miércoles, 21 de junio de 2017

LA ESCUELA EXIGE MÁS SACRIFICIOS A LOS CAMPESINOS

LA ESCUELA EXIGE MÁS SACRIFICIOS 

A LOS CAMPESINOS

Francisco Carranza Romero


Educarse es seguir el proceso. 

El ser humano sincero, desde tiempos antiguos no se siente autosuficiente, necesita a alguien como referencia o guía para comprender su mundo (espacio, tiempo, cultura). Los que comprenden mejor el mundo son los que logran la superación física, mental y espiritual. Este proceso de maduración mental y espiritual en el hogar, en la escuela y en la sociedad diferencia a unos de la gran mayoría.

Desde que la educación se escolariza comienza la diferenciación porque intervienen muchos elementos: docente, alumno, currículo, local, material didáctico y documento del proceso alcanzado.

Todos sabemos que las escuelas se abren primero en los palacios. Los mejores locales escolares son construidos en las ciudades. Los materiales didácticos (libros, laboratorios y equipos de multimedia) también están más al alcance de los citadinos. 

Por esta diferenciación, los pobladores de las áreas rurales, los campesinos, tienen que enviar a sus hijos -algunas veces en edad infantil- al pueblo donde hay escuela. Los padres y los hijos del campo sufren este doloroso desgarramiento familiar por optar la educación escolarizada como única opción de superación. En ese proceso de la escolarización muchos desertan; pocos continúan hasta donde pueden. El citadino común no comprende ni se imagina este sacrificio porque todo lo tiene cerca. 

Los docentes, en su gran mayoría, no son misioneros de la educación; son personas que prefieren laborar en las ciudades donde hay comodidades y ventajas. Sin un buen incentivo no hay la motivación para laborar en las áreas rurales; peor, si éstas quedan muy distantes de las urbes. Sin embargo, a pesar de estas enormes desventajas, hay estudiantes del campo que, haciendo grandes esfuerzos, tratan de cumplir las etapas del proceso escolar.

La escolarización es rito y tortura.

“La educación es hoy la versión contemporánea de la piedra filosofal (Alquimia)... Es el procedimiento mediante el cual los metales ordinarios son amasados a través de sucesivas etapas hasta que brillan como el oro puro… Hoy, la fe en la educación se ha convertido en una nueva religión mundial”. (Iván Illich: Discurso ante la Asamblea Mundial del World Council of Christian Education, Lima 18 de julio de 1971).

La escuela, como dice Illich, se ha convertido en el templo que transforma a los seres humanos. “Extra eclesiam nula salus est” fue el principio usado por los evangelizadores cristianos. Ahora podemos decir: “Extra scholam nula salus est” (Fuera de la escuela no hay salvación). “Todo el poder terrestre va rumbo a las manos de la minoría educada” (Iván Illich, texto citado). Si los certificados, documentos de poderes mágicos dentro del mundo burocrático, sólo sirviesen para reconocer los logros escolares alcanzados, qué bien; pero, desgraciadamente, sirven también para diferenciar a los que tienen los certificados de los que carecen de éstos. La escuela, así, es una institución diferenciadora y hasta discriminadora.

El poeta César Abraham Vallejo Mendoza (1892 – 1938) narra su dolorosa experiencia andina, ya que tuvo que abandonar su hogar para ir a otro pueblo a continuar el rito escolar. En su pueblito no había un colegio.

“Lánguidamente su licor.
-Y mañana, a la escuela -disertó magistralmente el padre, ante el público semanal de sus hijos.
-Y tal, la ley, la causa de la ley. Y tal también la vida. Mamá debió llorar, gimiendo apenas la madre. Ya nadie quiso comer. En los labios del padre cupo, para salir rompiéndose, una fina cuchara que conozco. En las fraternas bocas, la absorta amargura del hijo, quedó atravesada”.

La experiencia de César Vallejo es conmovedora: La madre acepta la separación del hijo soportando el llanto, pero gimiendo en su interior. El padre, después de pronunciar la dura decisión, no puede sacar la cuchara que había entrado en su boca. Los hermanos y César sienten la amargura y dureza de la vida. Todo este sacrificio por la escuela se sigue repitiendo.

Yo también tuve que abandonar mi familia y mi comunidad (Quitaracsa, a 3300 snm, ubicada, departamento de Áncash, Perú) a tierna edad porque mi escuelita era sólo hasta el Segundo Año de Primaria. Saboreé el trago amargo de la escolarización. Mis padres y hermanos mayores acordaron enviarme a Caraz (capital de la provincia de Huaylas, a dos días de viaje por camino de herradura hasta la carretera; de allí a dos horas en carro) porque querían que yo continuara los estudios para no ser otro peón de la hacienda. 

Mi comunidad había sido registrada en las notarías por unos vivos que, denunciando la tierra como abandonada, se creían dueños de tierras y pobladores. Mi recuerdo infantil: mi abuelo materno, mi padre y mi hermano mayor perseguidos y maltratados por los gendarmes enviados por las autoridades judiciales y policiales. ¿La causa de las persecuciones?: Decir que la tierra era nuestra desde hacía miles de años aunque no tuviéramos el título de propiedad. La proclamación de la independencia del Perú, 28 de julio de 1821, no benefició a los pobres campesinos quechuas que siguieron pagando tributos y sufriendo la invasión de sus terrenos.

Ahora les comparto mi primera despedida por tener que ir a la escuela lejana.
 ¡Aywallaa mamay!” (¡Mamita, ya me voy!)

Me despido desde la puerta de la cocina. Ella alza la cabeza: Shumaqlla ayway (Que te vaya bien). Pero, pronto se agacha. Sólo nos vemos por un segundo. Está muy ocupada. Está lavando y enjuagando los mates, cucharas y ollas. Sin embargo, apenas yo desaparezca, el manantial de sus ojos se desbordará.
Si me despidiera tocándola, sintiéndola; ella me abrazaría fuerte; y yo ya no me arrancaría de ella. Ambos lastimaríamos nuestros frágiles corazones; derramaríamos más líquido sobre los mates y ollas.
Ahora, ya septuagenario, recurro a la razón: Imposible, mamá, volver a ti. Al nacer ya inicié el camino. Soy producto del largo viaje.
Sin embargo, sueño mucho con las despedidas. Cuántas veces digo desde cerca, desde lejos: ¡Aywallaa mamay! ¡Aywallaa mamay!
Nuestras lágrimas riegan el borde del camino. Estamos regando nuevas plantas.

La escuela no es una panacea, pero es una esperanza.

A pesar de los sacrificios de los pobladores que viven lejos de las urbes, la escuela cambia la sociedad cuando la praxis laboral se basa en la sana meritocracia. Los pobres, gracias a la educación, mejoran sus condiciones. La buena escuela, aunque no sea una panacea, desarrolla la revolución pacífica que el mundo necesita; está contra la depredación de la naturaleza; promueve la fraternidad y la interculturalidad que supera la clasificación de cultura oriental vs. cultura occidental; construye la sociedad inclusiva sostenible.

Sin embargo, también debemos aceptar que de la escuela egresan ciudadanos de toda laya: solidarios e individualistas, honrados y ladrones, veraces y mentirosos, laboriosos y haraganes, generosos y egoístas, constructores de utopías y destructores de sueños, demócratas y dictadores, idealistas y pragmáticos, leales y traidores…


Francisco y algunos familiares en Lima, junio de 2017





sábado, 3 de junio de 2017

EL SEBICHE Y EL PISCO SON PERUANOS

EL SEBICHE Y EL PISCO SON PERUANOS


 Francisco Carranza Romero

Profesor de la  Universidad de Corea del Sur

 ¿Dónde está el respeto de la propiedad intelectual suscrito por la mayoría de los países de la ONU? ¿Acaso el pueblo no es el autor intelectual de un producto alimenticio? El efecto y defecto de la globalización sin ética es, desgraciadamente, lamentable. En el mundo del negocio no hay ética.

El sebiche es tan antiguo como el poblador de Caral y Sechín

Hace miles de años, los antiguos pobladores de la costa peruana comían la carne de pescado, con preferencia, macerada con sal y picante. Los quechuas de hoy, aun antes de probar la carne de pescado cocida con el jugo de limón (cítrico que llegó con los españoles en siglo XVI), saben que sipichiy o sipchiy (por la elisión de un sonido interno) significa “hacer jirones o tiras”[i]. Y al comer el sebiche comprueban que la carne de pescado y los mariscos están desmenuzados y en jirones.

Entonces, toman conciencia de que la palabra sebiche es la hispanización fonética del sustantivo quechua sipichi. En español, la vocal cerrada en la distribución final absoluta de una palabra, se abre a su respectiva media: i > e; u > o.  

Cebiche, ceviche, seviche, sebiche: problema ortográfico y no fonémico

En la transcripción del nombre de esta deliciosa comida surgen serios problemas ya que la ortografía insegura y caprichosa presenta cuatro posibilidades: ceviche, cebiche, seviche, sebiche. Un problema, por suerte, que afecta sólo a la escritura; poco a la pronunciación y nada al sabor.

“El Diccionario Panhispánico de Dudas”, libro elaborado y editado por la Real Academia Española y por la Asociación de Academias de la Lengua Española, dice al respecto: “cebiche. Plato hecho con pescado o marisco crudo en adobo, típico de varios países americanos. […] Se escribe también ceviche. […] Existen y son válidas, las variantes seviche y sebiche (la menos usada), que trasladan a la escritura la pronunciación con seseo propia del español de América y de buena parte de España”2.

Por mi condición de americano y bilingüe en las lenguas quechua y español, yo prefiero escribir sebiche (letra ese en vez de la letra ce), tal como se aprecia desde el título de este artículo. Y si hacen falta las razones, aquí están: 
1. Los hablantes del castellano del Perú y de otros países de América no hablamos diferenciando la ese, la zeta y la ce (ante las vocales e, i) como diferencian los madrileños y los barceloneses. Los hispanoamericanos somos seseantes como Andalucía y “buena parte de España” que se volcaron hacia América durante las primeras décadas de la conquista y la colonia. Por eso, no hay ninguna razón fonética ni ortográfica para escribir la letra ce en la primera sílaba de la palabra quechua sipichi, nombre del delicioso plato. Por algo las academias ya no consideran erróneas: mesclar, sonsera, sonso, etc. ¡Qué sonsos los que no buscan la simplificación de los problemas!

2. Mi preferencia es también por la consonante b (fonema oclusivo labial sonoro). El cuadro fonológico del castellano tiene solamente un fonema /b/ que es oclusivo, labial, sonoro. La letra uve, aunque se escriba diferente de la be, suena igual. El fonetista español Antonio Quilis, al describir la oclusiva labial sonora /b/, dice: “Ortográficamente responde indistintamente a los grafemas b o v”3. Por esta razón, yerran los que pronuncian ortográficamente la uve como labiodental. La be y la uve (algunos la llaman “ve chica) se pronuncian igual en todo el mundo hispano. Y en la historia de la ortografía castellana se observa la confusión de uve y la vocal u.

Ahora me acuerdo de alguien que, sin criterios lingüísticos, explicaba en el aula dos maneras de escribir el nombre de este plato: “Con ese se usa la ve chica: seviche. Con ce se usa la be grande: cebiche”. Sus criterios habrían estado basados en la imagen visual de la palabra escrita; pero no en la pronunciación.

Que la consonante pe (de la palabra sipichi), en posición intervocálica, se haya convertido en be por el fenómeno de la sonorización, es común en muchas lenguas del mundo. Así le pasó al latino lupum (acusativo de lupus) que pasó al castellano como lobo.

3. El hecho de que la vocal quechua i de la primera y tercera sílabas (de sipichi) se haya abierto hasta convertirse en e, no es ninguna novedad. Así ha ocurrido con otras palabras quechuas al castellanizarse: kuka > coca; kuntur > cóndor; suruchi > soroche (el mal de la altura). Repetimos: El romance castellano tiende hacia la apertura vocálica, especialmente en la sílaba final. Como ejemplos, otra vez, recurrimos al latín: medium > medio; pigritia > pereza.

Descartando las inexplicables ortografías de “cebiche, ceviche y seviche” sólo nos queda la forma sebiche que es más fonética, fácil y explicable. Además, esta preocupación de relacionar la fonética con la escritura en la lengua castellana es muy antigua. Bastan las citas de dos autoridades de siglos XV y XVI. Nebrija: “Que así tenemos de descreuir como hablamos y hablar como escriuimos”4. Valdés: “[…] quiero guardar mi regla de scrivir como pronuncio”5.

Si el uso puede generar una norma, propongo que escribamos sebiche, ortografía más fonética. Basta de estar complicando la escritura del nombre de un plato tan popular en todo el mundo hispano. Con la ortografía ya simplificada podremos decir y escribir con mayor seguridad la palabra sebiche, y comprender su origen quechua y sus variaciones al castellanizarse.

Pero, no nos debe sorprender que algún ignorante de la lengua quechua busque la etimología de la palabra sebiche en el árabe o en alguna lengua africana, tal como han hecho con las palabras caribeñas tabaco y banana. La explicación de los fitónimos y etnónimos americanos deben explicarse, primero, por las lenguas nativas de América.

Y los peruanos, aunque confundidos con varias maneras de escribir, nos alegramos del aporte culinario peruano a otros países; pues los mexicanos y los centroamericanos preparan y comen también el rico sebiche saborizándolo con mucho tomate que les gusta mucho.

PISCO
Pisco, el nombre del aguardiente de uva que lleva el nombre del lugar donde primero se fabricó, también es quechua (pisqu, pishqu, pisku) –las variedades de escritura, explican las variedades dialectales del quechua– y significa ave, pájaro. Con este aguardiente se prepara el delicioso coctel “pisco sour” (aguardiente de uva con clara de huevo y limón).

Geográficamente, Pisco fue y es el lugar de descanso de las aves migratorias. Es un buen ejemplo de cómo un zoónimo se convirtió en topónimo para luego pasar a etnónimo. Fuera de los problemas ortográficos, como el caso del sebiche, lo que disgusta es que las grandes empresas y otros países patenten y se apropien descaradamente y con toda libertad de los productos de otros pueblos como suyos para beneficiarse después con las regalías. ¿Dónde está el respeto de la propiedad intelectual suscrito por la mayoría de los países de la ONU? ¿Acaso el pueblo no es el autor intelectual de un producto alimenticio? El efecto y defecto de la globalización sin ética es, desgraciadamente, lamentable. Una prueba más de que en el mundo del negocio no hay ética.




1 Carranza, Francisco: “Diccionario quechua ancashino – castellano”, Vervuert, Frankfurt, 2003.
2 Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española: “Diccionario panhispánico de dudas”, Santillana, Bogotá, 2005, p. 127. El resaltado es mío.
3 Quilis, Antonio – Fernández Joseph: “Curso de fonética y fonología españolas”, CSIC, Madrid, 1975, p. 77.
4 Nebrija, Antonio de: “Reglas de orthographía en la lengua castellana”, edición de Antonio Quilis, Instituto caro y Cuervo, Bogotá, 1977, p. 121.
5 Valdés, Juan de: “Diálogo de la lengua”, edición de Antonio Quilis, Plaza Janes, Barcelona, 1984, p. 126.