viernes, 7 de abril de 2017

INCINERACIÓN DE CADÁVERES, UNA ALTERNATIVA ECOLÓGICA

INCINERACIÓN DE CADÁVERES, 

UNA ALTERNATIVA ECOLÓGICA 


 Francisco Carranza Romero 


 
   Cremación en Ubub, Bali

El último examen: el acto de morir

Los seres humanos, sin ninguna excepción, somos seres para morir. El rico y el pobre enfrentan este último examen de la existencia: el acto de morir. Pocos son aprobados por demostrar serenidad y aceptación del proceso vital; pero, muchos son desaprobados por sus quejas y por no aceptar el proceso fatal.

Las tumbas son depósitos de enfermedades

Después de que el cuerpo es declarado muerto, el cadáver es depositado debajo de la tierra (acto descrito con los verbos enterrar, inhumar) o metido dentro de un nicho (el verbo ennichar, es de poco uso). Dentro del nuevo hábitat, las bacterias, los hongos y los virus siguen vivos y dispuestos a salir algún día para apoderarse de otro cuerpo vivo. Cuántos profanadores de tumbas mueren contagiados por enfermedades raras.



Si antes los cementerios estaban fuera de los pueblos; ahora quedan dentro de las ciudades debido al crecimiento urbano. Y algunos se han convertido en atractivos turísticos con cafeterías y restaurantes. Aun así, no dejan de ser los depósitos de gérmenes patógenos.

Los andinos y los coreanos, que conservan la cultura tradicional, prefieren la tumba en las partes altas desde donde puedan verse abajo el pueblo, el río y el camino. Nunca debajo de acequias ni en los lechos de los ríos aunque estén secos.

La vida y la muerte son también negocios

Si el ser humano es un objeto mercantil en vida, después de la muerte lo sigue siendo. Algunas instituciones de salud negocian con la salud. Atienden al paciente según su condición económica.

También hay prósperos negocios gracias a los muertos. Las funerarias, relacionadas con los hospitales, ofrecen ataúdes y velatorios según las categorías económicas. Los vendedores de arreglos florales ofrecen ramos y adornos de diferentes precios. Los actos litúrgicos (misas y responsos), muchas veces, tienen categorías según la paga. Los cementerios diferencian a los pobres y ricos con fosas comunes, nichos y lotes de terreno para mausoleos. Las clases de tumbas, indudablemente, demuestran las jerarquías económicas post mortem. Las lápidas y otros adornos marcan las diferencias. El difunto, sin excepción, es tratado según las posibilidades económicas de sus familiares.

Juzgando con frialdad: Es demasiada la complicación para depositar los cadáveres con muchas enfermedades latentes.

Por el culto a los muertos (necrolatría) y otras creencias sobre la existencia post mortem, pocos se atreven a tocar los cementerios que guardan los cuerpos podridos y resecos. Las autoridades, que dependen del voto popular, son los que menos se atreven porque temen perder los votos. Además, ellos –seguramente- ya tienen sus nichos o un lote en el cementerio.

El culto a los muertos difiere según las culturas y lugares. Por ejemplo, en Corea, prefieren enterrarse en las partes más elevadas con relación a los valles o llanos. Además, si los geománticos dicen que tal cerro tiene energías positivas, inmediatamente sube el precio de los lotes en ese cerro, porque todos los que pueden pagar desean trasladar los restos de sus antepasados al lugar de buenas energías. Es que, si los antepasados reposan en un lugar de buenas energías, ellos ayudarán mejor a sus descendientes.

La incineración es una buena alternativa.

     Cremación de un ataúd
                                                                  
    Crematorio Hayumbe en Bath (Inglaterra)


Los budistas, desde hace muchos siglos, practican la cremación. Las cenizas de los difuntos las arrojan a los ríos, mares y montañas sin peligro de contaminarlos. Este acto, de ninguna manera, significa que amen menos a sus difuntos.

Investigando sobre la incineración en los pueblos antiguos de América, hallo el caso de los pánucos (Veracruz – México) que antes de la llegada de los españoles incineraban a sus médicos muertos (Francisco López de Gómara: Historia General de las Indias). Por tanto, los budistas asiáticos no son los únicos que practicaron este rito en la antigüedad.

Ahora, un caso familiar: Cuando mi padre tuvo sus achaques a un siglo de su existencia, tuvimos una reunión familiar donde hablamos sobre este asunto. El anciano nos habló con toda lucidez: "Wañuskiptii, kay aytsaata waykayanki. Ima qishyaynii nuqawan ushakatsun. (Cuando me muera, quemen mi cuerpo. Que mis males se acaben conmigo). No quiero que mi cuerpo se reseque en el nicho porque, por un terremoto, mis huesos caerán en pedazos. Entonces mi calavera rodará como pelota. -Se refería al terremoto de 1970 que derrumbó nichos en los cementerios de Áncash-. ¡Qué vergüenza! Quiero que mi cuerpo se convierta en polvo lo más pronto posible. Pero, por favor, que una porción de mi ceniza vuelva a nuestro pueblo”.

Ese día comprendí que la madurez mental no sólo se logra por la educación escolarizada. Mi padre, un campesino andino, sabía de Tanatología y Ecología mucho más que los egresados de las universidades. El quechua era sólo un código para transmitir lo que había reflexionado. Cuando falleció a los 102 años fue incinerado en Trujillo, y yo llevé una porción de su ceniza a nuestro pueblo natal.

Así como aumenta la población, también aumentan los muertos; por tanto, se requiere de más espacio para las necrópolis. Este problema se puede solucionar con las cenizas guardadas en pequeñas urnas, y éstas se pueden conservar donde sea sin temor de que contaminen el medio ambiente. Y algunos piden que sus cenizas sean vertidas en ríos, mares, montañas y hasta en sus chacras para confundirse con la Madre Tierra. Quizás así, el amor por nuestros difuntos podría pasar a la naturaleza.
                              
¿Quiénes se oponen a la incineración?

Los que más se oponen a la cremación son las instituciones que se benefician con el negocio de las tumbas. Pero, en los cementerios también hay lugares para conservar las cenizas de los familiares.

Quienes consideran a la Biblia como la única fuente de la verdad, buscan allí las respuestas a todos los problemas, al no encontrarlas, no dan el paso hacia el cambio. Con la interpretación literal de la “resurrección de los muertos”, cuestionan: Si se queman los cuerpos, ¿cómo van a resucitar?

Un sacerdote andino, cuando hablamos sobre la cremación, dijo: “Eso no dice La Biblia. Y yo ya compré mi sitio”.

Pero otro sacerdote de mucha reflexión, Wenceslao Calderón de la Cruz, me confió su decisión: “Yo quiero ser incinerado, y me gustaría quedarme en el local parroquial que fue construido con la participación de los fieles y la ayuda económica de los católicos de Alemania y Corea del Sur”. Gracias a Dios, se cumplió su deseo. Y, desde su cremación, hay más incinerados en su parroquia.

Si realmente queremos evitar la contaminación de nuestro hábitat, la cremación es la alternativa más conveniente. Para aceptarla, hay que hacer el esfuerzo de cambiar nuestra tradicional manera de pensar. Y el Perú tiene muchos recursos de combustión como el carbón de piedra y gas.

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