domingo, 20 de noviembre de 2022

HABLAR QUECHUA NO ES DELITO

 

HABLAR QUECHUA NO ES DELITO

Franciso Carranza Romero

 

               Graciano Carranza Romero, ahora descansa en su comunidad.

Morir sin olvidar la humillación

El 20 de octubre de 2022, mi hermano Graciano, conocido familiarmente como Añañu, cruzó el río que separa las dos orillas de la existencia, y ahora descansa en nuestra comunidad. No estuve presente en el sepelio; pero, le entoné esta canción.

Kayllam naani, musyallashun.

Kawaq naani, ushakaq naani.

(Este camino, es única vía. / Vía de vida, vía que acaba.)

Entonces recordé la vida de Añañu (de niño, así pronunciaba su nombre recurriendo a los sonidos nasales palatales). Era un campesino multifacético: Seguía las fases lunares y sus influencias en la siembra y poda de las plantas; en la curación de las heridas; por eso, no castraba en la luna llena porque la herida se infectaba. Majadeaba la tierra para abonarla. Conocía las técnicas de la conservación de carnes, tubérculos y cereales. Tejía poncho, alforja, faja y honda. Tallaba batea, pocillo y cuchara. Tocaba mandolina, armónica y quena traversa que él mismo fabricaba. Interpretaba los cantos fúnebres de memoria o leyendo en su cuaderno de rezos. Y, por unos años, fue teniente gobernador de la comunidad campesina de Quitaracsa.

Una vez, enterado de la ausencia de sus vacas en el pastizal, propiedad común, comenzó la búsqueda y averiguación hasta que concluyó: Los abigeos, con la complicidad de uno del lugar, habían arreado a Lachog (centro poblado en el distrito de Ragash, provincia de Sihuas, departamento de Áncash, Perú). 

Con la compañía de dos familiares viajó desde Quitaracsa tres días a pie y llegó a Lachog, y en el potrero del ladrón encontró sus ganados. Cuando quiso llevárselos; el teniente del lugar le aconsejó que primero denunciara el robo en Sihuas. Por eso llegó al juzgado de la provincia. 

    Graciano hablando con los familiares

Al entrar a la oficina se quitó el sombrero mostrando sus cabellos en total desorden. El juez ya estaba enterado del asunto; por eso, apenas lo vio en el umbral desde su sillón, se arregló la corbata. Ni bien el campesino entró a la oficina habló fuerte para evitar más permanencia del visitante de mal aspecto.

-¡Tú estás arreando ganados que no son tuyos!

-Kikiipam, dukturcitu. Nuqaqa waataata riqiimi. Kikiipam. (Son míos, doctorcito. Yo conozco mi ganado. Son míos). -Y, Al decir, “Kikiipam” (“Son míos”), deixis personal, enfatizó golpeándose el pecho con la palma de su mano derecha-. 

El juez de Sihuas se indignó al ver los gestos y al oír las palabras quechuas del campesino con el poncho envolviendo algo en la espalda, y amarradas las puntas en el pecho. Carraspeó, apretó los puños y abrió las manos de dedos tensos, se levantó y dio pasos de pisadas sonoras y fue hacia el campesino; no para darle la bienvenida. Teniéndolo a su alcance lo miró con mucho asco y desprecio.

-¡Habla castellano, carajo! -Gritó mientras daba un puntapié en la canilla izquierda del campesino que trastabilló, pero no cayó-. ¡Saquen de aquí a este indio antes de que lo mande a la cárcel! -Las partículas de saliva volaron en cada realización fonética-.

Dos auxiliares del juez agarraron y apretaron los hombros y brazos del campesino y lo empujaron hacia afuera donde dos mujeres lo miraban conteniendo la risa. Eran las hermanas del ladrón de vacas. Ellas ya se habían adelantado y calentado las manos de la autoridad. Así era la justicia en la ciudad. Este caso era uno más para el juez severo y humillador de los pobres quechuas. Y una demostración más de que los estudios superiores no forman gentes superiores.

Añañu, humillado y herido por la patada, volvió lamentándose a su comunidad. Él y sus acompañantes contaron que en Lachog estaban otras vacas robadas. 

Después de dos semanas unos veinte quitaracsinos armados de hondas, garrotes, machetes, escopetas y mucha cólera entraron a Lachog en la hora del alba. Se dirigieron al potrero del abigeo de donde sacaron todos los ganados; de dieciocho, quince eran de los quitaracsinos, sólo tres eran del abigeo. 

Los vecinos madrugadores comenzaron a agruparse mientras uno huía cuesta arriba como alma perseguida por el diablo. En ese momento Víctor López disparó su escopeta sin bala hacia el cielo de escasas nubes del mes de mayo. El estruendo despertó a más gente que desde sus puertas sólo miraba a los que arreaban sus ganados recuperados. Hasta que uno de mayor edad, que comprendía el suceso por ser el teniente, se les acercó y habló con voz apaciguadora. 

-Oigan, señores. No todos los de aquí son ladrones. Nuqaqa Pomabamba runam kaa (Por si acaso, yo soy pomabambino). -Hizo la aclaración en quechua y bajando la voz para calmar a los visitantes dispuestos a todo-. Si los ganados son suyos, llévenselos. Ese que escapa por la cuesta es el ladrón huarmincho, sus hermanas lo protegen y negocian el ganado. 

-Tres días de camino sin comer ni dormir bien. Todo, porque somos víctimas de los ladrones. Vamos a arrear también los tres animales del huarmincho para que él vaya a Quitaracsa a recuperarlos. Así sabrá cómo es el viaje. -El teniente de Quitaracsa hablaba castellano por sus estudios de primaria y la experiencia laboral en la ciudad-. 

-Señor teniente, no estamos robando, estamos recuperando. -El presidente de la comunidad aclaró-. 

-Manam warminchunaw suwatsu kayaa... (No somos ladrones como el afeminado...). -Graciano intervino y contó que el juez le había pateado en Sihuas. 

El ambiente ya estaba calmado porque el teniente pomabambino hablaba quechua. Aparecieron más vecinos comprensivos que comenzaron a servir comida y bebida a los forasteros. 

Cuando en una de mis vacaciones de estudiante universitario volví a Quitaracsa, mi hermano me contó y mostró su canilla donde el juez le había pateado. Dijo que sentía dolor cada vez que recordaba la humillación por hablar quechua. Y repetía con rabia el grito del juez: ¡Habla castellano, carajo! Otros que habían ido a Lachog a recuperar sus ganados también me contaron con mucho orgullo los episodios de aquel viaje épico. En la pampa del césped estaban los tres animales del huarmincho.

Entonces ya circulaba una canción de recuerdo y denuncia. Y el cómplice del ladrón ya estaba fichado.

Waakayuq, waakata rikaykullay.

Raqash suwakunam Lachuqpa apayanqa.

¡Atataw! Suwata yanapakuq.

Kawayta munarninqa, saslla aywakullay.

(Vaquero, cuida bien tu vaquita. / Los ladrones de Ragash se llevarán a Lachog. / ¡Qué asco! Ayudante del ladrón. / Si quieres seguir viviendo, vete lo más pronto.)

    Casa de Graciano en Quitaracsa

Mi hermano, en cada reencuentro, me repitió ese amargo suceso. Al cumplir los 80 años también. Y tres meses antes de su fallecimiento volvió a mostrarme su canilla de 89 años de vida. Ahora, post mortem, supongo que ese recuerdo no grato ya no le hará doler la canilla que reposa en el vientre de la madre tierra. 

Ese funcionario del Poder Judicial, de estar aún vivo, ya será un nonagenario; pero, si ya murió, nuestras montañas habrían rechazado al alma de ese racista y prejuicioso cultural, y ésta estaría penando como condenada. Entonces, ¿le serán útiles los códigos y procesos judiciales? ¿Sabrá que hablar quechua no es un delito? Nunc, judex, judica te ipsum (Ahora, juez, júzgate a ti mismo).

Señor juez, su patada de desprecio y odio a un quechua no hirió sólo a mi hermano mayor; también impactó a todos sus hermanos, hijos, sobrinos, nietos, bisnietos.


miércoles, 7 de septiembre de 2022

MUSEO DE ÁFRICA EN COREA

 

MUSEO DE ÁFRICA EN COREA

Francisco Carranza Romero



Superando el ambiente de restricciones y miedo, efecto de la pandemia de Covid-19, mi esposa y yo retornamos a Corea después de cuatro años de nuestra ausencia. Después de estar unos días en Seúl, el 8 de agosto partimos hacia el este para visitar el pueblo de Danyang, provincia de Gangwon, donde pernoctamos. Al día siguiente nos decidimos conocer Kosi Tonggul (Caverna del Linaje Ko). En realidad, yo era el más deseoso de conocer esta caverna porque mi esposa tiene el apellido Ko. 

Guiados por el programa del navegador el vehículo nos llevó hasta el pueblito de Yeongwol, enfrente de la caverna; pero, para ingresar allí, teníamos que cruzar el puente peatonal sobre el río Han. Apenas subimos la escalera que da acceso al puente vimos una construcción diferente de otras por tener el techo cónico y alto como las viviendas típicas de África. Aguzando la mirada supimos que era el Museo de África. Sorprendidos, asociamos el local con un conocido nuestro que había sido miembro del cuerpo diplomático de la República de Corea en Argentina, Chile y algunos países de África. Además, había sido vicepresidente del Consejo de América Latina.

Después de recorrer la larga, zigzagueante, fría y estrecha garganta de la caverna con el casco en la cabeza para protegernos, nos dirigimos hacia el museo. Cuando terminamos de ver las piezas y fotografías de muchos países africanos, aparecieron el embajador en retiro, Cho Myong Haing (el apellido precede al nombre) y su esposa. Entonces, felices por el reencuentro después de muchos años, nos sentamos alrededor de una mesa, para conversar sobre los años idos y actualizarnos con muchos datos nuevos tomando café, aporte africano que todo el mundo lo degusta. Es cuando surgieron muchas inquietudes y reflexiones.

Según los estudios de la Paleontología, los fósiles más antiguos de los antepasados de la especie humana están en África. Por ejemplo, los fósiles de Lucy (Australopithecus afarensis) es de casi cuatro millones de años y están en Etiopía. Este dato nos hace mirar a África con respeto, seriedad y como parte de nuestra historia.

Una obra quijotesca

El embajador Cho, en su condición de diplomático de la República de Corea, recorrió muchos países de África y se documentó todo lo que pudo. Día tras día, año tras año, fue conociendo lugares, gentes y las manifestaciones culturales hasta que terminó enamorado. El diplomático había dado el paso decisivo para comprender la africanidad. En cada viaje a Corea fue transportando los materiales que iba adquiriendo, pensando en exhibirlos algún día para que los coreanos pudieran conocerlos y hacer el viaje de la imaginación.

Cuando se retiró del servicio diplomático buscó un lugar donde exponer todos los materiales adquiridos en África y transportados a Corea. En esos momentos de inquietudes y afanes se contactó con las autoridades del condado de Yeongwol, quienes, comprendiendo la importancia del proyecto cultural, le cedieron un local donde antes había funcionado una escuela. Entonces, el embajador Cho, muy emocionado, invirtió dinero, tiempo y mucha labor en la remodelación del local hasta convertirlo en un museo dedicado a África en un pueblo pequeño y alejado de la capital del país y de otras ciudades importantes. Y su labor continúa porque muchas veces, él mismo se encarga del cuidado del césped, flores y árboles.

El museo es un ambiente de dos pisos donde están las muestras según los países. Los materiales en exhibición permanente son tallados de madera, cerámicas de variedad de arcillas, adornos de marfil y de semillas de plantas, telas de lana y de fibras vegetales, objetos de cuero, dibujos desde temas reales hasta abstractos, objetos de metal y muchas fotografías. Todos estos materiales narran mejor que muchas palabras.

El Museo de Artes de África en Yeongwol, así es su nombre oficial, está en la ribera del río Han, en un valle rodeado de muchas montañas como las gibas de los camellos. En la estación de verano, las montañas y valles son de color verde. El museo tiene amplio espacio en su alrededor que sirve para acampar; además, buenos servicios de alojamiento con agua y desagüe que dan comodidad a los visitantes. Antes de la pandemia los estudiantes solían hacer las visitas, levantaban sus tiendas y pasaban bonitos días.

En Corea hay dos museos fundados por dos embajadores retirados de la labor diplomática: Museo de Latinoamérica y el Museo de África. Son muestras de que algunos diplomáticos, más allá de sus labores en las relaciones internacionales y protocolares, también demuestran su sensibilidad artística y dan el paso de acercamiento fraterno hacia otras culturas.  

Esperamos que los coreanos reconozcan el esfuerzo quijotesco del embajador Cho que ha puesto al continente africano al alcance de ellos. El viaje desde Seúl es más de dos horas; esto, gracias a la vía bien pavimentada con interminables túneles y puentes que acortan las distancias y evitan las curvas.

Y, ojalá (voz árabe) que los países africanos con sedes diplomáticas en la República de Corea colaboren con más materiales de sus pueblos y realicen sus actividades culturales en el museo donde aparecen los nombres de sus países. Como decía Quijote: “Agradecer es virtud de los bien nacidos”. 

Superando el ambiente de restricciones y miedo, efecto de la pandemia de Covid-19, mi esposa y yo retornamos a Corea después de cuatro años de nuestra ausencia. Después de estar unos días en Seúl, el 8 de agosto partimos hacia el este para visitar el pueblo de Danyang, provincia de Gangwon, donde pernoctamos. Al día siguiente nos decidimos conocer Kosi Tonggul (Caverna del Linaje Ko). En realidad, yo era el más deseoso de conocer esta caverna porque mi esposa tiene el apellido Ko. 

Guiados por el programa del navegador el vehículo nos llevó hasta el pueblito de Yeongwol, enfrente de la caverna; pero, para ingresar allí, teníamos que cruzar el puente peatonal sobre el río Han. Apenas subimos la escalera que da acceso al puente vimos una construcción diferente de otras por tener el techo cónico y alto como las viviendas típicas de África. Aguzando la mirada supimos que era el Museo de África. Sorprendidos, asociamos el local con un conocido nuestro que había sido miembro del cuerpo diplomático de la República de Corea en Argentina, Chile y algunos países de África. Además, había sido vicepresidente del Consejo de América Latina.

Después de recorrer la larga, zigzagueante, fría y estrecha garganta de la caverna con el casco en la cabeza para protegernos, nos dirigimos hacia el museo. Cuando terminamos de ver las piezas y fotografías de muchos países africanos, aparecieron el embajador en retiro, Cho Myong Haing (el apellido precede al nombre) y su esposa. Entonces, felices por el reencuentro después de muchos años, nos sentamos alrededor de una mesa, para conversar sobre los años idos y actualizarnos con muchos datos nuevos tomando café, aporte africano que todo el mundo lo degusta. Es cuando surgieron muchas inquietudes y reflexiones.

Según los estudios de la Paleontología, los fósiles más antiguos de los antepasados de la especie humana están en África. Por ejemplo, los fósiles de Lucy (Australopithecus afarensis) es de casi cuatro millones de años y están en Etiopía. Este dato nos hace mirar a África con respeto, seriedad y como parte de nuestra historia.

Una obra quijotesca



El embajador Cho, en su condición de diplomático de la República de Corea, recorrió muchos países de África y se documentó todo lo que pudo. Día tras día, año tras año, fue conociendo lugares, gentes y las manifestaciones culturales hasta que terminó enamorado. El diplomático había dado el paso decisivo para comprender la africanidad. En cada viaje a Corea fue transportando los materiales que iba adquiriendo, pensando en exhibirlos algún día para que los coreanos pudieran conocerlos y hacer el viaje de la imaginación.

Cuando se retiró del servicio diplomático buscó un lugar donde exponer todos los materiales adquiridos en África y transportados a Corea. En esos momentos de inquietudes y afanes se contactó con las autoridades del condado de Yeongwol, quienes, comprendiendo la importancia del proyecto cultural, le cedieron un local donde antes había funcionado una escuela. Entonces, el embajador Cho, muy emocionado, invirtió dinero, tiempo y mucha labor en la remodelación del local hasta convertirlo en un museo dedicado a África en un pueblo pequeño y alejado de la capital del país y de otras ciudades importantes. Y su labor continúa porque muchas veces, él mismo se encarga del cuidado del césped, flores y árboles.

El museo es un ambiente de dos pisos donde están las muestras según los países. Los materiales en exhibición permanente son tallados de madera, cerámicas de variedad de arcillas, adornos de marfil y de semillas de plantas, telas de lana y de fibras vegetales, objetos de cuero, dibujos desde temas reales hasta abstractos, objetos de metal y muchas fotografías. Todos estos materiales narran mejor que muchas palabras.

El Museo de Artes de África en Yeongwol, así es su nombre oficial, está en la ribera del río Han, en un valle rodeado de muchas montañas como las gibas de los camellos. En la estación de verano, las montañas y valles son de color verde. El museo tiene amplio espacio en su alrededor que sirve para acampar; además, buenos servicios de alojamiento con agua y desagüe que dan comodidad a los visitantes. Antes de la pandemia los estudiantes solían hacer las visitas, levantaban sus tiendas y pasaban bonitos días.

En Corea hay dos museos fundados por dos embajadores retirados de la labor diplomática: Museo de Latinoamérica y el Museo de África. Son muestras de que algunos diplomáticos, más allá de sus labores en las relaciones internacionales y protocolares, también demuestran su sensibilidad artística y dan el paso de acercamiento fraterno hacia otras culturas.  

Esperamos que los coreanos reconozcan el esfuerzo quijotesco del embajador Cho que ha puesto al continente africano al alcance de ellos. El viaje desde Seúl es más de dos horas; esto, gracias a la vía bien pavimentada con interminables túneles y puentes que acortan las distancias y evitan las curvas.

Y, ojalá (voz árabe) que los países africanos con sedes diplomáticas en la República de Corea colaboren con más materiales de sus pueblos y realicen sus actividades culturales en el museo donde aparecen los nombres de sus países. Como decía Quijote: “Agradecer es virtud de los bien nacidos”.

sábado, 23 de julio de 2022

ESTUDIOS DE LAS CULTURAS INDÍGENAS

 

ESTUDIOS DE LAS CULTURAS INDÍGENAS

-Esfuerzos poco comprendidos-

Francisco Carranza Romero



                          Shuyturraju (shuytu rahu: nevado piramidal. Mal llamado Alpamayo)

Los tiempos que vivimos es del predominio del pensamiento materialista y monetarista; por tanto, no se da la debida importancia a los estudios de las culturas indígenas en las que están incluidas las lenguas. Por eso, quienes las estudian haciendo muchos esfuerzos no sólo carecen de apoyo, sino también reciben muchos calificativos despectivos: “idealistas, románticos, no realistas, desfasados…”.

El que se atreve a hablar quechua en un barrio de los pitucos limeños (los que, por tener el poder económico, se creen los peruanos especiales), se expone a que lo califiquen de “indio”, “indígena” y lo discriminen. El usuario común del castellano no diferencia la etimología y el campo semántico de estas dos palabras; simplemente las usa como sinónimas y con intención despectiva.

La educación escolarizada en todos sus niveles, desgraciadamente, tampoco ayuda a superar los prejuicios (juicios a priori) contra las manifestaciones culturales de los amerígenas (los que han nacido en el continente americano). En los textos y clases se siguen repitiendo los pensamientos y actitudes colonialistas que vienen desde el siglo XVI. Pero, si estas manifestaciones (restos arqueológicos, festividades tradicionales, interpretaciones musicales, danzas, ritos, vestimentas, comidas, remedios, productos artesanales, etc.) generan ganancias económicas, son publicitadas. Muchos extranjeros que llegan a Perú aprecian estas manifestaciones. Y, el turismo es una actividad que aporta bien al presupuesto nacional y da labor y ganancia a muchos sectores formales e informales.

Muchos también confunden las palabras: precio y valor. El precio es la medida cuantitativa y material de algo o actividad. El valor es la medida cualitativa y supramaterial de alguna cosa o actividad. Pero, lamentablemente, muchas veces estos vocablos son usados como sinónimos por muchos; por eso, al comprar algo se pregunta: ¿Cuánto vale? En vez de ¿cuánto cuesta?

A continuación, cito algunos datos anecdóticos y de la labor de investigación:

Estrecho y erróneo concepto de ciencia. Por la iniciativa del sacerdote Alberto Gonzales, representante de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica) de Áncash, fuimos a la oficina principal en Lima. El mencionado sacerdote ya había reservado una audiencia con el director. Llegamos puntuales y entramos a la oficina del director donde, después de unos saludos, le expusimos y pedimos el apoyo económico para la edición del “Diccionario del quechua ancashino – castellano”, elaborado por mí durante muchos años. Su respuesta inmediata fue lacónica y tajante: “Concytec apoya sólo investigaciones científicas”. Salimos pronto de la oficina. Después, afuera, comentamos sobre sobre el pensamiento y actitud del director, ingeniero de profesión. Para él y otros técnicos, aunque con títulos universitarios, la Lexicografía, una disciplina de la Lingüística, no es ciencia. Ignoran la etimología de los vocablos “ciencia” y “científico” que son derivados del latín: verbo scire (scio, scis, shii, shitum) y del sustantivo scientia. La escena narrada no sólo muestra el mal uso de la palabra ciencia, sino también la actitud despreciativa de mucha gente hacia los indígenas y sus manifestaciones culturales.

Unos años después, la editorial europea Iberoamericana Vervuert publicó mi diccionario. Con el apoyo de mi familia asumí el costo porque deseaba aportar algo a mi cultura materna. Por suerte, el libro ha tenido acogida y ya está como libro electrónico.

“¿Para qué sirve el quechua?” En una reunión virtual promovida por una institución de Huaraz (capital de Áncash, Perú) alguien intervino sorpresivamente: ¿Para qué sirve el quechua? Una pregunta provocativa y con menosprecio a los que estábamos intercambiando opiniones sobre algunos aspectos de nuestra cultura andina. Luego, el irrespetuoso e imprudente cerró el micrófono y la pantalla. Estaría sonriendo de su “gran hazaña” sin pensar en su magna y atrevida ignorancia.

Escuela castellanizante. En las comunidades campesinas donde se habla quechua los profesores enseñan en castellano. Los documentos de matrícula, las clases, los exámenelos textos certificados son castellano. 

Como en mi pueblo natal, comunidad campesina de Quitaracsa (Áncash), la escuela era sólo hasta el Segundo Año de Primaria, mis padres y hermanos mayores me animaron a continuar los estudios y me convencieron diciéndome varias veces: “Waktsaqam alli yachakurlla pallarikan” (El pobre se supera sólo estudiando bien). Así me enviaron a Caraz (capital de la provincia de Huaylas, Áncash) para terminar la Primaria. Allí experimenté la realidad desventajosa para los que hablábamos el idioma quechua. En el aula, todo en castellano (texto, clase, examen y conversación). En la calle, actitud de desprecio hacia los que usábamos nuestro quechua por la necesidad de comunicarnos. Muchos compañeros quechuahablantes desertaron año tras año. Y yo, a pesar de todo, continué. ¿Cuánta fuerza tenía aquel niño fuera de su familia y de su realidad cultural? Ahora, ya septuagenario, después de muchos años cumpliendo el proceso de la educación escolarizada, doy toda la razón a mis mayores: Yachakuy naanillam waktsakunapaq pallarikaynin. (El estudio es el único camino de superación para los pobres). Más datos están en mis libros: “Madre Tierra, Padre Sol” y “El mundo da vueltas”.

Instituciones con doble discurso. Ahora, un caso laboral. Las solicitudes y entrevistas no se hacen en quechua en el concurso por un puesto laboral donde la población rural habla quechua. Cuando una enfermera bilingüe quechua y castellano, que competía por un puesto, se presentó a la entrevista ante los miembros del jurado, éstos le hicieron la observación de que no tenía el certificado de conocimiento del quechua. La postulante, superando el miedo del momento, se atrevió a decir: “Yo soy quechuahablante”. Ninguno de los ilustres entrevistadores se atrevió a comprobar hablando quechua con la postulante; al contrario, uno del jurado, alzando y batiendo una hoja de papel, sentenció: “Eso lo debes demostrar con un documento”. Sin embargo, a nadie se le pidió el certificado de la competencia lingüística en castellano. Los funcionarios, cuando les conviene, usan la retórica ilustrada y califican al quechua como idioma nativo, indígena, autóctono y oriundo; en otras circunstancias, lo consideran como un idioma extranjero aun dentro de las áreas donde se usa como lengua de comunicación general. Así maltratan a los hablantes quechuas.

“Guía del quechua de Corongo (llaqwash)” de Daniel Hintz con la colaboración de Gudelia Medrano, Rosa Pinedo, Ábila Collantes y Diane Hintz. En la carátula se indica: Volumen 1, Gramática pedagógica. Este volumen fue publicado gracias al generoso aporte económico del médico peruano estadounidense Enrique Liñán (un respetable mecenas en el siglo XXI).

Es un texto didáctico con bellos dibujos y fotografías; además, tiene un disco para quien se interese escuchar. Es el resultado de muchos días, meses y años de esfuerzo de gente que labora sin pensar en el lucro. Los esposos Hintz son estadounidenses que han tenido la actitud noble de acercarse a la gente de Áncash y, especialmente, a los de Corongo (provincia de Áncash) para conocerlos y aprender la lengua quechua. El libro es el resultado de muchas notas, fotos y grabaciones. Un valioso material para los estudiosos de la cultura andina.

Este escrito no es sólo de lamentación; es también de reconocimiento a las personas, aunque poquísimas, que se acercan a la comunidad quechua con el deseo de aprender su lengua y sus valores culturales. Cito dos casos de extranjeros: la pareja estadounidense Hintz y el italiano Ivo Baldi (el fallecido obispo de Huari que visitó mi comunidad dos veces) aprendieron el quechua con paciencia; por eso, merecen el respeto y gratitud de los quechuas. Son esfuerzos y sacrificios sin pensar en la ganancia económica. Estos esfuerzos y logros dan otro tipo de satisfacciones: la alegría de ser la voz de los que no tienen voz, y el gozo espiritual de haber llegado al otro con actitud fraterna.

Y yo, como un andino que habla, estudia y fomenta el quechua, les reitero mi agradecimiento.






 

sábado, 7 de mayo de 2022

EL MITO DE ACHICAY Y LA COSMOVISIÓN ANDINA

 

EL MITO DE ACHICAY Y LA COSMOVISIÓN ANDINA

Francisco Carranza Romero

I. La vieja Achicay (Chakwas Achikay)1

En las tantas veces en que las pérfidas Usya (sequía) y Muchuy (hambruna) visitaron nuestros pueblos, las gentes andaban trastabillando como sonámbulas porque ellas les habían arrebatado las energías. Si no fuera por la shitqa, ese nabo silvestre de hojas ásperas y flores amarillas que destroncamos de nuestras chacras, todos habrían perecido. Ella fue la única planta que verdeó. Las terribles visitantes se paseaban exhalando gases secos y hediondos que provocaron la aparición de muchas pestes.

Una de sus inolvidables visitas fue a un pueblo de la tierra baja donde vivía una familia con una niña y un niño. La familia había sobrevivido durante mucho tiempo bajo un régimen estricto de un bocado de comida por día. Hasta que llegó el día de tener que comerse la última mazorca de maíz guardada para la semilla. Los padres se pusieron de acuerdo para tostar los granos a medianoche cuando los niños estuvieran ya dormidos. La mujer comenzó a tostar sigilosamente, pero los granos rompieron el silencio al reventar y zapatear dentro del tiesto de barro. Y cuando ella quiso retirar el tiesto del fogón necesitó un trapo para no quemarse las manos.

—Busca el trapo, rápido —susurró la mujer.

El hombre, alumbrado por la escasa luz del fogón, lo buscaba desesperado, los granos ya comenzaban a quemarse y su olor llenaba toda la habitación.

—¡Dónde está el trapo! — la mujer alzó la voz.

—Está en el hueco de la esquina —intervino el niño que se había despertado por el sonido y el olor de la cancha. Y la comedida niña alcanzó el trapo a su madre.

Los padres, avergonzados y enojados de haber sido descubiertos, los metieron en un costal. Y esa misma noche, por sugerencia de la madre, el padre los cargó hacia una colina de donde los arrojó hacia el precipicio. Pero la soga que amarraba la boca del costal se enredó en una rama de quenua que crecía en la falda saliente del pecho del precipicio.

Cuando amaneció, los niños comprendieron el terrible peligro. Clamaron a todas las fuerzas protectoras que recordaron, y con mucho cuidado hicieron un hueco para pedir el auxilio. A cada cóndor que pasaba le pedían.

¡Kunturllay, kuntur: Apakallaamay! (¡Tío cóndor, tío cóndor: Sáquenos de aquí!).

—¡Jo! Estoy apurado porque tengo que tocar en una fiesta —contestó el cóndor flautista y se fue silbando.

Otro cóndor, después de oír el mismo clamor, respondió: —¡Jo! Debo bailar en la fiesta, estoy apurado. No me quiten el tiempo —pasó raudo.

El tercer cóndor respondió: —¡Jo! Soy el servidor de comida. Y ya me he hecho tarde —aleteó más rápido.

El cuarto cóndor tampoco les hizo caso: —¡Jo! Tengo que recibir la comida del músico y del bailarín. No tengo tiempo —pasó con toda prosa como si fuera el único para ese oficio.

Y cuando el sol ya estaba alto apareció el quinto cóndor de vuelo lento y vacilante, daba la impresión de cansado,o muy viejo o muy enfermo.

¡Kunturllay, kuntur: Apakallaamay!

El cóndor, sorprendido, afinó bien sus sentidos y movió su cabeza a uno y a otro lado. Al localizar a los niños que clamaban llorando se compadeció y los sacó a tierra segura.

—Tío cóndor, ¿a dónde estaba yendo? —le preguntó el niño.

—¡Jo! Estaba yendo a la fiesta que, según el mayordomo que me invitó, será la mejor de todas. Pero, por mi edad, todos me dejaron atrás.

El cóndor, con el aspecto de un abuelo cariñoso, después de descansar un rato, se fue balanceándose porque sus débiles alas ya no le ayudaban mucho para surcar con facilidad el espacio.

Los niños erraron por cerros y quebradas hasta que vieron un gorrión con una flor de papa en el pico. Siguiendo al pajarillo llegaron a un papal en plena florescencia. Escarbaron y sacaron unas papas con que aplacaron el hambre. En esos instantes apareció la dueña de la chacra, una anciana de edad incalculable.

—¡Pobrecitos niños hambrientos! Si quieren comer bien, síganme, en mi casa abunda la comida.

Desde los primeros días la anciana comenzó a mostrar sus extraños prodigios: de día estaba ausente, en las noches sancochaba piedras, las partía y las comía como papa. Los niños, naturalmente, no podían compartir esa comida. Después de unos días separó a los hermanitos. El niño fue enjaulado para ser mejor alimentado. La niña fue destinada a la cocina para ayudar y acompañar a la hija.2

Desde esa noche el niño comenzó a ser cebado y cuidado. Una noche el niño escuchó en su sueño los consejos de un abuelo: La vieja te está cebando. En la noche te va pedir que le muestres tu dedo para saber si ya estás gordo; pero tú no se lo des; alcánzale la cola del ratón que te va acompañar en las noches.

Efectivamente, cada cinco días, a medianoche, llegaba puntual la vieja.

—A ver, hijito, ¿cómo estás? Dame un dedo.

—Aquí está, tía —le hacía tocar la cola del ratón. 

—¡Cómo! ¿Tan flaquito? Parece que no te dan de comer, voy a decir a tu hermana que te dé más comida.

La vieja siguió con sus visitas, y el niño la siguió engañando. Pero una noche el ratón no llegó puntual de su paseo; y el niño tuvo que presentar su dedo.

—¡Qué bien! Ahora sí estás gordito… Tu hermana te ha dado de comer. Sal de la jaula para lavarte y despiojarte.
Aquella noche la hermana oyó el llanto de su hermanito en el cuarto de la vieja.

—Tía, ¿qué le pasa a mi hermano? ¿Por qué llora?

—No le pasa nada. Tu hermano llora porque le saco los liendres y piojos. Es que desde mañana ya va a vivir fuera de la jaula.

En el transcurso de la noche los lamentos se debilitaron y dejaron de ser continuos hasta que llegó la madrugada silenciosa. Apenas la niña se despertó con la primera luz del alba se acercó sigilosa al cuarto, abrió la puerta y vio sólo a la anciana que dormía roncando como el puma después de devorar un animal cebado. El piso estaba manchado de sangre, los huesos frescos estaban regados y la ropa de su hermanito a un lado. Recién comprendió la niña que la vieja era la temible Achicay. Recogió la ropa con la que envolvió los huesos y escondió el bulto afuera. Y, para ocultar lo que sabía, volvió a su cama fingiendo dormir despreocupada.

Achicay, apenas despertó, llamó a su hija para impartirle las órdenes del día.

—Rosa, atiéndeme bien: Esta mañana hervirán el agua en la olla grande. Cuando el agua esté en plena ebullición soltarás este collar adentro y gritarás emocionada: ¡Qué bonito collar! Y cuando la niña se agache para verlo, la empujarás dentro de la olla. Así tendremos un rico almuerzo. Ahora voy a salir; pero volveré a mediodía.

La niña, que simulaba dormir, había escuchado toda la conversación. Rosa y la niña, obedientes, llenaron el agua en la olla grande, atizaron el fuego hasta que el agua comenzó a borbotar a risotadas. En todos estos momentos la niña se mantenía a cierta distancia de la olla, hasta que Rosa gritó desde el fogón.

¡Añañaw! ¡Qué bonito! ¡Qué bonito collar hay adentro! Ven, mira.

La niña corrió fingiendo curiosidad, pero se detuvo cerca de Rosa.

—¿Dónde está? Muéstrame.

—Ven, agáchate aquí.

—A ver, ¿cómo?

Rosa, se agachó, en ese instante la niña la empujó dentro de la olla. Puso más leñas en el fogón, cogió su bulto y salió huyendo cuesta arriba.

A mediodía Achicay volvió a su casa. Feliz devoró la carne sancochada y, cuando se hartó, llamó a su hija. Después de un eructo algo se movió bruscamente en su estómago, lo que le hizo pensar en algo fatal.

—¡Rosaaa! —la llamó conteniendo el llanto.

—¿Mamita?

Era la voz de Rosa que salía desde su estómago. ¡He comido a mi propia hija! Se lamentó desesperada. Inmediatamente se dirigió a una laja grande a ras del suelo donde vomitó y defecó. Con esa masa tibia comenzó a recrear a su hija mientras repetía: Wawa tukuy. Wawa tukuy (Transfórmate en hija. Transfórmate en hija). La magia se estaba realizando hasta que un entrometido, curioso y travieso zorzal escarbó una parte de la masa.

—¡Maldito pajarraco! ¡Fuera de aquí! Por travieso y por hacer las cosas al revés dios te azotó hasta dejarte bubas en tu trasero.

Achicay volvió a su labor y la muñeca recobró la vida y hasta se sentó. En ese instante el zorzal, que estaba observando todo desde el aliso cercano, voló asustado y cagó sobre la muñeca que cayó desparramándose.

—¡Maldito zorzal de culo buboso! Algún día te atraparé.

Colérica, impotente y consciente de su fracaso, volvió a su casa para atrapar a la niña. Al no hallarla, usando su fino olfato comenzó a subir la cuesta empinada. La niña, fatigada, vio que la vieja se le acercaba. Por suerte vio a un zorrillo que hociqueaba la entrada de su cueva.

¡Añasllay, añas: pakaykallaamay! (Tío zorrillo, tío zorrillo: ¡Escóndame, por favor!) Achicay ha comido a mi hermano. Ahora me persigue para comerme.

El zorrillo se compadeció de la niña y la escondió en su cueva. Luego continuó hociqueando hasta que llegó la vieja.

—Tío zorrillo, ¿no has visto a una niña?

—No, señora.

—¡Cómo que no! Veo sus huellas y siento su olor.

—Bueno, si quiere que le avise hágame el favor de lavar esta piel de mi pariente hasta que se blanquee todo.

La vieja corrió al arroyo cercano llevando el mazo y la piel. Aunque lavaba a golpes y sobes no se blanqueaba la parte negra. Entonces comprendió el engaño. Furiosa volvió a la cueva.

—¡Zorrillo apestoso y comegusanos, apártate! Yo misma voy a sacar mi presa.

Mientras ella insultaba, el zorrillo ya le había dado la espalda y levantando su cola le disparó con destreza y puntería un chorro pestilente y amargo a los ojos. La vieja cayó revolcándose de dolor y vómitos. ¡Chui!, algo se movió en sus polleras. La niña reinició su huida. El zorrillo, descontento del merecido castigo, rabió y rechinó los dientes: ¡Winchichin!

Achicay, cuando apenas pudo abrir los ojos adoloridos, comenzó a subir la ladera. La niña, asustada y desesperada al verla cerca, se metió en el bosque de espinosos queshquis donde el oso negro estaba comiendo.

¡Ukumarillay, ukumari: pakaykallaamay! (Tío oso, tío oso: ¡Escóndame, por favor!)

El oso, compadecido, la ocultó con troncos de queshqui. Allí llegó la vieja.

—Tío oso, ¿no has visto una niña por aquí?

—Mmmm. No, señora —continuó comiendo las hojas y resinas del queshqui.

—¡Cómo que no! —guiada por su olfato se acercó al montículo de hojas y troncos, cuando el oso la detuvo de un brazo.

—Señora, si quiere que le avise, ruede estas piedras redondas hacia la cima porque el cerro las necesita para su honda.

La vieja comenzó a tirar las piedras hacia arriba, pero éstas volvían rodando sobre ella. Herida de tantos golpes, se enojó.

—¡Maldito oso de cabeza redonda como estas piedras! Por algo no llegaste a ser persona.

El oso, no acostumbrado a los insultos, le dio un puñetazo en la frente con el que la desmayó. ¡Chui, chui!, algo se sacudió en las faldas. Fue otra ocasión para que la niña continuara la subida.

Achicay, repuesta del desmayo, reinició la persecución. La niña corrió a pedir el favor al venado que estaba labrando la tierra para sembrar la oca.

¡Lluytsullay, lluytsu: pakaykallaamay! (Tío venado, tío venado: ¡escóndame, por favor!)

El venado la tapó con hierbas y terrones en el borde de su chacra. Allí llegó la vieja.

—Tío venado, ¿dónde está la niña que acaba de llegar?

—No sé, señora —siguió roturando la tierra con su chaquitaclla.

—Es que siento su olor.

—Señora, si quiere mi ayuda, ayúdeme también a remover la tierra —le señaló la parte rocosa.  

La vieja no sabía usar el arado de pie. Además, la tierra era muy dura. Se enojó.

—¡Venado de pies y cabeza huesudos!

Ni bien terminó el insulto cuando el venado le golpeó la cabeza con su chaquitaclla. ¡Chui, chui, chui!, hubo quejas dentro de las faldas. La niña miró que la cima estaba cerca, pero jadeaba de cansancio y soroche, sus pies pesaban más que las rocas. Abajo, la vieja reptaba y saltaba para acortar la distancia. La niña subió arrastrándose sobre un peñón de donde estaba decidida a saltar para no ser atrapada y devorada. Cuando al levantar la vista vio al cóndor viejo que la estaba observando serio.

¡Kunturllay, kuntur: pakaykallaamay! (Tío cóndor, tío cóndor: ¡Escóndame, por favor!)

El cóndor abrió sus alas y la abrigó paternalmente. Y mientras clavaba su mirada a la anciana que ligera se acercaba al peñón, siguió meditando sobre el hambre y el egoísmo en el mundo de los seres humanos.

—Tío cóndor, tú que todo lo ves, que todo lo oyes y que todo lo sabes, ¿puedes decirme dónde está la niña que ha llegado a esta peña?

—¡Jo! Señora, mientras pienso en la respuesta, tráigame agua en este cedazo. Tengo mucha sed.

Sin perder el tiempo, la vieja corrió al manantial cercano. Hizo muchos esfuerzos vanos porque el agua se escurría en el camino. Otra vez entró en cólera, destrozó el cedazo y fue a enfrentarse al cóndor.

—¡Maldito cóndor, ladrón de animales, devorador de carne cruda sin masticar, de pies escamosos y sucios, mentiroso! - Una patada voladora en el pecho la calló. Y cuando quiso erguirse con una piedra en la mano, un terrible aletazo en la cabeza la dejó tendida. ¡Chui, chui, chui, chui!, hubo más alboroto dentro de las polleras.

La niña agradeció al abuelo cóndor y con mucho ánimo llegó a la cima desde donde vio una inmensa pampa de pajonales. En la mitad de la llanura halló una piedra plantada y rodeada de montículos de pequeñas piedras, ofrendas de los viajeros. Puso también su ofrenda. Entonces pidió ayuda a toda la naturaleza. Achicay también llegó a la cima desde donde comenzó a correr y a volar. Del mundo de arriba bajó una cadena amarilla y brillante como el sol de la tarde. La niña se ató con esa cadena y comenzó a ascender ante los gritos de la vieja.

Achicay, confiada en la magnanimidad divina, también pidió otra cadena. Como los oídos del creador están atentos a todos los ruegos, otra cadena bajó para ella; pero ésta era de la paja llayá. Tan pronto como pudo se amarró y comenzó a subir. El mundo de abajo se iba volviendo pequeño. En esa ascensión oyó ¡ruprup!, ¡ruprup!, ¡ruprup! en la parte alta de la soga. Un ratón estaba royendo la soga.

—¡Trompudo ratón!, ¿por qué muerdes la cuerda que mi dios me ha enviado?

 Mamaa millkapamanqan chukru tantatam mikukuykaa (Estoy comiendo el pan duro que mi madre me ha dado de fiambre). ¡Chui, chui, chui, chui, chui! —se rio y siguió royendo hebra por hebra.

Era el mismo ratón que prestaba su cola al niño, pero que esa noche fatal había llegado muy tarde por estar cortejando a su novia. Impotente y prendido en la pollera de Achicay, había presenciado cómo ésta devoraba al niño, cómo se banqueteaba a su propia hija, y cómo había sido castigada por los animales. Royó tanto hasta que trozó la cuerda.

Achicay no tenía miedo en los primeros momentos de la caída, parecía que iba a descender suavemente sobre los mantos blancos tendidos en el cielo; sólo cuando traspasó velozmente las alfombras de espuma vio que la tierra corría con agresividad hacia ella y todo se agrandaba ante su vista. En ese momento comenzó a repetir:

Pampallaman. Pampallaman. Pampallaman… (A la pampa no más. A la pampa no más. A la pampa no más…) Pero, al ver abajo las rocas planas, se asustó y gritó: ¡Pararrallaman! (A la laja no más). ¡Plash! Se estrelló sobre el vientre pétreo de la tierra. Ella había querido decir: Pararrallaman, ama (A la laja no, por favor). Le faltó el tiempo para decirlo todo.

Achicay se deshizo en miles de pedazos dando origen a muchas cosas más: Sus pelos se convirtieron en espinas. Su sangre se convirtió en pantano maloliente. Sus dientes y huesos se convirtieron en cascajos y guijarros. De su último fétido aliento nació la nube de polvillo que quema las plantas.

La niña subió hasta un lugar de claridad y de eterna primavera donde encontró a un anciano que le aconsejó:

—Deja los huesos de tu hermanito en la boca de aquella cueva. Regresa mañana, a la misma hora. Allí encontrarás a tu hermanito.

Recordando que era el tiempo de pitsqay de su hermanito, o sea el rito al quinto día después de la muerte, emocionada se dirigió a la cueva mucho antes de la hora fijada. Vio a su hermanito que estaba levantándose con mucha dificultad como si le faltaran las energías. Y cuando el hermanito comenzó a fajarse, ella corrió emocionada para ayudarlo. Pero el niño, al verla de sorpresa, se asustó y cayó desmoronándose como una frágil escultura de arena o de nevada fina. En el suelo quedó un montón de ceniza. Recién ella recordó: «Mañana, a la misma hora». Ella estaba totalmente confundida. ¿Cómo podía haber el mañana cuando todo era claridad permanente? ¿Cuándo podía ser a la misma hora cuando la claridad era igual? No podía pedir más, estaba sola para siempre. Recogió la ceniza, fue a una colina de donde la arrojó al espacio infinito. En ese momento apareció un río ceniciento que es llamado Mayu (Vía Láctea). Y ella, sin esperar más consuelos se arrojó al espacio convirtiéndose en Yana Quyllur (Estrella Negra). Y dicen que ella cuida para que esas partículas brillantes del río ceniciento no se desparramen y corran unidas para siempre. 

II. Cosmovisión andina: un mundo de contrastes

Todo el relato de Achicay (Achacay, Achcay, Achiquee, Achquee) constituye la expresión de la dicotomía: carencia de amor / presencia del amor. Este contraste se presenta como una metáfora, y esta metáfora es la que nos conduce a la realidad.

La carencia de amor causa el caos y el sufrimiento; mientras la presencia del amor da la vida y la alegría. A continuación, estos contrastes aparecen en orden del proceso narrativo.

1. La sequía mata a la gente / Un árbol salva la vida de los niños.

El ambiente de sequía (usya) y hambruna (muchuy) por la ausencia de lluvia y del agua, es la expresión de la carencia del amor de la Madre Tierra.

El árbol quenua (Polylepis incana) en algunos relatos o el arbusto queshqui en otros relatos, son los que atrapan providencialmente el costal que contiene a dos niños hambrientos que están cayendo al profundo abismo.

2. Los padres no aman a sus hijos / Los animales y la papa sí aman a los desgraciados niños.
Los padres, desesperados por el deseo de sobrevivir, se olvidan del amor paternal y se vuelven egoístas: prefieren deshacerse de sus hijos. La madre (la madrastra en algunas versiones) es la que da la iniciativa de matar a los hijos. El padre no es más que un cómplice y cumplidor de la terrible orden. Es como el primer hombre en los relatos de Medio Oriente, que obedece la proposición de su compañera.

Los animales, algunos muy odiados por los seres humanos por ser depredadores de sus ganados y cultivos, sí se compadecen y ayudan a los niños enfrentándose a la temible Achicay.

-El cóndor (kuntur) devorador de los ganados atiende el llamado de auxilio de los niños desde dentro del costal, y saca el costal de la pendiente. En otro momento esconde debajo de sus alas a la niña perseguida, y tras ser insultado patea y aletea a Achicay.

-El gorrión (pichusanka, pichuchanka, pichichanka, pichicha, pichusa, parranchu), que come papas y cereales, guía a los niños hambrientos hacia los cultivos de papa.

 -El ratón (ukush, ukucha), que destruye los cereales y ropas, presta su cola al niño para que engañe a Achicay cuando en las noches le pide que le extienda su dedo para saber si ya está bien cebado como para comerlo. Este roedor también aparece en la cuerda de paja que dios le ha enviado a la vieja para que también ascienda al mundo de arriba persiguiendo a la niña que amarrada en una cadena de oro sube con su canasta que contiene los huesos de su hermano. El ratón se defiende ante los reclamos e insultos de la vieja: Mamaa millkapamanqan chukru tantatam mikukuykaa (Estoy comiendo el pan duro que mi madre me ha dado de fiambre). Y así troza la cuerda y observa cómo va cayendo la vieja.

 -El zorzal (yukris, yukis, yuku), que ataca los frutos de los árboles frutales, ayuda indirectamente a la niña. Escarba la masa antropomorfa y defeca sobre la hija que está reviviendo. Su excremento destruye definitivamente el poder mágico de Achicay.

 -El hediondo zorrillo (añas), que destruye los papales y ocales, esconde a la niña que huye cuesta arriba cargando los huesos de su hermanito. Se niega a colaborar con la vieja, y tras ser insultada le orina con puntería a los ojos.

 -El oso (ukumari, ukuku, yana puma), que mata los ganados, protege a la niña; y al no soportar los insultos desmaya a la vieja de un puñetazo.

-El venado (lluytsu, lluychu), que come los cultivos tiernos, oculta a la niña y castiga a la vieja con su chaquitaclla (chaki taklla: arado de pie) al no soportar los insultos.

-La orfandad es una de las peores desgracias que le puede pasar a los seres humanos; más aún, si son todavía niños, sin posibilidad de defenderse en esta vida difícil.

3. Achicay devora al niño / Qapaq ama a los niños.

Achicay devora al niño cebado; pero también, engañada por la niña, devora a su propia hija.
Achicay devora a los que no son sus hijos; pero, como madre, sí ama a su hija. Por eso, cuando se da cuenta que ha devorado a su propia hija recurre a todos sus poderes y conocimientos para recrearla. Defeca y vomita todo lo comido, y con esa masa hace una figura a la que comienza a darle vida usando el poder mágico de las palabras: Wawa tukuy. Wawa tukuy. Wawa tukuy… (Conviértete en hija. Conviértete en hija. Conviértete en hija). De no haber aparecido el travieso zorzal que dejó caer su excremento exactamente sobre la masa hominizada, habría logrado recuperar a su hija.

La palabra qapaq es un palíndromo que se explica mediante el siguiente proverbio: Qapaqqam, qallananpita, ushananpita, qapaq. Qapaq es qapaq desde el principio y desde el fin. Y esto se comprueba en los niveles fonético y escritural. Qapaq, denominación de la divinidad, se manifiesta en muchos sucesos a través de otros seres. A través de los vegetales como el árbol en el pecho de la roca que atrapa el costal que está cayendo al abismo. La papa que calma el hambre de los niños.

A través de los animales: cóndor, gorrión, ratón, zorzal, zorrillo, oso y venado.

A través del menhir a donde baja una cadena de oro para elevar a la niña al mundo de arriba.
La teofanía está vigente en el pensamiento andino desde la alborada de la humanidad hasta el presente. La manifestación de la divinidad está presente en la naturaleza, por eso un quechua hablante dice con mucha naturalidad: madre tierra, padre sol, madre agua, padre viento, hermana estrella, madre papa, madre maíz… Toda la naturaleza es su familia. Este pensamiento sacraliza a la naturaleza, y el ser humano no se siente dominador ni enemigo de la naturaleza; se siente una minúscula parte de ella, por eso la ama y la respeta.

La Vía Láctea es la ceniza de los huesos del niño devorado por Achicay, y cada grano es brillante por ser la ceniza de una criatura inocente. Su hermana, convertida en una estrella negra, está junto al río ceniciento. Ellos nos observan desde la inmensa lejanía.

4. El individualismo egoísta / El colectivismo solidario.

La conducta de los padres es egoísta porque prefieren la muerte de sus hijos con tal de que no les quiten la comida ni les creen problemas. Y Achicay también demuestra la conducta egoísta.Frente al individualismo se aprecia la actitud solidaria y fraternal de los niños y de la naturaleza (vegetales, animales y cerros).

Todas las veces que escuchamos el relato de Achicay comprendemos que quienes practicaron el colectivismo solidario fueron los que se elevaron al mundo de arriba; mientras la practicante del egoísmo y de la antropofagia fue rechazada por el mundo de arriba. Entonces, desde nuestra niñez, los pobladores andinos comprendemos cuál es la mejor propuesta para superar nuestros problemas. Es que el individualismo solitario no une a los humanos con los humanos, ni a los humanos con la naturaleza. El colectivismo solidario sí une a los humanos entre ellos; y a los humanos con la naturaleza.

III. Conclusiones

Por ser un relato oral siempre está cambiante como la vida; depende mucho del talento del narrador: de su memoria, de su riqueza de imaginación y de su estética verbal. Cuando hay un buen narrador nadie se aburre. Algunas veces el recurso es comparar a los personajes del relato con los personajes de la actualidad, comparar los escenarios del relato con los escenarios del lugar. La existencia de muchas versiones de un mismo relato explica su expansión espacial y su proceso de adaptación a través del tiempo; por eso, ninguna versión debe ser declarada apócrifa porque cada una responde a una realidad. Citemos algunas diferencias:

Alejar a los hijos para que no les quiten la escasa comida es la solución: en las versiones andinas los niños son arrojados en el abismo; en las versiones de la selva el padre lleva a sus hijos a un bosque lejano donde los abandona.


En el relato andino es muy natural que aparezcan el maíz en la región cálida y templada; la papa y la oca en la región templada o fría. En el relato selvático la yuca sustituye a los tubérculos andinos.
Los niños andinos llegan a la chacra de Achicay en busca de la papa. Los niños selváticos llegan a la casa de Achicay en busca del fuego.


Pero, aclaremos, se trata de los descendientes de los quechuas andinos que por algunas circunstancias de la vida llegaron a la selva y se quedaron allá; y dentro de esa realidad diferente cambiaron los escenarios y personajes del relato.

1. Los niños protagonistas del relato son víctimas del hambre causada por la ausencia del agua. Sin este elemento vital para los vegetales y animales la tierra no produce el alimento que sustenta la vida. En esa situación de inminente muerte se derrumba hasta el principio natural del amor de los procreadores hacia sus hijos. Los niños, para salvarse de la muerte subieron a las montañas, y fue en las alturas que encontraron comida que los hizo vivir, aunque sea dentro de otro peligro representado por la vieja antropófaga Achicay.

2. La carencia de agua en las zonas bajas que dependen de los ríos que bajan de los Andes no es solamente actual, fue desde la antigüedad; y en el futuro puede ser más grave debido a la disminución del caudal de los ríos debido a los deshielos. Los pobladores yungas, otra vez, subirán hacia las regiones donde hay agua. Entonces, ¿quiénes los ayudarán?

3. Este mito es una clara demostración de que las metáforas del amor, las reflexiones del bien y el mal, y la relación familiar del ser humano con la naturaleza comenzaron hace miles de años. La historia y la cultura peruanas, innegablemente, se remontan a tiempos precristianos. Solamente nos falta superar las nieblas de prejuicios e ignorancias que nublan nuestros ojos. Necesitamos limpiarnos de las nieblas para tener una clara visión de nuestra vida, de nuestra historia y de nuestro futuro común.

* * *


Notas

1 Este relato es la reconstrucción basada en tantas versiones que oí de la boca de mis mayores en la comunidad andina y quechuahablante de Quitaracsa (Áncash, Perú). En las cuevas y chozas, durante la época de la majada, era el relato repetido por diferentes narradores y con diferentes estilos. Está en la lengua castellana porque el relato y el siguiente comentario van dirigidos a los hispanohablantes.

2 Esta hija de Achicay es conocida con los nombres de María o Rosa. Quizás por ser nombres muy comunes; pero, no se descarta que pudiera ser la respuesta indirecta de los que no aceptan totalmente la religión cristiana (María, madre de Jesús; Rosa, una santa peruana).


Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Carranza Romero, Francisco: «El mito de Achicay y la cosmovisión andina» , en Ciberayllu [en línea] , 10 de agosto del 2008.
<http://www.ciberayllu.org/Ensayos/FC_Achicay.html> (Consulta: 7 de mayo del 2022).