domingo, 21 de febrero de 2016

CIVILIZACIÓN Y VACUIDAD

CIVILIZACIÓN Y VACUIDAD

Francisco Carranza Romero



En esta época de abismales diferencias en la economía y comodidad, los supuestos

 “desarrollados” califican de “incivilizados” a los ciudadanos pobres que no gozan los

 beneficios de la modernidad. Sin embargo, cuando comenzamos a dialogar con estos

 supuestos civilizados nos topamos con palabras y frases vacías en sus enunciados. Y, para

 no divagar voy a referirme sólo a los nombres propios de personas y lugares, que muy

 pocos saben sus significados. Y, evitando la mera retórica, prefiero referir algunas

 anécdotas esperando que los hechos demuestren mejor los argumentos.


Primera anécdota. En un viaje diurno de muchas horas en ómnibus me tocó como

compañero del asiento lateral a un hombre de negocios con quien comencé a conversar para

soportar varias horas dentro del vehículo. Después de un intercambio de saludos nos

presentamos declarando nuestros nombres. Así supe el nombre completo del señor: Ismail

Chata Rico. Al instante se me ocurrió una pregunta: ¿Qué significan su nombre y apellidos?

El señor me miró sorprendido, alzó los hombros casi hasta sus orejas, movió la cabeza de

izquierda a derecha varias veces como para mostrarme que mi pregunta era irrelevante.

Como persona “moderna y civilizada” no se preocupa por los significados de las palabras

que lo identifican. En el silencio, consecuencia de mi pregunta quizás imprudente, pensé en

la Antropononimia (nombres de personas): Ismail (forma árabe de Ismael, y significa: Dios 

escucha). 


Recordé a los musulmanes ismaelitas. Como también hablo quechua, lo relacioné con

ismay (excremento. Recordé en la oniromancia: soñar ismay es buena suerte porque el

 dinero tiene el color de ismay). Chata (bacín plano, con borde entrante y mango hueco, por

donde se vacía. Se usa como orinal de cama para los enfermos que no pueden

incorporarse). Rico (usado tanto para el sabor como para la riqueza). Mi compañero de viaje

ni se percató nada de mis pensamientos ni sospechó de la coprolalia.


Entonces recordé al autor de la Aulularia, el romano Tito Maccio Plauto (254 a. C.–184 a

C.), a quien se le atribuye la expresión: Nomen est omen (El nombre es el destino). Para

algunos los nombres y apellidos son signos importantes porque marcan la identidad de una

persona. En el viaje evité cualquier comentario sobre el nombre. Pero, hasta ahora no olvido

su nombre.


Personas como Ismail son la gran mayoría. Y los que se interesan en saber los significados

de los nombres son considerados raros y supersticiosos. “El nombre no hace a la persona”

dicen los despreocupados; pero, saber su significado tampoco es malo ni negativo.

Personalmente, prefiero saber el significado de mi nombre para no dejarlo como un enigma.


Sin embargo, tanto en América como en Asia todavía hay gentes que, cuando nace una

criatura, tienen la costumbre de ponerle el nombre que haga la armonía semántica y fonética

con los apellidos; es decir, palabras que indiquen su razón de existir como un ser humano.

En Perú, algunos, por hablar el quechua, recurren a este idioma para buscar nombres que

armonicen en lo fonético y semántico con los apellidos: Ayra (encantamiento), Corihuayta

(quri wayta: flor de oro, trato de mucha cortesía a una dama), Cuyana (Kuyana: que merece

el amor), Imasumac (ima sumaq: qué belleza), Inti (sol), Janca (hanka: nieve), Jahuirrumi

(hawi rumi: piedra plantada o erguida), Jatuncay (hatun kay: ser grande), Jirca (hirka:

colina), Kusicoyllur (kusi quyllur: estrella alegre), Ñusta (princesa), Rumi (piedra), Shayhua

o Sayhua (shaywa: lindero), Yanachasca o Yanacoyllur (yana chaska, yana quyllur: estrella

negra), Yacu (yaku: agua), etc. También he comprobado que algunos recurren al latín para

hacer nuevos nombres como Deifilia (hija de dios), Bonanova (buena nueva).


Segunda anécdota: Un campesino de Quitaracsa, después de dos días de viaje, entró a la

oficina de la Municipalidad de Yuramarca (Áncash, Perú) para registrar a su hija con el

nombre Ayra. La funcionaria, apenas escuchando el nombre, le rechazó. “Ese nombre no

existe. Si quiere, le asiento la partida con el nombre Maira”. El sorprendido y cansado

campesino, prefirió concluir el caso lo más rápido posible porque ya pensaba en el retorno a

su casa. 


La funcionaria distrital que registró el nombre Maira, transcrito con criterios de

fonosintaxis: /mái-ra/, estoy casi seguro, ignora su origen y significado. Este nombre es el

resultado de dos fenómenos fonéticos: 1. Cambio de ubicación de la vocal i del nombre

María /ma-rí-a/ a la primera sílaba que se convierte en diptongo y origina el nombre Maira.

2. Cambio del acento de intensidad: En el nombre María el acento está en la vocal i; en

Maira, el acento está en la vocal a. A estos cambios los lingüistas llaman metátesis. Sólo el

que estudia la historia y la lengua quechua sabe que el nombre rechazado Ayra significa

encanto, encantamiento. Con este nombre los quechuas resistieron y siguieron practicando

el rito “quyllur tushu” (danza estelar) o el “taki unquy” (melopatía) tan perseguido por los

sacerdotes extirpadores de idolatrías. “Cristóbal de Albornoz […] descubrió entre los

dichos naturales la seta e apostasía que entre ellos se guardaba del Taqui Ongo, que por

otro nombre se dice Aira” (Taki Ongoy: de la enfermedad del canto a la epidemia. Editor:

Luis Millones. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, Chile, 2007; pág.

124).


¿Desde cuándo las personas se olvidaron del significado de sus nombres? ¿Los padres se

despreocuparon de los nombres de sus hijos? ¿No les importó la combinación fonética y

semántica de los nombres y apellidos? ¿La excesiva ansiedad por ganar el dinero les habría

secado la creatividad, la investigación e imaginación?


Por mi experiencia vivencial sé que los coreanos, apenas nace la criatura, acuden a los que

saben sugerir los nombres tomando en cuenta los datos de la genealogía, la fecha y hora de

nacimiento y la relación del destino con el símbolo fónico y gráfico. Por el prestigio

histórico de la lengua china, generalmente relacionan la idea con el ideograma chino; por

eso, los nombres coreanos aparecen también en chino. Y lo importante, saben el significado

de sus nombres que, generalmente, no pasan de tres sílabas. Y, si en la vida tienen más

dificultades que éxitos, pueden cambiarse de nombre porque lo culpan de traerles la mala

suerte.


Tercera anécdota: Es un caso de hipocorístico (variación del nombre por el trato afectivo;

un cariñativo): Un técnico limeño llega a mi casa para auxiliarme porque mi computadora

tiene problemas. Dialogamos mientras resuelve el problema.

-Me llamo Guillermo, pero me dicen Memo -me extiende su tarjeta.
.
-Oiga, no permita que le digan Memo; preferible Guilli o Guillicho como decimos los que

hablamos el quechua.

-¿Por qué?

Deja de manipular la máquina y me clava la mirada. Entonces tomo el DRAE (Diccionario

de la Real Academia Española) que lo tengo cerca de la máquina. Y le muestro: memo adj.:

tonto, simple, mentecato.
 
-¡Pucha! -Relee lo que dice el diccionario-. Recién me entero de esto. Pero…, no creo que

todos sepan.
..
Mientras él manipula las teclas y los programas en silencio, lo observo con respeto porque

sé que está herido por la evidencia.

- Pero, ahora ya lo sé -concluye-. Gracias.

-De nada. Muchos hablan sólo por hablar.

Trato de consolar al sorprendido señor Guillermo, quien, estoy seguro, evitará en adelante

que lo llamen “cariñosamente” Memo.


Hasta hace poco los católicos se ponían los nombres de los santos mirando el calendario del

santoral; pues, cada día del año está dedicado a uno o varios santos. En esto intervenía con

mucha autoridad el sacerdote que aconsejaba a sus feligreses a ponerse el nombre del santo

del día para quedar bajo su protección. Y los obedientes católicos seguían las

 recomendaciones del padrecito.


El modernísimo ciudadano del siglo XXI, generalmente, no puede explicar siquiera sus

nombres porque es el resultado de nuevos criterios para nombrar a los hijos: referencia

afectiva a los familiares mayores, a los personajes históricos, a los famosos de la política

deporte, arte y religión. Nuestra civilización “moderna y desarrollada” tiene una inmensa

vacuidad que se manifiesta hasta en los nombres propios.


Esta vacuidad o nominación errónea también aparece en las toponimias. El caso del nombre

del nevado peruano Alpamayo es un dato evidente. Allpamayu (allpa mayu: río terroso) es

el nombre del río que fluye en la parte baja del nevado piramidal (Shuyturrahu: nevado

piramidal, que según la ortografía castellana es: Shuyturraju). Y este río al llegar al río Santa

es llamado río Cedros por los árboles que fueron plantados durante la construcción de la

carretera y la Hidroeléctrica del Cañón del Pato. Un hidrónimo ha sido convertido en

glaciónimo por la ignorancia del quechua. Aunque los geógrafos y cartógrafos ya reconocen

este error, no corrigen porque este nevado ya está registrado erróneamente. Y, como

justificación, unos funcionarios que visitaron el caserío de Alpamayo les dijeron a los

pobladores: “Desde ahora este caserío se llama Calicanto porque Alpamayo es el nevado”. Y

les mostraron un mapa que ellos lo habrían hecho antes de la visita.


Los antropónimos y los topónimos migran libremente, para ellos no hay fronteras, ni

oficinas de migración. Tantos nombres extranjeros identifican a muchos campesinos y

citadinos del Perú (Jhon, Jhonny, Robert Jeremy, Iván, Vladimir, Olga, Tania, Omar, Emir,

Fátima, Ciro…). Y tantos topónimos españoles se repiten en Hispanoamérica. Los nombres

globalizan a la humanidad nominalmente aunque no sepan qué significan estos. Esta

vacuidad de contenidos la escuchamos en las entrevistas a los futbolistas nadando en las

naderías. Apenas después de algunas expresiones ya comienzan a repetir: “Pues, nada”

“Nada”. “Para nada”. “Pues, eso”. Evidencian que no tienen nada más para decir. Y,

después de un mal partido, casi todos repiten el mismo discurso: “Estoy con bronca”

“Estoy bronqueado”. Realmente no han roto todavía las broncas cadenas de su nivel

educativo.


Los políticos, fuera de falsear sus hojas de vida (curricula vitarum), nos muestran sus

discursos vacíos e imprecisos en contenido y uso gramatical de la lengua castellana. No los

juzguemos por la conjugación de los verbos irregulares; pues, solemnemente dicen:

“conducieron” por condujeron, “maldicieron” por “maldijeron”, “maldecido” por maldicho,

“satifisfací y satisfaceré” por satisfice y satisfaré, etc. Serán civilizados con dinero para

financiarse la campaña, pero de formación lingüística están vacíos.









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