sábado, 15 de octubre de 2016

A GOLPES SE DERRIBAN LOS CERCOS,



A GOLPES SE DERRIBAN LOS CERCOS
Francisco Carranza Romero



El ciudadano Edmundo -llamémoslo así a este ciudadano del mundo- de padres asiáticos, nació en Las Canarias, España. El nombre de la isla importa poco. Por el principio legal jus loci o jus terrae (la nacionalidad por el lugar de nacimiento), más aceptado y practicado en el mundo, es canario, es español. 

En los primeros años de la adquisición de la lengua aprendió la lengua de sus padres asiáticos y el español canario. Por la obsesión educativa de sus padres aprendió otras lenguas con el correr de los años: francés, árabe e inglés. Comparado con un monolingüe hispano, Edmundo era de un mundo más vasto y de mayor tolerancia por la coexistencia de varios códigos comunicativos en su mente. 

Su condición de multilingüe y multicultural le ayudó en la Primaria y Secundaria a desarrollar su memoria, raciocinio y comprensión; los que se demostraron en sus calificaciones sobresalientes.

Sin embargo, por sus ojos pequeños y rasgados, desde la niñez estaba cansado y casi resignado de escuchar el calificativo dirigido a él: ¡Chino! ¡Chino! ¡Chino! Y estas palabras, algunas veces, se volvieron en insultos por la mala intención de algunos emisores. “Yo no soy chino, soy español y coreano. Debo aprender a defenderme de estos tipos que joden mucho”- Fue esta decisión que lo llevó a tocar la puerta de un gimnasio de las Palmas de Gran Canaria para aprender el boxeo y la lucha canaria. Entonces ya tenía 18 años.

Las minorías étnicas sufren las burlas y ofensas de la mayoría. Fenómeno social no sólo de Las Canarias sino de todo el mundo porque los grandes rebaños ponen dificultades de integración a los nuevos miembros y a las minorías.

A los 19 años Edmundo se presentó al ejército español como voluntario. Por sus buenas condiciones físicas y certificados de estudio fue aceptado ipso facto. Allí también fue llamado “chino”; pero no tan insultativo como en otros casos. Demostrando disciplina, buena voluntad y su facilidad para comunicarse en varios idiomas pasó el tiempo que dura el servicio militar. Algunos jefes, que no eran unos simples militares, reconocieron sus cualidades y coincidieron: Edmundo no es un soldado común.

Cuando ya se acercaba el tiempo de ser dado de baja, un comprensivo superior lo llamó y aconsejó: Soldado Edmundo, postula a la Guardia Civil, allí se necesita gente de buena formación física y mental. Además, tú sabes varios idiomas. Si ingresas, serás muy útil a la institución.

Volvió sonriente y con un proyecto a la casa, se preparó e ingresó a la Guardia Civil. Como parte de su formación policial, tuvo que ir a un centro de adiestramiento en Zaragoza. Allí, otros nuevos miembros de la Guardia Civil, en especial los del norte de España, comenzaron a fastidiarlo a cada rato y en voz alta: ¡Chino! ¡Chino! ¡Chino! Sin embargo, el andaluz Pepe, harto de los jodidos compañeros norteños, lo trató con amabilidad y hasta evitó que le hicieran el cargamontón, propio de las manadas de las fieras uniformadas.

-Edmundo, no hagas caso a esos giles que se creen los únicos españoles. ¡Esos joden por joder! Hasta conmigo se meten porque soy sevillano.

Edmundo estaba muy preocupado. ¿Cómo debo responder a estos jodidos y cansones? ¿Alguno de ellos sabrá boxear? Ese Santiago me jaló la manta anoche al pasar cerca de mi cama, y me ha empujado delante de todos en la fila antes de entrar al rancho. Es más alto y fornido que yo, pero jadea rápido en las carreras y planchas. Tiene mucha popularidad entre los norteños. Veré la oportunidad para demostrarle que no le tengo miedo. Sí, lo haré, pase lo que pase.

Un mediodía, en un momento de descanso, salieron a la cancha de fútbol para relajarse. En eso, cuando Edmundo pasaba con su maletín en el hombro izquierdo, una pierna se interpuso en el camino. Edmundo casi se fue de bruces, la rápida reacción del fuerte brazo derecho lo evitó; pero sí cayó el maletín que contenía sus materiales deportivos. El grupo de Santiago soltó una carcajada sonora. Edmundo se paró rápido y firme. Abrió las piernas, miró desafiante a los que se reían de él, respiró lentamente mientras la sangre le subía a la cabeza. Esto es provocación, si no les respondo me pueden humillar, pensó decidido.

-¡Quién fue! -Gritó y miró sin miedo al grupo provocador-. Repito: ¡Quién fue! ¡Quién de ustedes es el más macho para pelear conmigo! –Sacó los guantes de su maletín que ya estaba en su hombro izquierdo y les mostró a los sorprendidos y mudos provocadores. Ellos no esperaban esa respuesta-. Aquí están los guantes -habló palabra por palabra mostrando el par de guantes marrones-. Repito: ¡Quién pelea conmigo!

El silencio del grupo continuó ante la inesperada reacción. Unos bajaron los ojos, otros se quedaron mirándolo con las bocas abiertas. Pepe, inmediatamente, se puso al lado de Edmundo. La pelea tenía que ser uno contra uno. Los bravucones de rebaño recularon. Un jefe que había escuchado una voz desafiante aceleró los pasos sospechando que algo pasaba cerca del campo de fútbol.

-¡Oye, Santiago!, tú hiciste esa mala broma. Ahora recibe, ponte estos guantes y demuestra cuán bueno eres en la pelea como en el cachondeo.

Ante la mirada desafiante de Pepe y Edmundo, Santiago recibió los guantes de mala gana. Un compañero norteño comenzó a amarrarle los guantes. Pepe sonreía, mientras amarraba los guantes a Edmundo; estaba seguro que su amigo daría una buena lección a ese creído Santiago. Antes y después de las prácticas del boxeo en las noches platicaban y así se sabían muchas cosas.

Rápido se formó un círculo para ver la pelea del fastidioso y vozarrón Santiago versus el noble y amigable Edmundo. Los sureños y los del centro se juntaron a Pepe.

Después de unos carraspeos nerviosos de Santiago comenzó el intercambio de los primeros golpes. Edmundo, recordando todo lo sufrido, lanzó un derechazo al estómago de Santiago, quien bajó la guardia e inmediatamente respondió dejando su rostro sin protección. Esta situación fue aprovechada por Edmundo que le golpeó la cara varias veces. Eran los golpes contenidos. Santiago, con el rostro rojo y herido en su orgullo, se lanzó al ataque sin estrategia y sin control demostrando que no sabía boxear. En esa desesperación siguió recibiendo golpes en las orejas, en la frente, en la nariz, en los labios… hasta que la sangre brotó de las fosas nasales y encías.

-¡Basta! ¡La pelea terminó! -Era el jefe que había visto la desigual pelea-. Ahora, quítense los guantes y dense las manos como buenos deportistas y compañeros de la Guardia Civil.

Inmediatamente los compañeros ayudaron a desatar los guantes. Ante la sonrisa del grupo de Pepe y la seriedad y la palidez del grupo de Santiago, los boxeadores quedaron sin guantes y se dieron las manos. Edmundo apretó fuerte la mano fría de Santiago. Desde entonces, el guardia Edmundo fue respetado por todos. Y Pepe, emocionado, contó varias veces que su amigo había sido campeón canario del boxeo, que también sabía la lucha canaria, y que hablaba muchas lenguas.

Algunas veces, para entrar al círculo social cerrado hay que derribar los duros cercos. Edmundo volvió a Las Canarias donde fue ubicado en una sección especial donde se usa más la inteligencia que la fuerza física.

Una pregunta, quizás innecesaria para quienes conocen Asia: ¿Cuál habría sido la vida de Edmundo, de padres extranjeros, si hubiera nacido en Corea o Japón?


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