nombres de sus países. Como decía Quijote: “Agradecer es virtud de los bien nacidos”. 


PARA TERMINAR


A pesar de todo, hermanos coreanos, ustedes, de verdad, tuvieron el poder de cambiar mi vida. Ahora, después de más de diez años de mi retirada de la docencia en HUFS, es el tiempo para decirles sonriente: ¡No saben cuánto los amo!. “Dios, que da la llaga, da la medicina”. El filósofo Sancho Panza es más acertado que muchos doctorcitos (El Quijote, Vol. II, Cap. IX).

Corea, te amo, aparta de mí el cáliz de amargo contenido; hazme un brindis con un licor dulce.















Lima 2018






                                 Lima 2023, diciembre. Con mi esposa y la exalumna Suwa.